Función Empresarial, Papá Noel y Socialismo


Diciembre 2018

Está en nuestra naturaleza.
Todos tenemos la capacidad de darnos cuenta o de idear oportunidades de ganancia sobre posibilidades que se abren en nuestro entorno.  Opciones grandes, regulares o mínimas de ganancia en el ámbito familiar, moral, monetario, de bienestar personal o de la clase que sea.
La propensión a aprovechar estas oportunidades de ventaja es innata y puede definirse en un sentido abarcativo como la función empresarial de nuestra especie.
Así, la Madre Teresa de Calcuta puede ser un ejemplo paradigmático de función empresarial, de empresaria; con su visión creativa, con su modo disruptivo y con su esfuerzo personal, aplicados a aunar voluntades y conseguir colaboraciones en pos de su objetivo de ganancia solidaria.

La función empresarial es inherente a la naturaleza humana; a la supervivencia y progreso de cualquier sociedad, en cada parte de su complejísima red de interacciones.
Acciones que se emprenden porque de algún modo cada uno piensa que al implementarlas sale ganando.
Lo importante a nivel comunitario, sin embargo, es el efecto de ajuste o coordinación socioeconómica que estas interacciones desencadenan.
Un efecto virtuoso que recomienza cada día cuando nos levantamos… alineando nuestro comportamiento con las más variadas necesidades ajenas; con intereses de personas a las que probablemente nunca conozcamos.

Sirvan todas estas obviedades como introducción para señalar que la función empresarial en todas sus formas y fines constituye el motor del crecimiento, del orden, del “mercado” y de la verdadera y más poderosa justicia social. Además del reaseguro de la sustentabilidad de nuestras libertades más preciadas. O de su recupero, desde lo que queda de ellas. Lo cual sí es importante porque la enfermedad autoinmune que nos inoculó el “modelo peronista” desde los años ’40 del siglo pasado (la idea genérica del pensamiento corporativo, el autarquismo y la redistribución forzada como camino de elevación social sustentable) se manifiesta a pleno en la muy sólida mayoría que todavía cree que el secreto está en lograr una suerte de equilibrio áureo entre mercado e impuestos, entre el contrato y la pistola, regido desde un Estado virtuoso.
Hablamos de votantes “moderados” de centro izquierda, centro o centroderecha que siguen creyendo en El Dorado de ese mix perfecto, resultante de un sabio arbitraje estatal entre capitalismo y socialismo.

Pues bien; lamentamos informar una vez más que Papá Noel no existe; que debemos crecer, madurar y despertar a la realidad; que el Estado nunca fue (ni será) sabio y virtuoso, por la simple razón de que está integrado por seres humanos que no son ninguna de las dos cosas; que no tienen autoridad moral ni están capacitados para dictar a todo el resto cuánto dinero deben entregarles y qué antojadizas reglas deben cumplir, so pena de represalias aplicadas por una fuerza que quieren, obviamente, seguir monopolizando.
Agreguemos a esto que sus líderes no son producto de una meritocracia orientada a la vocación de servicio sin fines de lucro sino políticos; surgidos de una competencia feroz, basada en valores que están en las antípodas de lo anterior.

Ahora bien, retomando el tema de nuestra enfermedad autoinmune y sus consecuentes idealizaciones, la verdad es que buscar una alquimia entre capitalismo y socialismo es como intentar un equilibrio entre alimento y veneno; ninguna dosis de tóxico será buena, mezclada entre lo que ingerimos. Entendiendo por “socialismo”, cualquiera sea el grado en que se lo aplique, a todo sistema de agresión institucional y sistemática en contra del libre ejercicio de la función empresarial de los ciudadanos.
Aún sabiendo que el fin no justifica los medios, los simpatizantes de izquierdas son prisioneros del uso del mal medio de la coacción institucional, la violencia o la amenaza de su uso para irrumpir con fuerza en el proceso de función empresarial y cooperación social natural, con el objeto de torcer sus impulsos más relevantes… a su “mejor” criterio.
Es claro que el sistema socialista no funciona si no es con un Estado policial por detrás, apuntalándolo (y si no creemos eso, si creemos en Papá Noel, despenalicemos la evasión impositiva y veamos qué sucede). Lo contrario, desde luego, es un sistema contractual; no violento.

El efecto de ajuste y coordinación socioeconómica de la función empresarial combinada de cada una de las personas para con el conjunto se ve así distorsionada por la coerción estatal. Al recibir señales falsas se reacciona, claro está, con respuestas erróneas. Descoordinadas. Distópicas.
Que tuercen un efecto antes virtuoso en dirección a la desigualdad, la pobreza y los enfrentamientos tribales.
Es historia. Es nuestra historia. ¿Querremos cambiarla?
Señoras, señores, crezcamos: la mejor forma de lidiar con el socialismo es saberlo nocivo… en cualquier proporción.





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