Enero
2019
Debe
ser difícil e ingrato estar hoy en los zapatos del presidente Macri, inmerso como
está en las consecuencias de la crisis devaluatoria que comenzara en Abril del año
pasado. Con un país a los bandazos. Aferrado al timón que recibió a fines de
2015 con minoría parlamentaria en ambas cámaras. Y en circunstancias que no deben olvidarse.
Condiciones
que configuraban una hipoteca poco menos que ilevantable, incluyendo una
economía en default y encaminándose hacia la hiperinflación, un Banco Central
casi sin reservas, presión tributaria confiscatoria, grave atraso cambiario con
cepo de divisas, tarifas subsidiadas hasta en un 90 %, provincias gravemente insustentables
e ingentes trabas a los derechos de propiedad y libre empresa.
Con
un tercio de sus ciudadanos en situación de pobreza; con desocupación creciente
a pesar de haber aumentado sin necesidad la planta permanente de agentes
estatales en más de un millón y medio de personas, en alta proporción
militantes del propio sistema depredador y dispuestos a entorpecer cualquier
gestión de retorno a la racionalidad sin el más mínimo prurito patriótico; un accionar
irresponsable que consolidó en el empleo público a un insostenible 50 % de los
trabajadores en relación de dependencia.
Un
gobierno que había desaprovechado la mejor década de la historia para los
valores de los productos nacionales, dilapidando esos recursos en un
clientelismo rampante y en una auténtica orgía de corrupción (estimada, hasta ahora,
entre 100 y 200 mil millones de dólares).
El
actual presidente recibió una Argentina no sólo sin modales sino cortoplacista,
infantil y negadora. Con varios juicios multimillonarios perdidos a pagar, por
ruptura de contratos e incumplimientos internacionales.
Desalineada
de occidente aunque, eso sí, asociada por vía de coimas y retornos a un puñado
de narco-dictaduras y regímenes delincuentes.
A
fines de 2015 campeaba la impunidad judicial para con los corruptos, el
narcotráfico y las mafias de casi todos los sectores relacionados con lo
público y lo gremial, al amparo de miles de funcionarios y jueces venales
designados ad hoc por la propia administración.
El
sistema de infraestructura vial, ferroviaria y energética así como la de las
áreas sanitaria, militar y educativa se encontraba “a punto de colapso” por
falta de inversiones.
Situación
a la que deben añadirse varias trampas armadas a modo de mecanismos de
relojería que estallaron sobre el nuevo equipo a poco de asumir, tales como las
calculadas deuda (estafa) del “dólar futuro” y la relampagueante sentencia de
la Corte por inmediatos pagos coparticipables a las provincias; comprometiendo en
ambos casos cifras descomunales fuera de toda cuenta.
Milagro
Sala, Hebe de Bonafini, Lázaro Báez y Cristóbal López, cual jinetes del
apocalipsis, dominaban entonces el “campo popular” a galope tendido en su raid
de vaciamientos al erario, mientras el país pasaba de exportador a importador
de gas y petróleo, acumulando facturas anuales que aún hoy cortan el aliento.
El
nuevo gobierno se encontró también con una AFIP, una SIDE (o AFI), un INDEC y
un costoso conglomerado de medios estatales y paraestatales funcionales al
Relato, dedicados a perseguir opositores, generar propaganda, difundir fake
news y cubrir las propias fechorías.
Coronando
el cúmulo de “cargas de profundidad destituyentes” desgranadas en su huida, los
3 millones y medio de nuevos jubilados ingresados al sistema sin aportes;
dinamitando a la ya quebrada y saqueada ANSES al punto de volver casi
infinanciable el de por si grave déficit fiscal previsto para el año de
arranque, 2016.
El
aún hoy impune, aberrante asesinato del fiscal Nisman y el infame encubrimiento
de los autores del atentado terrorista a la AMIA resultan prueba elocuente de
aquella situación de desmadre y alta traición.
Sucintamente,
tal fue el punto de partida al que habría que sumar en la columna del “debe” a
los millones de planes sociales y AUH entonces en marcha, pagos y asignaciones
que el gobierno de Cambiemos sólo atinó a aumentar en número y monto durante
estos últimos 3 años en la esperanza de desactivar las recurrentes protestas y pseudo
estallidos sociales teledirigidos desde las usinas de restauración curro-populista,
abroqueladas en su ya clásico “cuanto peor, mejor”.
En
verdad y en coincidencia con el diagnóstico y las recomendaciones iniciales de
varios conocidos economistas locales, consideramos que la nueva administración
debió haber blanqueado de entrada y con absoluta crudeza el estado de la nación,
debió haber buscado un amplio acuerdo político y debió haber utilizado la marea
de crédito entonces disponible para bajar fuertemente los impuestos.
Además de lo que sí se
hizo, estas medidas implicaban, junto con una reforma laboral a tono con este
siglo consensuada bajo amenaza de referéndum (“el que golpea primero…”),
colocar al país en condiciones de competitividad y dotarlo de seguridad
jurídica ante los ojos del mundo. Vale decir, abrir en serio las compuertas a
la famosa lluvia general de inversiones productivas que nunca se dio.
Cumplido
este supuesto, el resto de los problemas hubiese quedado empequeñecido o bien muy
facilitadas sus vías de solución.
No
se hizo así y ahora, a Enero de 2019, los subsidios a las tarifas de servicios
públicos se sitúan (luego de haber bajado del 90 hasta el 30 %) en el orden del
60 % de su valor real al tiempo que se prevé que nada menos que la mitad del
presupuesto nacional se aplique durante el año al rubro “gasto social” (cifra
récord, equivalente al 11 % del PBI).
La
mitad de los trabajadores en relación de dependencia siguen en el Estado, tal como
en 2015, en tanto la presión impositiva, lejos de disminuir, aumentó.
Tampoco
se ven movimientos audaces, conceptualmente sólidos y consensuados con
transparencia en dirección a la baja de impuestos ni a la desregulación de
nuestras jurásicas reglamentaciones laborales y sindicales. Ni en dirección a
la sustentabilidad definitiva de nuestro fundido sistema previsional.
Temas
medulares, si los hay, que junto a los anteriores frenan cualquier esperanza de
inversiones a gran escala. Que impiden cualquier conato de crecimiento serio, como
antesala a la generación de la capacitación y el empleo que reduzcan los niveles
argentinos de bajeza moral, de ignorancia
y finalmente… de pobreza.
No
quisiéramos estar en sus zapatos ya que a esta altura resulta evidente que al
cabo de sus 4 años de mandato y al margen de muchos buenos ajustes “menores”,
el gobierno de Cambiemos no habrá logrado frenar nuestra decadencia. Mucho
menos revertirla. Por más que la excusa de la herencia recibida sea 100 %
cierta y que su peso (también cultural, prebendario, clientelar y filo-mafioso
en gran parte de la población) sea excesivo para una administración en minoría
parlamentaria.
Si
bien como libertarios argentinos hemos afirmado que nuestro modelo de
democracia es inviable, para empezar por la ya irremontable grieta entre
honestos y delincuentes (o cómplices), entre cultores del trabajo y defensores
del parasitismo que divide transversalmente
a sangre y fuego al país, y que la respuesta definitiva sólo puede provenir de
un viraje pronunciado hacia la verdadera libertad de industria y al más
absoluto respeto a los derechos de propiedad y disposición, debemos convenir
que en el “mientras tanto” este sistema renqueante debe seguir. Y que otro
período presidencial de la misma coalición constituye el mal menor frente a la
posibilidad de que los mismos vivillos/corruptos mendaces del ‘15 u otros
peronistas tan demagogos como irresponsables vuelvan a tomar las riendas. Y nos
lancen al abismo de sus dislates económicos y éticos (al abismo de la pobreza y
sus violencias) con mucha mayor fuerza que la actual. Porque es parte importante
de la grieta el hecho de que muchos millones de argentinos con poco que perder no
teman -y hasta deseen- vivir en dictaduras socialistas como las de Venezuela o
Cuba.
Puede
que el presidente y sus equipos asuman que fracasaron por pusilanimidad. Por
falta de valentía. Desgastándose hasta la extenuación en multitud de
escaramuzas en general correctas aunque periféricas, sin atreverse a encarar el
nudo del problema.
Puede
que finalmente caigan en la cuenta de que el equipo entero deberá inmolarse por
la nación en esta contienda decisiva exponiendo frente a los argentinos, como
no lo hicieron antes, la realidad de una situación
que sigue siendo terminal.
Ofreciendo
una explicación con mea culpa por el tiempo perdido, que demuela nuestros mitos;
uno a uno, sin anestesia y sin piedad.
Una
exposición inteligente, didáctica y lapidaria que recorra problemas, soluciones,
perspectivas y… tiempos.
Que
aclare de una vez el costo de hacer o no “lo que hay que hacer” a corto,
mediano y largo plazo, con la mira puesta en un país viable.
Hablamos
de un discurso de Estado que debería llevarse a efecto durante los próximos
meses a un nivel profesional-publicitario… de saturación. Para que, una vez
bien comprendido por todos los argentinos,
hasta por los más aislados, apolíticos o duros de entendederas, se le pida al
pueblo en plebiscito electoral el aval para embarcarse en una nueva épica; mucho
más audaz; la de un país orgulloso de sí mismo; la de una sociedad no sólo
sustentable sino realmente libre. Capitalista sin complejos y como tal, poderosa.
Inclusiva en serio.
Algo
que sin ese previo sinceramiento, de corte brutal, no será posible.
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