La Hora de los Pobres


Julio 2020

Para crear igualdad sustentable en una sociedad compleja como la nuestra, mucho más útil que intentar elevar a los pobres transfiriéndoles fondos públicos es propiciar condiciones que aseguren una efectiva rotación social de toda riqueza, conforme el espíritu de la Constitución.
Algo que implicaría un cambio del paradigma actual por otro no sólo más efectivo sino también más ético y edificante  (v.gr. ¡constitucional!), virtudes fundantes que parecen estar fuera del radar del régimen que nos gobierna.

Porque lo deseable, en verdad, es que los ricos nunca tengan la certeza de que seguirán siéndolo. Que su riqueza esté siempre en riesgo en tanto no se esfuercen cada día en complacer a sus empleados y a su comunidad con mejores condiciones, valores y calidades de aquello que tengan para ofrecer; sea esto un empleo, un producto, un servicio o un aporte de capital.

Algo que en nuestro sistema pobrista no ocurre.

Aquí los ricos están bien protegidos contra la aparición de intrusos (competidores, emprendedores, innovadores) y los pobres bien “protegidos” contra cualquier cambio real en su situación ya que nuestro Estado opera de hecho para que se multipliquen y sigan sobreviviendo… sin salir de su pobreza.

El que la fortuna de los que ya son ricos no esté en riesgo real ha sido directamente proporcional a nuestro nivel de estatismo: a más Estado, siempre correspondió menos rotación en la posesión individual de dinero invertible y, claro, menos movilidad social; vale decir menos estímulo comunitario a la posibilidad de abrir el juego des-anquilosando el modelo para dar lugar a una sociedad de propietarios.
Inmovilidad que, por añadidura, es de muy costoso mantenimiento: el cúmulo de privilegios reglamentarios “legales” acordados por nuestras socialdemocracias a cierta casta empresaria pero también a sindicalistas y políticos (nuestras 3 muy ricas oligarquías parásitas) terminan al fin del día, del año, de las décadas, traduciéndose en enormes déficits de caja: inflación, deuda, fiscalismo extremo y atraso que de un modo u otro carga toda la población.
Una población por ellos empobrecida que paga todo más caro en relación a sus ingresos, comparada con poblaciones de países menos sumisos a este tipo de oligarquías refractarias a la  libertad de opciones (y al consecuente progreso capitalista de los desfavorecidos).

Lo contrario del socialismo estatista bloqueador de mercados y protector de monopolios, ventajas y riquezas previas, del vano intento de no-riesgo o “seguridad” comunitaria pagada por todos… es el  riesgo empresario, asumido y afrontado por cuenta propia.
Al contrario que a la gente pudiente (que quedaría duramente expuesta al albur de la libre competencia), a la hoy enorme masa de mal-ocupados, desocupados, nuevos pobres, indigentes y pobres crónicos de nuestra sociedad le conviene, pues, el capitalismo. Y cuanto más profundo, radical, disruptivo e irreversible sea ese capitalismo (mejor aún anarcocapitalismo), más les convendrá.
Cuantos más “locos” emprendedores a riesgo propio e inversores locales o foráneos interesados en enterrar aquí sin trabas sus creatividades, esfuerzos y dineros, tanto mejor para nuestros millones de postergados.
Cuanto más bajos sean los impuestos, más acotado y profesional el Estado, mayor la seguridad jurídica y menor el cúmulo de estorbos reglamentarios, tanto más veloz y masivo será el empoderamiento social, cultural y económico, el ascenso en todo sentido de “los humildes”.
En síntesis: cuanto peor la pasen los oligarcas ladrones y sus cómplices en un entorno de libertades crecientes, mejor la pasarán los hijos del pueblo trabajador.

Proletarios argentinos ¡uníos!

El denigrante reparto estatal de dinero en efectivo para merenderos y comedores, asignaciones por hijo, esposa, madre, abuela o bisabuela, subsidios a la indigencia y falsas discapacidades, pensiones sin aportes, bolsones de comida, copas de leche, empleo público innecesario o planes sociales sine die, el reparto de chapas, colchones, panes dulces, muñecas o bicicletas, las indemnizaciones a terroristas psicópatas y demás modalidades tan caras a las “almas bellas” de izquierda puede calmar algunas conciencias sucias pero no es sustentable ni soluciona los dramas de los desfavorecidos sino que los perpetúa.
El reparto de dinero ajeno es, si, el negocio político-clientelar y la estafa por excelencia: a lo largo de setenta años, el estaqueado y saqueo de los laboriosos, de los mansos, de los ignorantes y aún de los resentidos ha sido el métier favorito de las tres oligarquías criollas.   

Así las cosas, un verdadero mar de impuestos y regulaciones básicamente derogadoras de los derechos de propiedad y disposición, mantiene alejada a la competencia y cerrado el coto de caza para nuestros depredadores de dos patas. Hoy más que nunca a raíz de las severas restricciones aplicadas a cuento de la pandemia, quebradoras adrede de pymes según su plan “formoseño” de poner de rodillas y convertir en siervos mendicantes a la mayor cantidad posible de ciudadanos.

La unión de los olvidados, de millones de los “usados” plantándose frente a los explotadores debe constituirse en la bala de plata de opinión pública que aniquile a estos vampiros.  Que frene y castigue a la asociación ilícita que una vez más se encaramó al Estado para robar y parasitar, para disciplinar infantilizando -embruteciendo- al pueblo; para chupar literalmente su sangre, sus sueños, su solidaridad y su labor enriqueciéndose aún más… aunque parezca mentira.

Qué bella imagen: la de esa masa crítica de argentinos hoy hundidos en el servilismo y la desesperanza, poniéndose de pie y rompiendo sus cadenas por propia conveniencia.
Exigiendo las condiciones reales de una efectiva rotación de las riquezas dentro del estado de derecho.

¿Habrá nacido el político capaz de abrir los ojos de nuestro proletariado, tras 70 años de extravío? ¿De cerrar grieta entre los honestos?¿De hacer tronar el escarmiento sobre los impunes amos de la política? ¿De concitar la unión de los esclavos?

Será entonces, por fin, la hora de los pobres.

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