Marzo
2020
Hay
dos formas de intentar cerrar la brecha de la riqueza.
La
primera es operar con impuestos y reglamentaciones haciendo que las personas
ricas sean menos ricas.
La
segunda es operar ayudando a que las personas pobres sean menos pobres.
Esta
última es la opción libertaria; la de quienes creemos que confiscar la riqueza
ganada de manera legítima es algo notablemente estúpido, por contraproducente.
Y
que es, de hecho, la piedra basal del desastre nacional en este siglo XXI confirmado
por los inaceptables índices de pobreza e ignorancia en los que una Argentina cada
vez más irrelevante desciende -a espasmos de populismo salvaje- desde 1945.
El
“capitalismo salvaje” o librecambio liberal que creara un país poderoso desde
la nada quedó muy atrás en el tiempo; tanto como fines del siglo XIX y
principios del XX. Sólo quedaron de él, cual ruinas antiguas, las monumentales y
bellas construcciones que todavía hoy asombran a los turistas, destinadas en su
momento a testimoniar nuestra vocación de república imperial.
Peronistas,
socialistas y la mayoría de los radicales nunca consideraron el segundo
enfoque. Sólo se centraron en el primero: embozalar y aumentar impuestos a “los
ricos” y a las empresas para solventar un Estado asistencialista más y más
grande.
Nunca
trataron de facilitar a la gente del llano el desarrollo de habilidades relevantes
para la acumulación de capitales, el emprendedorismo comercial o la innovación
en los negocios ni fomentaron la ambición por convertirse en empresarios
millonarios y exitosos. Nadie se convirtió aquí en millonario no-corrupto o no
dañino, por obra de tales políticas ni lo hará nunca.
Como
tampoco vimos ni veremos, de seguir así, el poderosísimo efecto multiplicador y solidario de la riqueza real creada “por derecha”; por limpio mérito.
Ninguno
de sus planes se enfoca en cerrar la brecha de fortunas, facilitando que
ciudadanos promedio lleguen al éxito. Menos aún los más pobres: eso no encaja en
la agenda “de izquierdas”, un lugar de relatos donde los líderes dependen de
que sus partidarios se vean a sí mismos como víctimas, no como campeones…
porque su poder proviene de mantener a la gente enojada, asustada y oprimida.
Es
obvio, excepto para necios y crédulos, que los referentes estatistas nunca
intentarán acortar las desigualdades ayudando a “los humildes” a triunfar, a enriquecerse
ni a generar efecto multiplicador alguno.
Las
pocas personas que durante las últimas 7 décadas lograron amasar en Argentina
fortunas honestas, lo hicieron a pesar del Estado y no gracias
a el ya que en 9,5 de cada 10 casos el Estado no fue parte de la solución
sino del problema.
En
la vereda opuesta, lo libertario es anticipatorio, utilitario y ético por
muchas razones, entre las cuales no es menor la de adherir al progresivo
reemplazo de nuestro asfixiante y desmotivador fiscalismo por estructuras
institucionales más meritocráticas; menos parasitarias y coactivas. Que incentiven
el esfuerzo y la diferenciación con mayor retribución efectiva, incluso con
participación en las ganancias, con independencia del punto de partida
socioeconómico. Que hagan redituable el ser decentes, el educarse y el superarse como personas tanto
como profesionales.
Instituciones
simples y severas que aseguren que “el crimen no pague”, desterrando las
prácticas de lobby, nepotismo, transa, privilegio y amiguismo así como la
costumbre de convertir al empleo público y a las pensiones en premios a la
militancia interesada y en subsidios encubiertos a la desocupación y a los
bajos salarios que genera el propio estatismo.
¿La
hoja de ruta? gobernando de manera cada vez más cooperativa (con más
aceptaciones contractuales voluntarias vía estímulos) en lugar de por la
violencia de la coerción impositivo-reglamentaria; algo repugnante.
Subiéndonos
al tren de la tendencia descentralizadora delineada por los millennials y su
creciente adhesión a estructuras igualitarias tipo heterarquía (de redes
horizontales) más que a las de jerarquía (de redes en forma de pirámide),
lograremos mayores libertades. Individuales y sociales; económicas y
civiles, dando así impulso a las inversiones, al emprendedorismo, al progreso
por mérito y, en general, a la no violencia como paradigma.
Todo
libertario conoce la estrecha correlación existente entre las normas que hacen
a las personas libres y las que las hacen felices.
Asume
además, como persona colaborativa, la conexión profunda que existe entre la
eficiencia económica operando en círculo virtuoso y las libertades, confianzas y seguridades comunitarias que “abren el
juego”.
Y
comparte a conciencia el apotegma de que sin esperanzas de progreso, oportunidades
reales ni medios económicos al alcance de la gente común, la libertad de
elección es una entelequia.
Señoras,
señores, el desamparo y la miseria son una elección. Una que en nuestra
Argentina va encadenada al conformismo imbécil, a la impotencia por propia
incapacidad y a la sensación de pertenencia a una cierta omertá mafiosa
bloqueadora de progresos ajenos; en suma, encadenada a la indecencia: al
voto cómplice por ladrones, violentas, vivillos, burladoras seriales de
instituciones y hasta por asesinos.
Más
allá de todas esas realidades, el bienestar y las riquezas para los más también
son una simple elección.
La
elección intelectual de orientar nuestro camino hacia la libertad. La elección
verbal del rechazo frontal de nuestra actual esclavitud. La elección civil de
quienes nos representen en las acciones de gobierno que tiendan a estos
elevados ideales.
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