Mayo 2025
Suele
decirse que los políticos profesionales y la actividad política en general son
necesarios para evitar que los conflictos que se suscitan en la vida
comunitaria se diriman mediante violencia o extorsión, en aplicación de la ley
del más fuerte.
Suele
considerarse también que la democracia republicana constituye el sistema de
gobernanza ideal, habida cuenta de lo dañoso de las alternativas hasta ahora probadas.
Un sistema cuyas instituciones, gestionadas por políticos y funcionarios
judiciales austeros, honestos y con vocación cívica de servicio, asegura la
participación de todos los integrantes de la sociedad en el logro de un consenso
general sobre reglas que tiendan tanto a la buena convivencia como a un creciente
bienestar, sobre todo económico.
¿Es esto así? ¿Son reales esta participación y este consenso? ¿Es el Estado, como suele recitarse, “la sociedad organizada” en forma voluntaria, con su esquema burocrático de fronteras, leyes, tributos y prestaciones? ¿Es la democracia republicana el “fin de la historia” en cuanto a modos de organización comunitaria? ¿Son los políticos profesionales, sus compromisos y transas, en definitiva, necesarios?
El actual
círculo rojo, intelectualmente formado en dichos supuestos (dominantes, por
otra parte, durante los últimos 250 años), cree mayormente que sí.
Los
jóvenes globalizados de la generación tecnológica, de millenials en adelante,
creen mayormente que no y que dicho establishment simplemente… “no la ve”.
Ellos
más bien creen en “eficiencias conducentes”. En modos personalizados de gestión
que estén más cerca de la creatividad que surge de soluciones privadas
novedosas, diversas y flexibles en competencia… que del monopolio de un gran ente
administrativo, obligatorio y uniformizante.
El
“malo conocido” que tantas quejas acumula va camino, con apoyo de esta fracción
creciente, de perder el favor de la mayoría a manos del “bueno por conocer”.
El razonamiento que está germinando en línea con el inconformismo cultural de los jóvenes de este siglo responde al más puro sentido común.
Vemos
como, a diario, ellos eligen la heterarquía (organización horizontal en red)
por sobre la jerarquía (organización piramidal) como modus operandi así como
repudian la ley del más fuerte en un contexto en que el Estado, aplicando su
peso coactivo y su gran estructura jerárquica de intereses, es el más fuerte; el
que dirime con su ley los conflictos sociales. Y el peor extorsionador, además,
por ser el más difícil de eludir al no estar sujeto a competencia.
En
realidad, cuando el consumidor de gobernanza elije a un político no compra otra
cosa que promesas, sin garantías de que el gobierno subsiguiente (suponiendo, además,
que su elegido triunfe) vaya a responderle de la manera deseada en cada caso y circunstancia.
Equiparemos
por un momento, haciendo una comparación Estado/mercado, la compra de
gobernanza con la compra de otra cosa valiosa, como por ejemplo un automóvil. Tal
supuesto podría darse con toda persona en condiciones de adquirir uno, votando
en un día determinado por su auto preferido. Contabilizados los votos, cualquiera
fuese la marca y el modelo ganador, cada votante estaría entonces obligado a
aceptarlo.
Dado
tal supuesto, los incentivos individuales para pensar y decidir cuál es el
mejor móvil se derrumbarían ya que sea cual haya sido su meditada decisión, en gran
medida su auto resultaría elegido por otros. Y con el bajo incentivo como
regla, la calidad y variedad de autos en oferta por parte de los fabricantes caería
rápidamente hasta el punto de terminar todos más temprano que tarde a bordo de
modelos parecidos a los Trabant de la era Soviética.
En todas las cosas deseadas (y la buena gobernanza es una de ellas), la competencia es vital ya que con ella vienen la variedad, las mejoras y la economía (es decir, la eficiencia en el uso de recursos limitados, trasladable a precios más accesibles para más productos y mejores opciones).
Competencia
que surge de los fuertes incentivos que, para el caso de las automotrices,
representan las decisiones de compra en libertad de sus clientes individuales,
forzándolas entre otras cosas a la diversidad. Concepto contrario por cierto a
monopolio.
El
Estado (duro monopolio territorial de ley, justicia y fuerza) carece de estos
incentivos para mejorar dado que sus clientes (los votantes-contribuyentes) poco
y nada pueden hacer frente a decisiones gubernamentales con las que no están de
acuerdo, más allá de un desesperado (y resignado) sufragio al aire perdido
entre millones, cada dos o cuatro años.
Los millenials (y otros grupos etarios que vienen despertando) procuran inyectar sentido común a un sistema “republicano” -en verdad corporativo y filomafioso- ya afianzado que mantiene corrompidas a gran parte de la justicia federal y de las legislaturas, entes estatales todos que avalan a su vez duros abusos en poderes ejecutivos provinciales y comunales siempre creativos a la hora de amiguismos, discrecionalidades y enriquecimientos ilícitos.
Y lo
hacen apoyando al presidente J. Milei, percibido como un hombre honesto que se
inmola interponiéndose entre ellos y los privilegiados de la Argentina
(genéricamente “casta” u oligarquías parásitas simbióticas de sindicalistas,
políticos profesionales y empresaurios).
Ellos
no quieren cambiar mediante violencia el statu quo de estatismo pobrista legado
en parte por sus antecesores de la “juventud maravillosa” de los ’70, sino
mediante las reglas que hoy les proveen los propios políticos gestionando el mismo
sistema (democracia delegativa de masas) que abonó el desastre que aún nos
condiciona.
Un camino
contradictorio, por cierto. Estrecho y lleno de barro por el que habrán de ir muchas
veces cediendo y otras tantas ensuciándose; mas el único camino posible si
quiere dejarse de lado la secesión, la migración o, en el extremo, la guerra
civil (la valentía, la cobardía o el brutalismo respectivamente).
Nos
espera, por años, el ver generaciones de recambio que serán topos dentro del
sistema. Y nos espera, también una mayoría final que arribe a la conclusión de
que los incentivos siempre son mejores que los garrotes si de evolucionar como
comunidad se trata. Así como que la diversidad de opciones a todo orden será
siempre más eficiente que el monopolio. Incluso en vacas sagradas hoy (en esta
instancia del proceso de evolución cultural) tan intocables como justicia,
seguridad y defensa.
O
justamente por eso.
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