Noviembre 2007
El presente de nuestra Argentina no es agradable. Muchas son las cosas que funcionan mal en nuestra sociedad.
Aunque sabemos que podríamos ser un gran país, meca de cerebros, emprendimientos de última generación y capitales de inversión a gran escala, no lo somos.
Aunque sabemos que deberíamos ser un país de altísimo ingreso per cápita, sin pobreza, de fuerte movilidad social, con infraestructura de avanzada, tecnología de punta y oportunidades de progreso para todos, no lo somos.
Aunque anhelamos ser respetados, admirados por nuestro aporte a la civilización y escuchados con atento interés por el resto del mundo, no lo somos.
La Argentina no se instalará en el lugar que la historia le tiene reservado mientras no logremos una dirigencia cuyas mentes estén en sintonía con ideas modelo siglo XXI.
Ideas en línea con los últimos avances en la ciencia de la economía del conocimiento y con una sociología que evoluciona hacia la protección y promoción de los derechos de elección individuales.
Precisamente la explicación de que nuestra sociedad se encuentre hoy sometida a una bajísima calidad institucional o escasez de inversión creativa entre muchas otras causas de decadencia es que nuestra dirigencia sigue en sintonía con un sistema de ideas y procedimientos propios del siglo pasado.
Y como la dirigencia es un verdadero “extracto” porcentual del conjunto de votantes, podemos concluir que son los ciudadanos y no meramente los dirigentes quienes imponen estas ideas anacrónicas al país.
Podría pensarse entonces que la mayor parte de los argentinos son gente malintencionada que aprovecha el secreto del sufragio para descargar impunemente lo peor de sus pulsiones negativas.
Las motivaciones del voto, así, serían sentimientos como envidia, resentimiento, complejos de inferioridad social, codicia de los bienes ajenos, impotencia por admisión de la propia ignorancia, facilismo o el terco orgullo de persistir en lo incorrecto.
O podría pensarse con una mayor dosis de optimismo que el voto mayoritario es limpio, patriótico y bienintencionado siendo solamente la falta de educación y convicciones de decidido respeto al prójimo lo que nos hace errar al blanco una y otra vez.
Se dice que los cambios de mentalidad preceden siempre a los cambios políticos exitosos. Se dice que la educación debería ser prioridad uno en el presupuesto nacional. Se dicen muchas cosas ciertas y en verdad existen algunos políticos y funcionarios dispuestos a trabajar contra los propios intereses de su corporación elevando el nivel educativo de la población.
Sin embargo y como muchos sospechan con razón, el problema no es tan sencillo. No basta con aumentar los días de clase. No basta con pagar bien a los profesores. No basta con llenar el aula de computadoras y construir nuevas escuelas. No basta con enseñar más matemática, geografía, historia, gramática o química. Ni siquiera basta con adoptar los más modernos métodos pedagógicos estimulando la participación entusiasta y la comprensión, la inclusión y contención de cada alumno individual. No.
Todo eso está muy bien pero no es suficiente para la meta de crear una Argentina que derrame prosperidad sobre sus habitantes y sea ejemplo para otras sociedades que empiezan a globalizarse. No basta para recuperar el tiempo perdido, descontar la ventaja que nos sacaron y crecer velozmente a tasas “chinas” compitiendo en un mundo cada día más interdependiente que ofrece novísimas e impensadas oportunidades.
Ese plus sagaz que necesitamos incluir en el cóctel de nuestra política educativa para preparar a nuestros niños desde el jardín de infantes hasta el posgrado universitario es algo que podríamos llamar “la esencia del éxito”.
Cada materia, desde biología a instrucción cívica, desde educación física a plástica ; cada actitud de maestros y profesores en proceso de enseñanza dentro y fuera de las clases debe estar imbuída del espíritu de civilización evolucionada necesario (casi más necesario que la materia misma) para sobrevivir, crecer y “ganar” (ser felices) como sociedad dentro del sistema que nos tocó en suerte para este siglo. El solo apuntar a ello, ya nos coloca en situación de ventaja.
¿Cuáles son los valores a inculcar? Son simples y de sentido común.
Son conceptos que están en la base de la moral y la ética de la mayoría de las personas comunes que viven de su trabajo con sacrificio, honestidad y respetando los derechos del semejante. De las personas que enseñan a sus hijos a no comenzar peleas o agredir a otros. A no engañar, trampear o robar.
Este espíritu de civilización evolucionada presupone enseñar a pensar por si mismos, a tener permanente conciencia crítica tanto sobre su persona como sobre quienes los dirigen, a exigir y dar lo suyo al prójimo respetando las reglas de convivencia, las propiedades ajenas, las diferencias físicas y culturales o las elecciones individuales de vida.
Presupone inculcar un fuerte sentido de responsabilidad de los propios actos, de asumir las consecuencias de los errores en las decisiones de vida sin hacer cargo a otros, de estar abiertos a los cambios en las relaciones del trabajo, a las oportunidades de progreso y al aumento del poder de las libertades individuales que el mundo tecnológico de este siglo reclama de las sociedades que asumen su futuro.
El gobierno estatista y controlador que hoy sufrimos en Argentina padece de una incapacidad estructural para adaptarse a estos cambios.
Volvamos a considerar serenamente nuestro próximo voto ciudadano.
Pensamientos de orientación libertaria bajo la forma de notas de opinión crítica sobre la realidad argentina. Redactados a partir del año 2004 y hasta la actualidad, la mayoría de estos artículos fueron y son publicados por periódicos zonales con independencia intelectual, en distintas provincias. Objetivo : actuar como revulsivo mental promoviendo ideas que nos conduzcan a una sociedad de capitalismo avanzado, de gran poder económico, solidaria y respetada en el mundo.
La Década Infame
Octubre 2007
Suele entenderse por “década infame” el período que se inicia en el año 1930 a partir del derrocamiento del presidente radical Hipólito Irigoyen. Según sus apologistas, aquellos años estuvieron signados por los negociados, la corrupción y el fraude electoral, siendo recordados como una década verdaderamente sombría y fatal en nuestra historia.
Fue algo digno de idiotas, ciertamente, interrumpir la evolución natural de aquel segundo gobierno radical cuyos problemas se acrecentaban por si solos. Más aún valerse de fraudes electorales para sostenerse en el poder invocando a la democracia.
Con seguridad existieron negociados y corrupción en los gobiernos de los ´30 de Justo, Uriburu, Ortiz y Castillo.
Sin embargo y pasado un lapso prudencial con respecto a esos acontecimientos, vemos ahora que lo que siguió a lo largo del resto del siglo XX más lo que llevamos del siglo XXI puede empezar a rotularse para la Historia como “El Siglo Infame”.
El llamado fraude patriótico de entonces, condenable sin duda, tuvo el atenuante de servir a una élite ilustrada para beneficiar a la población colocando a la Argentina entre los 10 mejores países del planeta, con todo lo que ello significa. El fraude actual, en cambio es un fraude mafioso donde el gobierno sigue siendo "el gran elector" a través del más despreciable clientelismo, beneficiando tan sólo a algunos "empresarios" amigos, gángsters y políticos corruptos.
El siglo infame que vamos transitando convierte en niños de pecho a los protagonistas de aquella mala década.
Los negociados y la corrupción del período peronista entre los ´40 y los ´50 fueron de un nivel jamás visto degenerando con toda lógica en una tiranía (eso si, electiva) que sucumbió en un órdago de coerción corporativa, quema de iglesias, clima de guerra civil, lenguaje desbocado, división visceral de los argentinos azuzados a un odio insensato y finalmente de violenta contrarrevolución.
Así arrancó el desbarranque argentino de potentado a mendigo, del Primer al Tercer mundo, del prestigio al desprecio internacional, de niveles de vida promisorios a la maraña de miserables planes sociales, falsedades y subsidios cruzados que hoy nos asfixia.
Una penosa letanía de gobiernos militares, radicales y peronistas signó nuestro tiempo. Básicamente se trató del mismo perro con distinto collar : nacionalismo adolescente, intervencionismo estatista, corrupción a mansalva, nulo patriotismo (sí patrioterismo), ideario bárbaramente desactualizado, pasión por la burocracia y el clientelismo, desconfianza de todo lo que huela a libertad, necia tendencia al igualitarismo socialista y un cinismo a toda prueba a la hora de mentir, robar, enmascarar crisis y confundir a las gentes simples.
Atracados de educación pública y publicidad política basura, la castigada mayoría convalida con su voto una y otra vez este estado de cosas. Y a no dudarlo, volverá a convalidarlo este mismo mes de Octubre del 2007 convalidando también nuestro tránsito hacia una decadencia que nos aleja progresivamente de las nuevas naciones avanzadas.
Debiendo tener un país rico, poderoso y respetado, sin pobreza ni violencia social, optamos por dirigentes con las mismas ideas de paleo economía y paleo política que nos condujeron al vagón de cola del planeta.
Desde la lectura obligatoria de “la razón de mi vida” hasta las actuales divagaciones del “historiador” Pigna, varias generaciones de argentinos han sido engañados sobre los métodos, las convicciones morales y los sistemas económicos que conducen a la prosperidad, el progreso, la paz social y la riqueza generalizada. Sencillamente, votamos desde una ensalada mental suicida.
Son condiciones de esclavización y engaño que favorecen a una clase política que desde entonces se llena los bolsillos a costa de los desheredados, impidiéndoles salir de la pobreza. Verdadero crimen de lesa humanidad cometido contra la Argentina, sumiendo en la oscuridad a un pueblo que estaba destinado a ser la luz de muchos otros. Nuestro siglo infame está en apogeo
Suele entenderse por “década infame” el período que se inicia en el año 1930 a partir del derrocamiento del presidente radical Hipólito Irigoyen. Según sus apologistas, aquellos años estuvieron signados por los negociados, la corrupción y el fraude electoral, siendo recordados como una década verdaderamente sombría y fatal en nuestra historia.
Fue algo digno de idiotas, ciertamente, interrumpir la evolución natural de aquel segundo gobierno radical cuyos problemas se acrecentaban por si solos. Más aún valerse de fraudes electorales para sostenerse en el poder invocando a la democracia.
Con seguridad existieron negociados y corrupción en los gobiernos de los ´30 de Justo, Uriburu, Ortiz y Castillo.
Sin embargo y pasado un lapso prudencial con respecto a esos acontecimientos, vemos ahora que lo que siguió a lo largo del resto del siglo XX más lo que llevamos del siglo XXI puede empezar a rotularse para la Historia como “El Siglo Infame”.
El llamado fraude patriótico de entonces, condenable sin duda, tuvo el atenuante de servir a una élite ilustrada para beneficiar a la población colocando a la Argentina entre los 10 mejores países del planeta, con todo lo que ello significa. El fraude actual, en cambio es un fraude mafioso donde el gobierno sigue siendo "el gran elector" a través del más despreciable clientelismo, beneficiando tan sólo a algunos "empresarios" amigos, gángsters y políticos corruptos.
El siglo infame que vamos transitando convierte en niños de pecho a los protagonistas de aquella mala década.
Los negociados y la corrupción del período peronista entre los ´40 y los ´50 fueron de un nivel jamás visto degenerando con toda lógica en una tiranía (eso si, electiva) que sucumbió en un órdago de coerción corporativa, quema de iglesias, clima de guerra civil, lenguaje desbocado, división visceral de los argentinos azuzados a un odio insensato y finalmente de violenta contrarrevolución.
Así arrancó el desbarranque argentino de potentado a mendigo, del Primer al Tercer mundo, del prestigio al desprecio internacional, de niveles de vida promisorios a la maraña de miserables planes sociales, falsedades y subsidios cruzados que hoy nos asfixia.
Una penosa letanía de gobiernos militares, radicales y peronistas signó nuestro tiempo. Básicamente se trató del mismo perro con distinto collar : nacionalismo adolescente, intervencionismo estatista, corrupción a mansalva, nulo patriotismo (sí patrioterismo), ideario bárbaramente desactualizado, pasión por la burocracia y el clientelismo, desconfianza de todo lo que huela a libertad, necia tendencia al igualitarismo socialista y un cinismo a toda prueba a la hora de mentir, robar, enmascarar crisis y confundir a las gentes simples.
Atracados de educación pública y publicidad política basura, la castigada mayoría convalida con su voto una y otra vez este estado de cosas. Y a no dudarlo, volverá a convalidarlo este mismo mes de Octubre del 2007 convalidando también nuestro tránsito hacia una decadencia que nos aleja progresivamente de las nuevas naciones avanzadas.
Debiendo tener un país rico, poderoso y respetado, sin pobreza ni violencia social, optamos por dirigentes con las mismas ideas de paleo economía y paleo política que nos condujeron al vagón de cola del planeta.
Desde la lectura obligatoria de “la razón de mi vida” hasta las actuales divagaciones del “historiador” Pigna, varias generaciones de argentinos han sido engañados sobre los métodos, las convicciones morales y los sistemas económicos que conducen a la prosperidad, el progreso, la paz social y la riqueza generalizada. Sencillamente, votamos desde una ensalada mental suicida.
Son condiciones de esclavización y engaño que favorecen a una clase política que desde entonces se llena los bolsillos a costa de los desheredados, impidiéndoles salir de la pobreza. Verdadero crimen de lesa humanidad cometido contra la Argentina, sumiendo en la oscuridad a un pueblo que estaba destinado a ser la luz de muchos otros. Nuestro siglo infame está en apogeo
En verdad y como dice el autor, historiador y diplomático Abel Posse, bastó
que hubiera un idiota que hablara de “década infame” para que todos lo
repitieran como gansos.
Lo único que no era infame en el
mundo de los ’30 era la Argentina. ¿Quiere que enumere los horrores, asesinatos
y genocidios?: la década más miserablemente criminal de Stalin, ante el
silencio de un izquierdismo mundial hipócrita. ¡Piense en la Alemania de los ’30
y ’40! En Italia con el ricino y los bastones largos. El millón de muertos en
España. Las carnicerías de China con Chiang Kai-shek entrando en Shanghái y
metiendo miles de comunistas en las calderas encendidas de las locomotoras. ¿Y
Estados Unidos después del 29? Diez años de miseria, gangsterismo y
desocupación. ¿Y nosotros qué? No vengan con historias. Aquí no pasó nada. No
arrimamos bochín en lo que fue el dolor del mundo a partir de los ’30.
Responsables
Septiembre 2007
La proximidad del bicentenario de nuestra independencia y, más cerca, de las elecciones presidenciales, marcan momentos especialmente indicados para la reflexión colectiva.
El destino de la República Argentina estaba, hace 100 años, claramente marcado. Nuestra nación marchaba a paso veloz por la senda de un progreso constante y sustentable que ya llevaba 40 años, dejando atrás a países como España, Italia, Japón, Australia o Brasil entre muchos otros que ahora nos superan.
Vistas desde nuestro siglo XXI, las condiciones de vida de parte de aquella población nos hacen hoy fruncir el ceño (como también lo hace la visión actual de cartoneros o piqueteros) pero debemos considerar que antes de aquel tiempo esas condiciones eran peores aún.
Y que al momento del Centenario (en 1910) los salarios promedio en Argentina ¡eran mayores que los europeos !… y muchísimo mayores que los latinoamericanos o asiáticos.
Éramos líderes indiscutidos desde México hacia abajo en educación y salud pública, vida cultural, prestigio internacional, poder económico, exportaciones, vias férreas, ciencia y tecnología entre muchos otros ítems.
El optimismo mundial por nuestra impresionante evolución se traducía en masivas oleadas de inmigración calificada que apostaban a que la Argentina atravesaría el siglo XX consolidando ese liderazgo en todas las áreas.
De haber seguido aquel derrotero hoy seríamos sin duda una potencia de primer orden, sin pobreza, envidiada, emulada y respetada en el concierto internacional. Acreedora y benefactora. Con un nivel de vida y confort en las clases medias y bajas enormemente superior al que tenemos.
De civilización avanzada y a estas alturas, lanzada a la economía del conocimiento y al futuro más brillante para nuestros hijos.
Como les ocurrió por cierto a otras pocas naciones que alejándose de recetas fascistas, nacionalistas y socialistas (que privilegian la coerción y la apropiación) continuaron sus caminos con recetas más liberales y capitalistas (que privilegian la libertad y el respeto por la propiedad).
Pero sucedió que guillotinamos a la gallina de los huevos de oro.
Y aquel proyecto de grandeza se desangró ante nuestros ojos, los de nuestros padres y madres y los de nuestros abuelos y abuelas. Hoy nos debatimos entre la pobreza y el descrédito, pagando con humillación nuestra ceguera.
Podremos aducir que todo fue culpa de los dirigentes políticos olvidándonos que fue el voto mayoritario, el aplanador poder del número, quien los puso y los pone en el mando. Podremos decir que en ocasiones votamos por la oposición, silenciando que la oposición de izquierdas es solo la alternativa del resentimiento encubierto, la profundización del desatino. Podremos decir muchas cosas pero no podremos eludir la responsabilidad y culpabilidad individual, por haber encumbrado a todos y cada uno de esos “estadistas” y “legisladores” (incluso a los militares, que no fueron sino el resultado matemático, previsible y obtuso de gobiernos civiles incapaces).
Hay sin embargo una clase de ciudadanos que son más responsables que otros : una clase de argentinos notables que por su exposición pública son escuchados por millones. Ellos y ellas son deportistas, actores, actrices, cantantes, periodistas, intelectuales o artistas destacados que no se privan de opinar sobre política económica y social basándose en sus rencores y miserias personales (o en la conveniencia más vil) antes que en el verdadero bien común.
Su ignorancia de fondo sobre aquello que recomiendan y sobre sus consecuencias reales para la patria parece tenerlos sin cuidado.
Estos pseudo-comunistas de salón son doblemente responsables pues cuando avalan soluciones calcadas de las que se vienen aplicando una y otra vez durante el curso de nuestro desbarranque, son escuchados con unción por aquellas mentes sencillas que luego conforman la mayoría electoral. Gentes simples que nada se cuestionan, aplauden sonrientes y “eligen” más de lo mismo para luego seguir sufriendo con paciencia los resultados de una Argentina perdedora que no puede ofrecerles las ventajas (tremendas ventajas para los menos afortunados) de ser ciudadanos de un país de primera.
Son verdaderos ángeles exterminadores, vendedores de buzones … peligrosos y efectivos promotores de miseria.
La proximidad del bicentenario de nuestra independencia y, más cerca, de las elecciones presidenciales, marcan momentos especialmente indicados para la reflexión colectiva.
El destino de la República Argentina estaba, hace 100 años, claramente marcado. Nuestra nación marchaba a paso veloz por la senda de un progreso constante y sustentable que ya llevaba 40 años, dejando atrás a países como España, Italia, Japón, Australia o Brasil entre muchos otros que ahora nos superan.
Vistas desde nuestro siglo XXI, las condiciones de vida de parte de aquella población nos hacen hoy fruncir el ceño (como también lo hace la visión actual de cartoneros o piqueteros) pero debemos considerar que antes de aquel tiempo esas condiciones eran peores aún.
Y que al momento del Centenario (en 1910) los salarios promedio en Argentina ¡eran mayores que los europeos !… y muchísimo mayores que los latinoamericanos o asiáticos.
Éramos líderes indiscutidos desde México hacia abajo en educación y salud pública, vida cultural, prestigio internacional, poder económico, exportaciones, vias férreas, ciencia y tecnología entre muchos otros ítems.
El optimismo mundial por nuestra impresionante evolución se traducía en masivas oleadas de inmigración calificada que apostaban a que la Argentina atravesaría el siglo XX consolidando ese liderazgo en todas las áreas.
De haber seguido aquel derrotero hoy seríamos sin duda una potencia de primer orden, sin pobreza, envidiada, emulada y respetada en el concierto internacional. Acreedora y benefactora. Con un nivel de vida y confort en las clases medias y bajas enormemente superior al que tenemos.
De civilización avanzada y a estas alturas, lanzada a la economía del conocimiento y al futuro más brillante para nuestros hijos.
Como les ocurrió por cierto a otras pocas naciones que alejándose de recetas fascistas, nacionalistas y socialistas (que privilegian la coerción y la apropiación) continuaron sus caminos con recetas más liberales y capitalistas (que privilegian la libertad y el respeto por la propiedad).
Pero sucedió que guillotinamos a la gallina de los huevos de oro.
Y aquel proyecto de grandeza se desangró ante nuestros ojos, los de nuestros padres y madres y los de nuestros abuelos y abuelas. Hoy nos debatimos entre la pobreza y el descrédito, pagando con humillación nuestra ceguera.
Podremos aducir que todo fue culpa de los dirigentes políticos olvidándonos que fue el voto mayoritario, el aplanador poder del número, quien los puso y los pone en el mando. Podremos decir que en ocasiones votamos por la oposición, silenciando que la oposición de izquierdas es solo la alternativa del resentimiento encubierto, la profundización del desatino. Podremos decir muchas cosas pero no podremos eludir la responsabilidad y culpabilidad individual, por haber encumbrado a todos y cada uno de esos “estadistas” y “legisladores” (incluso a los militares, que no fueron sino el resultado matemático, previsible y obtuso de gobiernos civiles incapaces).
Hay sin embargo una clase de ciudadanos que son más responsables que otros : una clase de argentinos notables que por su exposición pública son escuchados por millones. Ellos y ellas son deportistas, actores, actrices, cantantes, periodistas, intelectuales o artistas destacados que no se privan de opinar sobre política económica y social basándose en sus rencores y miserias personales (o en la conveniencia más vil) antes que en el verdadero bien común.
Su ignorancia de fondo sobre aquello que recomiendan y sobre sus consecuencias reales para la patria parece tenerlos sin cuidado.
Estos pseudo-comunistas de salón son doblemente responsables pues cuando avalan soluciones calcadas de las que se vienen aplicando una y otra vez durante el curso de nuestro desbarranque, son escuchados con unción por aquellas mentes sencillas que luego conforman la mayoría electoral. Gentes simples que nada se cuestionan, aplauden sonrientes y “eligen” más de lo mismo para luego seguir sufriendo con paciencia los resultados de una Argentina perdedora que no puede ofrecerles las ventajas (tremendas ventajas para los menos afortunados) de ser ciudadanos de un país de primera.
Son verdaderos ángeles exterminadores, vendedores de buzones … peligrosos y efectivos promotores de miseria.
Eligiendo al Gobernante
Septiembre 2007
Según indican las encuestas, la Sra. de Kirchner resultará probablemente electa como presidenta con más de la mitad de los sufragios.
Alguna chance podría caberle a la Sra. Carrió o al Sr. Lavagna si un imponderable catastrófico alterase la intención de voto de aquí al 28 de Octubre, colocando a alguno de ellos en una eventual segunda vuelta.
Tres candidatos de centro izquierda nacionalista (más bien representantes de un socialismo híbrido “a la criolla”) se disputan, pues, el poder por los próximos 4 años.
Está claro para los argentinos pensantes, por otra parte, que ninguno de los tres encabezará la revolución copernicana (giro de 180 grados) que nuestra patria necesita para saltar de la decadencia presente a una fulgurante prosperidad real en este mundo que se globaliza velozmente, sin piedad, sin pedirnos opinión ni esperarnos.
Sencillamente, la posibilidad de que alguno de ellos nos conduzca por el camino de la “explosión de crecimiento” que necesitamos no existe en sus bagajes ideológicos ni culturales. No está en sus historias partidarias personales y ni tan siquiera en sus declaraciones más actuales. Sus recetas destilan olor a naftalina aún antes de ser aplicadas. Los tres privilegian el par coerción y apropiación por sobre el par libertad y propiedad.
Carecen de la visión avanzada de siglo XXI que, con audacia, honestidad y valentía innovadoras, podría lanzar a la Argentina al primer mundo sin escalas.
Lo que en verdad nuestro país necesita es un equipo de gobierno que garantice la seguridad política tanto como la económica. Un programa que conste de solo 2 palabras : Constitución y Propiedad.
El subdesarrollo no tiene solución (ni aquí ni en Namibia) si no hay seguridad política y económica para los emprendedores. La elite productiva de creadores de riqueza y empleo debe trabajar sin las manos atadas. No debe interesarnos si no son simpáticos, cultos y educados sino que trabajen a marchas forzadas ¡ porque de su trabajo se beneficia la sociedad entera !
El almácigo de futuras empresas es el ahorro personal y debemos tener presente que los tres candidatos lo atacan a conciencia cuando apoyan políticas impositivas de progresividad en el impuesto sobre los réditos y una tributación elevada a los que más ahorran con el objetivo de eliminar diferencias de ingresos nivelando hacia una masa indiferenciada.
Por cierto que son ideas obtusas (entre multitud de otras iniciativas que favorecen a la clase política) que no incitan a seguir invirtiendo.
Normas laborales y sindicales paleolíticas, regulaciones burocráticas paralizantes, corrupción que demuele hasta la seguridad jurídica o la imagen de un gobierno hambriento de dineros ajenos para seguir “invirtiendo” en la compra de voluntades y votos mientras perpetúan (y usan) la pobreza son denominadores comunes a estas recetas del fracaso.
El socialismo es inferior a la libre empresa no solo porque ésta es más eficiente y eficaz en crear riqueza general sino porque es moralmente injusto. El capitalismo popular que tanto los atemoriza y la comunidad de trabajo como filosofía empresaria viven y crecen cuando hay respeto cabal a la propiedad privada y acuerdos voluntarios mientras que el sistema en vigencia (y el que se nos aplicará en lo inmediato) prioriza el manejo de los precios, el planeamiento de todas las variables económicas y el dirigismo “científico”, tan caro a las mentes falsamente distributistas que nos vienen gobernando.
En lugar de promover el bien común promovieron inmoralmente nuestra pobreza, la brecha entre ricos y pobres y la brutal caída Argentina en el ranking mundial de prosperidad de los pueblos.
El despegue hacia el futuro de nuestra sociedad vendrá cuando la mayoría estafada comprenda que el método no consiste en programar y controlar todo robando al laborioso para subsidiar al vago, sino en codificar los derechos fundamentales a partir de los cuales los individuos podrán actuar y desarrollar sus iniciativas.
No habrá una Argentina poderosa mientras nuestro dinero esté a merced de la inflación o expuesto al saqueo impositivo, nuestro patrimonio sujeto al capricho del gobernante y nuestro derecho empresario asfixiado por las reglamentaciones populistas. ¿O alguien entre los pensantes todavía cree lo contrario?
Según indican las encuestas, la Sra. de Kirchner resultará probablemente electa como presidenta con más de la mitad de los sufragios.
Alguna chance podría caberle a la Sra. Carrió o al Sr. Lavagna si un imponderable catastrófico alterase la intención de voto de aquí al 28 de Octubre, colocando a alguno de ellos en una eventual segunda vuelta.
Tres candidatos de centro izquierda nacionalista (más bien representantes de un socialismo híbrido “a la criolla”) se disputan, pues, el poder por los próximos 4 años.
Está claro para los argentinos pensantes, por otra parte, que ninguno de los tres encabezará la revolución copernicana (giro de 180 grados) que nuestra patria necesita para saltar de la decadencia presente a una fulgurante prosperidad real en este mundo que se globaliza velozmente, sin piedad, sin pedirnos opinión ni esperarnos.
Sencillamente, la posibilidad de que alguno de ellos nos conduzca por el camino de la “explosión de crecimiento” que necesitamos no existe en sus bagajes ideológicos ni culturales. No está en sus historias partidarias personales y ni tan siquiera en sus declaraciones más actuales. Sus recetas destilan olor a naftalina aún antes de ser aplicadas. Los tres privilegian el par coerción y apropiación por sobre el par libertad y propiedad.
Carecen de la visión avanzada de siglo XXI que, con audacia, honestidad y valentía innovadoras, podría lanzar a la Argentina al primer mundo sin escalas.
Lo que en verdad nuestro país necesita es un equipo de gobierno que garantice la seguridad política tanto como la económica. Un programa que conste de solo 2 palabras : Constitución y Propiedad.
El subdesarrollo no tiene solución (ni aquí ni en Namibia) si no hay seguridad política y económica para los emprendedores. La elite productiva de creadores de riqueza y empleo debe trabajar sin las manos atadas. No debe interesarnos si no son simpáticos, cultos y educados sino que trabajen a marchas forzadas ¡ porque de su trabajo se beneficia la sociedad entera !
El almácigo de futuras empresas es el ahorro personal y debemos tener presente que los tres candidatos lo atacan a conciencia cuando apoyan políticas impositivas de progresividad en el impuesto sobre los réditos y una tributación elevada a los que más ahorran con el objetivo de eliminar diferencias de ingresos nivelando hacia una masa indiferenciada.
Por cierto que son ideas obtusas (entre multitud de otras iniciativas que favorecen a la clase política) que no incitan a seguir invirtiendo.
Normas laborales y sindicales paleolíticas, regulaciones burocráticas paralizantes, corrupción que demuele hasta la seguridad jurídica o la imagen de un gobierno hambriento de dineros ajenos para seguir “invirtiendo” en la compra de voluntades y votos mientras perpetúan (y usan) la pobreza son denominadores comunes a estas recetas del fracaso.
El socialismo es inferior a la libre empresa no solo porque ésta es más eficiente y eficaz en crear riqueza general sino porque es moralmente injusto. El capitalismo popular que tanto los atemoriza y la comunidad de trabajo como filosofía empresaria viven y crecen cuando hay respeto cabal a la propiedad privada y acuerdos voluntarios mientras que el sistema en vigencia (y el que se nos aplicará en lo inmediato) prioriza el manejo de los precios, el planeamiento de todas las variables económicas y el dirigismo “científico”, tan caro a las mentes falsamente distributistas que nos vienen gobernando.
En lugar de promover el bien común promovieron inmoralmente nuestra pobreza, la brecha entre ricos y pobres y la brutal caída Argentina en el ranking mundial de prosperidad de los pueblos.
El despegue hacia el futuro de nuestra sociedad vendrá cuando la mayoría estafada comprenda que el método no consiste en programar y controlar todo robando al laborioso para subsidiar al vago, sino en codificar los derechos fundamentales a partir de los cuales los individuos podrán actuar y desarrollar sus iniciativas.
No habrá una Argentina poderosa mientras nuestro dinero esté a merced de la inflación o expuesto al saqueo impositivo, nuestro patrimonio sujeto al capricho del gobernante y nuestro derecho empresario asfixiado por las reglamentaciones populistas. ¿O alguien entre los pensantes todavía cree lo contrario?
Acerca de los Impuestos
Agosto 2007
Somos cada vez más quienes pensamos que los fundamentos en los que se basa nuestro sistema impositivo deben ser redefinidos.
Después de todo ¿cómo deben quitarse recursos al sector privado sin minar su potencial máximo de crecimiento? ¿Qué utilidad nos ha prestado el Estado en las últimas décadas garantizándonos protección y justicia? ¿Podemos continuar con esta política de educación pública sin serio riesgo de perder definitivamente el tren hipertecnológico del siglo XXI? ¿Nos conforma el resultado obtenido de la enorme masa de recursos impositivos aplicados en el sistema de salud pública durante los últimos decenios? ¿Qué eficiencia en la creación de riqueza generalizada pueden ostentar la Afip, el gobierno nacional, los gobiernos provinciales o municipales? ¿Cuánto nos cuesta el “servicio”? ¿Para qué sirve hoy, en verdad, nuestro oneroso Estado ? ¿Cuáles son sus límites?
¿Cómo dejar, en suma, de acogotar a la gallina de los huevos de oro?
Preguntas como estas y otras parecidas, son imperativos éticos que nos ponen en deuda con lo más hondo de nuestra conciencia patriótica.
Preguntas que los servidores públicos ciertamente no se hacen .
Si deseamos honestamente que la Argentina se convierta en un gran país, deberemos mirar a los impuestos desde el punto de vista de quienes tienen que sacar el dinero de sus billeteras en lugar de mirarlos desde el lado de quienes gastan la plata ajena después de obtenerla por la fuerza.
Porque el diccionario define como “apropiación” el acto de tomar para si una cosa, haciéndose dueño de ella en contra de la voluntad de su propietario… y en esto consisten básicamente los impuestos.
Nuestro pueblo debe despertar y advertir que la presión impositiva sobre las personas ha sobrepasado los límites de lo racional y hace el efecto de guillotina económica impidiendo la reconstrucción de la clase media y el ascenso social de los más pobres. Esto es así porque está impidiendo la reinversión productiva y el ingreso masivo de capitales sin los cuales el crecimiento económico sostenido es imposible.
Entre impuestos directos e impuestos ocultos, un indigente paga al fisco el 20 % de lo poco que logra juntar y un obrero entrega en nuestro país el 33,5 % de sus ingresos. Un profesional es despojado del 41,3 % de lo que gana y un mediano comerciante, del 51,8 %.
Un importante ejecutivo debe desprenderse del 53,9 % del producto de su trabajo y la clase más alta soporta una presión sobre sus rentas del 39,5 %.
Se trata por cierto de guarismos elevadísimos para un país de nuestras características y constituyen un poderoso depresivo para la creatividad capitalista y las inversiones empresarias, únicas creadoras de más empleos genuinos y mejores salarios para los que en verdad quieren progresar.
Pegan como un mazo en la pérdida de competitividad y en la grave caída de la productividad que venimos sufriendo como país, con particular intensidad durante los últimos cuatro años.
Porque hasta los menos avisados empiezan ahora a darse cuenta de que el “gran” crecimiento argentino del último quinquenio es igual al que tuvieron la mayoría de los países en vias de desarrollo, y se debe al muy favorable (e inestable) mercado internacional de productos agropecuarios.
Nuestros impuestos son asimismo parte primordial en la explicación de la decadencia nacional de largo plazo que sigue azotándonos.
El meollo de este drama quedó claramente descripto por el economista Jerome Smith en su libro The Coming Currency Collapse, Emece, Buenos Aires 1981, cuando nos alertaba : “ el gobierno consiste en un grupo de hombres comunes como usted y yo. En general, ellos no tienen ningún talento especial para administrar los asuntos del gobierno, ni les preocupa saberlo. Solo tienen viveza para conseguir el cargo y mantenerse en el.
El principal recurso para tal fin es apoyarse en bandas de individuos que desean algo que no pueden tener por si mismos y prometerles públicamente que se lo van a dar. Nueve de cada diez veces esa promesa no sirve de nada. Pero la décima vez se cumple esquilmando a otros para satisfacer a sus seguidores. Los esquilmados son personas que llevan una vida honesta, pagan sus impuestos, cumplen sus obligaciones, acumulan reservas para la vejez, depositan sus ahorros en el banco o invierten en títulos públicos. En pocas palabras, los que están en el gobierno son vendedores de ilusiones.
En cada campaña electoral se vuelven mentirosos y las elecciones son una especie de subasta anticipada de bienes que van a robar a otros.”
Las falsas promesas de asistencialismo social que acaban hostigando a las empresas y atacando al capital solamente agravan las situaciones que pretenden arreglar.
Al pan, pan y al vino, vino : fomentando en la gente sentimientos de envidia distributista y de resentimiento los políticos logran su objetivo personal de dinero fácil y estabilidad obligando al inteligente, al honrado, al trabajador, al creativo, al fuerte, al tenaz y al habilidoso a entregar parte importante de su renta al abúlico, al derrochador, al torpe, al ineficiente, al haragán y al delincuente.
Las constantes reformas superpuestas del sistema impositivo han creado un caos discriminatorio y destructivo, contrario al principio constitucional de que “la igualdad es la base del impuesto y de las cargas públicas”.
Personas y empresas van trastocándose en meros instrumentos cuyas libertades, patrimonios y honras quedan a merced del capricho del gobernante de turno o del grupo de presión que lo atemorice más.
El recaudador justifica sus desvaríos y el gasto en perpetuo aumento con el argumento de que debe tributar más quien más tiene para pagar el gasto asistencial dando por cierto que la nueva función del Estado es imponer una “solidaridad” forzosa.
Los contribuyentes inscriptos (el bando de los honestos) quedan así rehenes del fisco y sometidos al abuso de su autoridad.
Objetivos individuales, necesidades familiares, proyectos de vida y hasta vocaciones filantrópicas no interesan en lo más mínimo a este moderno leviathan criollo que solo se interesa en el desapoderamiento y la exacción rápida apoyado en las duras leyes auspiciantes del sistema, aprobadas por los propios beneficiarios.
Esto no es compatible con una sociedad libre, claro. Desaparecen así las motivaciones para la cooperación social voluntaria, condición principal del orden civilizado, del respeto por los derechos del prójimo y de la seguridad jurídica esenciales para un verdadero progreso general.
¡El tema no es nuevo ! El propio Santo Tomás de Aquino se refería al mismo cuando escribía hace siglos “la ley del impuesto se torna injusta cuando su peso no es igual para todos los miembros de la comunidad ; en tal caso más que leyes éstos son actos de violencia” .
Argentina necesita impuestos más orientados al consumo que a la ganancia, de fácil comprensión y cálculo sencillo, de alícuotas bajas y uniformes, sin sectores discriminados ni sectores privilegiados. Porque así se combate más eficazmente la evasión y se recauda más, porque se produce más.
Deshechando la progresividad que solo espanta a los inversores de riesgo y poco aporta al tesoro. Facilitando la creación de cientos de miles de nuevos emprendimientos mediante la simplificación extrema de la burocracia que nos paraliza y la comprensión cabal de que la prosperidad en estos tiempos nace de la flexibilidad y la adaptación. De la inteligencia para montarnos ya mismo en la economía del conocimiento de los pueblos más civilizados integrándonos con decisión a un planeta que se globaliza sin esperarnos. Beneficiando espectacularmente a los países que ofrecen las más amplias libertades económicas y respetan las propiedades y derechos individuales de sus habitantes.
Todo lo contrario de lo que aquí vemos a diario. Pero tan cercano como una simple ronda electoral. Previa educación del soberano, claro.
Somos cada vez más quienes pensamos que los fundamentos en los que se basa nuestro sistema impositivo deben ser redefinidos.
Después de todo ¿cómo deben quitarse recursos al sector privado sin minar su potencial máximo de crecimiento? ¿Qué utilidad nos ha prestado el Estado en las últimas décadas garantizándonos protección y justicia? ¿Podemos continuar con esta política de educación pública sin serio riesgo de perder definitivamente el tren hipertecnológico del siglo XXI? ¿Nos conforma el resultado obtenido de la enorme masa de recursos impositivos aplicados en el sistema de salud pública durante los últimos decenios? ¿Qué eficiencia en la creación de riqueza generalizada pueden ostentar la Afip, el gobierno nacional, los gobiernos provinciales o municipales? ¿Cuánto nos cuesta el “servicio”? ¿Para qué sirve hoy, en verdad, nuestro oneroso Estado ? ¿Cuáles son sus límites?
¿Cómo dejar, en suma, de acogotar a la gallina de los huevos de oro?
Preguntas como estas y otras parecidas, son imperativos éticos que nos ponen en deuda con lo más hondo de nuestra conciencia patriótica.
Preguntas que los servidores públicos ciertamente no se hacen .
Si deseamos honestamente que la Argentina se convierta en un gran país, deberemos mirar a los impuestos desde el punto de vista de quienes tienen que sacar el dinero de sus billeteras en lugar de mirarlos desde el lado de quienes gastan la plata ajena después de obtenerla por la fuerza.
Porque el diccionario define como “apropiación” el acto de tomar para si una cosa, haciéndose dueño de ella en contra de la voluntad de su propietario… y en esto consisten básicamente los impuestos.
Nuestro pueblo debe despertar y advertir que la presión impositiva sobre las personas ha sobrepasado los límites de lo racional y hace el efecto de guillotina económica impidiendo la reconstrucción de la clase media y el ascenso social de los más pobres. Esto es así porque está impidiendo la reinversión productiva y el ingreso masivo de capitales sin los cuales el crecimiento económico sostenido es imposible.
Entre impuestos directos e impuestos ocultos, un indigente paga al fisco el 20 % de lo poco que logra juntar y un obrero entrega en nuestro país el 33,5 % de sus ingresos. Un profesional es despojado del 41,3 % de lo que gana y un mediano comerciante, del 51,8 %.
Un importante ejecutivo debe desprenderse del 53,9 % del producto de su trabajo y la clase más alta soporta una presión sobre sus rentas del 39,5 %.
Se trata por cierto de guarismos elevadísimos para un país de nuestras características y constituyen un poderoso depresivo para la creatividad capitalista y las inversiones empresarias, únicas creadoras de más empleos genuinos y mejores salarios para los que en verdad quieren progresar.
Pegan como un mazo en la pérdida de competitividad y en la grave caída de la productividad que venimos sufriendo como país, con particular intensidad durante los últimos cuatro años.
Porque hasta los menos avisados empiezan ahora a darse cuenta de que el “gran” crecimiento argentino del último quinquenio es igual al que tuvieron la mayoría de los países en vias de desarrollo, y se debe al muy favorable (e inestable) mercado internacional de productos agropecuarios.
Nuestros impuestos son asimismo parte primordial en la explicación de la decadencia nacional de largo plazo que sigue azotándonos.
El meollo de este drama quedó claramente descripto por el economista Jerome Smith en su libro The Coming Currency Collapse, Emece, Buenos Aires 1981, cuando nos alertaba : “ el gobierno consiste en un grupo de hombres comunes como usted y yo. En general, ellos no tienen ningún talento especial para administrar los asuntos del gobierno, ni les preocupa saberlo. Solo tienen viveza para conseguir el cargo y mantenerse en el.
El principal recurso para tal fin es apoyarse en bandas de individuos que desean algo que no pueden tener por si mismos y prometerles públicamente que se lo van a dar. Nueve de cada diez veces esa promesa no sirve de nada. Pero la décima vez se cumple esquilmando a otros para satisfacer a sus seguidores. Los esquilmados son personas que llevan una vida honesta, pagan sus impuestos, cumplen sus obligaciones, acumulan reservas para la vejez, depositan sus ahorros en el banco o invierten en títulos públicos. En pocas palabras, los que están en el gobierno son vendedores de ilusiones.
En cada campaña electoral se vuelven mentirosos y las elecciones son una especie de subasta anticipada de bienes que van a robar a otros.”
Las falsas promesas de asistencialismo social que acaban hostigando a las empresas y atacando al capital solamente agravan las situaciones que pretenden arreglar.
Al pan, pan y al vino, vino : fomentando en la gente sentimientos de envidia distributista y de resentimiento los políticos logran su objetivo personal de dinero fácil y estabilidad obligando al inteligente, al honrado, al trabajador, al creativo, al fuerte, al tenaz y al habilidoso a entregar parte importante de su renta al abúlico, al derrochador, al torpe, al ineficiente, al haragán y al delincuente.
Las constantes reformas superpuestas del sistema impositivo han creado un caos discriminatorio y destructivo, contrario al principio constitucional de que “la igualdad es la base del impuesto y de las cargas públicas”.
Personas y empresas van trastocándose en meros instrumentos cuyas libertades, patrimonios y honras quedan a merced del capricho del gobernante de turno o del grupo de presión que lo atemorice más.
El recaudador justifica sus desvaríos y el gasto en perpetuo aumento con el argumento de que debe tributar más quien más tiene para pagar el gasto asistencial dando por cierto que la nueva función del Estado es imponer una “solidaridad” forzosa.
Los contribuyentes inscriptos (el bando de los honestos) quedan así rehenes del fisco y sometidos al abuso de su autoridad.
Objetivos individuales, necesidades familiares, proyectos de vida y hasta vocaciones filantrópicas no interesan en lo más mínimo a este moderno leviathan criollo que solo se interesa en el desapoderamiento y la exacción rápida apoyado en las duras leyes auspiciantes del sistema, aprobadas por los propios beneficiarios.
Esto no es compatible con una sociedad libre, claro. Desaparecen así las motivaciones para la cooperación social voluntaria, condición principal del orden civilizado, del respeto por los derechos del prójimo y de la seguridad jurídica esenciales para un verdadero progreso general.
¡El tema no es nuevo ! El propio Santo Tomás de Aquino se refería al mismo cuando escribía hace siglos “la ley del impuesto se torna injusta cuando su peso no es igual para todos los miembros de la comunidad ; en tal caso más que leyes éstos son actos de violencia” .
Argentina necesita impuestos más orientados al consumo que a la ganancia, de fácil comprensión y cálculo sencillo, de alícuotas bajas y uniformes, sin sectores discriminados ni sectores privilegiados. Porque así se combate más eficazmente la evasión y se recauda más, porque se produce más.
Deshechando la progresividad que solo espanta a los inversores de riesgo y poco aporta al tesoro. Facilitando la creación de cientos de miles de nuevos emprendimientos mediante la simplificación extrema de la burocracia que nos paraliza y la comprensión cabal de que la prosperidad en estos tiempos nace de la flexibilidad y la adaptación. De la inteligencia para montarnos ya mismo en la economía del conocimiento de los pueblos más civilizados integrándonos con decisión a un planeta que se globaliza sin esperarnos. Beneficiando espectacularmente a los países que ofrecen las más amplias libertades económicas y respetan las propiedades y derechos individuales de sus habitantes.
Todo lo contrario de lo que aquí vemos a diario. Pero tan cercano como una simple ronda electoral. Previa educación del soberano, claro.
Secesión
Junio 2007
Existe la idea en muchas personas de que la humanidad se encamina en forma gradual e inexorable hacia un orden que algún día debería acabar en un sistema unipolar de gobierno mundial unificado.
Un orden en el que la tecnología será usada para controlarnos, eliminar diferencias y sojuzgarnos sin alternativas de elección.
La preferencia de los individuos, sin embargo, marcha en sentido opuesto.
Y múltiples son las señales de esta tendencia hacia la dispersión, valoración de lo diferente y respeto por lo individual antes que al aglutinamiento.
Las vimos en el desmembramiento imparable de la colectivizada Unión Soviética, de Yugoslavia o Checoslovaquia. Y las vemos en las fuertes tendencias secesionistas de regiones de España e Italia.
La señal más reciente, por caso, fue el claro pronunciamiento de los votantes de Escocia que avalaron a líderes políticos locales en su propósito de llevar a su nación a la secesión de Gran Bretaña en el mediano plazo.
O la explícita amenaza de tres provincias bolivianas de propiciar la secesión, dejando atrás al régimen totalitario indigenista de Evo Morales y a Bolivia como país. O el actual proceso de disolución de Irak, con varias facciones en feroz trance de división por motivos étnicos y religiosos…
El veloz avance de las tecnologías digitales, del procesamiento de información en tiempo real, de una seguridad bajo cánones de prevención, control y castigo de delincuentes en comunidades pequeñas mediante sistemas ultra modernos o el simple acceso ciudadano a sistemas informatizados de control de la gestión pública entre cientos de otros ejemplos, están cambiando las cosas.
El control remoto está cambiando de manos pasando de la masa (del Estado) al ciudadano, posibilitando cosas tales como la democracia directa municipalizada, la diferenciación casi individual del consumidor en los mercados modernos o las crecientes oportunidades del trabajo y el estudio a distancia.
La era de la computación nivela las disparidades y da armas al indefenso. Internet incomoda a los totalitarios y autoritarios que, cual dinosaurios, ven acercarse su fin.
El viejo anhelo humano de vivir en forma pacífica sin estar sometidos por la fuerza a normas y exacciones con las que no comulgamos podría estar más cerca de lo que suponemos.
Poder crecer como personas y en nuestro patrimonio sin cargar a la espalda con costosísimas y corruptas superestructuras estatales.
Sentirnos dueños de nuestras propias decisiones en lugar de esclavos de las decisiones tomadas por otros (aunque se nos permita cambiar de amo cada cuatro años).
Poder crear gradualmente un sistema que haga del pacifismo, el respeto absoluto por el otro y la no violencia una realidad de vida en lugar de simples declamaciones huecas y demagógicas. Un sistema modelo siglo XXI donde lo voluntario reemplace a lo obligatorio y donde una justicia implacable sin hijos y entenados castigue al delincuente forzándolo sin escape a resarcir a la víctima (no a “la sociedad”) el daño causado en forma individual. Ya existen medios. Ya está la tecnología. Ya están los capitales. Ya puede liberarse la creatividad al servicio de la seguridad y el progreso de los honestos y los laboriosos.
Podemos empezar a abrir los ojos y a vislumbrar dónde está el mejor futuro para nuestros hijos.
O podemos seguir votando lo mismo de siempre : jueces asustados, periodismo comprado, empresarios corruptos, jubilados y empleados públicos muertos de hambre (y jubilados políticos de privilegio), hospitales colapsados, desnutrición infantil, impunidad, inseguridad, piqueteros por todos lados, paros docentes, clientelismo crónico con desocupación, enseñanza pública desactualizada y sin Valores, mentiras del Indec, protestas del agro, más y más impuestos, más leyes anticonstitucionales, más trabas al comercio y al empleo genuino, más reglamentación laboral, estatismo, dirigismo…… violencia socialista obligatoria sin coto, con todas sus consecuencias.
Secesión no es una mala palabra. Por el contrario. Remite a hombres y mujeres que se ponen de pie con valentía en defensa de sus derechos, de sus libertades, de su manera de ver la vida y de su futuro. Nos recuerda que llegado el caso podemos no resignarnos a que nos violenten impunemente a caballo del totalitario “somos más”.
Es una palabra que refleja la propia naturaleza humana, siempre indómita en su búsqueda de dignidad, respeto y mejores oportunidades.
Nuestro país no está maduro aún para pensar en alguna secesión aunque caminando del brazo con Chávez, Castro y Morales nos hallemos en la ruta indicada.
Con algún dejo de humor podríamos imaginar, por ejemplo, una mancomunidad independiente formada por Tandil, Olavarría, Azul y Tapalqué que, tras plebiscitar su secesión de una Argentina socialista pusiera en marcha una revolución productiva de verdad. Paraíso fiscal, puerto libre, polo financiero y tecnológico, libertad económica total, férreas garantías de verdadera justicia y seguridad. De brazos abiertos a emprendedores, creativos, capitalistas, educadores, trabajadores, artistas e intelectuales del país y del mundo. Una sociedad civilizada, tolerante, diversa, abierta y pacífica ; globalizada con lo mejor de la civilización actual, con la más avanzada tecnología disponible y respetuosa de las decisiones de sus ciudadanos y vecinos.
Una sociedad así podría lograr en poco tiempo tal nivel de crecimiento que a poco de andar sobrepasaría en producto bruto a la Argentina restante, proporcionando a sus habitantes un nivel de vida que asombraría al continente entero. Una explosión de prosperidad general que llevaría a nuestros minúsculos (en términos de importancia económica) partidos al primer mundo sin escalas.
Una utopía espectacular, y posible por cierto. Pero para la cual nuestros votantes no están preparados ni suficientemente despiertos. Los dinosaurios aún dominan la tierra y a ellos la libertad real de elección no les va. Prefieren el orden de la fuerza bruta y el miedo, desde luego, porque les conviene.
Las utopías pueden parecer lejanas pero todo gran logro exitoso empezó alguna vez con una utopía. La democracia fue hace 2300 años una idea utópica en un mundo administrado por tiranos y salvajes.
Ponderemos con cuidado nuestro próximo voto ciudadano, en la dirección correcta. Pongamos inteligencia en nuestros sueños e ideales. No hay otro camino hacia el futuro.
Existe la idea en muchas personas de que la humanidad se encamina en forma gradual e inexorable hacia un orden que algún día debería acabar en un sistema unipolar de gobierno mundial unificado.
Un orden en el que la tecnología será usada para controlarnos, eliminar diferencias y sojuzgarnos sin alternativas de elección.
La preferencia de los individuos, sin embargo, marcha en sentido opuesto.
Y múltiples son las señales de esta tendencia hacia la dispersión, valoración de lo diferente y respeto por lo individual antes que al aglutinamiento.
Las vimos en el desmembramiento imparable de la colectivizada Unión Soviética, de Yugoslavia o Checoslovaquia. Y las vemos en las fuertes tendencias secesionistas de regiones de España e Italia.
La señal más reciente, por caso, fue el claro pronunciamiento de los votantes de Escocia que avalaron a líderes políticos locales en su propósito de llevar a su nación a la secesión de Gran Bretaña en el mediano plazo.
O la explícita amenaza de tres provincias bolivianas de propiciar la secesión, dejando atrás al régimen totalitario indigenista de Evo Morales y a Bolivia como país. O el actual proceso de disolución de Irak, con varias facciones en feroz trance de división por motivos étnicos y religiosos…
El veloz avance de las tecnologías digitales, del procesamiento de información en tiempo real, de una seguridad bajo cánones de prevención, control y castigo de delincuentes en comunidades pequeñas mediante sistemas ultra modernos o el simple acceso ciudadano a sistemas informatizados de control de la gestión pública entre cientos de otros ejemplos, están cambiando las cosas.
El control remoto está cambiando de manos pasando de la masa (del Estado) al ciudadano, posibilitando cosas tales como la democracia directa municipalizada, la diferenciación casi individual del consumidor en los mercados modernos o las crecientes oportunidades del trabajo y el estudio a distancia.
La era de la computación nivela las disparidades y da armas al indefenso. Internet incomoda a los totalitarios y autoritarios que, cual dinosaurios, ven acercarse su fin.
El viejo anhelo humano de vivir en forma pacífica sin estar sometidos por la fuerza a normas y exacciones con las que no comulgamos podría estar más cerca de lo que suponemos.
Poder crecer como personas y en nuestro patrimonio sin cargar a la espalda con costosísimas y corruptas superestructuras estatales.
Sentirnos dueños de nuestras propias decisiones en lugar de esclavos de las decisiones tomadas por otros (aunque se nos permita cambiar de amo cada cuatro años).
Poder crear gradualmente un sistema que haga del pacifismo, el respeto absoluto por el otro y la no violencia una realidad de vida en lugar de simples declamaciones huecas y demagógicas. Un sistema modelo siglo XXI donde lo voluntario reemplace a lo obligatorio y donde una justicia implacable sin hijos y entenados castigue al delincuente forzándolo sin escape a resarcir a la víctima (no a “la sociedad”) el daño causado en forma individual. Ya existen medios. Ya está la tecnología. Ya están los capitales. Ya puede liberarse la creatividad al servicio de la seguridad y el progreso de los honestos y los laboriosos.
Podemos empezar a abrir los ojos y a vislumbrar dónde está el mejor futuro para nuestros hijos.
O podemos seguir votando lo mismo de siempre : jueces asustados, periodismo comprado, empresarios corruptos, jubilados y empleados públicos muertos de hambre (y jubilados políticos de privilegio), hospitales colapsados, desnutrición infantil, impunidad, inseguridad, piqueteros por todos lados, paros docentes, clientelismo crónico con desocupación, enseñanza pública desactualizada y sin Valores, mentiras del Indec, protestas del agro, más y más impuestos, más leyes anticonstitucionales, más trabas al comercio y al empleo genuino, más reglamentación laboral, estatismo, dirigismo…… violencia socialista obligatoria sin coto, con todas sus consecuencias.
Secesión no es una mala palabra. Por el contrario. Remite a hombres y mujeres que se ponen de pie con valentía en defensa de sus derechos, de sus libertades, de su manera de ver la vida y de su futuro. Nos recuerda que llegado el caso podemos no resignarnos a que nos violenten impunemente a caballo del totalitario “somos más”.
Es una palabra que refleja la propia naturaleza humana, siempre indómita en su búsqueda de dignidad, respeto y mejores oportunidades.
Nuestro país no está maduro aún para pensar en alguna secesión aunque caminando del brazo con Chávez, Castro y Morales nos hallemos en la ruta indicada.
Con algún dejo de humor podríamos imaginar, por ejemplo, una mancomunidad independiente formada por Tandil, Olavarría, Azul y Tapalqué que, tras plebiscitar su secesión de una Argentina socialista pusiera en marcha una revolución productiva de verdad. Paraíso fiscal, puerto libre, polo financiero y tecnológico, libertad económica total, férreas garantías de verdadera justicia y seguridad. De brazos abiertos a emprendedores, creativos, capitalistas, educadores, trabajadores, artistas e intelectuales del país y del mundo. Una sociedad civilizada, tolerante, diversa, abierta y pacífica ; globalizada con lo mejor de la civilización actual, con la más avanzada tecnología disponible y respetuosa de las decisiones de sus ciudadanos y vecinos.
Una sociedad así podría lograr en poco tiempo tal nivel de crecimiento que a poco de andar sobrepasaría en producto bruto a la Argentina restante, proporcionando a sus habitantes un nivel de vida que asombraría al continente entero. Una explosión de prosperidad general que llevaría a nuestros minúsculos (en términos de importancia económica) partidos al primer mundo sin escalas.
Una utopía espectacular, y posible por cierto. Pero para la cual nuestros votantes no están preparados ni suficientemente despiertos. Los dinosaurios aún dominan la tierra y a ellos la libertad real de elección no les va. Prefieren el orden de la fuerza bruta y el miedo, desde luego, porque les conviene.
Las utopías pueden parecer lejanas pero todo gran logro exitoso empezó alguna vez con una utopía. La democracia fue hace 2300 años una idea utópica en un mundo administrado por tiranos y salvajes.
Ponderemos con cuidado nuestro próximo voto ciudadano, en la dirección correcta. Pongamos inteligencia en nuestros sueños e ideales. No hay otro camino hacia el futuro.
El Poder al Pueblo
Mayo 2007
Si bien en teoría nuestra Argentina se rige por el sistema de democracia representativa, republicana y federal, en la práctica nos encontramos sometidos a algo muy diferente.
El contrato está escrito. Se llama “Constitución Nacional de 1853” y fue redactada por sabios estadistas que de este modo catapultaron al país de desierto despoblado y semisalvaje a nación desarrollada, meca de inmigrantes europeos y reina indiscutida de iberoamérica.
Millones de pobres y desesperados de todo el orbe se agolparon en nuestros puertos para ingresar (el famoso “voto con los pies”), porque en la Argentina se vivía cada vez mejor, porque era posible progresar y hacer dinero honradamente y porque éramos un país de futuro luminoso.
Desde luego, cierto es que la democracia poco tuvo que ver con esta espectacular evolución. El gobernante Partido Conservador se constituyó en una aristocracia ilustrada que respetó el espíritu liberal de la Constitución en lo económico, en lo jurídico y en lo educativo mas no en los procesos electorales.
El resto es historia conocida. Pasada la primera década del siglo XX, una sucesión ininterrumpida de gobiernos radicales, militares y peronistas condujeron a nuestra patria por la pendiente de decadencia que aún hoy continuamos transitando.
Argentina perdió (y pierde) prestigio, credibilidad, potencia económica y calidad de vida con respecto a otros países por haberse apartado de aquel espíritu de progreso ilustrado.
Por haber bastardeado lo de “republicana y federal” quedándonos solo con lo de “representativa” ( Robespierre, Stalin, Hitler, Mao, Castro, Pol Pot, Chavez, Morales o Correa fueron y son claramente “representativos”).
Pero la madre del borrego no es la democracia y su sistema de contrapesos republicanos. El fondo real del asunto es la gente, el pueblo y sus libertades inalienables. El ciudadano y su derecho a ser respetado pase lo que pase en su persona y en su propiedad.
He ahí el meollo de la civilización.
El ejercicio y goce de las enormes ventajas de la libertad como sistema, sin embargo, está íntimamente unido al grado de cultura individual y social que se posea.
Para pasar algún día el poder al pueblo deberemos antes exigir algo que va directamente en contra de los intereses de la clase político-sindical-anti derechos que nos rije : educación de verdad.
Exigir no solamente una educación de calidad modelo siglo XXI sino una educación que forme deliberadamente ciudadanos pensantes por si mismos, críticos de la opresión y la violencia, respetuosos y custodios a ultranza del derecho ajeno, estimulados en la cultura del trabajo honrado y del progreso material, férreos defensores de su propia libertad en la elección del modo de vida y enormemente conscientes de su responsabilidad como individuos respecto de las consecuencias de sus actos.
Este es, qué duda cabe, el tipo de exigencia ineludible que cada uno de nosotros debería ponderar serenamente a la hora de elegir en las urnas, una vez más, a quienes decidirán nuestro destino colectivo.
Si bien en teoría nuestra Argentina se rige por el sistema de democracia representativa, republicana y federal, en la práctica nos encontramos sometidos a algo muy diferente.
El contrato está escrito. Se llama “Constitución Nacional de 1853” y fue redactada por sabios estadistas que de este modo catapultaron al país de desierto despoblado y semisalvaje a nación desarrollada, meca de inmigrantes europeos y reina indiscutida de iberoamérica.
Millones de pobres y desesperados de todo el orbe se agolparon en nuestros puertos para ingresar (el famoso “voto con los pies”), porque en la Argentina se vivía cada vez mejor, porque era posible progresar y hacer dinero honradamente y porque éramos un país de futuro luminoso.
Desde luego, cierto es que la democracia poco tuvo que ver con esta espectacular evolución. El gobernante Partido Conservador se constituyó en una aristocracia ilustrada que respetó el espíritu liberal de la Constitución en lo económico, en lo jurídico y en lo educativo mas no en los procesos electorales.
El resto es historia conocida. Pasada la primera década del siglo XX, una sucesión ininterrumpida de gobiernos radicales, militares y peronistas condujeron a nuestra patria por la pendiente de decadencia que aún hoy continuamos transitando.
Argentina perdió (y pierde) prestigio, credibilidad, potencia económica y calidad de vida con respecto a otros países por haberse apartado de aquel espíritu de progreso ilustrado.
Por haber bastardeado lo de “republicana y federal” quedándonos solo con lo de “representativa” ( Robespierre, Stalin, Hitler, Mao, Castro, Pol Pot, Chavez, Morales o Correa fueron y son claramente “representativos”).
Pero la madre del borrego no es la democracia y su sistema de contrapesos republicanos. El fondo real del asunto es la gente, el pueblo y sus libertades inalienables. El ciudadano y su derecho a ser respetado pase lo que pase en su persona y en su propiedad.
He ahí el meollo de la civilización.
El ejercicio y goce de las enormes ventajas de la libertad como sistema, sin embargo, está íntimamente unido al grado de cultura individual y social que se posea.
Para pasar algún día el poder al pueblo deberemos antes exigir algo que va directamente en contra de los intereses de la clase político-sindical-anti derechos que nos rije : educación de verdad.
Exigir no solamente una educación de calidad modelo siglo XXI sino una educación que forme deliberadamente ciudadanos pensantes por si mismos, críticos de la opresión y la violencia, respetuosos y custodios a ultranza del derecho ajeno, estimulados en la cultura del trabajo honrado y del progreso material, férreos defensores de su propia libertad en la elección del modo de vida y enormemente conscientes de su responsabilidad como individuos respecto de las consecuencias de sus actos.
Este es, qué duda cabe, el tipo de exigencia ineludible que cada uno de nosotros debería ponderar serenamente a la hora de elegir en las urnas, una vez más, a quienes decidirán nuestro destino colectivo.
Representatividad
Marzo 2007
Nuestra sociedad acepta de facto un “contrato social” de convivencia basado en la forma de gobierno que llamamos Democracia Representativa, Republicana y Federal.
Se trata de un sistema ideado hace unos 2.400 años por los antiguos griegos luego dejado de lado durante centurias y finalmente remozado para adaptarlo a una sociedad que se masificaba, hacia mediados del siglo XVIII.
La constitución de los Estados Unidos, de la segunda mitad de aquel siglo, sustenta y ejemplifica aún hoy la mejor aplicación práctica lograda del “moderno” sistema democrático.
Nos rige pues, un ordenamiento social con olor a naftalina y que en la inmensa mayoría de los casos ha generado y genera dosis demasiado altas de corrupción, atropello de derechos individuales, muy costosas burocracias con jubilaciones de privilegio a costa de “otros” y enormes frenos de toda clase a la creatividad y al progreso personal.
Es un orden que se adapta mal a los sistemas de creación de riqueza de la tercera ola (la primera ola fue la economía agraria, la segunda fue la economía industrial y la tercera es la economía del conocimiento), sistemas en los que nuestra Argentina debiera estar a la vanguardia.
La democracia representativa, republicana y federal no es, ciertamente, el fin del camino de la humanidad en su búsqueda de mayores estándares de confort y libertad, respeto por el prójimo y no violencia. Es solo un estadío más en el largo derrotero que nos aleja penosamente de la barbarie, y bastante primitivo.
Si todo ello se verifica en aquellas sociedades que solemos poner como ejemplo de buen funcionamiento democrático, qué queda para nuestro país, donde podemos comprobar a diario (y hasta por horas) que las dos últimas palabras que definen al sistema, “republicana y federal”, son tan solo cartón pintado y declamación hueca.
Demás está decir que los regímenes autoritarios o totalitarios (con o sin apoyo en las urnas) son todavía peores bajo la óptica civilizada de la absoluta no violencia a la que debemos aspirar.
Pero dejemos por ahora todo esto de lado y examinemos un poco la segunda palabra : “representativa”.
¿A quién representan quienes están al mando? Se supone que representan fielmente a quienes los votaron. El presidente y sus ministros, por ejemplo, actúan en representación de todas aquellas personas que votaron su lista. Un diputado de la oposición actúa en representación (por cuenta y orden) de quienes pusieron su nombre en la urna.
En el primer caso los votantes, por interpósita persona, son (o deberían ser) personalmente responsables de las consecuencias de los actos de gobierno.
En el segundo caso, sus representantes solo influyen con su anuencia o su oposición a través de las leyes que emite el Poder Legislativo siendo su responsabilidad un tanto menor en las malas decisiones que puedan estarse adoptando.
Y decimos “malas decisiones” con la mirada puesta en la retrospectiva de una Argentina que no cesa de caer en el ranking de las naciones desde hace muchas décadas, donde precisamente uno de los responsables de esta decadencia económica y moral sentenció “la única verdad es la realidad”.
Aún así, quienes emitieron de buena fe su voto lo hicieron bajo la condición implícita de votar dentro de una democracia representativa, republicana y federal. Lo cual aquí dista de ser cierto.
Probablemente la Argentina se esté manejando dentro de un sistema de autoritarismo electivo con escasas garantías constitucionales (puede hacerse casi cualquier cosa que al gobierno se le ocurra) y casi nula influencia opositora.
¡Qué decir, finalmente, de quienes votan en blanco!
Votos que expresan desacuerdo con tal estado de cosas y que se niegan a convalidar a representantes que ingresen en su nombre dentro de un sistema que no aprueban de ninguna manera.
Tal vez no se sepa lo que estos ciudadanos concretamente quieren mas sí se sabe lo que no quieren. Hubo ocasiones en las que el voto en blanco logró altos porcentajes pero como esto no conviene a los intereses de la corporación política que hizo las reglas del juego, simplemente no cuentan. Se los deshecha sin considerarlos quitándoles todo peso, cuando su opinión verdadera puede traducirse en bancas vacías en el parlamento y nulo respaldo a la carta blanca del Poder Ejecutivo para cometer sus tropelías.
Y no debemos olvidar que la minoría más pequeña es la de una sola persona, y que sus derechos valen tanto como los de millones porque la voluntad de todo un pueblo pisoteando los derechos de uno solo no puede hacer justo lo que es injusto.
Es claro que el principio de sacrificar minorías invalida el derecho e introduce la arbitrariedad.
La democracia es en si misma un deficiente sistema de organización social. Desactualizado, obsoleto y propio de épocas todavía más oscuras y atrasadas de la civilización.
Aún en los mejores ejemplos, mal adaptada a la economía del conocimiento, a la no violencia y a las libertades individuales que deben signar nuestro futuro.
Y en nuestra Argentina, donde se constituyó desde hace tiempo en simple dictadura de la mayoría por los gravísimos defectos que la desnaturalizan, carece ya de cualquier sustento lógico o ético en el marco de un mundo que ofrece increíbles oportunidades de progreso a las sociedades que privilegien el respeto cabal al individuo, a su libertad, a la propiedad, a la seguridad y a la verdadera justicia.
Pretender que todos nos sintamos representados por quienes están hoy al mando es en verdad una pretensión temeraria.
Al menos para quienes creemos tener un modesto grado de evolución, alguna amplitud de visión y la necesidad de expresarla libremente.
Nuestra sociedad acepta de facto un “contrato social” de convivencia basado en la forma de gobierno que llamamos Democracia Representativa, Republicana y Federal.
Se trata de un sistema ideado hace unos 2.400 años por los antiguos griegos luego dejado de lado durante centurias y finalmente remozado para adaptarlo a una sociedad que se masificaba, hacia mediados del siglo XVIII.
La constitución de los Estados Unidos, de la segunda mitad de aquel siglo, sustenta y ejemplifica aún hoy la mejor aplicación práctica lograda del “moderno” sistema democrático.
Nos rige pues, un ordenamiento social con olor a naftalina y que en la inmensa mayoría de los casos ha generado y genera dosis demasiado altas de corrupción, atropello de derechos individuales, muy costosas burocracias con jubilaciones de privilegio a costa de “otros” y enormes frenos de toda clase a la creatividad y al progreso personal.
Es un orden que se adapta mal a los sistemas de creación de riqueza de la tercera ola (la primera ola fue la economía agraria, la segunda fue la economía industrial y la tercera es la economía del conocimiento), sistemas en los que nuestra Argentina debiera estar a la vanguardia.
La democracia representativa, republicana y federal no es, ciertamente, el fin del camino de la humanidad en su búsqueda de mayores estándares de confort y libertad, respeto por el prójimo y no violencia. Es solo un estadío más en el largo derrotero que nos aleja penosamente de la barbarie, y bastante primitivo.
Si todo ello se verifica en aquellas sociedades que solemos poner como ejemplo de buen funcionamiento democrático, qué queda para nuestro país, donde podemos comprobar a diario (y hasta por horas) que las dos últimas palabras que definen al sistema, “republicana y federal”, son tan solo cartón pintado y declamación hueca.
Demás está decir que los regímenes autoritarios o totalitarios (con o sin apoyo en las urnas) son todavía peores bajo la óptica civilizada de la absoluta no violencia a la que debemos aspirar.
Pero dejemos por ahora todo esto de lado y examinemos un poco la segunda palabra : “representativa”.
¿A quién representan quienes están al mando? Se supone que representan fielmente a quienes los votaron. El presidente y sus ministros, por ejemplo, actúan en representación de todas aquellas personas que votaron su lista. Un diputado de la oposición actúa en representación (por cuenta y orden) de quienes pusieron su nombre en la urna.
En el primer caso los votantes, por interpósita persona, son (o deberían ser) personalmente responsables de las consecuencias de los actos de gobierno.
En el segundo caso, sus representantes solo influyen con su anuencia o su oposición a través de las leyes que emite el Poder Legislativo siendo su responsabilidad un tanto menor en las malas decisiones que puedan estarse adoptando.
Y decimos “malas decisiones” con la mirada puesta en la retrospectiva de una Argentina que no cesa de caer en el ranking de las naciones desde hace muchas décadas, donde precisamente uno de los responsables de esta decadencia económica y moral sentenció “la única verdad es la realidad”.
Aún así, quienes emitieron de buena fe su voto lo hicieron bajo la condición implícita de votar dentro de una democracia representativa, republicana y federal. Lo cual aquí dista de ser cierto.
Probablemente la Argentina se esté manejando dentro de un sistema de autoritarismo electivo con escasas garantías constitucionales (puede hacerse casi cualquier cosa que al gobierno se le ocurra) y casi nula influencia opositora.
¡Qué decir, finalmente, de quienes votan en blanco!
Votos que expresan desacuerdo con tal estado de cosas y que se niegan a convalidar a representantes que ingresen en su nombre dentro de un sistema que no aprueban de ninguna manera.
Tal vez no se sepa lo que estos ciudadanos concretamente quieren mas sí se sabe lo que no quieren. Hubo ocasiones en las que el voto en blanco logró altos porcentajes pero como esto no conviene a los intereses de la corporación política que hizo las reglas del juego, simplemente no cuentan. Se los deshecha sin considerarlos quitándoles todo peso, cuando su opinión verdadera puede traducirse en bancas vacías en el parlamento y nulo respaldo a la carta blanca del Poder Ejecutivo para cometer sus tropelías.
Y no debemos olvidar que la minoría más pequeña es la de una sola persona, y que sus derechos valen tanto como los de millones porque la voluntad de todo un pueblo pisoteando los derechos de uno solo no puede hacer justo lo que es injusto.
Es claro que el principio de sacrificar minorías invalida el derecho e introduce la arbitrariedad.
La democracia es en si misma un deficiente sistema de organización social. Desactualizado, obsoleto y propio de épocas todavía más oscuras y atrasadas de la civilización.
Aún en los mejores ejemplos, mal adaptada a la economía del conocimiento, a la no violencia y a las libertades individuales que deben signar nuestro futuro.
Y en nuestra Argentina, donde se constituyó desde hace tiempo en simple dictadura de la mayoría por los gravísimos defectos que la desnaturalizan, carece ya de cualquier sustento lógico o ético en el marco de un mundo que ofrece increíbles oportunidades de progreso a las sociedades que privilegien el respeto cabal al individuo, a su libertad, a la propiedad, a la seguridad y a la verdadera justicia.
Pretender que todos nos sintamos representados por quienes están hoy al mando es en verdad una pretensión temeraria.
Al menos para quienes creemos tener un modesto grado de evolución, alguna amplitud de visión y la necesidad de expresarla libremente.
Malentendidos
Diciembre 2006
El gobierno y el sector agropecuario no se entienden muy bien.
El campo en general y en particular cada uno de los integrantes del complejo agroindustrial argentino piensan que el sistema democrático no autoriza por simple peso numérico la adopción de medidas por parte del Estado que sean violatorias de la libertad de comercio y de la igualdad ante la ley.
Estas violaciones al pacto constitucional pueden verse, por ejemplo, en las prohibiciones de exportar, los impuestos discriminatorios contra la actividad o la intervención sobre mercados transparentes, legales y libres entre otros muchos tópicos.
Creen con el apoyo de toda la evidencia mundialmente disponible, que su sector puede ser la locomotora económica que arrastre a otros sectores nacionales con ventajas comparativas al círculo virtuoso de la explosión de inversiones y del crecimiento multiplicador de empleos y salarios.
El actual gobierno peronista reitera en cambio los vicios del pasado basando el actual crecimiento en un sistema de clave socialista.
Sistemas como este, totalitarios, coercitivos, dirigistas y de fuerte tendencia represora ya fueron probados sobre nuestra sociedad consiguiendo siempre algunos años de ficticia bonanza que inevitablemente terminaron en crisis, culpas cruzadas y airadas decepciones, con la Argentina algunos escalones por debajo de donde se encontraba.
Es nuestra historia desde –al menos- 1916 hasta el presente y de nuestra caída desde el Primer Mundo hasta una pobreza y un descrédito indigno y vergonzante.
El malentendido consiste entonces en lo siguiente : el campo pide pista para un despegue que por propia naturaleza involucraría a los pueblos del interior, las economías regionales y las regiones de mayor importancia geoestratégica. La aparición de grandes mercados emergentes y el impresionante aumento de la demanda mundial de alimentos y biocombustibles abren oportunidades únicas para lo que producimos con mayor eficiencia.
Para no seguir perdiendo el tren de la Historia, solicitan empezar a frenar la descomunal sangría de decenas de miles de millones de dólares que durante las últimas siete décadas el Estado quitó por la fuerza al sector (mediante retenciones, cambios diferenciales, impuestos especiales y otros artilugios intervencionistas) para transferirlos al propio Estado y para “ayudar” con subsidios y precios falsos a otros sectores de la economía nacional.
El resultado de tal sacrificio fue haber frenado el crecimiento del complejo agroindustrial y haber perdido competitividad global como país, empujándonos a la indigencia, la marginalidad y falta de oportunidades para la mayoría. La “ayuda” resultó en un verdadero salvavidas de plomo que contribuyó con fuerza a ahogar el derecho popular a vivir en un país desarrollado.
Los políticos, en cambio, piensan que el agro debe seguir siendo básicamente “caja”.
La producción, el crecimiento de la agroindustria, las oportunidades de precios y el lanzamiento de esta locomotora detenida pueden esperar.
Es más importante seguir transfiriendo fondos al Estado para que este pueda seguir sosteniendo al sistema.
Sistema que consiste en un intrincado festival de subsidios cruzados, clientelismo oficialista, precios máximos y prohibiciones con el único objetivo de mantener bajo control un número llamado Indice de Precios al Consumidor (IPC), que vigila los valores de venta de algunos (pocos) artículos y servicios básicos elegidos. Esto, piensan no sin razón, les asegura otro período en el poder.
Mientras tanto miles de otros bienes escapan a esta codificación burocrática confirmando la sensación más perspicaz de que el IPC no refleja la realidad.
Mantener controlado este número por el camino fiscal elegido implica que el gobierno recorta ganancias a buena parte de la sociedad, distorsiona el cálculo económico racional y genera grandes oportunidades de negocios en sectores de menor eficiencia relativa. Ejemplos de esto último pueden verse en el boom de los sectores inmobiliario y automotor, que benefician a las clases media y alta.
Se disminuyen así la competitividad exportadora del país en plena globalización y el desembarco de capitales a gran escala en las áreas en las que Argentina descollaría a nivel mundial (granos, carnes, aceites, maderas, textiles, alimentos procesados, biotecnología, hortalizas, frutas, marroquinería, acuicultura y muchas otras).
Porque, no nos engañemos. El mundo se especializa, se individualiza y crece en eficiencia y productividad a paso veloz.
La creatividad y sus coequiper, la libertad económica y la seguridad jurídica son las llaves de un futuro que ya está encima nuestro, que nos atropella sin contemplaciones amenazando mandarnos a la cuneta en forma definitiva.
Malentendidos como el que vemos entre el agro y el poder, desnudan nuestra verdadera pequeñez mental. Nuestra visión provinciana del planeta. Nuestra falta de coraje cívico.
Seguir apoyando ideologías perimidas y arcaicas en las urnas solamente nos traerá aquello que procuramos evitar.
El gobierno y el sector agropecuario no se entienden muy bien.
El campo en general y en particular cada uno de los integrantes del complejo agroindustrial argentino piensan que el sistema democrático no autoriza por simple peso numérico la adopción de medidas por parte del Estado que sean violatorias de la libertad de comercio y de la igualdad ante la ley.
Estas violaciones al pacto constitucional pueden verse, por ejemplo, en las prohibiciones de exportar, los impuestos discriminatorios contra la actividad o la intervención sobre mercados transparentes, legales y libres entre otros muchos tópicos.
Creen con el apoyo de toda la evidencia mundialmente disponible, que su sector puede ser la locomotora económica que arrastre a otros sectores nacionales con ventajas comparativas al círculo virtuoso de la explosión de inversiones y del crecimiento multiplicador de empleos y salarios.
El actual gobierno peronista reitera en cambio los vicios del pasado basando el actual crecimiento en un sistema de clave socialista.
Sistemas como este, totalitarios, coercitivos, dirigistas y de fuerte tendencia represora ya fueron probados sobre nuestra sociedad consiguiendo siempre algunos años de ficticia bonanza que inevitablemente terminaron en crisis, culpas cruzadas y airadas decepciones, con la Argentina algunos escalones por debajo de donde se encontraba.
Es nuestra historia desde –al menos- 1916 hasta el presente y de nuestra caída desde el Primer Mundo hasta una pobreza y un descrédito indigno y vergonzante.
El malentendido consiste entonces en lo siguiente : el campo pide pista para un despegue que por propia naturaleza involucraría a los pueblos del interior, las economías regionales y las regiones de mayor importancia geoestratégica. La aparición de grandes mercados emergentes y el impresionante aumento de la demanda mundial de alimentos y biocombustibles abren oportunidades únicas para lo que producimos con mayor eficiencia.
Para no seguir perdiendo el tren de la Historia, solicitan empezar a frenar la descomunal sangría de decenas de miles de millones de dólares que durante las últimas siete décadas el Estado quitó por la fuerza al sector (mediante retenciones, cambios diferenciales, impuestos especiales y otros artilugios intervencionistas) para transferirlos al propio Estado y para “ayudar” con subsidios y precios falsos a otros sectores de la economía nacional.
El resultado de tal sacrificio fue haber frenado el crecimiento del complejo agroindustrial y haber perdido competitividad global como país, empujándonos a la indigencia, la marginalidad y falta de oportunidades para la mayoría. La “ayuda” resultó en un verdadero salvavidas de plomo que contribuyó con fuerza a ahogar el derecho popular a vivir en un país desarrollado.
Los políticos, en cambio, piensan que el agro debe seguir siendo básicamente “caja”.
La producción, el crecimiento de la agroindustria, las oportunidades de precios y el lanzamiento de esta locomotora detenida pueden esperar.
Es más importante seguir transfiriendo fondos al Estado para que este pueda seguir sosteniendo al sistema.
Sistema que consiste en un intrincado festival de subsidios cruzados, clientelismo oficialista, precios máximos y prohibiciones con el único objetivo de mantener bajo control un número llamado Indice de Precios al Consumidor (IPC), que vigila los valores de venta de algunos (pocos) artículos y servicios básicos elegidos. Esto, piensan no sin razón, les asegura otro período en el poder.
Mientras tanto miles de otros bienes escapan a esta codificación burocrática confirmando la sensación más perspicaz de que el IPC no refleja la realidad.
Mantener controlado este número por el camino fiscal elegido implica que el gobierno recorta ganancias a buena parte de la sociedad, distorsiona el cálculo económico racional y genera grandes oportunidades de negocios en sectores de menor eficiencia relativa. Ejemplos de esto último pueden verse en el boom de los sectores inmobiliario y automotor, que benefician a las clases media y alta.
Se disminuyen así la competitividad exportadora del país en plena globalización y el desembarco de capitales a gran escala en las áreas en las que Argentina descollaría a nivel mundial (granos, carnes, aceites, maderas, textiles, alimentos procesados, biotecnología, hortalizas, frutas, marroquinería, acuicultura y muchas otras).
Porque, no nos engañemos. El mundo se especializa, se individualiza y crece en eficiencia y productividad a paso veloz.
La creatividad y sus coequiper, la libertad económica y la seguridad jurídica son las llaves de un futuro que ya está encima nuestro, que nos atropella sin contemplaciones amenazando mandarnos a la cuneta en forma definitiva.
Malentendidos como el que vemos entre el agro y el poder, desnudan nuestra verdadera pequeñez mental. Nuestra visión provinciana del planeta. Nuestra falta de coraje cívico.
Seguir apoyando ideologías perimidas y arcaicas en las urnas solamente nos traerá aquello que procuramos evitar.
Recaudaciones
Octubre 2006
Desde hace algún tiempo venimos leyendo en los diarios, escuchando en las radios o informándonos en los noticieros de tevé que la recaudación impositiva (en especial la nacional) crece mes a mes batiendo récords .
Cada nueva medición trae cifras que superan a las de igual período del año anterior configurando una tendencia ascendente que pone exultantes a quienes manejan el Estado y por empatía, es tomada con una sensación de satisfacción y optimismo por buena parte de la población.
A primera vista parece una buena noticia para sectores como los jubilados, empleados públicos, universidades estatales, hospitales, fuerzas de seguridad y para toda la inmensa legión de quienes dependen de las finanzas públicas en nuestro país incluyendo, claro está, a los millones de personas que cobran planes sociales y subsidios por desempleo.
Un Estado boyante de dinero y con una tendencia recaudatoria en alza, supone garantías de que todos ellos seguirán recibiendo sus billetes puntualmente e incluso genera la esperanza de que los estipendios percibidos podrían aumentar.
Ahora cambiemos por un momento el ángulo de mira y atrevámonos a pensar con más profundidad. Con más responsabilidad.
Ello implica comprender que cada peso que se quite a las empresas privadas por impuestos (a la producción, a los servicios o al comercio), es un peso que no se reinvierte en crecimiento, competitividad dentro de un mundo que se globaliza sin retorno y creación de más empleo genuino mejor remunerado.
Es comprender que el gasto que haga el Estado con el dinero extraído a la actividad privada será siempre mucho menos eficiente.
Si los argentinos usáramos la creatividad y la inteligencia que nos distinguen para ver más allá de lo obvio entenderíamos finalmente que para sacar al país del puesto número 101 (desde luego, seguimos cayendo ; y eso que el año pasado ya éramos… ¡93!) impulsándolo hacia arriba no podemos seguir insistiendo con la misma y prehistórica receta fiscalista.
Con eso contribuimos a frenar el avance del país en su conjunto, retrasando gravemente los tiempos de erradicación de la pobreza.
Y el dinero extraído por la fuerza al sector dinamizador (privado) para transferirlo al sector esterilizador (estatal) no es poco.
La presión impositiva, que hoy equivale a 30 puntos del PBI está siendo aplicada sobre el 70 % del sector privado, que es la proporción operada en blanco. La recaudación real representa entonces para los que pagan, una presión impositiva de 45 puntos del PBI, lo cual supera ampliamente el promedio de lo que se paga en los 7 países más avanzados del globo.
Recientes estudios demuestran que no ya para las empresas sino para cualquier familia tipo de clase media o media baja en la Argentina, la carga del Estado sobre el total de sus gastos oscila
¡ entre el 35 y el 40 % !
Esta tendencia no es nueva. Si bien en los últimos 45 años (desde que hay estadísticas confiables) nunca se llegó a la presión actual, lo constante a través de gobiernos radicales, militares o peronistas fue y es la preferencia por un sistema clientelista, fiscalista y estatista.
Usar la excusa de que somos un país con serios problemas de pobreza y marginalidad para justificar una presión impositiva que pone al sector más eficiente como piso del sector menos eficiente es reincidir en el error.
La receta que se aplica hoy con ciega tozudez es la que nos condujo a la pobreza. La Argentina es un país pobre porque desde hace más de 76 años viene fustigándose con esa receta. La de los países pobres.
Pruebas al canto : sigue obligándose al agro, que es el sector más competitivo y eficiente, a ser proveedor de alimentos baratos para otros sectores con el objeto de tapar la inflación y de impulsar una industria sustitutiva de importaciones, receta abandonada hace muchas décadas por el mundo civilizado. Lo que hacen los que nos están aventajando es dar rienda al sector eficiente para que sea una locomotora que arrastre a otros sectores en su crecimiento.
Pero no. Lo “políticamente correcto” es ¡ considerarlo una oligarquía a la que hay que expropiarle la renta !
Hace 50 años, por caso, esto se hizo a través del IAPI y hoy se lo lleva a cabo a través de prohibición de exportaciones o de retenciones, entre otros tratamientos fiscales discriminatorios.
El caso del agro es solo un ejemplo del recetario de la indigencia, alrededor del cual los argentinos y las argentinas seguimos dando vueltas como mulas encadenadas a una noria.
El voto mayoritario convalida hoy a los que hunden a los sectores eficientes, apoyando la vigencia de un socialismo a la criolla que socava la seguridad jurídica, ataca el vital principio de propiedad privada (entre otras cosas con altísimos impuestos) y restringe tanto las libertades básicas como la seguridad personal. La receta totalitaria a pleno.
El resultado de este apoyo es ir quedando cada vez más atrás en competitividad y mejoras en el nivel de vida de los sectores de bajos ingresos, dejando que otras sociedades ocupen mercados que deberían ser nuestros por historia, capacidad y recursos.
Consecuentemente, la alegría gubernamental y el optimismo de quienes dependen del Estado para vivir son , como tantas veces nos pasó, pan para hoy y hambre para mañana. Pan para la próxima elección y hambre para la Argentina posible.
Desde hace algún tiempo venimos leyendo en los diarios, escuchando en las radios o informándonos en los noticieros de tevé que la recaudación impositiva (en especial la nacional) crece mes a mes batiendo récords .
Cada nueva medición trae cifras que superan a las de igual período del año anterior configurando una tendencia ascendente que pone exultantes a quienes manejan el Estado y por empatía, es tomada con una sensación de satisfacción y optimismo por buena parte de la población.
A primera vista parece una buena noticia para sectores como los jubilados, empleados públicos, universidades estatales, hospitales, fuerzas de seguridad y para toda la inmensa legión de quienes dependen de las finanzas públicas en nuestro país incluyendo, claro está, a los millones de personas que cobran planes sociales y subsidios por desempleo.
Un Estado boyante de dinero y con una tendencia recaudatoria en alza, supone garantías de que todos ellos seguirán recibiendo sus billetes puntualmente e incluso genera la esperanza de que los estipendios percibidos podrían aumentar.
Ahora cambiemos por un momento el ángulo de mira y atrevámonos a pensar con más profundidad. Con más responsabilidad.
Ello implica comprender que cada peso que se quite a las empresas privadas por impuestos (a la producción, a los servicios o al comercio), es un peso que no se reinvierte en crecimiento, competitividad dentro de un mundo que se globaliza sin retorno y creación de más empleo genuino mejor remunerado.
Es comprender que el gasto que haga el Estado con el dinero extraído a la actividad privada será siempre mucho menos eficiente.
Si los argentinos usáramos la creatividad y la inteligencia que nos distinguen para ver más allá de lo obvio entenderíamos finalmente que para sacar al país del puesto número 101 (desde luego, seguimos cayendo ; y eso que el año pasado ya éramos… ¡93!) impulsándolo hacia arriba no podemos seguir insistiendo con la misma y prehistórica receta fiscalista.
Con eso contribuimos a frenar el avance del país en su conjunto, retrasando gravemente los tiempos de erradicación de la pobreza.
Y el dinero extraído por la fuerza al sector dinamizador (privado) para transferirlo al sector esterilizador (estatal) no es poco.
La presión impositiva, que hoy equivale a 30 puntos del PBI está siendo aplicada sobre el 70 % del sector privado, que es la proporción operada en blanco. La recaudación real representa entonces para los que pagan, una presión impositiva de 45 puntos del PBI, lo cual supera ampliamente el promedio de lo que se paga en los 7 países más avanzados del globo.
Recientes estudios demuestran que no ya para las empresas sino para cualquier familia tipo de clase media o media baja en la Argentina, la carga del Estado sobre el total de sus gastos oscila
¡ entre el 35 y el 40 % !
Esta tendencia no es nueva. Si bien en los últimos 45 años (desde que hay estadísticas confiables) nunca se llegó a la presión actual, lo constante a través de gobiernos radicales, militares o peronistas fue y es la preferencia por un sistema clientelista, fiscalista y estatista.
Usar la excusa de que somos un país con serios problemas de pobreza y marginalidad para justificar una presión impositiva que pone al sector más eficiente como piso del sector menos eficiente es reincidir en el error.
La receta que se aplica hoy con ciega tozudez es la que nos condujo a la pobreza. La Argentina es un país pobre porque desde hace más de 76 años viene fustigándose con esa receta. La de los países pobres.
Pruebas al canto : sigue obligándose al agro, que es el sector más competitivo y eficiente, a ser proveedor de alimentos baratos para otros sectores con el objeto de tapar la inflación y de impulsar una industria sustitutiva de importaciones, receta abandonada hace muchas décadas por el mundo civilizado. Lo que hacen los que nos están aventajando es dar rienda al sector eficiente para que sea una locomotora que arrastre a otros sectores en su crecimiento.
Pero no. Lo “políticamente correcto” es ¡ considerarlo una oligarquía a la que hay que expropiarle la renta !
Hace 50 años, por caso, esto se hizo a través del IAPI y hoy se lo lleva a cabo a través de prohibición de exportaciones o de retenciones, entre otros tratamientos fiscales discriminatorios.
El caso del agro es solo un ejemplo del recetario de la indigencia, alrededor del cual los argentinos y las argentinas seguimos dando vueltas como mulas encadenadas a una noria.
El voto mayoritario convalida hoy a los que hunden a los sectores eficientes, apoyando la vigencia de un socialismo a la criolla que socava la seguridad jurídica, ataca el vital principio de propiedad privada (entre otras cosas con altísimos impuestos) y restringe tanto las libertades básicas como la seguridad personal. La receta totalitaria a pleno.
El resultado de este apoyo es ir quedando cada vez más atrás en competitividad y mejoras en el nivel de vida de los sectores de bajos ingresos, dejando que otras sociedades ocupen mercados que deberían ser nuestros por historia, capacidad y recursos.
Consecuentemente, la alegría gubernamental y el optimismo de quienes dependen del Estado para vivir son , como tantas veces nos pasó, pan para hoy y hambre para mañana. Pan para la próxima elección y hambre para la Argentina posible.
Modelando la Arcilla del Futuro
Octubre 2006
Reiteradamente definida como “el peor sistema de gobierno exceptuando todos los demás”, la democracia representativa, republicana y federal es en verdad un pésimo sistema de gobierno.
Y lo es aún en aquellas sociedades cuyo sistema democrático es mirado con admiración, como Suiza o los Estados Unidos, donde la división de poderes es un hecho tangible y aceitados mecanismos de contralor ciudadano hacen que todo funcione como un mecanismo de relojería.
Es lo mejor que se ha probado si lo comparamos con caudillos sanguinarios, impíos dictadores comunistas, monarquías absolutistas y hereditarias, oscuros regímenes tribales, peligrosos líderes iluminados o incluso con el siempre presente fantasma de un anarquismo caótico y salvaje.
Comparada con las lacras, genocidios y abusos de toda índole sufridos por los individuos a lo largo de milenios, la moderna democracia parece ciertamente un sistema aceptable.
¿Por qué decimos que así y todo es pésimo? Porque aunque nos moleste recordarlo, el fin no justifica los medios. Y los medios necesarios para que el aparato democrático se mueva, se basan en conceptos altamente inmorales : violencia, coerción, robo, amenazas, impedimentos al libre albedrío, imposiciones contra nuestra voluntad y multitud de atropellos contra hombres y mujeres que a nadie han dañado.
¿Cómo es esto? la organización que se necesita para coordinar los enormes y complejos engranajes institucionales que la democracia precisa, se mueve con dinero. Nadie podría poner reparos a esto si el dinero en cuestión fuese aportado voluntariamente.
¿Se imagina alguien la implementación de impuestos voluntarios? El Estado que pusiese esto en práctica caería por tierra en pocos meses muriendo fatalmente de inanición.
Los impuestos, pues, son coercitivos. Estemos o no de acuerdo, hayamos o no votado por ese gobierno, deberemos pagar bajo pena de que el Estado (que ejerce el monopolio legal de la violencia) caiga sobre nosotros para obligarnos por la fuerza.
Los que enarbolan el garrote quitan el producto de su esfuerzo al más débil quien lo entrega bajo amenaza de castigo, siendo que de otro modo no lo entregaría a esas personas. Esto se llama robo, independientemente de quien o quienes lo perpetren.
Si cien millones de personas se ponen de acuerdo para quitarle a una sola persona algo que esta tiene y aquellas codician, sigue llamándose robo por más que los cien millones hayan votado ordenadamente prestando su consentimiento al despojo y que hayan acordado la sanción de una ley que lo permita.
El número no modifica el principio y el caso de los impuestos democráticos es solo un ejemplo.
El fin de sostener a un Estado que imponga redistribuciones a su arbitrio por encargo de una mayoría de personas no justifica los medios de coerción violenta aplicados sobre una minoría desarmada para obtener el dinero necesario.
Es en verdad un muy mal sistema aquel que parte de la base de aplicar procedimientos incorrectos, como violencia y robo, para lograr que la cosa funcione.
Desde luego, la democracia no es el fin del camino en el prosaico asunto de cómo debemos organizarnos, sino tan solo un estadío, y bastante primitivo, en el largo devenir de la historia de las ideas y las interacciones humanas.
A esta altura del siglo XXI deberíamos empezar a comprender las enseñanzas de Gandhi sobre el culto del respeto absoluto por el prójimo y la filosofía de la no violencia.
Los acuerdos voluntarios, los aportes de dinero o trabajo libremente decididos, los contratos entre personas, grupos, cooperativas o sociedades que estén de acuerdo en una determinada forma de solucionar un determinado problema (desde la seguridad personal contra las agresiones hasta el trazado y uso de autopistas pasando por decisiones sobre justicia o educación) son la manera de avanzar en los beneficios de la civilización sin caer en el viejo vicio totalitario de la violencia.
En el futuro, redes de 1º, 2º, 3º y 4º grado de acuerdos voluntarios conformarán una heterarquía (estructura horizontal en forma de red) que paulatinamente reemplazará al actual sistema coercitivo de jerarquía (estructura vertical en forma de árbol).
Cada quien podrá en este maravilloso juego de no violencias, elegir voluntariamente cuánto o qué aportar, a qué grupo de personas organizadas y para recibir qué cosas a cambio.
Las fronteras dibujadas en el suelo perderán relevancia (un planeta globalizado ya puede entreverse) a medida que las personas progresen en el armado de redes de convenios libremente pactados, y como tales respondan a sus convicciones y conveniencias tanto individuales como grupales, cediendo, otorgando y exigiendo dentro de un maduro y justo juego de responsabilidad individual donde, a diferencia de lo actual, cada uno deberá responder por sus actos.
Los que tengan convicciones socialistas o comunistas compartirán todo lo que crean necesario entre los que voluntariamente adhieran a sus redes de convenios y los que quieran vivir según sus propias reglas bohemias, podrán hacerlo sin impedimentos mientras no dañen a otras personas con sus actos.
El Estado tal como lo conocemos no será entonces necesario y los “impuestos” serán en verdad contribuciones voluntarias.
Al ir desapareciendo el peso muerto de la estructura estatal, gigantescas sumas de dinero pasarán a reinvertirse en emprendimientos productivos, inyectando dinamismo, empleos y prosperidad en una escala aún desconocida.
Por eso el valor más importante para quienes ya están trabajando en este sentido es el de la libertad, protegiendo la sociedad civil que es voluntaria en contraposición a la sociedad política, que es obligatoria. Y por eso se promueven las soluciones de mercado, que son libres, en oposición al intervencionismo que es coactivo.
El futuro parece lejano pero solo si sabemos hacia dónde queremos dirigirnos, podremos dar sentido a nuestro próximo voto democrático.
Reiteradamente definida como “el peor sistema de gobierno exceptuando todos los demás”, la democracia representativa, republicana y federal es en verdad un pésimo sistema de gobierno.
Y lo es aún en aquellas sociedades cuyo sistema democrático es mirado con admiración, como Suiza o los Estados Unidos, donde la división de poderes es un hecho tangible y aceitados mecanismos de contralor ciudadano hacen que todo funcione como un mecanismo de relojería.
Es lo mejor que se ha probado si lo comparamos con caudillos sanguinarios, impíos dictadores comunistas, monarquías absolutistas y hereditarias, oscuros regímenes tribales, peligrosos líderes iluminados o incluso con el siempre presente fantasma de un anarquismo caótico y salvaje.
Comparada con las lacras, genocidios y abusos de toda índole sufridos por los individuos a lo largo de milenios, la moderna democracia parece ciertamente un sistema aceptable.
¿Por qué decimos que así y todo es pésimo? Porque aunque nos moleste recordarlo, el fin no justifica los medios. Y los medios necesarios para que el aparato democrático se mueva, se basan en conceptos altamente inmorales : violencia, coerción, robo, amenazas, impedimentos al libre albedrío, imposiciones contra nuestra voluntad y multitud de atropellos contra hombres y mujeres que a nadie han dañado.
¿Cómo es esto? la organización que se necesita para coordinar los enormes y complejos engranajes institucionales que la democracia precisa, se mueve con dinero. Nadie podría poner reparos a esto si el dinero en cuestión fuese aportado voluntariamente.
¿Se imagina alguien la implementación de impuestos voluntarios? El Estado que pusiese esto en práctica caería por tierra en pocos meses muriendo fatalmente de inanición.
Los impuestos, pues, son coercitivos. Estemos o no de acuerdo, hayamos o no votado por ese gobierno, deberemos pagar bajo pena de que el Estado (que ejerce el monopolio legal de la violencia) caiga sobre nosotros para obligarnos por la fuerza.
Los que enarbolan el garrote quitan el producto de su esfuerzo al más débil quien lo entrega bajo amenaza de castigo, siendo que de otro modo no lo entregaría a esas personas. Esto se llama robo, independientemente de quien o quienes lo perpetren.
Si cien millones de personas se ponen de acuerdo para quitarle a una sola persona algo que esta tiene y aquellas codician, sigue llamándose robo por más que los cien millones hayan votado ordenadamente prestando su consentimiento al despojo y que hayan acordado la sanción de una ley que lo permita.
El número no modifica el principio y el caso de los impuestos democráticos es solo un ejemplo.
El fin de sostener a un Estado que imponga redistribuciones a su arbitrio por encargo de una mayoría de personas no justifica los medios de coerción violenta aplicados sobre una minoría desarmada para obtener el dinero necesario.
Es en verdad un muy mal sistema aquel que parte de la base de aplicar procedimientos incorrectos, como violencia y robo, para lograr que la cosa funcione.
Desde luego, la democracia no es el fin del camino en el prosaico asunto de cómo debemos organizarnos, sino tan solo un estadío, y bastante primitivo, en el largo devenir de la historia de las ideas y las interacciones humanas.
A esta altura del siglo XXI deberíamos empezar a comprender las enseñanzas de Gandhi sobre el culto del respeto absoluto por el prójimo y la filosofía de la no violencia.
Los acuerdos voluntarios, los aportes de dinero o trabajo libremente decididos, los contratos entre personas, grupos, cooperativas o sociedades que estén de acuerdo en una determinada forma de solucionar un determinado problema (desde la seguridad personal contra las agresiones hasta el trazado y uso de autopistas pasando por decisiones sobre justicia o educación) son la manera de avanzar en los beneficios de la civilización sin caer en el viejo vicio totalitario de la violencia.
En el futuro, redes de 1º, 2º, 3º y 4º grado de acuerdos voluntarios conformarán una heterarquía (estructura horizontal en forma de red) que paulatinamente reemplazará al actual sistema coercitivo de jerarquía (estructura vertical en forma de árbol).
Cada quien podrá en este maravilloso juego de no violencias, elegir voluntariamente cuánto o qué aportar, a qué grupo de personas organizadas y para recibir qué cosas a cambio.
Las fronteras dibujadas en el suelo perderán relevancia (un planeta globalizado ya puede entreverse) a medida que las personas progresen en el armado de redes de convenios libremente pactados, y como tales respondan a sus convicciones y conveniencias tanto individuales como grupales, cediendo, otorgando y exigiendo dentro de un maduro y justo juego de responsabilidad individual donde, a diferencia de lo actual, cada uno deberá responder por sus actos.
Los que tengan convicciones socialistas o comunistas compartirán todo lo que crean necesario entre los que voluntariamente adhieran a sus redes de convenios y los que quieran vivir según sus propias reglas bohemias, podrán hacerlo sin impedimentos mientras no dañen a otras personas con sus actos.
El Estado tal como lo conocemos no será entonces necesario y los “impuestos” serán en verdad contribuciones voluntarias.
Al ir desapareciendo el peso muerto de la estructura estatal, gigantescas sumas de dinero pasarán a reinvertirse en emprendimientos productivos, inyectando dinamismo, empleos y prosperidad en una escala aún desconocida.
Por eso el valor más importante para quienes ya están trabajando en este sentido es el de la libertad, protegiendo la sociedad civil que es voluntaria en contraposición a la sociedad política, que es obligatoria. Y por eso se promueven las soluciones de mercado, que son libres, en oposición al intervencionismo que es coactivo.
El futuro parece lejano pero solo si sabemos hacia dónde queremos dirigirnos, podremos dar sentido a nuestro próximo voto democrático.
Los Costos del Atraso
Octubre 2006
El reciente accidente del ómnibus con jóvenes estudiantes chocado frontalmente por un camión en una ruta santafesina, no es sino uno más de los incontables costos que los argentinos venimos pagando por el hecho de vivir en un país con demasiados rasgos del Tercer Mundo. Del mundo envidioso de los “no alineados”.
Este nuevo y luctuoso desastre podría haberse evitado si la ruta por la que transitaban hubiese sido una autovía de dos manos de ida y dos de vuelta. Esa y no otra es la respuesta civilizada que debemos esperar ya que todo el mundo sabe que en esa clase de rutas se producen mucho menos accidentes.
A semejanza de los países avanzados, Argentina debería contar a esta altura del siglo XXI con una vasta red de autopistas de cuatro carriles, decuplicando las que hoy tenemos.
Los chicos murieron porque nuestro país no está donde debería estar. Porque nuestros gobiernos no hicieron lo que debían hacer con honestidad e inteligencia. Porque el voto argentino eligió a demagogos en lugar de a estadistas, que obviamente nos condujeron a pantanos económicos e institucionales sin salida, causando a su vez intervenciones de militares ineptos que no atinaron a otra cosa que continuar en lo esencial con el inviable sistema que heredaban. Una y otra vez. Y otra vez más otros políticos cínicos y desactualizados con la misma polvorienta cantinela dirigista, causando miserias y atrasos sin cuento.
Esta historia que cada argentino conoce en su fuero íntimo, lo reconozca o no, es la historia de nuestro camino hacia el infierno.
Un infierno agravado por la tortura de ver lo que otras sociedades que estaban detrás nuestro han logrado y logran, usando el sentido común que desde hace décadas venimos desechando.
Porque, no nos equivoquemos : este “nuevo” gobierno peronista que recicla recetas ya probadas allá por el 45 no tiene nada de nuevo.
En los 3 años que lleva el actual mandato, no pudimos superar siquiera los índices básicos del odiado período de la convertibilidad cuando nos dirigía la dupla Menem-Cavallo.
Tanto los datos de crecimiento del PBI como los datos del índice de reducción de la pobreza fueron superiores durante los 3 primeros años de aquel (también) “nuevo” peronismo. Desde luego, todo terminó donde tenía que terminar.
Y eso a pesar de que la actual administración partió de un estado de depresión económica y postración social fenomenal, causada a su vez por los “nuevos” radicales y sus aliados socialistas.
Según parecen anticipar las encuestas, volveremos a insistir con más de lo mismo en las próximas elecciones.
Mientras tanto, la Argentina sigue cayendo (también durante los 3 últimos años) en el ranking mundial de competitividad. Eso significa que seguimos perdiendo el tren de la Historia. Significa que año a año más países nos dejan en la polvareda del atraso mientras sus sociedades gozan de mayores inversiones en beneficio de la gente. Más autopistas, pero también más y mejor justicia que proteja los derechos de propiedad de los inversores, más y mejor educación modelo siglo XXI para todos, más y mejor seguridad a toda hora y en todos lados y tantas otras cosas que conforman la calidad de vida de los pueblos que progresan.
Los costos del atraso son fabulosamente altos. El lujo de elegir gobernantes ignorantes y obcecados que no se interesan por asimilar las más modernas corrientes del pensamiento económico y social, es fabulosamente caro. La pretensión de superar nuestras gravísimas limitaciones aplicando las mismas recetas que nos desbarrancaron a esta democracia no republicana, no representativa ni federal con su correlato de pérdida de posiciones en el concierto mundial es fabulosamente necia.
Son costos que implican la muerte o la desesperanza y el resentimiento de millones de compatriotas que siguen trabajando y produciendo , tratando de avanzar con el barro impositivo a la cintura. A ellos nos debemos. Ilustremos pues al soberano. No hay salidas de emergencia en este juego.
El reciente accidente del ómnibus con jóvenes estudiantes chocado frontalmente por un camión en una ruta santafesina, no es sino uno más de los incontables costos que los argentinos venimos pagando por el hecho de vivir en un país con demasiados rasgos del Tercer Mundo. Del mundo envidioso de los “no alineados”.
Este nuevo y luctuoso desastre podría haberse evitado si la ruta por la que transitaban hubiese sido una autovía de dos manos de ida y dos de vuelta. Esa y no otra es la respuesta civilizada que debemos esperar ya que todo el mundo sabe que en esa clase de rutas se producen mucho menos accidentes.
A semejanza de los países avanzados, Argentina debería contar a esta altura del siglo XXI con una vasta red de autopistas de cuatro carriles, decuplicando las que hoy tenemos.
Los chicos murieron porque nuestro país no está donde debería estar. Porque nuestros gobiernos no hicieron lo que debían hacer con honestidad e inteligencia. Porque el voto argentino eligió a demagogos en lugar de a estadistas, que obviamente nos condujeron a pantanos económicos e institucionales sin salida, causando a su vez intervenciones de militares ineptos que no atinaron a otra cosa que continuar en lo esencial con el inviable sistema que heredaban. Una y otra vez. Y otra vez más otros políticos cínicos y desactualizados con la misma polvorienta cantinela dirigista, causando miserias y atrasos sin cuento.
Esta historia que cada argentino conoce en su fuero íntimo, lo reconozca o no, es la historia de nuestro camino hacia el infierno.
Un infierno agravado por la tortura de ver lo que otras sociedades que estaban detrás nuestro han logrado y logran, usando el sentido común que desde hace décadas venimos desechando.
Porque, no nos equivoquemos : este “nuevo” gobierno peronista que recicla recetas ya probadas allá por el 45 no tiene nada de nuevo.
En los 3 años que lleva el actual mandato, no pudimos superar siquiera los índices básicos del odiado período de la convertibilidad cuando nos dirigía la dupla Menem-Cavallo.
Tanto los datos de crecimiento del PBI como los datos del índice de reducción de la pobreza fueron superiores durante los 3 primeros años de aquel (también) “nuevo” peronismo. Desde luego, todo terminó donde tenía que terminar.
Y eso a pesar de que la actual administración partió de un estado de depresión económica y postración social fenomenal, causada a su vez por los “nuevos” radicales y sus aliados socialistas.
Según parecen anticipar las encuestas, volveremos a insistir con más de lo mismo en las próximas elecciones.
Mientras tanto, la Argentina sigue cayendo (también durante los 3 últimos años) en el ranking mundial de competitividad. Eso significa que seguimos perdiendo el tren de la Historia. Significa que año a año más países nos dejan en la polvareda del atraso mientras sus sociedades gozan de mayores inversiones en beneficio de la gente. Más autopistas, pero también más y mejor justicia que proteja los derechos de propiedad de los inversores, más y mejor educación modelo siglo XXI para todos, más y mejor seguridad a toda hora y en todos lados y tantas otras cosas que conforman la calidad de vida de los pueblos que progresan.
Los costos del atraso son fabulosamente altos. El lujo de elegir gobernantes ignorantes y obcecados que no se interesan por asimilar las más modernas corrientes del pensamiento económico y social, es fabulosamente caro. La pretensión de superar nuestras gravísimas limitaciones aplicando las mismas recetas que nos desbarrancaron a esta democracia no republicana, no representativa ni federal con su correlato de pérdida de posiciones en el concierto mundial es fabulosamente necia.
Son costos que implican la muerte o la desesperanza y el resentimiento de millones de compatriotas que siguen trabajando y produciendo , tratando de avanzar con el barro impositivo a la cintura. A ellos nos debemos. Ilustremos pues al soberano. No hay salidas de emergencia en este juego.
Paleo Economía
Septiembre 2006
Asistimos en estos dias al instructivo espectáculo que nos brinda la hermana república de Bolivia, de cuya implosión política, institucional y económica deberíamos extraer algunas lecciones e ideas que nos ayuden a madurar como personas, y por ende a mejorar como sociedad.
Lo que allí sucede es que una parte de su población (la parte menos ilustrada) sumó la mayor cantidad de votos en las últimas elecciones imponiendo al país la jefatura del líder indigenista y sindical Evo Morales.
Las ideas del Sr. Morales son bien conocidas : en su calidad de dirigente de izquierda étnica de insuficiente educación, odia y excluye todo aquello que no conoce, no comprende, teme o difiere de su propia tradición secular de pobreza y aislamiento social.
En lugar de adaptar con originalidad a su propio contexto cultural las ideas clave que están haciendo prosperar a los pueblos más disímiles a lo ancho del planeta, el prefiere las viejas recetas de la paleo-economía socialista que congenian bastante bien con su sueño de retrotraer ciertos factores organizativos al incanato precolombino.
¿Volveremos a presenciar sacrificios humanos? El socialismo práctico aplicado sobre Cuba o sobre Venezuela constituye un claro ejemplo de que aquella idea no sería tan descabellada, después de todo. A los opositores y a los propietarios, violencia.
En cualquier caso, queda claro que la idea de elevar a su gente en dirección al confort y las ventajas de la civilización, hacia mayores niveles de educación e integración con un mundo que se globaliza sin retorno, no pasa por su mente.
Consecuente con tales inclinaciones, el gobierno boliviano procura desembarazarse de molestas cortapisas republicanas aboliendo la actual Constitución para avasallar con más comodidad la propiedad privada, la ya precaria seguridad jurídica y la división de poderes, fronteras últimas que delimitan la civilización de la barbarie.
La respuesta de los bolivianos pensantes es, obviamente, “en esta no me anoto” y agotadas las instancias de consenso puede que intenten apartarse del camino elegido por la mayoría apelando a alguna forma de secesión.
No será sencillo sin embargo, puesto que quienes portan ideas socialistas se caracterizan por su violencia. Violencia contra quienes no quieren entrar al corral comunista para entregar sin resistencia sus propiedades, su dinero y su libertad, es decir sus derechos de personas evolucionadas, su futuro y el de sus hijos.
Los socialistas actualmente al mando (de Corea del Norte a Suecia pasando por Argentina) no gustan de la libre elección de los individuos ya que dan por supuesto que se debe obligar por la fuerza a los que tienen algo que otros codician a entregar una parte (o eventualmente casi todo) al Estado para que este lo distribuya conforme el sabio criterio de sus funcionarios, quienes desde luego saben mucho mejor que los consumidores y que el mercado dónde invertir para lograr el máximo crecimiento en el menor plazo y con más beneficiados.
Lo cierto es que la idea de compartir libre y voluntariamente los bienes, los esfuerzos y los conocimientos respetando la decisión de aquellos que prefieren hacerlo de otras maneras, no entra en su desactualizado bagaje cultural.
Para estos sistemas totalitarios, el ser humano no es un fin en si mismo sino un medio al servicio de los fines de otros en tanto el respeto por su libre albedrío es algo que los tuvo y los tiene sin cuidado.
Prefieren el dominio que surge del fusil y de la amenaza airada al que surgiría de la libertad de elección y los acuerdos voluntarios.
Claro que el crecimiento económico sustentable viene hoy de la mano de la inversión en gran escala, lo que a su vez depende de la creatividad y de su coequiper la educación tecnológica, que son bienes intangibles que no aterrizan masivamente en aquellos lugares sin una férrea seguridad jurídica que asegure un absoluto respeto por la propiedad privada y muy amplias libertades económicas, protegidas mediante probos y decididos sistemas de seguridad.
Estos supuestos no se dan en la Bolivia de Morales ni tampoco, como bien sabemos en nuestro propio país.
Una eventual secesión boliviana puede resultar un modelo sumamente interesante de observar. Un verdadero ejercicio de hombres libres, con el valor de ponerse de pie para enfrentar esta nueva agresión socialista sobre las minorías.
Asistimos en estos dias al instructivo espectáculo que nos brinda la hermana república de Bolivia, de cuya implosión política, institucional y económica deberíamos extraer algunas lecciones e ideas que nos ayuden a madurar como personas, y por ende a mejorar como sociedad.
Lo que allí sucede es que una parte de su población (la parte menos ilustrada) sumó la mayor cantidad de votos en las últimas elecciones imponiendo al país la jefatura del líder indigenista y sindical Evo Morales.
Las ideas del Sr. Morales son bien conocidas : en su calidad de dirigente de izquierda étnica de insuficiente educación, odia y excluye todo aquello que no conoce, no comprende, teme o difiere de su propia tradición secular de pobreza y aislamiento social.
En lugar de adaptar con originalidad a su propio contexto cultural las ideas clave que están haciendo prosperar a los pueblos más disímiles a lo ancho del planeta, el prefiere las viejas recetas de la paleo-economía socialista que congenian bastante bien con su sueño de retrotraer ciertos factores organizativos al incanato precolombino.
¿Volveremos a presenciar sacrificios humanos? El socialismo práctico aplicado sobre Cuba o sobre Venezuela constituye un claro ejemplo de que aquella idea no sería tan descabellada, después de todo. A los opositores y a los propietarios, violencia.
En cualquier caso, queda claro que la idea de elevar a su gente en dirección al confort y las ventajas de la civilización, hacia mayores niveles de educación e integración con un mundo que se globaliza sin retorno, no pasa por su mente.
Consecuente con tales inclinaciones, el gobierno boliviano procura desembarazarse de molestas cortapisas republicanas aboliendo la actual Constitución para avasallar con más comodidad la propiedad privada, la ya precaria seguridad jurídica y la división de poderes, fronteras últimas que delimitan la civilización de la barbarie.
La respuesta de los bolivianos pensantes es, obviamente, “en esta no me anoto” y agotadas las instancias de consenso puede que intenten apartarse del camino elegido por la mayoría apelando a alguna forma de secesión.
No será sencillo sin embargo, puesto que quienes portan ideas socialistas se caracterizan por su violencia. Violencia contra quienes no quieren entrar al corral comunista para entregar sin resistencia sus propiedades, su dinero y su libertad, es decir sus derechos de personas evolucionadas, su futuro y el de sus hijos.
Los socialistas actualmente al mando (de Corea del Norte a Suecia pasando por Argentina) no gustan de la libre elección de los individuos ya que dan por supuesto que se debe obligar por la fuerza a los que tienen algo que otros codician a entregar una parte (o eventualmente casi todo) al Estado para que este lo distribuya conforme el sabio criterio de sus funcionarios, quienes desde luego saben mucho mejor que los consumidores y que el mercado dónde invertir para lograr el máximo crecimiento en el menor plazo y con más beneficiados.
Lo cierto es que la idea de compartir libre y voluntariamente los bienes, los esfuerzos y los conocimientos respetando la decisión de aquellos que prefieren hacerlo de otras maneras, no entra en su desactualizado bagaje cultural.
Para estos sistemas totalitarios, el ser humano no es un fin en si mismo sino un medio al servicio de los fines de otros en tanto el respeto por su libre albedrío es algo que los tuvo y los tiene sin cuidado.
Prefieren el dominio que surge del fusil y de la amenaza airada al que surgiría de la libertad de elección y los acuerdos voluntarios.
Claro que el crecimiento económico sustentable viene hoy de la mano de la inversión en gran escala, lo que a su vez depende de la creatividad y de su coequiper la educación tecnológica, que son bienes intangibles que no aterrizan masivamente en aquellos lugares sin una férrea seguridad jurídica que asegure un absoluto respeto por la propiedad privada y muy amplias libertades económicas, protegidas mediante probos y decididos sistemas de seguridad.
Estos supuestos no se dan en la Bolivia de Morales ni tampoco, como bien sabemos en nuestro propio país.
Una eventual secesión boliviana puede resultar un modelo sumamente interesante de observar. Un verdadero ejercicio de hombres libres, con el valor de ponerse de pie para enfrentar esta nueva agresión socialista sobre las minorías.
Sistemas
Junio 2006
Estudiosos de la ética coinciden con estudiosos de la economía en que a igualdad de oportunidades las personas sacarán a relucir lo mejor de si mismas bajo diferentes formas si el entorno es virtuoso, dejarán constancia de su apatía si el entono es indiferente y expresarán con franqueza lo peor de sus pulsiones negativas si el entorno es malicioso.
El sistema que nos encadena desde hace mucho tiempo se encuadra mayormente en esta última categoría, habiendo propiciado con toda lógica la tendencia autodestructiva que nos distingue.
Así, los pueblos civilizados asisten con asombro al terrible, tristísimo espectáculo de una sociedad que se desliza desde la opulencia de estar situada entre los ocho mejores países de la tierra con todos los índices de progreso y de esperanza que tal categoría conlleva, hasta la situación de postración económica, descrédito ético e insignificancia internacional que firme y progresivamente nos va caracterizando.
La Argentina respetada y poderosa, meca de inmigrantes europeos y símbolo mundial de futuro promisorio va quedando en el polvo del pasado, olvidada hasta por nuestra propia sociedad.
Hay responsables, desde luego y a no dudarlo, la Historia que nos sobreviva se encargará de catalogarlos uno a uno con nombre y apellido.
A su tiempo, todos ellos cargarán con sus culpas en este monumental fracaso, verdadero crimen de lesa patria que desde 1930 hasta el dia de hoy precipitó a millones de argentinos a la indigencia, la desesperanza, la exclusión y la vergüenza.
Fueron y son los creadores del perverso sistema que nos hunde, del entorno malicioso que propicia y fomenta lo peor de nuestra idiosincrasia.
A contramano de la inteligencia, como es costumbre, nuestra jefatura insiste en vanos ciclos de recuperaciones y caídas tratando de encontrar atajos inexistentes dentro de un engendro híbrido de socialismo a la criolla (muy altos impuestos, clientelismo mediante planes sociales, dirigismo, intervencionismo verdugo de reinversiones, patoterismo resentido con los de adentro y con los de afuera, aislamiento económico del resto del mundo civilizado, increíble discrecionalidad en el gasto de dineros ajenos extraídos por la fuerza etc. etc.).
Todo un sistema que autopreserva los privilegios de la corporación política con sus oportunidades de enriquecimiento por izquierda, y que logra poner a los argentinos y argentinas de rodillas frente al brete. Un brete cuya única salida está en no acatar las normas, desconfiar de policías y jueces, no respetar al prójimo, inventar maniobras para “zafar” de todo lo que quieren imponernos, no apostar invirtiendo más en nuestro país o simplemente descreer de toda autoridad tanto moral como ética.
Inútil es llorar sobre la leche derramada, sobre el precioso tiempo perdido pensando que nuestro país podría estar hoy entre el “grupo de los ocho” marcando el paso al mundo, siendo acreedor, garante o benefactor en lugar de mendigo, monigote y mal ejemplo.
El paradigma, en cambio, debe ser el de una Argentina aprovechando a fondo las enormes oportunidades que hoy nos ofrece la globalización para lanzarnos a un crecimiento explosivo.
Un sistema que de una vez por todas saque el pie temeroso del pedal de freno y pise el acelerador a la tabla. Porque necesitamos ya, ayer, inversiones anuales de 150 mil millones de dólares y no de tristes 7 u 8 mil como las que acabamos de “lograr”.
Un complejo agroindustrial a rienda libre para poder reinvertir sus ganancias usando toda la biotecnología disponible, todos los insumos y paquetes tecnológicos que hoy aplicamos a cuentagotas. Inundando al mundo de carnes, granos, aceites, textiles, alimentos procesados, frutas, maderas, conservas, productos orgánicos y de acuicultura, lácteos o maquinaria agrícola y muebles, produciendo más y mejor de todo en enorme escala. Arrastrando cual locomotora la cuadruplicación del parque de transportes y almacenamientos, a la infraestructura portuaria, vial y de aeronavegación, al poblamiento y puesta en agresiva producción de los enormes valles patagónicos y andinos que hoy languidecen. Porque en eso consiste el “hacer patria”.
Una industria empujada por emprendedores modelo siglo XXI agolpándose con masivas inversiones de capital, con creatividad estimulada a fuerza de verdadera libertad económica y seguridad jurídica, con audacia exportadora y vocación de conquista comercial teniendo al planeta por límite.
Un sector cultural y educativo lanzado al futuro con botas de siete leguas, para descontar nuestro atraso y superar a otras sociedades que con menos recursos, imaginación y capacidades nos siguen aventajando.
Sin trabas ni censuras, absorbiendo todos los adelantos disponibles, abierto al orbe y a todos los cerebros brillantes que quieran hacer aquí “su América” en un entorno cuyo grado de libertad individual y de respeto a la propiedad causen asombro y envidia. Un sistema que libere nuestra originalidad y nuestro talento con furia creadora.
En un encuadre así, nuestros problemas actuales se extinguirían por inanición y la autoestima nacional volvería a tocar el cielo con las manos.
La situación es muy otra, sin embargo, y todos la conocemos.
El sistema anti empresa en vigencia nos asfixia. Nos hunde en un mar socialista de gabelas y atadura de manos sin coto vendiendo nuestro destino, verdaderamente imperial, por un plato de lentejas.
Paleo-política y paleo-economía en acción !
La oportunidad, empero, está a la vuelta de la esquina (o de un acto eleccionario). Solo debemos quitarnos la venda de los ojos.
Estudiosos de la ética coinciden con estudiosos de la economía en que a igualdad de oportunidades las personas sacarán a relucir lo mejor de si mismas bajo diferentes formas si el entorno es virtuoso, dejarán constancia de su apatía si el entono es indiferente y expresarán con franqueza lo peor de sus pulsiones negativas si el entorno es malicioso.
El sistema que nos encadena desde hace mucho tiempo se encuadra mayormente en esta última categoría, habiendo propiciado con toda lógica la tendencia autodestructiva que nos distingue.
Así, los pueblos civilizados asisten con asombro al terrible, tristísimo espectáculo de una sociedad que se desliza desde la opulencia de estar situada entre los ocho mejores países de la tierra con todos los índices de progreso y de esperanza que tal categoría conlleva, hasta la situación de postración económica, descrédito ético e insignificancia internacional que firme y progresivamente nos va caracterizando.
La Argentina respetada y poderosa, meca de inmigrantes europeos y símbolo mundial de futuro promisorio va quedando en el polvo del pasado, olvidada hasta por nuestra propia sociedad.
Hay responsables, desde luego y a no dudarlo, la Historia que nos sobreviva se encargará de catalogarlos uno a uno con nombre y apellido.
A su tiempo, todos ellos cargarán con sus culpas en este monumental fracaso, verdadero crimen de lesa patria que desde 1930 hasta el dia de hoy precipitó a millones de argentinos a la indigencia, la desesperanza, la exclusión y la vergüenza.
Fueron y son los creadores del perverso sistema que nos hunde, del entorno malicioso que propicia y fomenta lo peor de nuestra idiosincrasia.
A contramano de la inteligencia, como es costumbre, nuestra jefatura insiste en vanos ciclos de recuperaciones y caídas tratando de encontrar atajos inexistentes dentro de un engendro híbrido de socialismo a la criolla (muy altos impuestos, clientelismo mediante planes sociales, dirigismo, intervencionismo verdugo de reinversiones, patoterismo resentido con los de adentro y con los de afuera, aislamiento económico del resto del mundo civilizado, increíble discrecionalidad en el gasto de dineros ajenos extraídos por la fuerza etc. etc.).
Todo un sistema que autopreserva los privilegios de la corporación política con sus oportunidades de enriquecimiento por izquierda, y que logra poner a los argentinos y argentinas de rodillas frente al brete. Un brete cuya única salida está en no acatar las normas, desconfiar de policías y jueces, no respetar al prójimo, inventar maniobras para “zafar” de todo lo que quieren imponernos, no apostar invirtiendo más en nuestro país o simplemente descreer de toda autoridad tanto moral como ética.
Inútil es llorar sobre la leche derramada, sobre el precioso tiempo perdido pensando que nuestro país podría estar hoy entre el “grupo de los ocho” marcando el paso al mundo, siendo acreedor, garante o benefactor en lugar de mendigo, monigote y mal ejemplo.
El paradigma, en cambio, debe ser el de una Argentina aprovechando a fondo las enormes oportunidades que hoy nos ofrece la globalización para lanzarnos a un crecimiento explosivo.
Un sistema que de una vez por todas saque el pie temeroso del pedal de freno y pise el acelerador a la tabla. Porque necesitamos ya, ayer, inversiones anuales de 150 mil millones de dólares y no de tristes 7 u 8 mil como las que acabamos de “lograr”.
Un complejo agroindustrial a rienda libre para poder reinvertir sus ganancias usando toda la biotecnología disponible, todos los insumos y paquetes tecnológicos que hoy aplicamos a cuentagotas. Inundando al mundo de carnes, granos, aceites, textiles, alimentos procesados, frutas, maderas, conservas, productos orgánicos y de acuicultura, lácteos o maquinaria agrícola y muebles, produciendo más y mejor de todo en enorme escala. Arrastrando cual locomotora la cuadruplicación del parque de transportes y almacenamientos, a la infraestructura portuaria, vial y de aeronavegación, al poblamiento y puesta en agresiva producción de los enormes valles patagónicos y andinos que hoy languidecen. Porque en eso consiste el “hacer patria”.
Una industria empujada por emprendedores modelo siglo XXI agolpándose con masivas inversiones de capital, con creatividad estimulada a fuerza de verdadera libertad económica y seguridad jurídica, con audacia exportadora y vocación de conquista comercial teniendo al planeta por límite.
Un sector cultural y educativo lanzado al futuro con botas de siete leguas, para descontar nuestro atraso y superar a otras sociedades que con menos recursos, imaginación y capacidades nos siguen aventajando.
Sin trabas ni censuras, absorbiendo todos los adelantos disponibles, abierto al orbe y a todos los cerebros brillantes que quieran hacer aquí “su América” en un entorno cuyo grado de libertad individual y de respeto a la propiedad causen asombro y envidia. Un sistema que libere nuestra originalidad y nuestro talento con furia creadora.
En un encuadre así, nuestros problemas actuales se extinguirían por inanición y la autoestima nacional volvería a tocar el cielo con las manos.
La situación es muy otra, sin embargo, y todos la conocemos.
El sistema anti empresa en vigencia nos asfixia. Nos hunde en un mar socialista de gabelas y atadura de manos sin coto vendiendo nuestro destino, verdaderamente imperial, por un plato de lentejas.
Paleo-política y paleo-economía en acción !
La oportunidad, empero, está a la vuelta de la esquina (o de un acto eleccionario). Solo debemos quitarnos la venda de los ojos.
Hacia un Sistema de No Violencia
Abril 2006
Dedicar unos momentos a la reflexión de por qué ciertas cosas que siempre nos han parecido obvias en realidad no lo son tanto, puede resultar un ejercicio muy esclarecedor y energizante.
Cuestionarse aunque sea en teoría cosas que aceptamos sin análisis como “incuestionables” de nuestra vida diaria en sociedad es por lo menos estimulante para nuestro pensamiento crítico.
Podría asemejarse a tomar un tónico cerebral que nos haga sentir vivos, pensantes, despiertos a nuevas posibilidades y hasta esperanzados mientras nos movemos dentro de un sistema que mayormente nos genera sensaciones de agobio, desesperanza, chatura y de última, conformismo. El inconformismo pacífico, fundamentado, ha sido y es por otra parte, un ingrediente esencial en la evolución de los pueblos. La libertad para pensar, discutir y proponer ideas superadoras sin ser censurado es igualmente signo de civilización y caracteriza a las sociedades más exitosas.
Un pensamiento interesante que rompe con lo “aceptado” consiste en preguntarse cómo es posible que después de miles de años de evolución, pruebas y errores en busca de la mejor forma de organizarnos como sociedad con la mira puesta en lograr el mayor bienestar para todos, a esta altura del siglo XXI la gente todavía apoye la existencia de sistemas que (¡aún en el caso del sistema democrático de gobierno!) requieran para su funcionamiento de la fuerza bruta.
La violencia (o la amenaza de su uso) aplicada sobre ciudadanos que no han agredido a nadie, para conseguir que hagan cosas que de otro modo no harían parece (y es) repugnante al sentido común de cualquier persona que se precie de civilizada y viva en el año 2006.
Basta para comprobarlo con imaginar qué sucedería, por ejemplo, si un individuo se negara a entregar al Estado una parte del fruto de su trabajo (a pagar impuestos). Seguramente sería conminado a pagar y si persistiera en su negativa sería declarado en rebeldía y acabaría sentenciado a prisión. Y si la persona en cuestión se resistiera a ser llevada tras las rejas enfrentando a los representantes del Estado, finalmente se la mataría.
La fuerza bruta (policía) sostenida por el propio aporte mantiene a los ciudadanos en el temor de correr una suerte parecida a esta y los persuade de entregar el dinero para evitar males mayores.
Para probar que esta entrega no es voluntaria, podemos seguir imaginando qué pasaría en el hipotético caso de que el gobierno despenalizara el no pago de impuestos.
Lejos de la inocente esperanza de que la sociedad, que por cierto comprende cabalmente la necesidad de hacerlo siga pagando, lo que sucedería sin dudas sería (tanto aquí como en Suecia) un rápido y generalizado abandono de esta práctica que a su vez conduciría a una fulminante desaparición del Estado y al colapso de todos los “servicios” que presta.
Educación, seguridad, justicia, asistencialismo y muchas otras actividades gubernamentales menos edificantes quedarían sin fondos para seguir operando. Aún sabiéndolo, al quitársele la amenaza de violencia la sociedad optaría por no pagar.
Es tema apasionante pero que excede las intenciones de este artículo la cuestión de cómo podrían organizarse las personas para funcionar sin Estado evitando caer en la anarquía y manteniendo en funciones las instituciones necesarias para vivir civilizadamente; pero lo que sí podemos repensar es la realidad diaria que significa vivir bajo la amenaza de agresión que sostiene de manera antinatural y con un altísimo costo el sistema actual de convivencia.
El más elemental sentido común debería abofetear nuestra percepción de lo obvio cuando comprobamos, a estas alturas, que la organización social que nos recomienda el establishment solo resulta viable con un arma apuntándonos por la espalda. Evidentemente algo no cierra como debiera.
El mismo sentido común nos dice que evolución es naturalmente afín al concepto de no-violencia.
Coerción, autoritarismo, amenazas, violencia contra los que a nadie agreden son conceptos que se contraponen a la idea de evolución, de bienestar, de civilidad respetuosa.
Los próximos pasos de la historia social de la humanidad van a darse sin lugar a dudas dentro de esta tendencia inevitable en la inteligencia colectiva. La libertad de elección absoluta de cada individuo sobre cómo vivir su vida en un marco de respeto por la misma libertad de los demás dentro de un sistema de no violencia.
El pensar con sensatez en estos temas tan obvios y el sacar conclusiones sobre política local, nacional y mundial acordes a estas tendencias, tal vez nos ayude a decidir con más lucidez nuestro próximo voto.
Tal vez nos ayude a ayudar a otros a pensar con mayor amplitud de miras en temas que a todos nos involucran.
Perfeccionando aunque sea de a poco el imperfecto sistema democrático que nos rige, cada uno desde su circunstancia y en la medida de sus posibilidades estaremos haciendo algo por nuestros hijos y por nuestros nietos.
Estaremos poniendo los cimientos de un mejor lugar donde vivir.
Dedicar unos momentos a la reflexión de por qué ciertas cosas que siempre nos han parecido obvias en realidad no lo son tanto, puede resultar un ejercicio muy esclarecedor y energizante.
Cuestionarse aunque sea en teoría cosas que aceptamos sin análisis como “incuestionables” de nuestra vida diaria en sociedad es por lo menos estimulante para nuestro pensamiento crítico.
Podría asemejarse a tomar un tónico cerebral que nos haga sentir vivos, pensantes, despiertos a nuevas posibilidades y hasta esperanzados mientras nos movemos dentro de un sistema que mayormente nos genera sensaciones de agobio, desesperanza, chatura y de última, conformismo. El inconformismo pacífico, fundamentado, ha sido y es por otra parte, un ingrediente esencial en la evolución de los pueblos. La libertad para pensar, discutir y proponer ideas superadoras sin ser censurado es igualmente signo de civilización y caracteriza a las sociedades más exitosas.
Un pensamiento interesante que rompe con lo “aceptado” consiste en preguntarse cómo es posible que después de miles de años de evolución, pruebas y errores en busca de la mejor forma de organizarnos como sociedad con la mira puesta en lograr el mayor bienestar para todos, a esta altura del siglo XXI la gente todavía apoye la existencia de sistemas que (¡aún en el caso del sistema democrático de gobierno!) requieran para su funcionamiento de la fuerza bruta.
La violencia (o la amenaza de su uso) aplicada sobre ciudadanos que no han agredido a nadie, para conseguir que hagan cosas que de otro modo no harían parece (y es) repugnante al sentido común de cualquier persona que se precie de civilizada y viva en el año 2006.
Basta para comprobarlo con imaginar qué sucedería, por ejemplo, si un individuo se negara a entregar al Estado una parte del fruto de su trabajo (a pagar impuestos). Seguramente sería conminado a pagar y si persistiera en su negativa sería declarado en rebeldía y acabaría sentenciado a prisión. Y si la persona en cuestión se resistiera a ser llevada tras las rejas enfrentando a los representantes del Estado, finalmente se la mataría.
La fuerza bruta (policía) sostenida por el propio aporte mantiene a los ciudadanos en el temor de correr una suerte parecida a esta y los persuade de entregar el dinero para evitar males mayores.
Para probar que esta entrega no es voluntaria, podemos seguir imaginando qué pasaría en el hipotético caso de que el gobierno despenalizara el no pago de impuestos.
Lejos de la inocente esperanza de que la sociedad, que por cierto comprende cabalmente la necesidad de hacerlo siga pagando, lo que sucedería sin dudas sería (tanto aquí como en Suecia) un rápido y generalizado abandono de esta práctica que a su vez conduciría a una fulminante desaparición del Estado y al colapso de todos los “servicios” que presta.
Educación, seguridad, justicia, asistencialismo y muchas otras actividades gubernamentales menos edificantes quedarían sin fondos para seguir operando. Aún sabiéndolo, al quitársele la amenaza de violencia la sociedad optaría por no pagar.
Es tema apasionante pero que excede las intenciones de este artículo la cuestión de cómo podrían organizarse las personas para funcionar sin Estado evitando caer en la anarquía y manteniendo en funciones las instituciones necesarias para vivir civilizadamente; pero lo que sí podemos repensar es la realidad diaria que significa vivir bajo la amenaza de agresión que sostiene de manera antinatural y con un altísimo costo el sistema actual de convivencia.
El más elemental sentido común debería abofetear nuestra percepción de lo obvio cuando comprobamos, a estas alturas, que la organización social que nos recomienda el establishment solo resulta viable con un arma apuntándonos por la espalda. Evidentemente algo no cierra como debiera.
El mismo sentido común nos dice que evolución es naturalmente afín al concepto de no-violencia.
Coerción, autoritarismo, amenazas, violencia contra los que a nadie agreden son conceptos que se contraponen a la idea de evolución, de bienestar, de civilidad respetuosa.
Los próximos pasos de la historia social de la humanidad van a darse sin lugar a dudas dentro de esta tendencia inevitable en la inteligencia colectiva. La libertad de elección absoluta de cada individuo sobre cómo vivir su vida en un marco de respeto por la misma libertad de los demás dentro de un sistema de no violencia.
El pensar con sensatez en estos temas tan obvios y el sacar conclusiones sobre política local, nacional y mundial acordes a estas tendencias, tal vez nos ayude a decidir con más lucidez nuestro próximo voto.
Tal vez nos ayude a ayudar a otros a pensar con mayor amplitud de miras en temas que a todos nos involucran.
Perfeccionando aunque sea de a poco el imperfecto sistema democrático que nos rige, cada uno desde su circunstancia y en la medida de sus posibilidades estaremos haciendo algo por nuestros hijos y por nuestros nietos.
Estaremos poniendo los cimientos de un mejor lugar donde vivir.
Creatividad
Abril 2006
Es sabido y recientes estudios comparativos lo confirman, que los argentinos somos emprendedores, imaginativos y para muchas cosas, brillantes por naturaleza.
Sea por la particular mezcla de razas que nos distingue, por la presión de un pasado ilustre o por la mera necesidad de sobrevivir a la tremenda sucesión de gobiernos anti-empresa que venimos soportando, lo cierto es que nuestro pueblo ha desarrollado una especial aptitud creativa.
No es novedad que los connacionales que trabajan en el exterior generalmente se distinguen, hacen carrera, son muy bien conceptuados y pagados.
Existe asimismo entre los observadores extranjeros la percepción de que somos un pueblo de individuos capaces y originales, que fracasa sin embargo en el emprendimiento colectivo de forjar un país avanzado.
Esta aptitud creativa se manifiesta entre nosotros, desde luego, en el surgimiento de emprendedores que inician empresas, diseñan buenos negocios o perfeccionan sistemas productivos, por ejemplo.
Aún frenado por incontables palos estatales en la rueda, el afán de generar ganancias sobrevive y azuza una inventiva apoyada en habilidades innatas que son algo así como la reserva potencial de nuestra sociedad.
Todo argentino intuye esto y de allí nuestra convicción de estar destinados a ser líderes o, como se dice por ahí, de ser un país con vocación imperial.
Es más. Ya estuvimos en ese pedestal hace 100 años y el recuerdo colectivo de ese orgullo nacional no tan lejano aporta verosimilitud a la pretensión.
Una primera reflexión debería llevarnos a imaginar lo que podría ser nuestra Argentina, si estableciéramos las bases para que toda esa potencia creadora se expresara sin trabas. En esta sociedad global del conocimiento la creatividad, la inventiva y la libertad para disponer con eficiencia de los recursos privados son llaves infalibles de éxito.
Sin embargo y por mucho, donde más y mejor se manifiesta esta creatividad es en el campo de lo ilegal.
Especialistas en violar normas de convivencia, en evasión tributaria y negreo laboral, en el arte de la truchada, el engaño y la corrupción, en la creación de leyes amañadas y en el aprovechamiento intensivo de baches legales, en la viveza de usar sólo la cáscara del sistema republicano, representativo y federal como cobertura de los más aberrantes atropellos constitucionales, los argentinos utilizamos nuestra ventaja comparativa en la generación de un gran caos que nos descoloca.
No podía ser de otra manera ya que nos hallamos en “el país de los piolas” donde el “sálvese quien pueda” es el pensamiento no expresado número uno.
La causa de esta calamidad no debe buscarse en mitos tales como “la maldad empresaria”, la “codicia suicida” del capitalismo, la ausencia de “sentido social” o la “conspiración internacional” en nuestra contra.
Tampoco se debe a que precisemos más leyes y reglamentos, más multas y controles, más piquetes intimidatorios ni más mano dura contra todos para obligarnos a obedecer por las buenas o por las malas. No.
Maduremos, por favor.
La solución no es más gobierno… porque el gobierno es el problema.
¿Cómo? Dentro de su complejidad, el colapso nacional tiene como toda gran verdad, explicaciones simples y de sentido común.
Desde aquel primer golpe militar de 1930, todos los gobiernos que hemos padecido (salvo brevísimos períodos) se mostraron conmovedoramente hermanados en una cosa : el dirigismo.
El afán reglamentarista heredado de la administración colonial española renació tras el interregno liberal que nos había catapultado al primer mundo, resultando en una acumulación sedimentaria de normas, prohibiciones, exepciones, imposiciones discriminatorias, cargas discrecionales, privilegios irritantes, decretos, edictos, reglamentos y leyes contrapuestas a derogaciones parciales, anulaciones, represalias, subsidios especiales, inmunidades corporativas y toda clase de obligaciones, derechos y garantías virtuales que se vienen superponiendo hasta la fecha sin contradicción aparente.
Cada gobierno aportó su cuota de confusión agregando regimentación detallada sobre cada aspecto de nuestra vida privada que se le ocurrió pertinente, en una alegre ronda de funcionarios públicos civiles y militares que unieron esfuerzos para aplastar nuestras ganas de crear y de crecer.
Así las cosas, cada habitante de este país sabe que el cumplimiento estricto de toda esta maraña en lo económico lleva a la quiebra, en los comportamientos viales lleva al accidente o en lo personal lleva al enloquecimiento por via burocrática y al desánimo por las dificultades para progresar, hacer fortuna por derecha o vivir seguro.
Los argentinos no somos suicidas por naturaleza sino que respondemos con toda lógica al sistema que nos encorseta.
Un sistema perverso, lleno de injusticias y de muy difícil cumplimiento que ahoga la enorme potencialidad creadora que poseemos propiciando el egoísmo, el caos social y la falta de respeto por el prójimo.
Desde luego la responsabilidad de estos hechos recae en primer lugar sobre el (aprox.) 80 % de votantes, mujeres y hombres argentinos que convalidaron una y otra vez a los gobiernos que crearon el sistema, a las oposiciones políticas que estuvieron de acuerdo con estas ideas dirigistas difiriendo solo en cuestiones de grado, y que en conjunto provocaron las crisis “cantadas” que nos llevaron durante años a autocracias militares que tampoco revirtieron la tendencia ya que no estaba en su naturaleza hacerlo.
Crezcamos de una vez. Nuestra creatividad es la salida. La libertad es el camino. El respeto estricto a la propiedad privada la condición. La seguridad jurídica sin hijos y entenados, el basamento. La no violencia, nuestra hoja de ruta.
Es sabido y recientes estudios comparativos lo confirman, que los argentinos somos emprendedores, imaginativos y para muchas cosas, brillantes por naturaleza.
Sea por la particular mezcla de razas que nos distingue, por la presión de un pasado ilustre o por la mera necesidad de sobrevivir a la tremenda sucesión de gobiernos anti-empresa que venimos soportando, lo cierto es que nuestro pueblo ha desarrollado una especial aptitud creativa.
No es novedad que los connacionales que trabajan en el exterior generalmente se distinguen, hacen carrera, son muy bien conceptuados y pagados.
Existe asimismo entre los observadores extranjeros la percepción de que somos un pueblo de individuos capaces y originales, que fracasa sin embargo en el emprendimiento colectivo de forjar un país avanzado.
Esta aptitud creativa se manifiesta entre nosotros, desde luego, en el surgimiento de emprendedores que inician empresas, diseñan buenos negocios o perfeccionan sistemas productivos, por ejemplo.
Aún frenado por incontables palos estatales en la rueda, el afán de generar ganancias sobrevive y azuza una inventiva apoyada en habilidades innatas que son algo así como la reserva potencial de nuestra sociedad.
Todo argentino intuye esto y de allí nuestra convicción de estar destinados a ser líderes o, como se dice por ahí, de ser un país con vocación imperial.
Es más. Ya estuvimos en ese pedestal hace 100 años y el recuerdo colectivo de ese orgullo nacional no tan lejano aporta verosimilitud a la pretensión.
Una primera reflexión debería llevarnos a imaginar lo que podría ser nuestra Argentina, si estableciéramos las bases para que toda esa potencia creadora se expresara sin trabas. En esta sociedad global del conocimiento la creatividad, la inventiva y la libertad para disponer con eficiencia de los recursos privados son llaves infalibles de éxito.
Sin embargo y por mucho, donde más y mejor se manifiesta esta creatividad es en el campo de lo ilegal.
Especialistas en violar normas de convivencia, en evasión tributaria y negreo laboral, en el arte de la truchada, el engaño y la corrupción, en la creación de leyes amañadas y en el aprovechamiento intensivo de baches legales, en la viveza de usar sólo la cáscara del sistema republicano, representativo y federal como cobertura de los más aberrantes atropellos constitucionales, los argentinos utilizamos nuestra ventaja comparativa en la generación de un gran caos que nos descoloca.
No podía ser de otra manera ya que nos hallamos en “el país de los piolas” donde el “sálvese quien pueda” es el pensamiento no expresado número uno.
La causa de esta calamidad no debe buscarse en mitos tales como “la maldad empresaria”, la “codicia suicida” del capitalismo, la ausencia de “sentido social” o la “conspiración internacional” en nuestra contra.
Tampoco se debe a que precisemos más leyes y reglamentos, más multas y controles, más piquetes intimidatorios ni más mano dura contra todos para obligarnos a obedecer por las buenas o por las malas. No.
Maduremos, por favor.
La solución no es más gobierno… porque el gobierno es el problema.
¿Cómo? Dentro de su complejidad, el colapso nacional tiene como toda gran verdad, explicaciones simples y de sentido común.
Desde aquel primer golpe militar de 1930, todos los gobiernos que hemos padecido (salvo brevísimos períodos) se mostraron conmovedoramente hermanados en una cosa : el dirigismo.
El afán reglamentarista heredado de la administración colonial española renació tras el interregno liberal que nos había catapultado al primer mundo, resultando en una acumulación sedimentaria de normas, prohibiciones, exepciones, imposiciones discriminatorias, cargas discrecionales, privilegios irritantes, decretos, edictos, reglamentos y leyes contrapuestas a derogaciones parciales, anulaciones, represalias, subsidios especiales, inmunidades corporativas y toda clase de obligaciones, derechos y garantías virtuales que se vienen superponiendo hasta la fecha sin contradicción aparente.
Cada gobierno aportó su cuota de confusión agregando regimentación detallada sobre cada aspecto de nuestra vida privada que se le ocurrió pertinente, en una alegre ronda de funcionarios públicos civiles y militares que unieron esfuerzos para aplastar nuestras ganas de crear y de crecer.
Así las cosas, cada habitante de este país sabe que el cumplimiento estricto de toda esta maraña en lo económico lleva a la quiebra, en los comportamientos viales lleva al accidente o en lo personal lleva al enloquecimiento por via burocrática y al desánimo por las dificultades para progresar, hacer fortuna por derecha o vivir seguro.
Los argentinos no somos suicidas por naturaleza sino que respondemos con toda lógica al sistema que nos encorseta.
Un sistema perverso, lleno de injusticias y de muy difícil cumplimiento que ahoga la enorme potencialidad creadora que poseemos propiciando el egoísmo, el caos social y la falta de respeto por el prójimo.
Desde luego la responsabilidad de estos hechos recae en primer lugar sobre el (aprox.) 80 % de votantes, mujeres y hombres argentinos que convalidaron una y otra vez a los gobiernos que crearon el sistema, a las oposiciones políticas que estuvieron de acuerdo con estas ideas dirigistas difiriendo solo en cuestiones de grado, y que en conjunto provocaron las crisis “cantadas” que nos llevaron durante años a autocracias militares que tampoco revirtieron la tendencia ya que no estaba en su naturaleza hacerlo.
Crezcamos de una vez. Nuestra creatividad es la salida. La libertad es el camino. El respeto estricto a la propiedad privada la condición. La seguridad jurídica sin hijos y entenados, el basamento. La no violencia, nuestra hoja de ruta.
Libertarianismo
Marzo 2006
El tema fue “Libertad y Crecimiento” y en su exposición puntualizó entre muchas otras cosas que la falta de ambición es lo peor que le puede pasar a una sociedad, ya que hace que las personas queden sumergidas y exigiendo que les den, sin pensar - como nos decían nuestros abuelos- que el pan ha de ganarse con el sudor de la frente.
Si logramos en cambio generar una incomodidad creativa que le haga sentir a la persona que capacitándose, que haciendo un esfuerzo por si misma va a poder llegar a lo que anhela, estaremos recuperando con ello los mejores valores del ser humano.
Se entiende asimismo que la moral es una sola y la misma vara debería aplicarse para todos.
En el pensamiento libertario, el valor más importante es la libertad, no la democracia. Por eso protege la sociedad civil, que es voluntaria, en oposición a la sociedad política que es coercitiva y promueve las soluciones de mercado, que son libres, en oposición al intervencionismo, que es obligatorio.
El siglo XX ha sido del poder estatal, de los Hitler, Stalin, Castro; del dominio que surge del fusil. Con el libertarianismo y un poco de suerte, el siglo XXI puede ser el siglo del hombre libre.
A fines del año pasado la Sociedad Rural de Rafaela (Santa Fe) cerró exitosamente su ciclo de formación profesional 2005.
Organizado por el grupo Gama ( Grupo de Ayuda de Mujeres Agropecuarias) y el Ateneo de la entidad, el curso finalizó con una disertación de la Contadora Rosa Pelz Galperín.
El tema fue “Libertad y Crecimiento” y en su exposición puntualizó entre muchas otras cosas que la falta de ambición es lo peor que le puede pasar a una sociedad, ya que hace que las personas queden sumergidas y exigiendo que les den, sin pensar - como nos decían nuestros abuelos- que el pan ha de ganarse con el sudor de la frente.
Expresó su contrariedad al asistencialismo considerando que en la forma en que se lo practica en estos momentos contribuye a hundir a la gente, quitarle su autoestima, degradarla y someterla a los intereses de otros.
Si logramos en cambio generar una incomodidad creativa que le haga sentir a la persona que capacitándose, que haciendo un esfuerzo por si misma va a poder llegar a lo que anhela, estaremos recuperando con ello los mejores valores del ser humano.
Interesante y centrada ponencia, sin duda, proveniente de una mujer de familia (casada, con 46 años de matrimonio y dos hijos), de trabajo y con experiencia.
Lo novedoso de la conferencia fue que la disertante se declaró “libertaria”. ¿Qué es un libertario y en qué consiste el libertarianismo?
Poco conocido en la Argentina, es un sistema completo de principios de gran coherencia que viene creciendo en forma progresiva desde su creación entre los años 50 y 70 por el economista Murray Rothbard (1926 – 1995), un verdadero “hombre bisagra” en la historia de las ideas.
Considerado por algunos expertos y politólogos como la ideología del futuro, avanza sobre todo entre las elites más evolucionadas en muchos países aunque en algunos ya está asomando bajo la forma de fuerza política con vocación de aplicación práctica.
En los Estados Unidos, por ejemplo, el Libertarian Party está presente en 50 estados y con más de 200.000 afiliados constituye la tercera fuerza electoral del país.
Más cerca aún, en Costa Rica, el Movimiento Libertario estuvo presente en las últimas elecciones (Febrero de este año 2006) logrando el 8,4 % de los votos para presidente y el 9 % para su lista de diputados. Los resultados obtenidos constituirán un nuevo desafío para esta joven y muy audaz agrupación.
El sistema libertario pone el acento en la persona humana como individuo único e irrepetible. La minoría más pequeña es la de una sola persona y merece el mismo respeto que otra minoría de cientos de miles o que una mayoría de millones.
El Estado debe reconocer al individuo como ente superior del que deriva toda su autoridad y por tanto no tiene más derechos sobre personas y propiedades que los que cada individuo le conceda.
Puede definirse al libertarianismo (o libertarismo) como un sistema de ley policéntrica de jurisdicciones competitivas. Una organización social espontánea, autónoma, no coactiva; un orden voluntario cooperativo basado en la ética objetiva y universal de la libertad y la justicia rectamente entendida como el derecho individual de propiedad privada. No implica caos, desorden ni salvajismo sino simplemente ausencia de Estado monopólico.
Implica en última instancia la abolición de todas las formas de Estado por innecesarias, peligrosas e indeseables.
Existirían instituciones, leyes y agencias de seguridad, pero no impuestas mediante la violencia. Se trata de una heterarquía o estructura en red, y no de una jerarquía o estructura de árbol.
La esencia de la filosofía libertaria es el principio de no agresión y se aplica en forma estricta a todo el campo de la acción humana.
El principio de la no-agresión del pensamiento libertario es la base de la moral y la ética de la mayoría de las personas comunes que viven de su trabajo con sacrificio, honestidad y respetando los derechos del semejante. Estas personas enseñan a sus hijos a no comenzar peleas o agredir a otros. No engañar, trampear o robar.
Todo lo pacífico es bueno. La violencia es mala.
La sociedad debería dejar en paz a las personas que no han dañado, engañado o forzado a otros entendiendo que el uso de la fuerza es legítimo sólo en contra de los que han iniciado una agresión.
Cada persona puede vivir su vida como le parece tanto si sus elecciones incluyen drogas, sexo libre y ocio como si se opta por el ascetismo, el trabajo duro, el servicio al prójimo o los cultos religiosos más raros siempre y cuando sus acciones no interfieran con igual derecho de sus semejantes, caso que constituiría el inicio de una agresión.
En la política exterior, este principio se traduce en el de la no-intervención y la neutralidad. La guerra debería ser el último recurso de defensa de una nación ante un ataque real y por eso los libertarios se han opuesto tanto a las guerras de Vietnam, Irak o Serbia como al bloqueo a Cuba.
La ausencia del Estado de Bienestar posibilitaría la reinversión productiva de gigantescas sumas haciendo a los países más ricos y a las personas mucho más generosas, humanas y caritativas con los desposeídos e infortunados. La historia prueba que en la medida de la intervención estatal crece la indiferencia hacia el prójimo en la sociedad.
Se entiende asimismo que la moral es una sola y la misma vara debería aplicarse para todos.
¿Por qué si una patota de 10 personas le quita su dinero a 2 transeúntes en la calle se llama robo mientras que 4 millones de personas que se reparten el dinero que quitaron por la fuerza a otras 650 mil se llama “redistribución de la riqueza a través de los impuestos”?
La única diferencia entre un cobrador de impuestos y un ladrón es que el primero opera con una poderosa maquinaria detrás apoyándolo. Sin embargo la escala no cambia la calificación y un sistema basado en el despojo mediante la amenaza de violencia, no puede ser nunca un buen sistema.
En el pensamiento libertario, el valor más importante es la libertad, no la democracia. Por eso protege la sociedad civil, que es voluntaria, en oposición a la sociedad política que es coercitiva y promueve las soluciones de mercado, que son libres, en oposición al intervencionismo, que es obligatorio.
Se trata de la libertad bajo el imperio de la ley, de respetar el igual derecho de los demás de vivir en paz, con gobiernos limitados y mercados libres y abiertos. Es dejar de ser víctimas de tiranos, iluminados y parásitos.
El siglo XX ha sido del poder estatal, de los Hitler, Stalin, Castro; del dominio que surge del fusil. Con el libertarianismo y un poco de suerte, el siglo XXI puede ser el siglo del hombre libre.
Cuidado con las Frases Hechas
Febrero 2006
Desde hace algún tiempo y al fragor de la sorda lucha civil que viene polarizando a la opinión pública en populistas versus republicanos, los argentinos nos estamos habituando a algunas frases hechas.
En realidad son “conceptos hechos” usados por el gobierno y sus compañeros de ruta con el objeto de servir a sus propósitos, que permanecen invariables a través de administraciones peronistas, radicales o militares desde hace décadas.
Estos son, desde luego, los de asegurar sus intereses privados, los de la corporación a la que representan, sus privilegios y lealtades de silencio.
También, claro, facilitar la vida a sus electores y trabajar para la prosperidad general del país (en ese orden).
Frases-concepto de alto impacto como “ distribución de la riqueza” o “inclusión social, producción y trabajo” vaciadas de contenido, son profusamente usadas por la actual jefatura peronista con la finalidad de prolongar en las mentes simples la ilusión de que su sistema de socialismo populista conducirá, ahora si, al logro de esas metas.
Nuestra historia, la experiencia internacional y la ciencia económica seria demostraron de manera inequívoca que esto es falso. Aplicando con pavorosa exactitud las recetas que aplica hoy nuestra conducción política, Argentina se despeñó desde las alturas del Primer Mundo hasta el mugriento sótano de pobreza y descrédito en el que nos hallamos.
La interpretación mayoritaria así como las acciones y declamaciones de nuestros patrones políticos para estas frases hechas tratan de hacer creer otra vez que llegaremos a desarrollarnos con :
a) una muy alta presión impositiva
b) un Poder Ejecutivo pronto al puñetazo sobre la mesa
c) unos legisladores que obedezcan a quien puso sus nombres en la lista en lugar de actuar en defensa de los ciudadanos de a pie
d) un Poder Judicial alineado y dócil con el gobierno antes que garante de la Constitución Nacional.
e) un sistema que sostiene todo esto atosigando a la mayoría con educación basura que no fomente la libertad, la civilidad, la no violencia, la creatividad, la independencia de criterio, el ansia de progreso y la capacidad de cuestionar a la dirigencia.
Olvidamos, sin embargo, que los desocupados, los indigentes, los analfabetos tecnológicos, los clase media pauperizados, los ancianos temerosos por inseguridad y pobreza, los servidores públicos con salarios indignos y todos los que están en una situación vulnerable en nuestra sociedad, están en esa situación precisamente por efecto de años de mal gobierno a manos de la misma ideología que seguimos ratificando en las urnas y en las encuestas de opinión hasta el dia de hoy.
Los votantes que sostienen este populismo socialista a la criolla creen que :
a) alguna gente tiene demasiado dinero.
b) muchísima gente tiene muy poco dinero.
c) la solución es quitarle mediante impuestos lo máximo posible a los de a) y repartirlo sin tardanza entre los de b)
d) los de b) son más y por lo tanto tienen derecho a obligar por la fuerza a los de a) a entregar su dinero.
e) los de a) son culpables de la situación de indigencia de los de b) y por lo tanto es justo que se les quite el dinero.
f) además, qué diablos, nos causaría gran placer ver a los de a) de rodillas, castigados y sin tantas comodidades. Matarlos, no, pero si con un buen dogal al cuello.
En definitiva, esto es lo que significa aquí la frase “distribución de la riqueza”. Por estos razonamientos se la justifica y se la apoya en las urnas.
Peronistas, radicales, socialistas, nacionalistas, fascistas, comunistas, democristianos, humanistas y otros consideran con distintos matices, acentos o caretas más o menos vergonzantes que esta interpretación de distribución de la riqueza es correcta.
Lo cierto es que todo lo anterior es la perfecta demostración del enanismo mental causante de nuestra debacle nacional.
Desde Suecia a Uganda esta forma de pensar fracasó, fracasa y fracasará porque está demostrado que las sociedades exitosas y con el futuro más luminoso son las que superaron al enano del igualitarismo y se percataron que “distribución de riqueza” es :
a) alguna gente tiene demasiado dinero.
b) muchísima gente tiene muy poco dinero.
c) la solución es que los de b) se acerquen lo más posible y sin tardanza al nivel de los de a)
d) los de b) son más y por lo tanto pueden forzar políticas que hayan demostrado eficacia en la creación de riqueza y en la educación de la inteligencia colectiva.
e) nuestro propio voto es el responsable de que políticas educativas y económicas erradas hayan causado tanta pobreza y decadencia.
f) además, qué diablos, la envidia no solo es un pecado capital sino que trae implícito su propio castigo como generadora de indigencia.
Del mismo modo, la frase de batalla “inclusión social, producción y trabajo” en referencia a los objetivos manifiestos del modelo en vigencia llama a engaño a una gran cantidad de personas sencillas que creen que a través del sistema de “quito y reparto” se logrará :
a) que los desocupados, los sin educación suficiente, los ancianos e incluso los delincuentes (p.ej. piqueteros violadores de leyes y derechos) sean recuperados para la normalidad de un trabajo digno, una educación aceptable y un ambiente de respeto al prójimo.
b) que se instalen miles de pujantes fábricas y empresas que provean buenos empleos y aumenten la producción nacional en todos los rubros.
Y nuevamente lo cierto es precisamente lo contrario. Está a la vista de propios y extraños el dramático resultado de 75 años de trasnochados al mando.
Con brevísimas exepciones el populismo nacionalista de cultura igualitaria decidió sin impedimentos serios los destinos de la república. Y así nos va.
¿O no?
Si queremos lograr inclusión social, producción y trabajo simplemente debemos mirar a aquellas sociedades que por el duro camino de prueba y error a lo largo de cientos o miles de años, hoy lo están logrando en forma seria y consolidada.
Son las sociedades a las que todos quieren emigrar, como lo fue la Argentina del Centenario, la del Primer Mundo.
La fórmula ya está inventada señoras y señores. No sigamos probando terceras vias geniales ni atajos en el país de los vivos.
No hay otra : Libertad, sobre todo económica y de una audacia que asombre al mundo, pero también para vivir como a cada quien le parezca sin ser discriminado ni obstaculizado porque la gente más libre es la más creativa. Propiedad, respeto que empieza por disminuir al mínimo la exacción fiscal o regulaciones laborales paleolíticas, entre otras cosas, para atraer agresivamente capitales y emprendedores de riesgo de todo el orbe.
Y Seguridad Jurídica ya que los derechos no pueden ser violados y ningún violador de derechos puede quedar impune bajo ninguna circunstancia, para atraer la confianza de empresas e ideas innovadoras de todas las áreas del conocimiento y la industria mundial.
Desde luego, Argentina puede dar ese salto impresionante hacia una prosperidad sustentable que cumpla con creces y en poco tiempo los anhelos de los marginados. Puede haber inclusión social, producción y trabajo en abundancia. Puede haber distribución más justa para las riquezas producidas pero solo si cambiamos en el sentido correcto la interpretación de estas frases hechas.
Desde hace algún tiempo y al fragor de la sorda lucha civil que viene polarizando a la opinión pública en populistas versus republicanos, los argentinos nos estamos habituando a algunas frases hechas.
En realidad son “conceptos hechos” usados por el gobierno y sus compañeros de ruta con el objeto de servir a sus propósitos, que permanecen invariables a través de administraciones peronistas, radicales o militares desde hace décadas.
Estos son, desde luego, los de asegurar sus intereses privados, los de la corporación a la que representan, sus privilegios y lealtades de silencio.
También, claro, facilitar la vida a sus electores y trabajar para la prosperidad general del país (en ese orden).
Frases-concepto de alto impacto como “ distribución de la riqueza” o “inclusión social, producción y trabajo” vaciadas de contenido, son profusamente usadas por la actual jefatura peronista con la finalidad de prolongar en las mentes simples la ilusión de que su sistema de socialismo populista conducirá, ahora si, al logro de esas metas.
Nuestra historia, la experiencia internacional y la ciencia económica seria demostraron de manera inequívoca que esto es falso. Aplicando con pavorosa exactitud las recetas que aplica hoy nuestra conducción política, Argentina se despeñó desde las alturas del Primer Mundo hasta el mugriento sótano de pobreza y descrédito en el que nos hallamos.
La interpretación mayoritaria así como las acciones y declamaciones de nuestros patrones políticos para estas frases hechas tratan de hacer creer otra vez que llegaremos a desarrollarnos con :
a) una muy alta presión impositiva
b) un Poder Ejecutivo pronto al puñetazo sobre la mesa
c) unos legisladores que obedezcan a quien puso sus nombres en la lista en lugar de actuar en defensa de los ciudadanos de a pie
d) un Poder Judicial alineado y dócil con el gobierno antes que garante de la Constitución Nacional.
e) un sistema que sostiene todo esto atosigando a la mayoría con educación basura que no fomente la libertad, la civilidad, la no violencia, la creatividad, la independencia de criterio, el ansia de progreso y la capacidad de cuestionar a la dirigencia.
Olvidamos, sin embargo, que los desocupados, los indigentes, los analfabetos tecnológicos, los clase media pauperizados, los ancianos temerosos por inseguridad y pobreza, los servidores públicos con salarios indignos y todos los que están en una situación vulnerable en nuestra sociedad, están en esa situación precisamente por efecto de años de mal gobierno a manos de la misma ideología que seguimos ratificando en las urnas y en las encuestas de opinión hasta el dia de hoy.
Los votantes que sostienen este populismo socialista a la criolla creen que :
a) alguna gente tiene demasiado dinero.
b) muchísima gente tiene muy poco dinero.
c) la solución es quitarle mediante impuestos lo máximo posible a los de a) y repartirlo sin tardanza entre los de b)
d) los de b) son más y por lo tanto tienen derecho a obligar por la fuerza a los de a) a entregar su dinero.
e) los de a) son culpables de la situación de indigencia de los de b) y por lo tanto es justo que se les quite el dinero.
f) además, qué diablos, nos causaría gran placer ver a los de a) de rodillas, castigados y sin tantas comodidades. Matarlos, no, pero si con un buen dogal al cuello.
En definitiva, esto es lo que significa aquí la frase “distribución de la riqueza”. Por estos razonamientos se la justifica y se la apoya en las urnas.
Peronistas, radicales, socialistas, nacionalistas, fascistas, comunistas, democristianos, humanistas y otros consideran con distintos matices, acentos o caretas más o menos vergonzantes que esta interpretación de distribución de la riqueza es correcta.
Lo cierto es que todo lo anterior es la perfecta demostración del enanismo mental causante de nuestra debacle nacional.
Desde Suecia a Uganda esta forma de pensar fracasó, fracasa y fracasará porque está demostrado que las sociedades exitosas y con el futuro más luminoso son las que superaron al enano del igualitarismo y se percataron que “distribución de riqueza” es :
a) alguna gente tiene demasiado dinero.
b) muchísima gente tiene muy poco dinero.
c) la solución es que los de b) se acerquen lo más posible y sin tardanza al nivel de los de a)
d) los de b) son más y por lo tanto pueden forzar políticas que hayan demostrado eficacia en la creación de riqueza y en la educación de la inteligencia colectiva.
e) nuestro propio voto es el responsable de que políticas educativas y económicas erradas hayan causado tanta pobreza y decadencia.
f) además, qué diablos, la envidia no solo es un pecado capital sino que trae implícito su propio castigo como generadora de indigencia.
Del mismo modo, la frase de batalla “inclusión social, producción y trabajo” en referencia a los objetivos manifiestos del modelo en vigencia llama a engaño a una gran cantidad de personas sencillas que creen que a través del sistema de “quito y reparto” se logrará :
a) que los desocupados, los sin educación suficiente, los ancianos e incluso los delincuentes (p.ej. piqueteros violadores de leyes y derechos) sean recuperados para la normalidad de un trabajo digno, una educación aceptable y un ambiente de respeto al prójimo.
b) que se instalen miles de pujantes fábricas y empresas que provean buenos empleos y aumenten la producción nacional en todos los rubros.
Y nuevamente lo cierto es precisamente lo contrario. Está a la vista de propios y extraños el dramático resultado de 75 años de trasnochados al mando.
Con brevísimas exepciones el populismo nacionalista de cultura igualitaria decidió sin impedimentos serios los destinos de la república. Y así nos va.
¿O no?
Si queremos lograr inclusión social, producción y trabajo simplemente debemos mirar a aquellas sociedades que por el duro camino de prueba y error a lo largo de cientos o miles de años, hoy lo están logrando en forma seria y consolidada.
Son las sociedades a las que todos quieren emigrar, como lo fue la Argentina del Centenario, la del Primer Mundo.
La fórmula ya está inventada señoras y señores. No sigamos probando terceras vias geniales ni atajos en el país de los vivos.
No hay otra : Libertad, sobre todo económica y de una audacia que asombre al mundo, pero también para vivir como a cada quien le parezca sin ser discriminado ni obstaculizado porque la gente más libre es la más creativa. Propiedad, respeto que empieza por disminuir al mínimo la exacción fiscal o regulaciones laborales paleolíticas, entre otras cosas, para atraer agresivamente capitales y emprendedores de riesgo de todo el orbe.
Y Seguridad Jurídica ya que los derechos no pueden ser violados y ningún violador de derechos puede quedar impune bajo ninguna circunstancia, para atraer la confianza de empresas e ideas innovadoras de todas las áreas del conocimiento y la industria mundial.
Desde luego, Argentina puede dar ese salto impresionante hacia una prosperidad sustentable que cumpla con creces y en poco tiempo los anhelos de los marginados. Puede haber inclusión social, producción y trabajo en abundancia. Puede haber distribución más justa para las riquezas producidas pero solo si cambiamos en el sentido correcto la interpretación de estas frases hechas.
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