Libre Crimen o Libre Competencia

Marzo 2012

Nuestro alegre carrusel comicial implica sufrir, vuelta tras vuelta, el Juego de los Idiotas Útiles que supone optar entre violadores constitucionales de primera minoría. Un divertimento que embreta al 100 % de los argentinos -estén o no de acuerdo- obligados a acompañar, financiar y sobrevivir al vivillo político de turno. Y donde el caso de la inseguridad ciudadana es una consecuencia directa más, entre la miríada de problemas innecesarios, gratuitos o mal resueltos que debemos soportar en callada continencia.

Cierta idea “loca” surgida de este hartazgo, se le ocurrió un día al señor Pérez, esforzado pequeño comerciante que vive y padece en los lindes de una barriada poco segura de la ciudad de Rosario.
Publicar en el diario zonal y notificar al Estado provincial que su policía le resulta cara y que no le sirve para nada. Que agradece los servicios prestados pero que va a prescindir de ellos. Y que va a solicitar, en cambio, la asistencia de una agencia de seguridad privada y de una compañía de seguros que indemnice eventuales fallas del servicio, para proteger a su familia, para cuidar de su terreno, su casa, su auto y su calle.

Claro que si elije dejar de pagar su fracción proporcional de impuestos para destinar ese dinero a la nueva seguridad contratada, terminará en la cárcel y con sus bienes bajo bandera de remate. Será castigado por delincuente evasor y tildado de anti patriota, porque las víctimas no son él y su familia sino… ¡el Estado! y porque los otros tres vecinos de la cuadra, con sus familiares y amigos beneficiarios de planes sociales o flamante empleo público exigirán con mirada torva que calle y que pague.

Antes, seguramente, algún veterano funcionario lo desasnará, benévolo, poniéndole una mano sobre el hombro: “Pérez, recapacite: la presidente de la nación, el gobernador de la provincia y el intendente de nuestra ciudad tienen derecho a imponerle los servicios que les parece y a cobrarle el precio que esos servicios y su administración les demanden; usted no puede decirnos que ‘se va’. Puede contratar una agencia local de seguridad privada  con una compañía de seguros asociada que lo indemnice si pasa algo pero también deberá pagarnos los impuestos por el servicio de policía estatal, aunque a usted no le sirva”. Y ensayando su más encantadora sonrisa, ajustará la tapa roscada de su comentario con un “así funciona la democracia representativa, republicana y federal”.
¿Democracia qué? Sintiendo que la mano sobre su hombro pesa 100 kilos, aquello sonará en la alterada cabeza de Pérez como demasiado parecido a la amenaza extorsiva de cobro de un monopolio que además, detenta las armas. En el lenguaje y para el sentido de justicia de la gente común, eso se llamaría…  ¡mafia!

Podría sin embargo quedarle ánimo como para invertir el razonamiento preguntándole en tono confidencial si acaso no le parecería buena idea que la policía provincial tuviera “permiso” para abrir y mejorar su negocio, su profesionalismo, su equipamiento de alta tecnología y fuerzas de movilidad rápida o su derecho de asociación con aseguradoras, prestando servicios extras “a medida” para clientes que lo solicitasen. Previos descuento impositivo permanente y pago arancelado en efectivo.
Entendiendo que la competencia es el único acicate real para un mejor servicio al menor precio ya que los monopolios, sean estos privados o estatales, corren siempre en sentido contrario.
Tal vez vería entonces al servidor público rascarse la cabeza y asentir mirando el horizonte, en pensativo silencio.

El comerciante se llamará de momento a sosiego, no insistirá con su notificación y tratará entonces de razonar en familia sobre la esquiva lógica de esta doble moral.
Por caso: si él organizara un grupo armado para defender la cuadra y dispusiera que sus hombres obligaran a punta de pistola a los tres vecinos restantes a colaborar con su parte sería tachado, con justicia, de delincuente; de despojar a la gente sin tener contratos voluntarios acordados para ese servicio. ¡Un piquete de bloqueo barrial no tardaría en reducirlo!
Pero si el gobierno hace exactamente lo mismo con él, que tampoco firmó contrato de servicio alguno (y que en las 2 últimas elecciones votó en blanco), ninguno de sus vecinos con plan social estará dispuesto a considerar a eso un atropello mafioso, ni a unírsele en rebelión fiscal.

¿Hay acaso -para toda cuestión sustancial- una ley para los del gobierno con sus amigos y otra para los ciudadanos que laboran de a pie y que financian contra su voluntad subsidios clientelistas, monstruosas incompetencias económicas, seguridad inservible, universidades subversivamente desactualizadas o empleos estatales que disfracen la desocupación?
Evidentemente sí la hay. El sistema legal argentino -acaba de descubrirlo con horror- terminó su largo viraje socialista de 7 u 8 décadas alejándose del liberalismo y ahora los protege a ellos de personas como él.

¿Es posible entonces en pleno siglo XXI que sus tres vecinos y otros como ellos elijan una déspota a cuyos decretos y leyes (o a sus engendros constitucionales) deban todos someterse entregando lo que producen, a la orden perentoria de algún escriba de poco seso, como esclavos en la Roma de Calígula?
Evidentemente sí es posible, concluye abatido: las rotas cadenas están restauradas y del grito ¡libertad! …sólo queda letra muerta.

No importa quien lo perpetre, cuántos sean ni para qué: si él obliga a alguien con un arma a entregar dinero que le pertenece, es robo. Y lo que es robo como concepto aplicable a él y su accionar, es también robo para el titular de la Impositiva y para sus mandantes, que bien podrían ser millones. ¿Millones de ciudadanos ladrones?
¿Porqué no? Esta es una Argentina enferma, llena de gente que no iría directamente a despojar con un revólver a su vecino pero que está muy dispuesta a elegir un político que lo haga por ella.

Su vida y sus bienes, concluye Pérez, deberían ser protegidos por agencias sujetas a un solo tipo de normas: las que lo rigen a él. La “ley pública” con todo ese extraño doble standard ético, debe desaparecer. Porque apañar lo contrario es seguir aceptando acciones que no son otra cosa que simple actividad criminal, encubierta como “ley”. Y no sólo en el tema seguridad, claro.

Desactivando Malvados

Marzo 2012

El libertarianismo es, en materia de teoría política y social contemporánea, la corriente que despierta un interés más profundo en politólogos y círculos humanistas avanzados, la iniciativa más revolucionaria y la de mayor futuro a largo plazo.

Analizando el origen de la moderna teoría libertaria, ya el economista y filósofo francés Guy Sorman en su libro de 1989 Los verdaderos pensadores de nuestro tiempo, identificaba a su inspirador, el también economista y catedrático norteamericano Murray Rothbard (1926 – 1995) como “hombre bisagra”. Una de esas mentes excepcionales cuyas ideas están destinadas a dividir al mundo en un antes y un después de su irrupción.

Si bien las ideas-base libertarias no han sido puestas en práctica en épocas recientes (sí en el pasado y con resultados notables), no hay duda de que están hoy en el radar social.
Tanto el publicitado discurso de su actual representante en la carrera por la nominación republicana a la presidencia de los Estados Unidos, el senador Ron Paul, como la poderosa (desordenada y a veces contradictoria pero espontánea) corriente de opinión anti-estatista y pro-libertad del movimiento Tea Party, configuran en este sentido un  verdadero faro de alerta temprana; señales luminosas de un punto de inflexión histórico en el signo ideológico de nuestro tiempo.
Sus propuestas fuertes, innovadoras y cargadas de sentido común, sus rebeliones indignadas frente a la extorsión gubernamental y sus exigencias de respeto a la libertad de elección personal calan, de una u otra forma, en todo el arco político estadounidense.
Y sabemos que lo que sucede en el gigante del norte influye tarde o temprano, por partes o en shock, sobre el resto del planeta.  

Este auge intelectual podría verse potenciado “por reacción” en la fracción educada de sociedades como la nuestra, donde impera la democracia populista no republicana (o dictadura socialista de primera minoría). Sociedades estacionadas en esa clase de despotismo de ignorantes, cínico, represivo y estructuralmente corrupto que tan bien conocemos. Y que en realidad son la utopía de ese “Estado Benefactor” que a diario vemos hundirse -aún entre los ultra civilizados nórdicos- con todos intentando salvarse pisando sobre la cabeza del vecino.

Aunque el concepto de abolición de impuestos y Estado sea sólo una tendencia, una brújula para orientarse en la selva del ventajismo político y un camino gradual de liberación, es una idea que asusta a mucha gente, que se plantea cosas tales como “los utópicos son los libertarios, que creen innecesario, caro y peligroso al Estado y que quieren pasar su poder regulador y protector a la pura cooperación voluntaria (al mercado), suponiendo equivocadamente que todos los seres humanos son buenos”.

Pero el libertarianismo nunca supuso eso, porque sabe que en la naturaleza humana conviven siempre la maldad y la bondad.
Los libertarios sostienen, si, que las instituciones sociales que sirven son aquellas que mitigan lo primero y fomentan lo segundo. Así como afirman -fundados en la experiencia- que el estatismo alentó los aspectos criminales del ser humano, su maldad innata, desde el momento en que proveyó un canal socialmente legitimado para robar y forzar a personas pacíficas que a nadie habían dañado ni agredido. Y que lo hizo a través de la coacción discrecional aplicada en forma vertical desde el sistema tributario y desde la regulación “legal” sobre vidas y propiedades. Brutalidades que han sido causa matriz de atrasos y pobrezas, frenando en todas partes el avance de la civilización.

El libre mercado, por su parte, desmotiva esa amenaza agresiva del monopolio fomentando el mutuo acuerdo y las ventajas del intercambio voluntario en redes horizontales de crecimiento abierto. Fomentando así las elecciones personales de vida, dentro de la riqueza popular de una sociedad de propietarios.
Una sociedad libre padecerá de hecho menos estrés, atropellos y violencia criminal de las que hoy sufrimos, aunque estas lacras nunca desaparezcan por completo. Una implicación de sentido común, a derivarse del giro moral de 180° en las actuales estructuras social-populistas de premio y castigo: hacia la zanahoria (con riqueza) al trabajador, al honesto y al estudioso y hacia el palo (con pobreza) al vago, al ladrón y al indolente.

Por otra parte, la percepción atemorizada de tanta gente acerca del peligro de una anarquía libertaria dominada por la maldad humana sin control estatal, choca contra el sentido común. Porque si es cierto, como ellos piensan, que en los hombres prevalecen las tendencias criminales ¿acaso están mágicamente exentos de ellas quienes componen el gobierno, monopolizan la fuerza armada y coaccionan a todos los demás? Y si en los hombres prevalece en cambio la benevolencia o al menos no prevalece claramente la maldad ¿para qué habría necesidad de un Estado con las pérdidas de tiempo, los inmensos costos e insufribles vejaciones que su imposición forzada implica?

Lo que sí está comprobado, si aceptamos la premisa de que los humanos sucumbimos a una mezcla de pulsiones buenas y malas, es aquello que sentenció Thomas Paine (1737 – 1809, intelectual estadounidense y uno de los Padres Fundadores de su nación): “Ningún hombre, desde el principio de los tiempos ha merecido que se le confiase el poder sobre todos los demás”.

Lo bueno de la cooperación voluntaria con poco o eventualmente ningún Estado obstaculizando la creación de riqueza es que allí el éxito no depende de que acertemos en la elección de seres utópicos, siempre sabios, para que nos dirijan. O de que todos los demás debamos convertirnos en seres altruistas, obedientes y desprendidos si queremos evitar la instauración de una policía política que nos discipline en la estúpida fila del relato oficial.
El mercado acepta las cosas (las tendencias humanas) tal como son y saca partido de ello con beneficio para el conjunto, obligando al malvado a cooperar si quiere ganar dinero. Siendo este el “sistema” en el que puede hacer menos daño. A más libre competencia, más malvados-ricos-corruptos desactivados.

¿Y qué es lo liberal-libertario sino el mercado abierto de la cooperación creativa, percibido como evolución política? 

Estuvimos Ahí

Febrero 2012

Un gobierno dedicado a terminar con lo que resta de la división de Poderes y control institucional, dedicado a perseguir y amenazar a las propias empresas y a particulares que desean protegerse comprando divisas; un gobierno que casi no atrae inversiones productivas en innovación tecnológica, infraestructura o nuevas fuentes de energía, que cierra las importaciones y regimenta más y más su ya farragosa “no-facilidad de negocios”… es reflejo de un país que continúa en caída. Sin visión de largo plazo. A la defensiva. En franco proceso de achicamiento respecto de los demás países, cualquiera sea la situación transitoria de suerte externa o percepción interna favorable en que se encuentre.

No somos lo únicos en verlo: el largo declive argentino de país príncipe a país mendigo es conocido en el mundo entero por lo espantoso. Una pesadilla ajena cumplida, transitando de la libertad, la promisión y el poder económico… al totalitarismo, la iniquidad y la pobreza. De la inmigración a la emigración.
Contrariamente a lo presentado a través del rosado cristal caza-bobos del “Mundo Indec” kirchnerista, el Bicentenario de la patria nos encontró desunidos y económicamente arrodillados. No ya ante la élite de las potencias planetarias sino ante medio mundo y ante simples vecinos americanos, empezando por México y Brasil, países a los que antes mirábamos por sobre el hombro.

Las cosas no eran así de ninguna manera en los años que precedieron y siguieron al glorioso Centenario, cuando nuestra Argentina crecía poderosa en medio de una efervescente movilidad social. Exportando producción e incorporando industrias, cerebros y capitales a ritmo de locomotora, amenazando con hacerle sombra a los propios Estados Unidos.
Realmente lo hicimos. Imponíamos condiciones y respeto al orbe.

También supimos arruinarnos, es cierto pero antes, estuvimos ahí. Y éramos el mismo crisol de razas emprendedoras que todavía somos.
Las edificaciones públicas, privadas o de infraestructura que levantábamos aceleradamente y que aún perduran, dan cuenta de un país con vocación de república imperial. Veamos algunos datos históricos puntuales.

Las estadísticas del año 1908 nos muestran que la suma del comercio exterior, el valor de nuestras exportaciones, era superior al del comercio total del resto de Sudamérica Brasil incluido.
En esta línea y hace exactamente cien años, nuestro producto bruto per cápita nos ubicaba en el décimo puesto, superando a países como Japón, Italia, España, Francia, Rusia o México y Brasil por supuesto, y ello a pesar del gran aumento de la población por los aportes inmigratorios.
Durante la Primera Guerra Mundial (1914 – 1918) y a pesar de la contracción del intercambio internacional, nos sostuvimos en esa posición superando, incluso, a Alemania.
Mantuvimos calificaciones similares a lo largo de la década del ’20 y aún en 1936, por ejemplo y según mediciones técnicas muy precisas, la Argentina ocupaba el duodécimo lugar en poder económico superando a Canadá, sociedad que se había mantenido hasta entonces por encima de nosotros.

Los países más avanzados del mundo eran en aquellas décadas Gran Bretaña y Estados Unidos, pero para dar una medida de la clase de bienestar que veníamos construyendo, puede señalarse que los argentinos gozábamos del 72 al 80 % del ingreso per cápita de un súbdito inglés y del 63 al 70 % del de un norteamericano, dependiendo del año analizado. Hoy día y aún dando por bueno nuestro argendólar “pisado” (el del actual “déme dos”), la misma relación ronda un humillante 30 %.

Y si tomamos las cifras de volumen total de la actividad económica desde 1920 y hasta antes del comienzo de la Segunda Guerra Mundial veremos que la Argentina crecía más que los Estados Unidos. El volumen de nuestra actividad era del 5 % de la estadounidense en 1920 pero había subido al 7 % hacia 1936. David iba decididamente a la caza de Goliat y esa era la percepción mundial dominante, la “promisión”, certificada por el aluvión inmigratorio que ingresaba desde Europa eligiendo a Buenos Aires por sobre Nueva York.
Durante los primeros 30 años del siglo XX el Imperio Británico seguía siendo el primer exportador mundial neto pero según la definitoria estadística de exportación por habitante,  los números de 1913 y de 1929 colocaban a ese nuevo país surgido de la conquista del desierto, la Argentina, al frente absoluto de la tabla.

En ese entonces, el progreso en infraestructura se medía en kilómetros de vías férreas y Estados Unidos poseía la red más extensa del mundo. Sin embargo, ya en 1913 poco después del Centenario, Argentina ocupaba el primer lugar en kilómetro de vía férrea por habitante, superando a dicha superpotencia. Las inversiones de capital privado inglés lo hicieron, por cierto, pero nuestra nación liberal estuvo abierta a ese “dejar hacer” con baja angurria fiscal que tanto y tan estúpidamente se vilipendió después.

Otros estudios serios, carentes de cristal rosado, nos muestran que durante ese mismo período histórico (política “duramente” conservadora, economía “duramente” liberal), los salarios medios reales pagados en nuestro país estuvieron en aumento constante y que dichos salarios eran entre 20 y 80 % superiores a los pagados en Francia, Italia o España.

El historiador anti conservador Julio Irazusta lo explicaba así: “El país tenía gran poder de asimilación y atesoraba, ofreciendo a los argentinos nuevos y a los criollos viejos el poderoso incentivo de la fortuna, no muy tardía y al alcance de toda persona con espíritu de trabajo y ahorro”.

Aún con un Estado incomparablemente más pequeño, mucho menos invasor, corrupto y costoso que el actual, intelectuales de la talla de Roberto Arlt, Leopoldo Lugones o Ezequiel Martínez Estrada lo fustigaban, acusándolo de “haber desertado de su función original”(1), de “repartir castigos y premios como un juego más de la política” y de “cobijar a los aficionados al secreto comercio de la coima” o con opiniones como “el funcionario público se considera condómino de una compañía anónima cuyos dueños han desaparecido” y la de considerar al Estado un ente “corruptor y expoliador”. Palabras que dan claro testimonio de la orientación de nuestra anterior inteligentzia.  

Pero las cosas transcurrieron luego al gusto de la fantástica fiesta peronista de protección al vago y al incompetente a costa del trabajador y el eficiente… y el resultado, como puede verse, fue contrario a esa promisión esperada por los argentinos y por el mundo.
Hoy, nuestra sociedad cada vez más enferma de envidia, odio y estatismo sólo se mueve al espasmo neurótico del día a día, a golpe de hormona y de subsidio. Emitiendo inflación, deglutiendo reservas, capitales privados que no llegan a reinvertirse y hasta fondos previsionales. O desangrando impositivamente a todos, pero en especial a los asalariados y al más estratégico sector creador de riqueza: el agro con los pueblos del interior y sus cadenas de valor.

Un "pequeño" dato económico final podría ayudar a poner ciertas cosas en claro: entre 1890 y 1914 nuestra nación se vio beneficiada por un contexto de mercados muy favorable. Misma excepcionalidad que la disfrutada por el gobierno de los Kirchner desde (al menos) 2006, con previsión de continuidad hasta 2014.
Sin embargo, la tasa de inversión productiva del primer período osciló entre el 40 y el 45 % del PBI mientras que el mismo indicador para estos años peronistas no supera el 24 %, ni tan siquiera con el auxilio de  mediciones amañadas. 
En el primer caso, el gerenciamiento de sus estadistas catapultó al país desde niveles miserables hasta el top ten del planeta. En el segundo, el manejo de nuestros oportunistas afianzó su descenso hacia las últimas posiciones de la misma tabla, con consecuencias de largo plazo que hasta el menos dotado puede ya prever.    

Desde hace al menos 70 años venimos sufriendo el agregado de labia sedimentaria a un relato resentido, intolerante, arcaico, que nos conduce aproximadamente cada 10, a crisis que nos dejan un escalón más abajo en el ranking mundial.

¿Será nuestro electorado realmente consciente de ello? Pensamos que no.



(1) El monopolio estatal de la fuerza sólo está justificado para proteger la vida, la libertad y la propiedad de todos los ciudadanos.







Estado Golpeador

Febrero 2012

¿Para qué sirve la política, en este siglo de redes tecnológicas, además de seguir haciendo ricos a los políticos? Supuestamente para lograr que las diferencias entre facciones de intereses divergentes, confluyan hacia acuerdos que impliquen un cierto consenso. Para que unos y otros no acabemos a los golpes o dirimiendo los desacuerdos por medio de las armas.
Se dice entonces, sin gran esfuerzo deductivo, que la democracia (manejada por los políticos profesionales) es “el único sistema que legitima el conflicto”.

Sin embargo, si las minorías de “los otros” (y la más pequeña minoría, igual de importante, es una sola persona) sólo tienen derecho a existir, trabajar y producir si se avienen a ser un anexo, un objeto útil proveedor y obligado de los deseos y voluntades del mayor número, tal como está convencida una parte mayoritaria del electorado, estamos en problemas y el razonamiento anterior con todo y su carga de precaria sensatez, se quiebra por el centro.

La ley de la mayoría, de por sí mala, pasa a convertirse en la ley del más fuerte a través de la acción directa del simple “somos más”. El Estado forzador deriva entonces hacia el Estado golpeador; una imagen patentizada en la actual deriva de Cristina Kirchner hacia modelos de disciplinamiento de disidentes (prensa, contribuyentes etc) como los usados por Chávez, Correa o Castro.

La violencia social, los conflictos entre grupos o individuos de intereses contrapuestos son cosa natural pero… a diferencia de la violencia siempre soft y voluntaria del mercado para legitimarlos, la violencia de Estado es brutal, masiva, burda e inescapable.

Nuestra democracia está lejos de ser lo que supone la gente: aquel sistema de organización social en el que las libertades personales tienen un gran valor y donde los que gobiernan respetan la voluntad del pueblo. Lo que vemos a diario es un modelo anti derechos individuales de principio a fin, atemorizador, de represión económico-legal sistemática y dirigido a la anulación del ciudadano en tanto ser libre e independiente.

En la actualidad, a imagen y semejanza de lo que ocurriera durante el gobierno (gestador serial de villas miseria) de Juan y Eva Perón, el muy violento señor Secretario de Comercio y sus sicarios de la Impositiva, con apoyo de las Secretarías de Inteligencia y Propaganda da forma a una policía o comisariato político inspirado en los de la Alemania nazi y la Rusia de los soviets. La despreciable y recordada figura (también de factura peronista) del delator está, virtualmente, a la vuelta de la esquina. Media cuadra mas allá, señoras, está  la imagen del disidente arrodillado y del pistoletazo en la nuca, tan cara a psicópatas asesinos -del “palo” de este gobierno- como Guevara o Arrostito.

Retrocedemos, señores.
Y demás está decir que el forzamiento es un pésimo estímulo inversor en la era de la economía del conocimiento (del capital y de la inteligencia intensiva). A contrapelo de toda perspicacia, involucionamos hacia la era del simio golpeador mientras nuestros vecinos avanzan... y los ingleses, a caballo de nuestro imbecilismo caníbal, se afirman en Malvinas.

Aglomerado de conversos seriales y de gente tan propensa al atropello como voluble a cualquier oportunismo ideológico, los peronistas hicieron de la corrupción su forma de gobierno. Haciendo del “vivir de la política” un negocio más, reservado para vivillos de su “palo”; próspero y lícito.
Radicales, militares nacionalistas y populistas en general, por su parte, copiaron la pizarra de sus maestros justicialistas con una aplicación escolar digna de mejor causa.

Esta ética de la corrupción, este triunfo maradoniano de la sinvergüenzada es algo sumamente notable a nivel nacional y, por cierto, define a sus líderes. Resulta algo menos notable a escala provincial y baja otro punto de notabilidad cuando la observamos a nivel municipal.
Una secuencia delincuencial descendente que apoya su lógica en la de las relaciones interpersonales: a niveles locales y cuanto más pequeña sea la comunidad, la gente se conoce más.
Existen lazos familiares, de amistad, barriales y comerciales tangibles, cotidianos e incluso históricos entre individuos, que potencian el reconocimiento social para aquellas personas con real vocación de servicio público desinteresado y solidario, tanto como refuerzan el antiguo (y eficaz) freno de condena social a toda incorrección, a través de diversos niveles de ostracismo.

Este combo de avales al robo, a la insolencia de los peores y a la estafa desciende otro nivel hacia su mínimo cuando nos centramos en las relaciones y acuerdos personales libres; voluntarios. Normales y privados, laborales o de negocios.
Si dejamos que algo de cierta civilizada evolución siga su curso natural, entonces, será el mercado reemplazando de a poco a la regulación mafiosa lo que hará la diferencia. Será el “permiso” para crear, invertir, producir, vender, ahorrar, hacer dinero o ayudar sin ser maniatados ni esquilmados. Será la posibilidad de opciones libres en la búsqueda y creación innovadora de mucho más y mejor empleo; de crecimiento personal y patrimonial como reaseguro a la propia descendencia familiar. Será la disidencia enriquecedora a todo orden reemplazando al pensamiento único.
Arrojando por la borda toda esa agresiva pretensión socialista sobre lo ajeno que tan mal nos resultó, hacia allí deberemos apuntar con el arma defensiva de nuestros votos y los de nuestras redes de conocidos, si queremos un día disfrutar con orgullo el vivir en un país libre, rico y respetado. Con más sociedad “haciéndose cargo” y menos Estado envileciendo gente en el parasitismo.

Los políticos que conocemos no nos sirvieron de nada, porque la política nunca fue la solución sino el problema. Y las propias negatividades conducentes del declive económico, nos empujaron (como sobre rieles) hacia la violencia de este Estado golpeador.
Como tantas mujeres golpeadas, también nuestro electorado justifica hasta hoy en voz baja este castigo humillante. Mirando al suelo. Tratando de ocultar sus hematomas.

Sacrificios Inútiles

Enero 2012

En lo que a percepción mayoritaria se refiere, la gente tiende a valorar más la ayuda a otros hecha mediante sacrificio, a una igual o mejor promoción lograda a través del lucro.
Así, el sacrificio social “voluntario” concretado en el pago de más y más impuestos para redistribuir -o más precisamente, subsidiar- será visto en general como preferible a la opción de su rebaja, aunque ciencia y experiencia indiquen que la reinversión productiva privada de tales excedentes generaría más bienestar para más personas, con mayor sustentabilidad.
Todo argentino o argentina “de izquierdas” aborrece, por ejemplo, reconocer que Bill Gates contribuyó mucho más a la prosperidad y libertad de las personas cuando estaba al frente de Microsoft que ahora, dedicado a la filantrópica tarea de donar cientos de millones de dólares de su patrimonio.

Se trata de una tendencia concupiscente (*) a favor del socialismo y en contra del capitalismo. Tendencia desbocada en nuestro bello país a caballo de la des-educación y el adoctrinamiento en valores-basura, inculcados de modo clientelar durante décadas sobre mayorías convenientemente empobrecidas.

A pesar de su íntima conexión con otras inclinaciones naturales autodestructivas como la envidia, la soberbia, el odio o el resentimiento, la utopía socialista se percibe difuminada en una ensoñación virtuosa y de estética agradable, donde no parecen hacer mella sus resultados históricos reales tales como el duro forzamiento “legal” soportado por las minorías o la declinación económica de largo plazo registrada por el conjunto. Por no hablar de la lacra de los líderes totalitarios engendrados o la pavorosa (y disolvente) corrupción promovida, hedionda podredumbre de robos y mentiras que sigue bloqueando todo intento de construir una sociedad justa y avanzada.

Dejemos que la psicología social explique cómo tal complejo de culpabilidad tiene el malévolo poder de impulsar a gente, sensata en otros sentidos, a volcarse en pulsiones negativas capaces de provocar la ruina de la comunidad a la que pertenecen.

Demás está decir que ese “hombre nuevo” socialista, obediente, desprendido y solidario, roca-base de todo sueño igualitario, no existe más que en sus imaginaciones. Porque como bien señaló nuestra presidente, en la Argentina todos son socialistas con la plata de los demás.
Terminando de tal modo en el embudo del tobogán enjabonado que una y otra vez conduce, entre estúpidos festejos, a la “solución” final de la fuerza bruta. Al amedrentamiento de las minorías, al uso vil de las mayorías y a la pura imposición. Al saqueo coactivo a discreción del político con el garrote más largo, tanto como a la amenaza vengativa y codiciosa sobre quienes pretendan elaborar con esfuerzo cualquier clase de riqueza.
Acciones todas deplorables y primitivas de organización social, basadas en el más crudo sometimiento ciudadano.

En las antípodas (y fundados en la comprensión cabal de que los seres humanos son imperfectos), los pacifistas libertarios y los liberales en general, en cambio, rechazan por burda la “solución” de la fuerza bruta: ellos no pretenden forzar ni regimentar a golpe de decreto el surgimiento de superhombres altruistas.
Saben que una sociedad que para funcionar necesite de santas y santos o bien del terror (bajo una policía política), no es objetivo realista ni deseable y sostienen con fundamento que las palabras civilización y evolución (con acuerdo a lo enseñado por el cristianismo y otras grandes religiones), son hermanas gemelas de los conceptos libertad personal de elección y no-violencia. O que los vocablos bienestar, crecimiento y poder económico son inseparables de los conceptos respeto (y responsabilidad) individual, libertad de negocios e integración global.

La pesada rueda de la evolución podrá parecernos lenta, pero gira.
De a uno, los argentinos irán pasando de aquella percepción atrasada de forzamiento al igualitarismo mediante imposiciones económico-legales frenantes (pretendidamente a otros), a la percepción inteligente de “permitir” que la natural tendencia al lucro de todos quienes quieran arriesgarse a hacer algo (como Bill Gates) se exprese en todo su potencial, traccionando al progreso general… aún sin ser, en muchos casos, conscientes de ello.
Será un pasaje de conveniencia entre percepciones: del inútil sacrificio comunero, a los nuevos paradigmas en responsabilidad organizativa y eficiencia dinámica de la función empresarial. Algo que puede tardar 2, 4… o 50 años pero que ocurrirá. Decenas, cientos o miles de Bill Gates “recargados” argentinos dormirán, inconscientes de sus potencialidades, tanto tiempo como esta percepción popular quiera demorarse.
Y durante igual período de tiempo, claro, millones de argentinos continuarán cayendo bajo la metralla del Estado, basureados por la pobreza humillante del clientelismo, conducidos por los mismos ladrones de bienes y esperanzas.

Pagar impuestos no es "contribuir a crecer" como publicita nuestro Estado ladrón, sino exactamente lo contrario.
Porque, señores, tras el diluvio de creatividad e inversiones que posibilita la baja imposición, debe comprenderse que en tal situación la calidad de vida de todos mejora a escala multiplicada, aún cuando se profundicen las desigualdades y algunos Bill Gates obtengan miles de millones.
Ahorrémonos entonces todos esos sacrificios socialistas tan coactivos como contraproducentes, haciendo primar al bienestar por sobre la envidia.

Como bien dijo el notable comediante y conductor televisivo norteamericano Penn Jillette, “la democracia sin el respeto de los derechos individuales, apesta. Es la patota del patio escolar contra el chico raro. El hecho de que la mayoría piensa que sabe una manera de conseguir algo bueno, no les da derecho a usar la fuerza contra la minoría que no quiere pagar por ello. Y si tienes que recurrir a una pistola, entonces no tienes idea de lo que estás hablando”.


(*) Concupiscencia: propensión natural de los seres humanos a obrar el mal.

Todos Socialistas

Enero 2012

Acostumbrada como está al irritante reflejo condicionado de externalizar los errores de su propio gobierno endosándoselos a asombrados terceros sin micrófono, nuestra presidente no tuvo empacho, días pasados, en declarar que “en Argentina todos son socialistas con la plata de los demás”.

Menudo descubrimiento el de nuestra primera magistrada, que por cierto merecería el esfuerzo desasnante de codificar en un par de volúmenes de al menos 500 páginas cada uno, en apretada síntesis, el listado de las barbaridades intervencionistas, estatistas, fiscalistas y dirigistas (v.gr. socialistas) que su partido con ayuda de sus asociados radicales o militares nacionalistas, infligieron a la nación Argentina durante los últimos 70 años. Causa excluyente de nuestra declinación, con su atroz costo social.
Aunque… tal vez resulte menos pesado, dada la época del año, ofrecer a nuestros lectores una breve selección de pensamientos inspiradores de personas inteligentes, referidos a la interesante problemática planteada por la Sra. de Kirchner.

André Maurois: “Un joven de menos de 25 años que no sea socialista no tiene corazón; uno mayor de 25 que sigue siéndolo no tiene cerebro”.

David Horowitz: “He creído en la izquierda por el bien que prometía; he aprendido a juzgarla por el daño que ha hecho”.

Frederic Bastiat: “La gente empieza a darse cuenta de que el aparato del gobierno es costoso. Lo que aún no ven es que el peso recae sobre ellos. El Estado es la gran ficción a través de la cual todo el mundo trata de vivir a costa de todos los demás”.

José Ingenieros: “Grandes naciones son aquellas cuyos ciudadanos tienen el hábito de la iniciativa libre; ellos crean para los demás vida, cultura y riqueza, en vez de envilecerse en el parasitismo social”.

Lao Tse: “Cuantas más prohibiciones impongas, menos virtuosa será la gente. Trata de hacer a la gente moral, y crearás el terreno propicio para el vicio”.

Milton Friedman: “El uso de la fuerza para conseguir la igualdad destruirá la libertad, y la fuerza, introducida con buenos propósitos, terminará en las manos de gente que la usará para promover sus propios intereses”.

James Madison: “Todas las asambleas, sean estas pequeñas o numerosas, tienen la propensión a ceder al impulso de pasiones violentas y repentinas, y a ser seducidas por líderes facinerosos para tomar decisiones perniciosas e inmoderadas”.

Friedrich von Hayek: “El poder que sobre mí tiene un multimillonario, que puede ser mi vecino o mi empleador, es muchísimo menor que aquel que posee el más insignificante funcionario, pues este cuenta con el poder coercitivo del Estado, y de su discreción depende qué tanto se me permite vivir o trabajar”.

Albert Einstein: “Todo aquello que resulta ser grandioso e inspirador es creado por individuos que pueden trabajar en libertad”.

Sheldon Richman: “El empresario no puede comprar favores a un burócrata que no tiene favores que vender”.

William Bourke: “El libre comercio inevitablemente fomenta la eficiencia productiva, mientras que el proteccionismo fomenta la técnica de la corrupción”.

Johan Norberg: “La distribución desigual de la riqueza del mundo se debe a la distribución desigual del capitalismo”.

Hillaire Bellocq: “El control de la producción de riqueza es el control de la vida humana en sí misma”.

Charles de Montesquieu: “Los países mejor cultivados no son los más fértiles sino los más libres”

José Ortega y Gasset: “Este es el más grave peligro que amenaza a la civilización: la intervención estatal, la absorción de todo el espontáneo esfuerzo social por el Estado; es decir, la espontánea acción histórica, la cual a la larga sostiene, nutre y dirige el destino humano”.

Shang Yang: “Cuando el pueblo es débil, el Estado es fuerte; cuando el Estado es débil, el pueblo es fuerte. Por lo tanto el Estado que sigue su curso natural debilita al pueblo”.

Winston Churchill: “Ningún sistema socialista puede ser establecido sin una policía política. Que el tener ganancias es reprochable es un concepto socialista. Yo considero que lo verdaderamente reprochable es tener pérdidas. El vicio inherente al capitalismo es el desigual reparto de bienes; la virtud inherente al socialismo es el equitativo reparto de miseria”.

Stephen Leacock: “El socialismo no funciona sino en el cielo, donde no lo necesitan, y en el infierno, donde ya lo tienen”.

Y para dar fin a este resumen de actualidad argentina, un último pensamiento de refrescante inspiración: “El error fundamental del socialismo es de naturaleza antropológica, porque considera al individuo como un simple elemento, una molécula del organismo social, de tal forma que el bien de los individuos está totalmente subordinado al funcionamiento del organismo socioeconómico. De igual forma, el socialismo sostiene que el bien de un individuo puede ser logrado sin acudir a su libertad de elección, la cual es la única responsabilidad que se ejerce al encarar el bien y el mal. El hombre es reducido a una serie de relaciones sociales, y el concepto de persona como sujeto autónomo de decisiones morales desaparece”. Firmado: Juan Pablo II.

Socio Bobo

Diciembre 2011

Es sabido desde hace siglos que los problemas causados por el intervencionismo condujeron siempre a una escalada sin fin de parches correctivos a cual más violentador y distorsivo, en la vana búsqueda de un equilibrio que en verdad siempre estuvo (y sigue estando) al alcance del más común de los sentidos.
Por ello ajustes y crisis financieras son, para dirigistas argentinos de todo pelaje, las enemas y laxantes que cada tanto deben ser aplicados al cuerpo social para que purgue, con dolor, algunas de sus muy numerosas estupideces.

El Estado es un verdadero socio bobo, muy activo en fabricarlas.
De manera muy especial es un socio de plomo para los trabajadores asalariados que (junto a los extorsionados de subsidio/plan mensual) constituyen su mayor sustento político.
El torniquete impositivo aplicado sobre este grupo representa entre el 46 y el 51 % de sus sueldos brutos teóricos, si sumamos IVA, tributos provinciales y municipales e impuestos al trabajo.
Por otra parte, los llamados “aportes y contribuciones” sobre el trabajo representan nada menos que el 31 % del total de la recaudación impositiva nacional.

En lugar de ir donde naturalmente debería (al bolsillo familiar de cada empleado), ese dinero es desviado a usos -en opinión de nuestros líderes- más apropiados para maximizar la riqueza social. Haciendo las veces de regalos navideños -de nuestros líderes, claro- hacia otras personas que, según parece, lo necesitan más.

Obsequios tales como un enorme déficit de aerolínea pagado por quienes nunca viajaron en avión, un presupuesto universitario cargado sobre quienes nunca pisaron una facultad, una (evitable) mega-cuenta por importación de energía soportada por quienes casi no se calefaccionaron ni refrigeraron, una inflación del 25 % endosada a quienes dependieron todo el año de un sueldo o un bonito lote de dinero efectivo en sobreprecios del gasto estatal (“Madres” incluidas), merced a “arreglos” y “yapas” conseguidos por nuestros sonrientes (cómo no) y prósperos funcionarios públicos.
Alquimia redistributiva mediante, gran parte de estos “regalos” acaban saliendo de los haberes de los asalariados. Todos ciudadanos votantes que deberían asumir que horrores como estos son sólo la punta del iceberg de lo que diaria e individualmente deben costear, en el sombrío silencio de su incertidumbre.

¿No sería mejor que este socio igualitario oculto tras los esbirros de la Afip, este vivillo invisible que ríe y respira en la nuca de cada trabajador se llamara un poco a sosiego… y que dejara de obsequiar dinero ajeno? Y que cada uno ahorrara o gastara los dividendos ganados con su esfuerzo como mejor le pareciera. ¿No sería acaso este un modelo menos retorcido para incluir a más gente, aumentar el consumo popular, la demanda y finalmente la producción generadora de más empleo y más exportaciones?

Adicionemos a esto otra idiotez mayúscula: la de frenar mediante palos fiscales en la rueda a una actividad como la producción agropecuaria, sin duda el rubro más eficiente y con mayores ventajas comparativas de nuestra economía. Y a pesar de lo prescripto en nuestra Constitución, también el más discriminado.
Una breve pincelada de historia aclarará lo antiargentino del concepto “nacional y popular” sobre qué quitar a quién: se calcula en 110.000.000.000 (ciento diez mil millones) de dólares la cantidad de dinero reinvertible extraído a este sector, solamente desde el retorno de la democracia en 1983 y sólo por vía cambiaria (retenciones y desdoblamientos). Vale decir sin contar todos los demás impuestos, comunes al resto de las actividades.
Es así como, inspirado en su ideología clientelar de fortísimo sello antiproductivo, el socio bobo decide aquí que, de cada 4 camiones de soja que salen de un potrero (por poner un ejemplo gráfico de presión tributaria global), 3 se los lleve el gobierno “permitiendo” al dueño del terreno, del capital, de la soja y del riesgo quedarse con el restante.

Es harto conocida la tendencia de los productores agropecuarios a reinvertir sus ganancias mejorando sus propios emprendimientos (zonales por fuerza). Fácil es imaginar entonces el tremendo efecto multiplicador que el derrame regional de esos 110 mil millones de dólares hubiese causado en la actividad comercial y productiva de las ciudades y pueblos del interior, sin excepción.

Súmesele a esto el efecto multiplicador de la hipotética “devolución” de al menos parte del dinero quitado a aquellos sueldos y retribuciones que mencionábamos al principio, propiedad de quienes no poseen empresa alguna.
Imagínese entonces la explosión de consumo y prosperidad en la que hubiera resultado esta doble sinergia positiva: vislumbraremos así al otro país posible. A la contracara de la moneda socialista con su “amedrento, quito, me reparto y regalo”.

Un país que, quitándose la venda de los ojos, vería al Estado y sus jerarcas como lo que realmente son: una exitosa Corporación de Negocios Políticos. Manejando un sistema filo-mafioso a medida (la democracia populista no republicana) que los enriquece pisando, eso si, sobre la sangre de millones de infelices, dopados en el relato de ser “ciudadanos libres de un país que progresa con equidad”. No hay tal dentro del corrupto Mundo-Indec peronista, donde el 90 % de lo que se ve… es tan mendaz como falso.

Caminamos a los empellones en un sistema de clientelismo extorsivo bien aceitado. Muy bien psicopateado con publicidad-basura, leyes-basura y educación-basura. Que consigue (hay que reconocerlo) que los mismos desangrados voten pidiendo más y más látigo sobre… ¡sus propios desollados lomos!
Las carcajadas del “socio” con sus amigotes intelectuales del gulag, pseudo-empresarios cortesanos, oportunistas y vagos conexos deben de oírse hasta el otro lado del Río de la Plata.

Es de lamentar que nuestra sociedad siga pensando en forma tradicional; conservadora en el peor de los sentidos, ya que no existe revolución ni cambio progre alguno dentro de la tríada Estado, Violencia y Dependencia que hoy nos identifica a fuego.




Políticamente Muy Incorrecto

Diciembre 2011

Cuando de 100 personas 1 regentea sobre 99, es injusto: se trata del despotismo. Cuando 10 regentean a 90, se considera igualmente injusto: es la oligarquía. Pero cuando 51 regentean sobre 49 (y esto es sólo teórico ya que en realidad, siempre son 10 o 12 de esos 51), se dice que es enteramente justo: ¡es la libertad! ¿Puede haber algo más gracioso por lo absurdo del razonamiento?
El conocido pensamiento del intelectual ruso León Tolstoi (1828 - 1910) invita por cierto a parar la pelota, dedicar unos minutos a jugar con nuestro sentido común, y a meditar sobre qué cosa estamos realmente apañando.

Resulta evidente que cualquier salvaguarda institucional que pudiera pensarse en protección de los derechos de las minorías (y la más pequeña, igual de importante, es la de una sola persona), queda derribada ni bien los representantes de mayoría caen en cuenta de que el hacer su exacta conveniencia es sólo cuestión de levantar la mano en el recinto legislativo, levantar la billetera en las gobernaciones, levantar papeles de juicio político en las cortes o levantar coimas y favores en los despachos ministeriales.

Y como nada en este mundo es un paradigma cerrado y definitivo, nos da la helada impresión de que, cuando en el año 2150 (¿o antes?) nuestros bisnietos estudien los sistemas políticos de este período, tendrán la misma sensación que acusa hoy un ingeniero en astrofísica al recorrer un tratado de astrología.

¿Por qué razón la aprobación de una multitud o el concurso de una mayoría compacta habrían de marcar lo cierto, conveniente y correcto para todos? No lo hacen. Como que no sirve someter a votación la teoría cuántica o el tratamiento médico del abuelo.
Más cercano a la verdad sería, en todo caso, lo que dijo aquel contemporáneo de Tolstoi, Henrik Ibsen (dramaturgo y pensador noruego, 1828 - 1906) “La minoría siempre está en lo correcto”.

Además, los políticos reales (no las santas y santos imaginarios), no crean nada. No producen nada y nada pueden pagar, retener ni “regalar” sin antes quitar contra su voluntad a alguien su dinero de manera compulsiva, evitando de paso que lo multiplique invirtiéndolo en otra cosa. Sea a través de endeudamiento con cargo a la siguiente generación, de la falsificación de moneda y su cruel impuesto inflacionario, a través de confiscaciones directas o mediante la otra miríada de gravámenes, abiertos o solapados, que ya detraen más de un tercio de toda la producción al país.
Por otra parte, que la organización que se propone beneficiarnos deba financiarse violentando a los mismos beneficiarios, es algo indigno del estado evolutivo que nuestra sociedad pretende en privado, adhiriendo a los civilizados principios de la justicia (“dar a cada cual lo suyo”: lo ganado con tu trabajo, mental o físico, es tuyo) y, precisamente, la no violencia.

Tal vez de lo que se trata, en el fondo, es de determinar si los servicios que el Estado presta a la sociedad no serían mejor prestados (en mayor cantidad y calidad, con más premio al mérito de los que intervienen, con mayor eficiencia socio-ambiental y a menor costo para los usuarios) mediante acuerdos que excluyan toda compulsión en suscripción y pagos. Después de todo, sacando al gobierno y a los delincuentes, el resto de la sociedad obtiene honestamente su dinero, sin excepción, mediante acuerdos libres de cooperación voluntaria.
Tal vez sólo se trata de evitarnos penurias, socios cafishos, sobrecostos y frenos al ingreso artificialmente impuestos.

Así, se ha dicho que países como nuestra Argentina ofrecen hoy ley y orden a sus ciudadanos de la misma manera socialista en que la Unión Soviética ofrecía alimentos o calzado… y con la misma eficiencia de resultados. Un serio problema conceptual que no se arregla cambiando de monopolista cada cuatro años.

Problema que está, sin dudas y como siempre, en el drama del mercado cautivo: si al supermercado X se le otorga el monopolio de la venta de alimentos, se habrá renunciado al más efectivo control de calidad y precios, por más que se establezcan estatutos, reglamentos, división interna de áreas, incentivos y controles cruzados dentro de esa empresa. Más temprano que tarde, la falta de competencia afectará tanto la calidad y variedad del servicio como los precios al público.
Exactamente lo mismo ocurre con la provisión de ley, orden, salud, educación, defensa, solidaridad, infraestructura vial o lo que sea que la gente necesite tanto como los alimentos. ¿Por qué no habría de ser así? Por cierto existió vida en estas necesidades más allá del monopolio estatal, y con notable satisfacción pública, en distintos momentos de la historia.
¿Cómo es que no resulta posible que la gente organice libremente su infraestructura de seguridad pero, al mismo tiempo, resulta posible que organice el complejísimo ingenio estatal que la incluye? Algo no funciona bien en este razonamiento.

Lo que sí está probado a diario es el pésimo funcionamiento del sistema de la agresión, verdadero atavismo cavernario enquistado en la base de la lógica política contemporánea.
Pensando primero en su interés y en el de su grupo de presión (la tribu, arcaica y siempre desconfiada del “diferente”), los políticos acumulan votos tal como se juntan piedras o balas. Se habla de llevar adelante campañas o batallas movilizando aliados y de luchar para imponer nuestra visión a los enemigos del pueblo.
Modos de expresión que no se utilizan en las transacciones voluntarias de mercado porque allí los factores (oferta y demanda) son compatibles y complementarios. Ambos participantes ganan, mientras que en la “competencia” política uno gana lo que el otro pierde en lo inmediato y que ambos acaban perdiendo en el largo plazo, tal como lo demuestran las últimas 7 décadas de nuestra historia.

Resulta entonces muy sugestivo, para terminar aquí, que traten de convencernos de que el monopolio estatal forzado de tantas cosas y sus impuestos son algo natural y consentido, siendo que el más simple sentido común los desmiente. No es algo natural (muy por el contrario, nadie nació para ser esclavo proveedor de otro) ni mucho menos consentido, desde el momento en que no se permite que exista manera “legal y representada” de expresar el no consentimiento.

Iguales Oportunidades

Diciembre 2011

Persiguiendo el mito de Sísifo, parecemos condenados a mirar como, una y otra vez, las posibilidades del país se esterilizan en la triste ceguera del mismo círculo vicioso. Es algo especialmente frustrante, teniendo en cuenta las claves que la ciencia económica de punta pone hoy a nuestro alcance y la enorme potencialidad argentina para saltar hacia adelante, utilizándolas.

La economía es la llave que condiciona el pleno acceso popular a todas las ventajas y comodidades que hoy nos ofrece la civilización. Pero un paso antes, la educación mayoritaria condiciona -a través del voto universal, obligatorio y secreto- a la propia economía. Y si de algo podemos estar seguros es que la sociedad no hallará la salida de este círculo luchando contra los molinos de viento de sus efectos (eterno mantra de nuestra democracia populista), sino asumiendo con valentía las insensateces que los causan.

Empezando por asumir que el paso del modelo ilustrado y liberal al modelo corporativo y dirigista comenzado en 1916 y afianzado a partir de 1946, implicó en igual medida el paso gradual de la educación pública de aquellas mayorías que no podían pagar una educación privada, a una educación… oficial.
Y que este cambio de rumbo (el esfuerzo a favor o en contra de la calidad educativa tarda al menos 15 años en dar frutos… o relatos) significó que varias generaciones de argentinos vulnerables, dependientes de tal formación, viraran gradualmente en sus paradigmas.
Así, nuestra nave fue dejando en las brumas del pasado aquel puerto donde se premiaban (en metálico) los valores del esfuerzo y la responsabilidad personales, para acercarse a este puerto donde lo que se premia (en subsidios y amiguismo) son los antivalores de la “viveza” parasitaria sobre el esfuerzo ajeno y de la dilución de responsabilidades en la masa o en la impunidad política. En dos palabras: un viaje de la ética capitalista a la socialista con la consecuente caída en todos los rankings mundiales de poder financiero, prestigio y por supuesto, de resultados.

Resulta obvio que el modelo educativo estatal argentino fracasó; que dio por tierra, boleado en sus propias contradicciones.
Desde hace mucho, todos los indicadores nacionales e internacionales coinciden. Atruenan las alarmas sonoras en la sociedad y avisos de alerta amarilla, naranja y roja advierten a millones de padres con sus luces: ¡vamos mal!
Se perdieron las cadenas de respeto, mérito y excelencia, producto de “estatutos docentes”, normas paralizantes y contenidos oficiales minados de un fascismo mafioso, protector del statu quo y asesino de cualquier verdadera innovación.
Maestros y profesores sobreviven con retribuciones indignas y la prometida igualdad de oportunidades, está a la vista, no se cumple a pesar de inmensas partidas presupuestarias “aplicadas” al caso, a través de largas décadas.
Finalmente, es un hecho que todo el que puede huye raudo hacia el formato educativo privado, en un voto “con los pies” que contradice las más de las veces el voto “universal, obligatorio y secreto” del propio fugitivo. De cualquier forma, el desastre educativo oficial afecta también a la oferta privada, al restar competitividad a todo el sistema.

La fracción pensante del país debe asumir este déficit creado en capital humano, como la causa más profunda de nuestra decadencia y del actual 35 % de pobreza. Desgracias imposibles de eliminar sin un salto muy importante en la calidad de nuestra educación, valores conducentes incluidos.
Y debe además explicitarlo de alguna manera masiva, persistente y clara a las actuales víctimas de esta mala praxis oficial, despejando así la vía para arrancar otra vez en viaje hacia el futuro, retomando la hoja de ruta sarmientina. Aunque ahora con caja automática secuencial, GPS y luces LED.
Sarmiento era un hombre políticamente incorrecto, avanzado, de vanguardia para su época y podemos imaginar sin esfuerzo que, trasladado a esta Argentina no dudaría en apoyar soluciones superadoras, provocativas y con potencial suficiente como para revertir el daño, recolocándonos en una posición de liderazgo.

Honrando su memoria, el destino final de este viaje no puede ser otro que aquel al que cada madre y cada padre aspiran y al que hoy sólo llegan los que pueden: educación privada de excelencia, primaria, secundaria y terciaria para todos.
¿Queremos lo mejor de ambos mundos? ¡Tomémoslo, llevando la igualdad de oportunidades desde la resentida (e inconducente) retórica socialista, a la brutal realidad del consumo capitalista!

¿Cómo? Avancemos, por ejemplo, sobre las ideas originales del estadounidense Milton Friedman (premio Nobel de economía, 1912 - 2006) acerca del sistema de vouchers o vales, en combinación con los aportes del humanista José Piñera, hermano mayor del actual presidente de Chile, experto mundial y consultor senior en seguridad social y educación pública.

Deroguemos los estatutos docentes haciendo que los profesores se rijan por las mismas leyes laborales del resto del país.

Creemos un vale educacional con los fondos presupuestarios destinados a instituciones primarias y secundarias estatales. Y pasemos, en una primera etapa, del actual subsidio a la oferta a un tipo de subsidio a la demanda entregando vales a las familias pobres que los demanden, por los hijos que los necesiten.

Licitemos de manera gradual y transparente las escuelas públicas empezando por las urbanas, incentivando a los propios docentes a organizarse en microempresas que se presenten (con estatus preferencial) en estas licitaciones, pasando así al mostrador del propietario como empresarios educacionales.

Establezcamos una gran libertad en cuanto a programas y formas de estudio, exigiendo sólo un contenido básico de mínima, promoviendo la innovación, creatividad y diversificación curricular para adecuar las ofertas, incluso económicas, en colaboración sinérgica con instituciones culturales y financieras.

Implementemos entonces un sistema donde los padres puedan decidir en qué escuela pública -o más adelante, privada- usarán esos vales mensuales, pagando por la educación de sus hijos y poniendo de esta manera a todos (eficiencia y retribución docente incluidas) en la más edificante competencia de premios al mérito.

Reservemos al Ministerio un papel en controles de calidad y certificación, subcontratando dichos servicios e incentivando una fuerte superación en búsqueda de excelencias dentro del propio sector proveedor privado.

Estaríamos pasando del Estado Docente y adoctrinador del siglo XX a la Sociedad Docente y multicultural del siglo XXI: menos Estado y más sociedad; menos forzamiento y más libre-elección.
Desde luego, un gobierno coherente que no permita que los contribuyentes perdamos 400 millones de dólares por año en una aerolínea antes privada o 3.500 millones de dólares en importar energía, tras haber espantado las inversiones que antes nos aseguraban exportación y autoabastecimiento (por dar 2 ejemplos entre mil), podría multiplicar el valor de estos vales educativos, potenciando el poder de elección de los padres sin aumentar (o aún empezando a disminuir) la violencia impositiva general.

Estrategias como la de “regalar” netbooks pueden parecer un avance pero como dijo Steve Jobs (fundador de Apple, 1955 - 2011) “Yo soy la persona que ha regalado más computadoras en Estados Unidos. Sin embargo, creo que no es la solución, me he equivocado. El problema está en la gestión de las escuelas, en los sindicatos de profesores, en la pésima administración de los currículums y en la manera como se enseña”.
Por eso, mucho mejor sería un sistema que igualase la oportunidad de obtener el ingreso necesario para comprar a sus hijos la tecnología informática que elijan y que les provea la mayor ventaja. Distinta estrategia, esta, de derrota de la pobreza basada en un crecimiento económico tal como sólo puede generar la más amplia e imaginativa “libertad de industria” concebible, apoyada en una educación no discriminatoria y de alta calidad.



Anarcocapitalismo

Noviembre 2011

Durante una reunión cumbre del G-20 en Europa hace pocos días, nuestra presidente cedió una vez más a su vocación maestril amonestando a sus pares por lo que ella consideró como anarcocapitalismo, supuestamente aplicado al mundo en la actualidad por los países más desarrollados.
La respuesta no tardó en llegar desde la pluma de un perspicaz y conocido periodista argentino, quien sugirió que lo que la Sra. de Kirchner tal vez había querido recomendarles era nuestro propio modelo, sintética y crudamente desnudado en dicha nota y que con toda propiedad podría patentarse como… anarcodirigismo.

Como de costumbre, el origen de los desastres sociales no se encuentra aquí tanto en la maldad cuanto en la ignorancia. No sólo la obvia -por conocida- de nuestra presidente y la de casi todos nuestros políticos, cuanto la del resto del funcionariado dirigista de la burocracia mundial.
Ignorancia que difunden amplificada, aportando a la ya enorme confusión ideológica y utilitaria de sus sufridas poblaciones. Mayorías numéricas cuyo único pecado es errar -inducidas por esa misma y difundida confusión ignorante- en la designación de los líderes que deberían enriquecerlas, lanzándolas a un futuro de abundancia sin más pérdida de tiempo.

Aportando un grano de arena contrario populus sensu podemos empezar recordando, en desagravio a la verdad, que el anarcocapitalismo, también llamado capitalismo liberal libertario o libertarianismo de sociedad abierta y libre mercado es en realidad el único sistema no discriminatorio de cooperación social plenamente compatible con la naturaleza del ser humano.
Constituye la vanguardia evolutiva de la ciencia económica en este siglo y también un extraordinario retorno al contenido moral de la “cosa pública” así como el más poderoso sistema descubierto bloqueador del parasitismo oportunista, de los monopolios y de la corrupción desmoralizante con sus imparables secuelas de enriquecimientos ilícitos. Se trata, claro, de un camino que termina en la abolición del Estado tal como lo conocemos por caro, innecesario y peligroso.

Plantea un sistema de fuertes respetos dentro de la ley, que protejan la vida, las decisiones personalísimas y la propiedad.
Un camino de cooperación voluntaria, sentido común, optimismo y -sobre todo- confianza en la mil veces demostrada capacidad humana para superarse sorteando las más desafiantes situaciones.
¿Por qué no habríamos de confiar en nuestra propia gente? ¿En los acuerdos personales libremente pactados y aún en las redes inter comunitarias de acuerdos de segundo y tercer grado para resolver nuestras necesidades? ¿En la solidaridad natural inteligente y en el deseo mayoritario de vivir en una sociedad verdaderamente libre, tolerante, integrada, no violenta, rica, justa, amigable con el ambiente y segura para todos?

Con sentido común, porque si en verdad creyéramos que lo que prevalece es la maldad humana ¿Cómo es que por propia voluntad votamos para elevar a esos mismos y ruines seres al comando de una maquinaria artillada de opresión, tan grande y discrecional como es el Estado? ¡Una institución “amiguista” que rompe o interfiere, por definición, con el poderoso freno auto equilibrante de la libre competencia!
La infraestructura, la seguridad, la defensa, la salud, la educación, el bienestar general y la justicia evolucionadas, opinan los libertarios, pasan (mucho más y mejor) por otro lado.

Cuando el Estado declara público (o “de todos”, lo que equivale a decir “de nadie” y en la práctica “de los funcionarios”) un recurso o una rama de negocios, como podrían ser el gas del subsuelo o una aerolínea pero también una nueva calle asfaltada o la mismísima provisión de justicia eficiente…, los excluye del sistema competitivo de la propiedad privada, condenándolos a ser gestionados sólo por la burocracia del monopolio estatal.

Pero la realidad es que cuando surge una situación de necesidad pública y siempre que la misma no se vea estatizada por decreto ideológico, aparecen también los incentivos para que cualquier déficit que pudiera plantearse sea solventado mediante las innovaciones jurídicas, tecnológicas, de inversión de riesgo o por descubrimientos empresariales a surgir en lo específico.
Sin que pueda muchas veces determinarse de antemano cuál será exactamente esa solución dinámica de lógica cooperativa y voluntaria que no comprometa fondos de terceros extorsionados (es decir, de imposición estatal coactiva).

Siguiendo los últimos desarrollos de la Escuela Austríaca de Economía y teniendo en cuenta que a los eventuales usuarios les interesa el resultado según sus propias -e individuales- ecuaciones costo-beneficio, sucederá que al “permitirse” la captación plena por parte del empresario del resultado efectivo de su propia creatividad surgirá aquel flujo natural de innovaciones (ya no bloqueadas), inversiones y empujes (locomotoras de riqueza y capitalismo popular en cada área liberada) de gran energía, al que denominan concepción dinámica del orden espontáneo impulsado por la función empresarial.

Las concepciones “de Estado”, por su parte, pretenden resultados basándose en anticuados criterios de eficiencia estática.
Son costosas, forzadoras de la naturaleza humana, monopólicas y carentes de incentivos reales. Lentas e intrínsecamente corruptas, resultan incompatibles (o al menos muy obstaculizadoras) para con la velocidad de avance potencial en una economía de conocimiento como la que se plantea hoy, de alta eficiencia y seguridad jurídica, altos ingresos per cápita, demanda laboral y bienestar, con muy alta inversión de fondos y coordinación privados para todas las necesidades imaginables y por imaginar.
Aunque estén en el poder, “fueron”. Son un pasado científica y moralmente inviable y son la causa del hambre, la muerte, las guerras, el atraso, la contaminación, la desesperanza y las crisis financieras que azotan sin pausa a la humanidad desde que el primer déspota se encaramó en una estructura de dominación dirigista para dictar qué es lo que todos los demás debían hacer.

¿Quién es el zorro en el gallinero, entonces?

Seguí Participando

Noviembre 2011

Existe otra visión con respecto al resultado de las elecciones de Octubre, distinta de la patrocinada por nuestra Corporación de Negocios Políticos (o “clase política”).
Una visión obtenida desde la altura del siguiente escalón virtual de observación. Basada en considerar -en números redondos- que sobre un padrón electoral de 28.867.000 personas habilitadas, sólo se presentaron a votar 22.392.000. Y que de esta última cantidad, 908.000 optaron -de una u otra manera- por ejercer su voto en negativo anulando, impugnando o ensobrándolo en blanco.

Los denominados votos positivos, tan caros a la Corporación que diseñó el sistema, sumaron entonces 21.484.000 (algo más del 74 % del padrón) siendo sobre este sólo universo que se computaron los porcentajes anunciados.
Así es como la Sra. de Kirchner llegó con escasos 11.601.000 votos al 54 %, aunque sobre la totalidad de los ciudadanos con derecho a sufragio dicho número descienda hasta el 40 %.
En efecto, 17.266.000 personas habilitadas, el 60 % del padrón, sea por acción u omisión no la votaron.
El segundo más votado, Sr. Binner, obtuvo el apoyo de un falso 17 que fue en realidad cercano al 13 % así como el tercero, Sr. Alfonsín, obtuvo reales 8 en lugar del 11 % proclamado.

Aclarada esta visión de conjunto que pone la elección en su justa perspectiva, debemos mirar atrás y considerar a los 6.475.000 ciudadanos que ni siquiera se presentaron a votar.
De la mayoría de ellos podría inferirse -con escaso margen de error- un desinterés importante por la “cosa pública” y por lógica oposición… un interés mayor por la “cosa particular”, sea esta cual fuere.
Porque dejando de lado a viajeros, impedidos o personas muy ancianas que, aún deseándolo, no pudieron ejercer su derecho al voto, muchos millones de adultos (¿más de 5 millones?) sacudieron una vez más al país con su mensaje de fastidio antisistema.
Sumados a los más de 900 mil que se tomaron la molestia de votar en negativo, podría calcularse en 6 millones (21 % del padrón) a los argentinos que siguen negándose a prestar su acuerdo a esta dirigencia, a confiar en su “justicia”, a avalar sus “leyes” o relatos y en general a aceptar a la democracia política y su injustificable sistema de exacciones.

Una cifra demasiado grande como para ignorarla, tal como lo hace la Corporación. Un “problemita” de 6 millones de ciudadanos díscolos que “no encajan” en su plan de negocios y que conforman una solapada Resistencia que, al igual que ocurría antaño con otros atropelladores nazi-fascistas, amenaza su red de privilegios.
Desde luego, no es esta una visión que agrade a los millones de clientes/cómplices del oportunismo de corto plazo que nos hunde.
Sí se trata, en cambio, de la visión de otros millones de jóvenes de pie e indignados en plazas y ciudades a lo ancho del planeta, que consideran no funcionales a la democracia y sus modelos económicos tal y como están planteados y que reclaman de sus sistemas, cambios profundos.

Como quiera que sea, las elecciones en este tipo de democracia delegativa, tan primitiva, hipócrita y llena de bloqueos no son más que la foto congelada y extendida de 1 día sobre otros 1.460 días (4 largos años).

Lo cierto es que a la gente sin privilegios le interesan muy poco todos estos enredos y disquisiciones políticas. Lo que les interesa es vivir mejor, y rápido, disponiendo de mucho más dinero “sólido y limpio” para ser libres de elegir (porque de esto se trata la libertad) cómo gratificarse, cultivarse, invertir, progresar o ayudar en serio a quienes crean conveniente hacerlo. Llámese como se llame el sistema que les asegure tal resultado.

Es ese interés mayor por la “cosa particular” del que hablábamos. Por la felicidad y prosperidad familiar sin tanta traba estúpida improvisada (¡una y otra vez!) por funcionarios de poco seso, situados muy por debajo del desafío que enfrentan.
Y no es necesario desechar la palabra democracia a pesar de todas las connotaciones opresivas, violentas y cavernarias que el populismo atornilló en la mente de las personas evolucionadas y sensibles (sin versos demagógicos) con el prójimo.
Antes bien deberíamos hablar de una profundización del modelo democrático, extendiendo los derechos de decisión personales a más y más facetas de nuestra vida en sociedad, quitándoselos al Estado. Decisiones que sólo pueden hacerse reales con dinero efectivo ya que en una sociedad estatista y proletaria (todos pobres, como en Cuba, modelo camporista al que nos dirigimos), tal libertad de opciones carece por completo de sentido.
Seguridad privada, educación privada, medicina prepaga privada, seguro de retiro privado, abundante crédito privado y mil opciones deseables más de consumo avanzado para el mayor número sólo son posibles aplicando a pleno la potencia creadora del capitalismo libertario, para volcar aquel dinero “sólido y limpio” en los bolsillos de la gente.

En verdad, la utopía peronista, socialista o radical de un Estado benefactor que arrulle, cultive y contenga a decenas de millones de vagos e inútiles, exprimiendo y enervando más y más a los sectores eficientes en el camino, es una vía sin salida.
Como lo demuestra nuestra decadencia económica y moral, desplomándonos unos 70 puestos en el ranking durante los últimos 70 años, con su correlato de brutal freno al progreso para los más indefensos.

Coincidimos en cambio con el pensamiento hiper-realista y pro-riqueza popular de David Friedman, economista norteamericano: “Todo lo que el gobierno hace puede ser clasificado en dos categorías: aquello que podemos suprimir hoy y aquello que esperamos poder suprimir mañana. La mayor parte de las funciones gubernamentales pertenecen al primer tipo”.

Y vaya nuestro mensaje comprensivo para el votante que apoyó la continuidad del monopolio: seguí participando, hermano.

De Relatos y Verdades

Noviembre 2011

Recordábamos hace poco lo que sucedía con el relato oficial de los hechos y la percepción de la mayor parte de los argentinos allá por el ‘82, en tiempos de la guerra de Malvinas.
Si bien en esa época, al igual que ahora, teníamos acceso a las opiniones especializadas que sobre el suceso publicaban los medios extranjeros, la opinión pública prefería ignorarlas para “creer” aquel relato oficial tranquilizador que aseguraba que éramos los más vivos y que estábamos ganando la batalla.
El despertar fue duro; ciertamente traumático para muchos, pero sirvió al menos para corroborar que una prensa libre (sin autocensura ni presión estatal, directa o indirecta) siempre es mejor para anticipar las salidas más convenientes. En lo que sea.

Hoy día también podemos acceder a información objetiva, como la que publica el diario ABC de Madrid en referencia a nuestras elecciones presidenciales, donde registra que la mayor parte de la población argentina identifica al gobierno, con causa, con crecimiento sostenido, mejoras sociales, abultadas reservas y autoestima en alza.
Anotando a continuación que debido a esta percepción, asuntos tan dañinos como la corrupción, la inflación, la pobreza, la economía de subsidios, el control de precios, el cerrojo a las importaciones, la ausencia de acceso al crédito, la fuga de capitales, la mentira estadística y el autoritarismo mafioso no hacen mella en el electorado.

O como la del matutino Finantial Times de Londres, registrando que el crecimiento argentino está basado en el boom comprador inspirado por China. Que casi dos terceras partes de nuestras exportaciones se basan en materias primas y que para que esto continúe, sus precios deberán seguir subiendo. Que el excedente fiscal hace rato que es una ficción y que los faltantes han sido cubiertos saqueando los fondos de pensión y las reservas del Banco Central, mientras la inflación se dispara a más del 20 %, cae la inversión real comparativa y el gasto público se incrementa a razón de 34 % al año.
Anotando también a continuación que nuestros ciudadanos no votan basándose en estos datos macroeconómicos sino en sus sentimientos. Y que se sienten bien con el fútbol para todos, los beneficios para la niñez, los aumentos de salarios y jubilaciones, las laptops y el índice de desempleo.
Concluye aclarando para sus lectores, por si hiciese falta: “son los subsidios, estúpido” y que la Boudou-economía es, apenas, una voodoo-economía o sea… otra máscara más destinada como todas, a caer.

El libre mercado es tan impopular frente al intervencionismo porque no nos ofrece favores, subvenciones, privilegios, monopolios ni exenciones. Su lógica y su premio son infinitamente mayores, desde luego, pero… ni la gente vota aquí por el mediano-largo plazo (pensando en sus hijos y nietos) ni es consciente de la verdad.
La información y su comprensión son, en tal sentido, imperfectas porque el relato -tanto el del gobierno como el de la oposición- se arma sobre distintos tipos de “verdades”.

Al decir del filósofo norteamericano Leo Strauss (1899 – 1973) “la verdad es solamente para la élite. Para los demás corresponde una retórica basada en la utilización de nobles mentiras, necesarias para tener quieto y feliz al vulgo”.
Así, hay verdades apropiadas para adultos muy cultivados, verdades para personas con estudios, verdades para estudiantes y otras adecuadas para infantes o para gente de escasa instrucción.

La mera idea de un modelo dirigista que encarne una verdad para todos como camino hacia un Estado de Bienestar para el mayor número, es una falacia. Se trata sólo de la herramienta de manipulación usada con las 3 últimas categorías de personas de nuestro ejemplo y diseñada para mejorar el nivel de vida de los políticos, de sus familiares, amigos, asociados y vagos conexos más allá de que, mal o bien, algunos problemas cotidianos se resuelvan. Aún silenciadas por la hipocresía de lo “políticamente correcto”, la mayoría de las personas saben que esto es así.

Informaciones como las del Finantial Times o el ABC podrían ser, por su parte, verdades apropiadas para mujeres y hombres con estudios y una visión conformista de mediano plazo. Representan el tipo de análisis que -si bien ciertos- no llegan al fondo de la cuestión y que también resultan funcionales en última instancia a la corporación política en general, organismos supra-nacionales y otros, dando por sobreentendido que su costosísima burocracia intervencionista es inevitable.

El duro fondo de la cuestión, advertido y desenmascarado por pocos, es que los electores no tienen influencia alguna en lo que los políticos y su maquinaria estatal de negocios hacen entre elecciones.
Y es también asumir con toda crudeza que vivimos en una sociedad enferma, llena de gente que no iría directamente a robarle a su vecino, pero que está muy dispuesta a votar para que el gobierno lo haga por ella, aún mediante la aplicación de violencia (o su amenaza) sobre gente pacífica y laboriosa.

Quienes usan su sentido común, comprenden y asumen la conveniencia de aceptar no sólo que el fin nunca justifica los medios sino que acciones inmorales y reñidas con la ética, como el robo y la violencia, encuentran su propio castigo tarde o temprano, por la más dura de las vías.
Como nos sucede hoy con el cierre gradual del propio féretro ciudadano, cuya tapa remachan la total dependencia fáctica del federalismo o de los poderes Judicial y Legislativo… del poder Ejecutivo y su Caja, y la brutal desactivación fáctica de toda institución de control republicano.

Para esa (por ahora pequeña) élite resultan muy claras, entonces, las palabras de Ronald Reagan (presidente estadounidense 1911 – 2004) “El gobierno no puede resolver el problema. El problema es el gobierno, tanto como las de Friederich Hayek (premio Nobel de economía 1899 – 1992) “Debemos una vez más hacer del construir una sociedad libre una aventura intelectual, un acto de valor.