¿Tiene Alguien Algo que Cuestionar?

Diciembre 2005

La evolución intelectual que permite el avance de la civilización solo se da en la medida en que seamos capaces de cuestionar aquello que funciona mal.
Hacernos preguntas difíciles y esforzarnos en responderlas es lo que nos hace crecer, madurar y mejorar a nivel individual. Y por tanto, como consecuencia, a nivel social.
El hombre y la mujer de la Argentina de hoy, empero, tienen miedo de hacerse preguntas.
Somos una sociedad que vive atemorizada. Como un grupo de niños que rompieron la ventana y el jarrón y ahora se sientan cabizbajos mirando el suelo sabiendo que de algún modo tendrán que afrontar las consecuencias.

Cuestionarse las cosas es ejercitar la libertad. Es enfrentar creencias arraigadas mas no por eso libres de falsedades y confusiones producto de la ignorancia.
La historia humana es el relato de quienes se atrevieron a cuestionar sus realidades diarias. De quienes se animaron a pensar distinto y a decirse ¿y por qué no? De quienes enfrentaron a la autoridad de turno (política, militar, religiosa, social o científica) y a la resignación general . De personas con honestidad intelectual y con valentía que no se callaron la boca.
El precio del progreso, en suma, es la no limitación de la libertad. En primer lugar la de pensamiento ya que las demás vienen por decantación natural.
Atacar la propiedad como se la ataca en la Argentina mediante impuestos confiscatorios y repartos discrecionales sin tomar en cuenta la lógica del capital de reinversión o acentuar la inseguridad jurídica existente constituyen ataques directos a la libertad.
Y las sociedades más libres en todo sentido son ¡oh casualidad! las más ricas y aquellas en las que casi no existe la pobreza.

Cuestionemos pues, a nuestro sistema de gobierno :
El apoyo al concepto de Estado como monopolio político y legal se funda en la creencia errónea de que los seres humanos tienen el “derecho” a que sus necesidades y deseos sean satisfechos a expensas de los otros. Lo cual quiere decir que los seres humanos tienen el “derecho” a no respetar a los otros. Tal idea además de inmoral es absurda.
La democracia llegó a ser popular porque prometió menos impuestos y más libertad que la que existía bajo la monarquía. Pero no pudo cumplir su promesa. Aunque hemos acabado con el derecho divino de los reyes, parece que simplemente lo hemos sustituido por la idea del gobierno absoluto de “la mayoría”.
En los ocho mil años de historia, la cuestión por la que los hombres han librado las batallas más cruentas, por la que han matado más brutalmente, por la que han muerto más horriblemente ha sido “¿quién tiene el derecho de imponer su voluntad sobre sus semejantes y obligarlos a actuar como él quiere?”
La respuesta evolucionada, civilizada a estas cuestiones es “nadie”. Ninguna persona o grupo bajo ninguna circunstancia, tiene el derecho de obligar a los demás a hacer (o dejar de hacer) nada. Solo el Estado y los delincuentes usan la fuerza para lograr sus objetivos. El resto de la población depende de la cooperación voluntaria.
El Estado no tiene mayor honestidad o juicio, sino fuerza bruta. Y en verdad no nacimos para ser forzados.
El uso de la fuerza es legítimo sólo en contra de los que han iniciado una agresión. Iniciar el uso de la fuerza contra alguien siempre es un acto inmoral y errado, aún cuando lo realice el gobierno.
A fin de cuentas, el Estado ni siquiera existe de verdad : es una ficción legal que se sostiene porque la gente está dispuesta a cobrar y pagar impuestos, a cumplir y hacer cumplir leyes estatales etc.
Por lo general, la gente no cree que existe el derecho de matar, robar, mentir, codiciar o esclavizar. Sin embargo bajo el manto de cifras mayoritarias, la política se ha convertido en una forma de ritual de purificación. Con la aprobación de los votos mayoritarios, se tiene derecho a robar, mentir, codiciar, esclavizar e incluso matar con impunidad.
Si bien sabemos que las personas pueden ser traicioneras, ambiciosas o crueles también sabemos que sin importar qué cosas malas hagan los individuos, son mejores que las que se hacen a diario y desde hace milenios a los individuos por la voluntad colectiva.

Obvio es decir que no es posible ni justo permitir que todas las concepciones del bien común se desarrollen ya que algunas implican la violación de derechos y libertades básicas.
Bien común es lograr la cooperación social en las sociedades democráticas de hoy sin perder la libertad individual. Debemos comprender que el hombre es un fin en si mismo y no un medio para fines ajenos.
La justicia, que es una sola, es dar a cada uno lo suyo.
La mal denominada “justicia social” se puede lograr solo despojando a unos para repartirlo a otros. Esto desvirtúa el concepto de justicia convirtiéndolo en injusticia y en la práctica de manera indefectible resulta en sacar a los pobres para dar a los ricos. ¡ Nuestra Argentina es prueba visible de ello !
Deberíamos desconfiar de los que sostienen que el Estado es “la cabeza de la sociedad” porque de seguro buscan situaciones que los beneficien bajo la cobertura moral del “bien común” y la “justicia social”.
Debemos asimismo resistir la idea de que la supuesta necesidad de alguien es la cuchilla de la guillotina que cuelga sobre otras personas. De que tenemos que vivir con nuestro trabajo, nuestras esperanzas, nuestros planes y nuestros esfuerzos a merced del momento cuando esa cuchilla descienda sobre nosotros, y que el nivel de nuestra capacidad es el nivel de nuestro peligro, de tal manera que el éxito causará que pongan nuestro cuello sobre el madero, mientras que el fracaso nos dará derecho a jalar la cuerda de la guillotina.
Saquemos una moraleja de estos sencillos pensamientos, en relación a nuestra situación actual : quien necesite ser persuadido de ser libre, no merece serlo. O como dijo Antoine de Saint Exupery “pelea por tus limitaciones y seguramente te quedarás con ellas ”.

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