Mayo 2008
Para comprender la verdadera situación del campo (que con las cadenas de valor agroindustriales conexas, representa el 36 % del empleo total del país y el 44 % de sus recursos tributarios) debemos tener en cuenta algunos datos de la realidad del 2008, tomando distancia de la realidad modelo 1948 que, con 60 años de atraso, maneja el gobierno nacional.
El nuevo aumento con indexación automática de las ya aumentadas retenciones, sumado a todos los impuestos que, al igual que el resto, sufren los productores agropecuarios afectará gravemente a las explotaciones medianas y chicas. De eso no cabe duda y se inscribe en la más clásica doctrina peronista; la que creó las villas miseria en los conurbanos desde la década del 40 con emigrantes de un sector rural que se pauperizaba al influjo de políticas falsamente industrialistas que ya en aquel entonces empezaban a saquear y denigrar al agro.
En los últimos 5 años desaparecieron 4 o 5 mil tambos, especialmente pequeños, expulsando mano de obra rural sin empleo hacia las ciudades, volcando esas superficies mayormente a la agricultura. Es la directa, inapelable, brutal y palmaria consecuencia de las políticas de precios e intervenciones de mercado de los gobiernos kirchneristas.
Es sólo un ejemplo ya que también desaparecieron gran cantidad de productores chicos tanto ganaderos como agrícolas o de economías regionales inmolados por la misma e innecesaria causa.
Eso facilita la presencia de productores más grandes, que aumentan su escala incorporando la superficie que se les presenta como disponible. El aumento de escala es la respuesta racional, profesional a los desafíos que presenta un aumento tan irracional de impuestos y prohibiciones, que bloquean el mercado libre y disminuyen artificialmente la rentabilidad.
A mayor escala, más tecnología de punta aplicada (más siembra directa, implementos satelitales, maquinaria que desperdicia menos etc.), más insumos conservacionistas por unidad de producción (fertilizantes que devuelven lo extraído, controles de plagas biocompatibles etc.) y más eficiencia de costo por unidad de producto (kg. de carne, ton. de girasol, litro de leche, kg. de lana, pie de madera, kg. de miel, huevos por gallina etc.) con lo que se defiende un poco mejor la rentabilidad frente a la insaciable voracidad fiscal.
Si la rentabilidad empieza a bajar, los que tienen menos escala y reservas de dinero caen primero. Evidentemente los impuestos nunca favorecen a la gente que produce bien (sí a quienes no producen nada o a quienes producen bajo subsidio) sean estos grandes, medianos o chicos. Pero a mayor presión impositiva, mayor concentración de la producción en pocas manos.
Aclaremos que muchos productores grandes son pooles de siembra.
O sea personas ajenas al sector, que no tienen tierra ni herencias y que pretenden (¿por qué no?) participar del negocio que el mundo hoy nos ofrece en bandeja. Nada más democrático, por cierto. Se juntan 30 o 100 ciudadanos “de ciudad” que quieren ser productores agropecuarios y arriesgan sus ahorros. Contratan profesionales idóneos, dan trabajo a chacareros con máquinas, rotan agronómicamente los cultivos por directo interés propio, pagan muy bien a todos los proveedores locales de servicios, aplican la más moderna tecnología posible, pagan escrupulosamente todos los impuestos y gabelas requeridos, contratan personal “en blanco” con aportes y seguros, arriendan campo a altos precios a gente de los pueblos del interior y obtienen, desde luego, su ganancia si todo sale bien. Y en el campo muchas cosas pueden salir (y salen) mal, a diferencia de la producción bajo techo.
¿Cuál es el problema? ¿Qué producen mucho? Vamos, señores...en todo caso el problema es el minifundista, responsable de la degradación de los suelos y los perjuicios del monocultivo porque no le da (en este esquema fiscalista) para aplicar a conciencia, aunque quiera, la tecnología disponible que contrarreste los posibles daños.
Los subsidios y reintegros son una entelequia. Una estafa más, burda y cínica. Requieren presentaciones, colas, papelería, demostraciones de pagos de impuestos e infinidad de detalles que pocos están en condiciones de cumplimentar. La conocida historia de estos manejos de burócratas de escritorio es clara. Sólo algunos consiguen, a la larga, algún subsidio.
Las estadísticas dicen que por cada 10 que se le succiona al productor, se le devuelve 1,5. Y ese 1,5 va a parar mayormente a usinas lácteas, a frigoríficos de mafiosos amigos o destinos similares.
Además, los argentinos están dándose cuenta de que aceptar que el Estado se lleve nuestras ganancias bajo la promesa de que luego las “devolverá” a su criterio, implica someterse a la esclavitud y la indignidad de estar siempre pendientes de agradar al gobernante, so pena de quedar en su vengativa mira telescópica. Subsidios y reintegros son sistemas de dominación.
Por otra parte, es infantil y tendenciosa la pretensión de dividir en “malos” y “buenos” a los productores agropecuarios según el tamaño de su explotación. Lo que es bueno para el país (y para la recaudación de impuestos) es la producción de más saldos exportables y más producción volcada al mercado interno estimulando la competencia y atrayendo capitales, aumentando la productividad y la demanda laboral con altos sueldos.
Si es bueno para el chico, es bueno para el grande y es bueno para el país en su conjunto. Si es malo para el chico, es malo para el grande y es malo para el país en su conjunto. Necesitamos reglas claras, estables, no discriminatorias y de sentido común aplicadas a todos por igual, como garantizaba la Constitución Nacional.
Si queremos hablar de hechos y no de fantasías o deseos, sepamos que predio pequeño por lo general no es sinónimo de mejor persona con sus empleados, de mejor pagador de impuestos al fisco ni de mejor tecnología aplicada a manejos más eficientes y amigables con el ambiente. Más bien la tendencia apunta en sentido contrario a la luz de la historiografía rural comparada.
Y que el repoblamiento rural y sobre todo de los pequeños pueblos y ciudades del interior nunca vendrá de la mano de burócratas de escritorio ni de megaplanes de reingeniería social sino atraído por la riqueza y prosperidad generada por la labor fecunda en esos mismos sitios, y aún en ciudades grandes, en lugar de quedar esterilizada en malgasto estatal (por decirlo suavemente).
Por último seamos conscientes de que el desarrollo tecnológico que nos acerca los beneficios del progreso, sólo aparece tras las inversiones de capital de riesgo. Y estas solo aparecen en aquellos lugares donde se respeta la propiedad de los medios de producción. Si el derecho de propiedad no es respetado, inversiones, creatividad y desarrollo aterrizan en otra parte.
El derecho de propiedad es incompatible con impuestos confiscatorios, con reglamentaciones totalitarias o con la conculcación de libertades como la de ejercer toda industria lícita.
Si no hay seguridad jurídica que frene el comportamiento despótico de los gobernantes, no hay nada.
¿No estaremos durmiendo con el enemigo?
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