Noviembre 2008
Definimos vulgarmente como cipayos a aquellos nativos traidores que eligen ser colaboracionistas de fuerzas opresoras de ocupación territorial.
Los ocupantes son percibidos como amos-parásitos cuyo objetivo es absorber en su beneficio las energías vitales del pueblo a través de pesados gravámenes y reglamentos sobre la producción local, deprimiendo los niveles de vida, libertad y desarrollo en general.
También llamados vendepatrias, los cipayos responden como tropa disciplinada a las órdenes de la jefatura violenta y aprovechadora que los compra con el dinero extraído de la propia sociedad que yace bajo sus botas.
Lo opuesto al cipayaje es la resistencia, o coincidencia de hombres y mujeres valientes que se arriesgan enfrentando la opresión y el saqueo en una lucha patriótica, por la libertad de todos.
Los enfrentamientos de la resistencia libertaria contra los cipayos opresores discurrieron con suerte disímil a lo largo de la historia.
La India de Gandhi y su resistencia no violenta contra los invasores del Imperio Británico, son ejemplo de un enfrentamiento con final exitoso: los ingleses se retiraron, dejando al pueblo hindú la libertad de elección.
Los campesinos e intelectuales rusos y su resistencia pasiva contra la colectivización de Stalin y su Imperio Soviético, son ejemplo de un enfrentamiento con final trágico: 62 millones de disidentes aniquilados y la continuidad del bárbaro experimento socialista degollador de derechos individuales, durante varias décadas más.
Es precisamente esta última ideología homicida la que nutrió a la revolución cubana, al Che Guevara y a las guerrillas armadas que asolaron nuestro país desde fines de los años 60. Las mismas que intentaron la implantación violenta de un “orden comunista” sin contacto alguno con la democracia republicana.
Cipayos del amo soviético, combatieron a favor de la abolición de la propiedad privada, la libertad personal de elección y el concepto de lo individual. Lo hicieron mediante el asesinato, el secuestro y el robo de bienes, tal como hoy lo hacen las FARC y otros grupos ferozmente anti-humanos, amigos de parasitar y esclavizar sin piedad a los que trabajan y producen.
Sus herederos y apologistas, hoy en el poder, continúan el intento de implantar en la Argentina (ahora de manera más gradual y disfrazada) un orden totalitario.
Se trata de un orden que busca acabar de una vez por todas con nuestro derecho a decidir o no “redistribuir” el fruto de nuestro trabajo a vagos, corruptos y mafiosos. Que busca acabar con el derecho de propiedad privada a través de expropiaciones como la impositiva o la previsional. O acabar con la libertad de elección: de sindicalizarse, dónde jubilarse, aportar para un sistema de salud, educarse con un mejor nivel o… elegir adquirir un auto nuevo (¡la mitad de su precio son impuestos!) entre miles de otras ilegítimas prohibiciones coactivas de facto.
Los soviéticos naufragaron hace 20 años en los horrores de su propia bilis de odio a la evolución humana pero sus cipayos locales todavía se baten contra la resistencia civil.
Se trata de infames y traidoras, como lo dice nuestra Constitución: “Los diputados y senadores no pueden conceder a la presidente de la Nación facultades por las cuales la vida, el honor o la fortuna de los argentinos queden a merced de gobierno o persona alguna, porque tendrán nulidad insanable y quienes las formulen, consientan o firmen, incurrirán en el delito de infames traidores a la Patria” (artículo 29). O el también tajante “La confiscación de bienes queda borrada para siempre de las leyes argentinas” (art. 17).
La siniestra fuerza ideológica del socialismo, tiene a sus mujeres y hombres al comando del Estado nacional.
Estos cipayos son los mariscales de un nuevo desastre que los argentinos pagaremos durante generaciones. ¡Cuando seguimos pagando las salvajes farsas populistas aún calientes de Cámpora, Perón, Isabel, Videla, Galtieri, Alfonsín, Menem, De La Rua y Duhalde!
Comandantes de este ejército de ocupación conformado por una atildada oligarquía de altos funcionarios, legisladores genuflexos, jueces comprados, pseudo-empresarios ventajeros, sindicalistas millonarios, punteros políticos, vagos envidiosos y piqueteros profesionales que viven de lo hurtado a la labor del prójimo. Prohijado también por periodistas, docentes e intelectuales que no logran madurar su resentimiento de adolescentes rebeldes… y por la ignorante claque de siempre, con el cerebro bien lavado por educación estatal-basura.
Toda una tropa de colaboracionistas, idiotas útiles y viles traidores a aquella Argentina poderosa y admirada del Centenario. La que pisaba fuerte en el mundo. La Argentina ante la que Europa inclinaba con respeto sus testas coronadas. Líder indiscutida de todo el continente, sólo superada por los Estados Unidos (mas encaminada a competir con ellos de igual a igual). La de los salarios superiores a los del primer mundo. Meca de millones de inmigrantes atraídos por un sistema de gran libertad económica y de empresa. Donde podían hacer dinero y prosperar trabajando limpiamente en lugar de sobrevivir en la pobreza como gusanos temiendo al Estado ladrón del esfuerzo ajeno, al monarca inamovible, al tirano y sus despreciables recaudadores.
La República Argentina que pudo, y la que podría ser.
Altísimos impuestos (gran parte de ellos ocultos en cada cosa que tocamos) y multitud de decretos, leyes injustas, reglamentaciones, ordenanzas y presiones indignas, sostienen a este ejército de esbirros vendepatrias firmemente en el poder. Succionando la sangre vital de nuestro pueblo. Lucrando sin escrúpulos con la pobreza y la ingenuidad de los sencillos para que todo siga igual. Para seguir comprando voluntades con las que mantener sus malhabidos privilegios.
La Argentina se hunde mientras los cipayos resisten, vendiendo nuestro destino, verdaderamente imperial, por un plato de lentejas.
Y cuidado. También son colaboracionistas quienes, aún de buena fe, se tapan los ojos, la boca, los oídos y callan por cobardía.
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