Enero 2009
¿Queremos recuperar las Malvinas? ¿Queremos que la República sea escuchada con atención, con respeto, con interés y -porqué no- con prudente temor por la comunidad internacional? ¿Queremos ser uno de los faros morales y económicos del planeta? ¿Queremos que nuestra moneda nacional sea buscada, atesorada y valorada por los extranjeros, que sea unidad de cuenta y refugio seguro frente a crisis provocadas en otras partes por Estados irresponsables? ¿Queremos que nuestra bandera sea reconocida con admiración y que nuestro país sea objeto de deseo por parte de la emigración industriosa, de los innovadores de punta, de los artistas e intelectuales de excelencia o de los más poderosos capitales de la producción? ¿Queremos sentirnos orgullosos del bienestar superior de nuestra sociedad, de un crecimiento que asegure el futuro de nuestros hijos y de una solidaridad generosa con poblaciones menos afortunadas, víctimas de gobiernos de ladrones e ignorantes?
Finalmente y como directa derivación de lo anterior ¿Queremos no uno sino cinco trenes bala y la modernización de los ramales existentes? ¿No diez sino cincuenta mil kilómetros de autopistas? ¿No un plancito estatal de cien mil sino un aluvión productivo de cinco millones de autos nuevos para todos los argentinos? ¿Y no treinta mil viviendas “soviéticas” en guetos monoformes como parideras en serie sino tres millones de nuevas casas confortables, con buena tecnología, ubicación y diseño, tan individuales y distintas como sus dueños, para todos aquellos que hoy no podrían pagarlas?
Si la respuesta a estas preguntas es “sí”, debemos entonces dejar de votar a traidores vendepatrias.
Porque patriotismo es amor a la patria. Y amarla es desear verla poderosa y respetada. Solidaria y rica. Admirada por sus logros morales y económicos. De población bien alimentada, bien educada, bien vestida, gozando de altos niveles de ingresos generales y de las ventajas de una civilización superior. Respetuosa de vidas y derechos, pacífica, culta, abierta y avanzada. Dando ejemplo de inteligencia social.
Los individuos que nos gobernaron durante los últimos 25 años de democracia ininterrumpida, apoyados en el voto incuestionable de la mayoría, así como la mayor parte de los legisladores de la oposición, también votados por importantes e incuestionables primeras minorías, sabotearon sistemáticamente el logro de estos nobles objetivos. Lo hicieron aplicando a todos (también a quienes no los avalaron con el voto) sus antiguas recetas de paleo-política y paleo-economía. Las que nos aseguraron el desprestigio y la decadencia. El embrutecimiento y la desnutrición infantil. Así como la prosperidad, claro, para avivados, vagos y mafiosos encaramados a la coacción estatal.
Con gravísimos errores de visión que se originan al fijar la prioridad en los efectos que una medida tiene a corto plazo y sobre un reducido sector en lugar de atender al largo plazo, a las oportunidades globales y a toda la sociedad en su conjunto.
Con gravísimos errores de apreciación moral de políticas y políticos que pugnaron por llegar a cualquier clase de poder que los habilitara para enriquecerse burlando consecuencias judiciales y a prostituir las instituciones republicanas, el federalismo y la misma Constitución Nacional en su directo beneficio.
Han lucrado sobre la sangre de los indefensos aniquilando su derecho a una vida mejor. Han promovido la inseguridad y cosificado nuestras vidas con un estatismo trasnochado y corrupto que jamás funcionó en parte alguna.
Han vendido nuestra Patria por un plato de lentejas. Traicionando a nuestros próceres y a nuestros padres fundadores; a San Martín, Belgrano, Alberdi y a Sarmiento.
En nuestras ciudades del interior, las “lentejas” son ahora algunas obras públicas (con dinero sucio, saqueado a sus legítimos propietarios) destinadas a comprar lealtades de voto que aseguren la perpetuidad de la ignominia.
Malvinas nunca estuvo más lejos. Jamás fuimos tan irrelevantes en el mundo. Nunca considerados tan soberbios en la necedad de nuestra ignorancia. Nuestra moneda no es atesorada por nadie y nuestra bandera va camino de simbolizar al “vivo” que se jacta de meter un gol con la mano, al guerrillero sicópata homicida de máscara romántica o a las que azuzan el odio de clases y la amenaza airada como motor de la historia. Esa es la dura realidad.
Nos sentimos humillados ante naciones con menos recursos humanos y naturales, que nos van dejando en la polvareda.
Es necesario acabar de asumir que votando delincuentes, mafiosos, pedantes ineptos o cavernarios anclados al pasado seguiremos remachando la tapa de nuestro propio ataúd colectivo. Precisamos un patriotismo inteligente que frene nuestro desbarranque y gire 180 grados hacia la decencia y la comprensión popular de cómo se crea la riqueza de las naciones.
Durante décadas nuestras mayorías practicaron un voto “no positivo” en favor de impedir la acumulación de capital.
Tiremos toda esa basura socialista por la borda y practiquemos este patriotismo inteligente difundiendo entre las personas poco informadas las virtudes de la libertad, la responsabilidad personal, la no violencia social ni económica y los enormes beneficios de un capitalismo popular creador de empleo y oportunidades verdaderas para todos. La soberanía sobre Malvinas y todo lo demás, vendrá solo.
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