Voto Cantado

Enero 2009

Los partidos políticos que compitieron por la presidencia de nuestra nación en los comicios de los últimos 25 años, pueden ser separados con bastante claridad en dos grandes grupos.

Por un lado están aquellos cuya tendencia general se orienta a dar preeminencia al respeto por los acuerdos particulares, por los derechos de propiedad privada, por la libertad de comercio, por un rol subsidiario del Estado (el gobierno no debe involucrarse en la solución de problemas y necesidades que pueden ser resueltos por la actividad privada), por el respeto a la plena vigencia de las instituciones republicanas, la independencia de poderes, el federalismo y la Constitución. Las personas que apoyan o conforman estas agrupaciones, además, tienden a ser poco tolerantes con las faltas de ética, transparencia, austeridad y honradez en las acciones de gobierno. O al menos son estos, postulados reiterados en la imagen y el discurso.
Estos partidos son conocidos como liberales o de centroderecha.

Y por otro lado están aquellos cuya tendencia general se orienta a dar preeminencia a lo colectivo, a la propiedad condicionada, al intervencionismo económico y a un rol preponderante del Estado en la vida diaria. Tienden a pensar que el fin justifica los medios y no dan mucha importancia a la pureza del funcionamiento republicano y constitucional, subordinando los principios a las urgencias. Las personas que apoyan o conforman estas agrupaciones (mayoritarias, desde luego), tienden a ser tolerantes con la corrupción y el enriquecimiento de sus referentes, no viendo relación alguna entre estas tendencias y la desgracia argentina en general. Son los partidos conocidos como populistas, socialistas o nacionalistas.

Repasando los resultados de las seis elecciones sucesivas habidas desde el retorno a la democracia hace un cuarto de siglo, vemos que nuestros conciudadanos apoyaron las ideas “populistas” impidiendo la prueba de los postulados “liberales”, con la siguiente contundencia (en números redondos):

1983
populistas……………….... 14.625.000 (97 %)
liberales………………....... 327.000 ( 3 %)
en blanco o no votaron.. 2.915.000 (16 % del padrón)


1989
populistas……………….......15.347.000 (92 %)
liberales……………….......... 1.397.000 ( 8 %)
en blanco o no votaron….. 3.150.000 (16 % del padrón)

1995
populistas……………….......16.691.000 (96 %)
liberales………………............. 703.000 ( 4 %)
en blanco o no votaron...... 4.630.000 (21 % del padrón)


1999
populistas……………….......17.090.000 (90 %)
liberales………………........... 1.859.000 (10 %)
en blanco o no votaron…... 5.050.000 (21 % del padrón)

2003
populistas……………….......16.085.000 (83 %)
liberales………………........... 3.302.000 (17 %)
en blanco o no votaron…... 5.747.000 (22 % del padrón)

2007
populistas………………........17.700.000 (97 %)
liberales………………............... 548.000 ( 3 %)
en blanco o no votaron….... 8.824.000 (32 % del padrón)

Con el fin de aventar confusiones aclararemos que candidatos presidenciales de este período como los señores Lavagna y Menem o la señora Carrió, por ejemplo, no pueden ser situados en el bando “liberal”. Son, por tanto, básicamente “populistas” ya sea por su tendencia hacia el Estado papá (sistemas de simpatía con el mal llamado “Estado de bienestar”), ya sea por su innata corrupción estructural o su inevitable “capitalismo” prebendario y deuda-dependiente entre muchas otras cosas.
El caso actual del señor precandidato Reutemann, por caso, tampoco difiere en esto.
Como sea, los populistas han monopolizado la escena, el control, las decisiones y la representación del país, sin duda alguna, durante este período.

Los resultados de esta elección son claros: por citar algunos ítems, aumentos de pobreza y desocupación, altísimo endeudamiento, inseguridad, deficiente educación y salud públicas, graves caídas en productividad interna y competitividad internacional, constante aumento de la voracidad fiscal, ausencia consecuente de inversión extranjera, notable desprestigio y brutal descenso en casi todos los rankings de comparación global, aún a nivel sudamericano.
Podemos concluir entonces con certeza… que estamos eligiendo mal. Un espejismo cíclico de euforias triunfalistas y caídas catastróficas tratando de evadir una realidad que a cada nuevo y genial manotazo estatista, nos deja un escalón más abajo.

Las votaciones mencionadas son impactantes. Lapidarias. Reflejan impotencia, inmadurez, tendencia autodestructiva, sordo y sólido resentimiento ante la propia incapacidad, muy baja autoestima nacional y una gran dosis de cinismo. Porque convengamos que el núcleo duro de palurdos y palurdas que “no sabían” lo que apoyaban una y otra vez, son tan sólo algunas decenas de miles de personas.

La inmensa mayoría “se equivocó” adrede. A sabiendas de que pasaría a ser cómplice de gobiernos depredadores, vengativos y altamente nocivos para la Argentina del trabajo y la producción.
Fueron votos cantados. Rebeldes. A contra-conciencia. Desafiantes. Con sed de ver al que ahorra, invierte, produce, comercia y gasta en su comunidad con un buen dogal al cuello. Un gran método, ciertamente, para hacer pedazos a un gran país.

La tragedia argentina parece una demostración cabal de que la mayoría se equivoca siempre. De que la democracia no funciona porque no es otra cosa que una torpe variante de la dictadura (“dictadura de la mayoría”). De que la demagogia y el negociado siempre triunfan sobre la industriosidad y el costoso igualitarismo de méritos sobre las libertades personales de progreso.
Cayendo presas de la más triste desesperanza, si no fuera porque también sabemos de sociedades que fueron capaces de rectificarse sacudiéndose a los parásitos, a los bandidos y a los idearios criminales que los atascaban en el fangal de la decadencia.
¿Seremos portadores ocultos de las reservas de patriotismo inteligente necesarias para salir del marasmo socialista que nos asfixia y nos hunde?

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