Mayo 2009
Durante el curso de la presente campaña electoral apuntando a una renovación parcial de las legislaturas, el ex presidente Sr. N. Kirchner nos ha gritado “si pierde Cristina el país va a explotar”.
Expresión que se añade a otras como “si perdemos, la Argentina vuelve al 2001”, “no volvamos al neo-liberalismo de los 90” o bien el remanido “nosotros o el caos”.
Se trata de la clásica danza tribal del peronismo convocando al “voto con miedo”.
Miedo infligido a una vasta franja poblacional colocada en forma criminal por el neo-populismo (Alfonsín/ Menem/ De La Rua/ Duhalde/ Kirchner/ Kirchner) en situación de pobreza estresante y peligro cierto de terminar en la zanja de la indigencia. Miedo a que gane alguien con ideas razonables y éticas, que aplique la madre de las justicias retroactivas. A que gane alguien que realmente sepa cómo hacer de nuestra Argentina un país respetado, poderoso y con un alto nivel de vida para todos. Porque un giro económico y de corrección política tan brutal, creen, causaría turbulencias y reacomodamientos sociales que los harían caer, desde el precario equilibrio económico que a duras penas y con auxilio estatal todavía conservan. Creencia que por cierto es falsa.
Hay otras motivaciones además del miedo, claro está, para votar otra vez a los neo-populistas: odio por codicia de bienes ajenos, orgullo negado a reconocer que se ha estado traicionando (y hundiendo) a la patria con el voto durante años, resentimiento, envidia, pretensión de lograr “derechos” de ventaja parasitaria a costa del sacrificio de otros, etc. Toda una colección de sucias pulsiones vengativas enmascaradas bajo palabras altruistas.
El periodismo responsable tiene la obligación patriótica de desenmascarar ante toda la sociedad las torpes mentiras estatistas. Porque cuando escuchamos que “si pierde Cristina el país explota”, lo que debe ser comentado in extenso es que el país ya está en la cuenta regresiva de la explosión, debido a la incapacidad, vileza y soberbia ignorancia demostrada durante 6 largos años por el matrimonio presidencial.
Explicando que el “extraordinario” crecimiento económico 2003 – 2007 estuvo por debajo del de muchos otros países en desarrollo que también se beneficiaron de la “extraordinaria” suba del precio de las materias primas. Y que con semejante viento de cola pudimos haber hecho mucho más, sin hundir a los sectores productivos. Teniendo en cuenta, además, que el cacareado crecimiento kirchnerista fue en gran medida falso ya que se partió de cifras de PBI que habían retrocedido a valores de la década del 80 luego del colapso de la Alianza radical-socialista del 2001. Y que ni siquiera la recuperación del PBI así aplanado (para llegar a finales de la primera gestión Kirchner a valores que ya habíamos tenido en los 90) puede ser calificado de “récord” ya que hacia la época del Centenario, nuestra nación crecía mucho más. Alcanzábamos el 7° lugar entre las grandes potencias e íbamos camino de ubicarnos entre las 2 o 3 sociedades más ricas y avanzadas del mundo, cuando hoy ocurre lo opuesto.
Acabado el viento de cola, acotado el flujo de dólares robados a la reinversión agropecuaria que encubría las inmoralidades neo-populistas, queda al descubierto la realidad: una Argentina desnuda, violada y saqueada corre hacia esa explosión que el propio ex presidente vaticina. El país del 2001 está, si, a la vuelta de la esquina. No será más que el resultado matemático de lo perpetrado, cerrando el círculo vicioso de una nueva vuelta de tuerca de esta trampa caza-giles (y enriquece-políticos) denominada “justicia social redistributiva”.
Hacer periodismo responsable y veraz, sería desasnar al público acerca de la cantinela del “neo-liberalismo menemista de los 90”.
Porque sólo la intención de confundir con mala fe puede explicar el ansia furiosa de identificar a Menem con… ¡el liberalismo!
Las presidencias de C. Menem conformaron un acabado ejemplo de las más clásicas “virtudes” peronistas. Mafia fascista al gobierno, corrupción desatada, nepotismo, connivencia de caciques sindicales, pactos antirrepublicanos para la perpetuación del poder, empresarios “amigos” colmados de prebendas, parlamentos genuflexos, Justicia muy manoseada y con escasa independencia, intervencionismo económico, educación oficial basura con anti-valores, concentración de la riqueza en pocas manos con aumento de la desigualdad, impuestos confiscatorios, alto gasto del Estado con muy alto endeudamiento, altos niveles de pobreza y desocupación, bloqueo de instituciones destinadas al control de los funcionarios y despreocupación total por los marginados, una vez ordeñados sus votos. 100 % peronismo. ¿Qué más?
El que haya ordenado algunas privatizaciones (empresas estatales cuyo enorme déficit ya se había fagocitado al gobierno radical de R. Alfonsín) amañadas, desprolijas, torpes y plagadas de coimas monumentales, no lo hace liberal en modo alguno.
El sistema liberal abomina por definición de todas y cada una de las costumbres peronistas que signaron el gobierno del Sr. Menem. Gobierno que sobrevivió vendiendo “las joyas de la abuela” y que fue tan peronista como lo es el del santacruceño, que en aquel entonces no se cansaba de felicitar y apoyar el neo-populismo de tenue disfraz capitalista que a ambos beneficiaba.
“Nosotros o el caos” es otra confusión semántica (de las que está minado este gobierno) y quiere decir en realidad “nosotros somos el caos”. Caos que por cierto se extenderá a medida que avance electoralmente la Coalición Cívica de la Sra. E. Carrió (pan-radicalismo más socialistas) quienes ya mostraron sus afiladas y usualmente ocultas garras, en ocasión de apoyar al kirchnerismo en el reciente saqueo de los bienes privados a cargo de las Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones. Además de haber integrado con las mismas ideas el también desastroso gobierno del Sr. F. De La Rua.
Todo parece perdido, entonces. Aunque la prensa libre y con vocación patriótica de cierta docencia podría concluir al menos que, si los gobiernos son inevitables (cosa que dudamos), es mil veces preferible ser gobernados por empresarios que por abogados, poetas, filósofos, sociólogos, curas o comandantes.
Por lo menos los primeros poseen el know how de la riqueza. Los otros, ni eso.
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