Junio 2009
Tomemos el ejemplo de un tema caro a todo progresista que se precie: los pueblos indígenas, su postergación y pobreza, la pérdida de sus valores culturales y costumbres ancestrales tanto como la discriminación de que son objeto.
Como en casi todos los casos, los izquierdistas endilgan al sistema capitalista la culpabilidad sobre desastres, como este, de los que ellos mismos son directos responsables.
Lo primero que debe señalarse es que no somos una economía capitalista desde hace unos 80 años, al menos.
Lo nuestro es un híbrido mafioso con fuertes rasgos fascistas. Un corrupto prebendarismo de amigos y testaferros con asfixiante tributación de cuño socialista para el resto, condimentado con un reglamentarismo cerril y paralizante a todo nivel. Propiedad privada bajo ataque constante, Justicia con pistola en la nuca y legislaturas títere. Progresismo de manual si los hay.
En un entorno económico y jurídico tan esquizofrénico, el empresariado responderá al desafío adaptando sus acciones para sobrevivir y prosperar tanto como sea posible, dentro del marco-corset impuesto por el Estado.
No debe sorprender entonces que particulares y funcionarios hayan llevado las cosas por la senda de depredar ecosistemas, arrinconar etnias autóctonas y despreocuparse por las consecuencias económicas, morales y culturales de sus acciones. No sólo lo que es “de todos” no es “de nadie” sino que la falta de incentivos de verdadera ética capitalista abortó cualquier motivación favorable a los intereses de los nativos originarios.
Claramente, lo que debemos cambiar es el marco. Las reglas de juego que obligan a todos los argentinos a ocultar, trampear, desconfiar y aprovecharse pisando la cabeza del vecino para sacar la propia, de un agua estancada que nos llega a la barbilla.
Lo cierto es que las culturas autóctonas no deben asimilarse a fotos congeladas en el tiempo, que gente con pretensiones de élite y recursos para viajar, mantengan encerradas en un paleo-zoológico con tufillo cultural y “humanitario”. Como quieren ambientalistas retrógrados y sociólogos de izquierda.
Muy por el contrario, lo avanzado, lo libertario, es comprender que las tradiciones culturales o el lenguaje son modalidades vivas y dinámicas. Cada comunidad tiene derecho a reinterpretar sus ideales, reviviendo mediante la potencia del progreso económico el interés por el estudio y preservación científica de sus entidades más valiosas y conducentes. Es algo inevitable…y deseable.
En un entorno de seguridad jurídica y libertades individuales (del cual estamos muy lejos) las etnias originarias se habrían integrado al crisol de la nación, sus hijos serían universitarios graduados y propietarios en lugar de indígenas discriminados, muchos de los ecosistemas depredados serían explotados por ellos mismos con criterios agro-ecológicos de vanguardia y las condiciones de miseria que hoy tanto conmueven, no hubiesen tenido lugar.
Izquierda inteligente sería aquella que tuviera la decencia y valentía de admitir su enorme responsabilidad por crasos errores de enfoque en este y otra miríada de casos de desastre, humillación y muerte de los que está minada nuestra historia contemporánea. De retirarse al silencio de sus hogares y permanecer allí sin entorpecer más la recuperación del standard de vida evolucionado y próspero al que estábamos destinados.
El propio Ministro de Justicia acaba de admitir que durante todos estos años estuvo equivocado y que quienes pensaban distinto “lo convencieron”. Atenuó el bochorno bajo el recordatorio de que es necesario “ser valiente” para reconocer públicamente los propios yerros. El caso (esta vez) trató sobre el derecho de las parejas gay a adoptar. Un derecho defendido desde antaño por todos quienes sabemos que la libertad en todos los órdenes y la no violencia como regla fueron siempre el camino.
En absolutamente todos los casos de interacción humana en los que se pueda opinar sobre la manera más beneficiosa de resolver problemas de convivencia social, la opinión que se sitúe más cerca de la izquierda será siempre la peor y más contraproducente para todos los involucrados, su entorno, su comunidad y la humanidad global. No existen excepciones a esta regla negativa. Puede demostrarse caso por caso, error por error, conflicto por conflicto y fracaso por fracaso ad infinitum.
La regla de oro positiva que sitúa lo anterior en perspectiva tampoco tiene excepciones y es esta: en absolutamente todos los casos de interacción humana en los que se pueda opinar sobre la manera más beneficiosa de resolver problemas de convivencia social, la opinión que se sitúe más cerca de la libertad y la no-violencia será siempre la mejor y más productiva para todos los involucrados, su entorno, su comunidad y la humanidad global. Lo que también puede demostrarse caso por caso, éxito por éxito y progreso por progreso ad infinitum.
Todos sabemos que nada bueno puede resultar de líneas de acción cuyos cimientos se asienten en el barro de lo violento, de la fuerza bruta de la superioridad numérica, de la falta de respeto por la libertad real de elección y por la apropiación indebida de bienes vía impuestos. Genialmente resumido en palabras de Albert Einstein: “Es raro que se mencione un derecho humano destinado a tener gran importancia. Se trata del derecho y el deber que tiene la persona a no formar parte de asuntos que le parezcan errados o perjudiciales”.
Independientemente de que las “soluciones” de izquierda satisfagan las más deleznables inclinaciones humanas en orden al odio, la envidia, el resentimiento, la codicia de lo ajeno, la insatisfacción vital por propia incapacidad o por pereza, y que esta sea la razón profunda de su popularidad, izquierdismo y no-violencia serán siempre y en todos los casos, visiones de vida enfrentadas.
No hay un “grado bueno” de socialismo, como no hay un grado bueno de raticida que uno pueda tomar. En el compromiso entre raticida y salud, siempre perderá la salud. Nuestra historia y nuestro presente lo demuestran.
No hay comentarios:
Publicar un comentario