Septiembre 2009
Bajo diversas denominaciones (desde FreJuLi a Frente para la Victoria), el partido peronista rigió con escaso impedimento los destinos nacionales desde 1945.
Sus postulados básicos de fuerte intervención del Estado, de menosprecio por la ciencia económica seria, de pactos con cúpulas corporativas y del mantenimiento de desigualdades sociales crónicas a través del tándem impuestos-subsidios-inflación-deuda, han marcado el derrotero y el resultado argentino desde entonces.
Los interregnos militares de facto, resultaron períodos signados a fuego no sólo por los oficiales de simpatías peronistas que siempre conformaron una considerable fracción de sus filas, sino por la adscripción mayoritaria del ejército a un sustrato ideológico nacionalista, corporativo y filo-fascista desde antes, incluso, de la irrupción de Juan Perón como elemento dominante.
Por su parte el radicalismo, tercera pata responsable de la actual situación, difirió sólo en cuestiones de grado y modo con aquella concepción de la sociedad. Sus sucesivos intentos de cooptar o transar con el aparato sindical y con las burocracias de educación, seguridad social o salud clientelizadas por los peronistas, terminaron en estruendosos fracasos. El omnipresente movimiento se rió de estos esfuerzos por trocar el refrito en un “populismo domesticado”, hostilizando sin piedad a los radicales y a sus aliados socialistas cada vez que fueron gobierno.
Vanos esfuerzos e inmensas pérdidas de tiempo, tratando por todos los medios de hacer funcionar un sistema paternalista de “reordenamiento” de ingresos y sujeción fiscal de empresas y ciudadanos, a todas luces inviable. Todos los recursos de la portentosa imaginación nacional se aplicaron a full, sin escrúpulos ni desmayos y durante más de seis décadas en aras de aquel objetivo imposible.
Los estudiosos saben que casi todos los fracasos éticos, conflictos de intereses, enfrentamientos armados, decepciones sociales o productivas y en general los males de la sociedad, son causados por entes colectivos; no por una supuesta agresividad individual. Parafraseando al brillante filósofo social Arthur Koestler (1905-1983) diríamos con mayor precisión que “los males de la humanidad no se deben a formas individuales de locura sino que son causados por delirios colectivos siempre generados por algún sistema de creencias basado en las emociones”. Koestler había evolucionado después de una vida dedicada a la reflexión, desde el socialismo marxista hasta la defensa de las libertades creativas y productivas manifestadas en la búsqueda personal de cada ser humano.
Nuestro Movimiento Peronista es claramente un sentimiento (una emoción) de escaso asidero lógico. Cualquier análisis objetivo de sus acciones y consecuencias, lo hubiera suprimido por contraproducente a poco andar.
La fría razón, sin embargo, poco tiene que ver aquí. Esto se trata (y eso sí provoca frío) de conveniencia mafiosa en pos del enriquecimiento de la casta dirigente, combinado con el sostenimiento de un gran número de parásitos-clientes.
La técnica usada consiste en el fomento deliberado de un atávico sentimiento tribal, que pone al valor seguridad por encima del (más riesgoso) valor progreso.
Apelando al instinto de pertenencia (el sentirse querido, contenido y aceptado) a la tribu, al grupo o a la masa, se desalienta intencionalmente la más laboriosa (y superadora) búsqueda personal de uno mismo.
Promoviendo una sumisión grupal con uniformidad de simbolismos, acciones y creencias se logra desarticular parte de la identidad individual en favor de la identidad de grupo, haciendo que la gente resigne libertad de pensamiento, de expresión y de actuación propia. Se trata de una identificación cómoda y segura; protectora; tranquilizadora…y sumamente funcional a los intereses de su dirigencia.
Pero el tribalismo no aporta al progreso social porque implica identificar al propio grupo como el más importante, considerando a “los otros” como distintos, de menor importancia relativa y por lo tanto inferiores en valor, o con menos derechos.
No debe olvidarse que las malintencionadas referencias al “bien público” olvidan que “el público” es sólo una cierta cantidad de individuos con nombre y apellido. Y que cualquier divergencia presunta entre los intereses de las personas reales y este difuso “bien público”, se traducirá en el atropello de legítimos derechos de algunas mujeres y hombres con familias, sueños y problemas en beneficio de los deseos y conveniencias de otras mujeres y hombres, también con nombre y apellido.
La trampa consiste en estimular la percepción de una sociedad claramente dividida, donde la concordia será siempre un bien transitorio. Esto bloquea en forma inevitable la corrección de desigualdades sociales, ya que las muchas tensiones subyacentes entre las diferentes “tribus” impondrán límites de corto alcance a cualquier forma de cooperación. La historia peronista, desde el “cinco por uno” hasta la “guerra de la soja” pasando por los “imberbes estúpidos”, se ha apoyado siempre en la desunión y es prueba viviente de dichas limitaciones.
El nudo del conflicto entre grupos se halla en la renuncia a las identidades individuales en favor de una identidad colectiva. Perdiendo conciencia personal, se anestesia la tendencia a reconocer razón y humanidad a gente de otros grupos que podrían ostentar diferentes creencias o apariencia.
Esta modalidad segregante y desconfiada que actúa entre turbas (o legislaturas) disciplinadas e incitaciones al “voto clasista”, impide que nos acerquemos unos a otros como individuos iguales en nuestra propia humanidad. Único basamento válido para construir progreso y desmontar desigualdades, superando los prejuicios primitivos que el progresismo promociona sin descanso.
Es claro que los logros del ser humano alcanzan su realización más plena cuando las personas encuentran su identidad como seres únicos, valiosos e irrepetibles. Nunca cuando la pierden diluyendo sus responsabilidades en una identificación tribal.
Nadie podrá empujarnos a ejercer violencia (usando al gobierno como arma) sobre otro ser humano distinto, si nos sabemos parte de un solo grupo: la humanidad.
No existe otro modo civilizado de reconocer y ser reconocido como persona y de contar con el derecho humano individual a no ser violentado en forma alguna.
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