Septiembre 2009
“El Estado poco puede hacer para generar riqueza, pero mucho para destruirla”
Juan Bautista Alberdi
A gran parte de los empresarios argentinos, no les conviene el sistema de la libertad; de la sociedad abierta. Porque para seguir disfrutando sus bellos automóviles, mansiones de veraneo en Punta del Este, cuentas numeradas en las Islas Caimán, costosos colegios para sus hijos y viajes de shopping a Miami para sus mujeres necesitan del apoyo y la complicidad del Estado.
Dado que el Estado no produce ni crea nada, el apoyo que les da a estos millonarios para que no decaiga su tren de vida, consiste en dinero extraído por la fuerza de: a) empresarios que no piden subsidios ni reglas especiales para generar riqueza b) profesionales, comerciantes, asalariados, desocupados e indigentes de todo el país y c) rentistas, receptores de planes sociales, jubilados y pensionados.
Todos ellos aportan su tributo a esta causa nacional y popular a través de fuertes impuestos a la producción, al trabajo o al consumo cargados sobre cada cosa que tocan y cada movimiento de mejora que intentan. También aportan forzadamente a través de fraudes gubernamentales como inflación, corrupción o endeudamiento público. Y siguen aportando por medio de la pegajosa red de vallas y trampas, de zancadillas, mochilas y frenos “legales” de toda clase a la libertad económica, de inversión, de usufructo y creación, que impiden con eficacia cualquier crecimiento genuino aliviador.
La simbiosis entre estos señores de la prebenda y el Estado repartidor de lo ajeno es perfecta: los falsos empresarios amenazan con declararse en quiebra y despedir a miles de trabajadores si el gobierno les retira sus privilegios productivos de ley. El gobierno acepta la extorsión y mantiene el sistema, en la inteligencia de que los beneficiarios de este gran capitalismo de amigos apoyarán a la mano que les da de comer. Afirmando así el poder del Estado en favor de los oligarcas de la política y del sindicalismo, de sus parientes y de sus fuerzas de choque.
El medio para que esta asociación mafiosa funcione es el clientelismo, abonado por la pobreza y la des-educación crónicas que la propia falta de eficiencia económica del sistema asegura a rajatabla. Comprando los votos, las voluntades y las impunidades que sean necesarias para que este festín de los vivos no se detenga, y para que el sector honesto de la población siga pagando las cuentas que los parásitos generen.
Todo argentino con honradez intelectual y que tenga dos dedos de cultura histórica sabe que el drama de nuestro empresariado subsidio-dependiente, incapaz de competir sin perjudicar a otros argentinos, inició su malformación severa a partir de 1945.
Forzando políticas fascistas imbuidas de las ideas económicas derrotadas en la guerra, nuestro país se embarcó en un proteccionismo tan costoso y falto de visión cuanto fútil.
Fabricamos, así, un modelo de país inviable. Vampirizando nuestra fortaleza agroindustrial para canjear su cadáver por un festival de subsidios, impuestazos y reglas anti comercio que nos condujeron sin escalas a la mendicidad.
Naciones que estaban por debajo de nosotros (Canadá, Australia etc.) y que se resistieron al camino fácil, demagógico, estúpido de la “sustitución de importaciones” y del “vivir con lo nuestro”, hoy son potencias económicas, científicas, industriales ¡y también agroexportadoras! Nos pisan la cabeza contra el fango populista y (¡horror!) sus pueblos nos humillan a diario exhibiendo la alta calidad de vida que nos hubiera correspondido.
La poderosa Argentina liberal del Centenario (1910) ante la que Europa inclinaba sus testas coronadas, completará su trueque para el Bicentenario (2010) en esta Argentina socialista, mendiga, maleducada y de rodillas ante los países avanzados.
Salir del fangal no será sencillo. La conveniencia del pacto estatal-empresario-sindical-piquetero con su violencia a flor de piel, lo está impidiendo. Por eso, los patriotas que levanten la bandera de una Argentina otra vez admirada y respetada, de gran poder económico, vocación de élite mundial y alto nivel de ingresos para todos, deberán ser no ya “políticamente incorrectos” sino en verdad revolucionarios.
La revolución hoy, está en la conveniencia de la mayoría: de la gente pobre que ha sido usada, de la clase media expoliada y de los auténticos trabajadores y empresarios que insisten en producir bajo reglas de competitividad internacional.
Proponiendo una libertad de negocios sin límites de velocidad; con ideas audaces, extremas, inspiradoras, enarboladas por dirigentes íntegros y creíbles para dotar a este capitalismo poderoso y mítico, justamente, de integridad y credibilidad. Única manera de entusiasmar a la gente para que siga y apoye un cambio revolucionario de tal naturaleza.
Un camino gradual y no violento -aunque veloz- de evolución libertaria. Con inclusión expresa de compromisos-gatillo en distribución del crecimiento, con participación de los empleados en las ganancias (y pérdidas) de la empresa como audaz impulso de incentivación política y económica, mediante acuerdos libres e individuales. Con inclusión expresa de una sólida red básica de contención social, de educación y de salud con índices de protección atados contractualmente a los índices del crecimiento (o decrecimiento) de la riqueza nacional. Para hacer a toda la sociedad, socia responsable del progreso en las buenas y en las malas. Estableciendo de esta manera el compromiso maduro de cada votante con el pacto social que lo elevará.
Compromisos por parte del capital que tendrían como ineludible contrapartida, desde luego, la plena e irrestricta vigencia de los hoy conculcados derechos de propiedad privada y de absoluta libertad de empresa. Con las seguridades de una Justicia con mayúsculas, muy bajas alícuotas impositivas y un Estado de fuerte vocación hacia la subsidiariedad de todas sus funciones.
Los ladrones populistas y los timoratos socialistas atacan y calumnian con furia el ideario de la libertad humana pues es en el control, la pobreza y el sometimiento de las masas donde ellos medran y se reproducen. Saben bien que si en algún momento esa libertad de producción y creación impetuosa de riqueza lograra ser puesta en práctica, el liberalismo se tornaría en una fuerza inatajable, sin competencia, imposible de voltear en buena ley… y su “negocios” estarían liquidados.
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