Febrero 2010
Tómese el parámetro que se tome, todos los estudios, informes, índices comparativos o series estadísticas nacionales e internacionales coinciden en señalar a nuestra Argentina como un país que desciende hacia la pobreza.
Un descenso relativo desde hace ocho décadas parecido por momentos a un estancamiento, pero sumamente doloroso y humillante al constatar a diario cómo otras sociedades a las que antes mirábamos por sobre el hombro hoy nos aventajan, alejándose hacia modelos de respeto, orden, trabajo y abundancia.
“Ya hay 3 generaciones de argentinos que no saben lo que es trabajar y cuando no se sabe lo que es trabajar, no se sabe lo que es la ética, el esfuerzo y el tesón. Hoy mismo hay 800.000 chicos que no estudian ni trabajan”. Esta reflexión del filósofo y escritor Marcos Aguinis trasluce el horror de millones de personas de bien que conocen de primera mano esta realidad, y la verdadera historia de cómo en los últimos 80 años elegimos -por ley de la mayoría- caminar hacia la pobreza.
Porque al igual que los gobiernos anteriores y a pesar de las declamaciones de justicia social, nuestro actual gobierno trabaja por la pobreza. Es decir, por la injusticia social.
Trabajar por la justicia social, contrariando nuestras elecciones, sería trabajar por la distribución de la riqueza. Siendo la mejor y más genuina distribución de riqueza la creación de trabajos bien pagos. Recordemos que las empresas privadas, únicas generadoras de dinero, lo distribuyen pagando salarios y comprando insumos o servicios a otras empresas. También entregando dinero no voluntario mediante impuestos que el Estado utiliza para brindar salud, educación, seguridad, justicia e infraestructura, aunque la realidad de 200 años de intentarlo nos demuestre la terrible ineficiencia en resultados de este último tipo de distribución.
La respetada Fundación Getulio Vargas, del Brasil, acaba de publicar su informe-ranking actualizado referente a las condiciones más (o menos) favorables a las inversiones de capital para 11 naciones sudamericanas. Argentina figura en el puesto número 7 ¡superada por Brasil, Chile, Uruguay, Perú, Colombia y Paraguay! Compartimos los peores puntajes con países gobernados por matones ignorantes como Venezuela, Ecuador o Bolivia.
Estas “condiciones favorables” incluyen, desde luego, seguridad jurídica (respeto al derecho de propiedad) e impuestos acotados tanto como legislaciones laborales y comerciales modernas. Vale decir confianza en reglas de juego estables que aseguren la mayor libertad de empresa y disposición patrimonial posible.
Crear mucho trabajo bien pago requiere centrarse en la competitividad. Y la competitividad surge de la creatividad, la capacitación y la tecnología, tres valores que aparecen tras las inversiones de capital de riesgo privadas. Algo para lo que nuestra nación está mal posicionada desde 1930, por lo menos, al calor de votos cobijados tras ideologías estatistas que vienen privilegiando la protección al vago y al mafioso, con creciente cargo a la ganancia honesta del industrioso y el pacífico.
La verdadera justicia social está en ofrecer posibilidades de mucho más dinero y dignidad a quienes carecen de ambas cosas. Y la oferta de buenos trabajos cumple estos propósitos, revirtiendo la tendencia a la injusticia social generada por trabajos malos y desocupación. Crear pobreza, entonces, es avalar decretos, leyes o cualquier clase de órdenes que pongan trabas a la radicación de inversiones empresarias.
Trabas como los controles de precios, que falsean la correcta asignación de recursos y las relaciones de valor, ahuyentando inversiones en los rubros controlados. Trabas como la inflación y otros impuestos superpuestos a nivel de saqueo, que restan fondos a la reinversión productiva y persuaden a potenciales capitales de la inconveniencia de aterrizar aquí para generar empleo, teniendo a salvo la ganancia por lograr. Trabas poco creativas aplicando todo lo que ya fracasó una y otra vez.
Además, como también nos recuerda Aguinis “la existencia de un precio establece el respeto recíproco entre las personas, civiliza y crea relaciones entre iguales. En cambio el tributo fue durante la antigüedad un signo de esclavitud porque era lo que debía pagar una tribu cuando era ocupada por otra”.
Palabras ciertamente actuales en esta Argentina donde triunfan los corruptos violentos, bajo la égida de un Estado vampiro y depredador alejado, para colmo, de cualquier noción republicana.
Una Argentina sin ética donde “billetera mata convicciones”, donde el temor a la pérdida de un “plan” social, de un subsidio inmerecido, de una costosísima protección a “empresario amigo” induce al voto desalmado de apoyo a la más dura injusticia social. Desangrando a los más indefensos, promoviendo la desnutrición infantil, la depredación ambiental o la extinción por miseria de las etnias originarias. Porque esos (y muchos otros) son efectos directos de la falta de suficientes inversiones de capital, durante tantos años.
¡Y cuidado! Guardemos memoria de que radicales y aristas apoyaron cosas como la reestatización de Aerolíneas y la confiscación a las AFJP. De que Binner y Solanas se sumaron a la prórroga de superpoderes, a la Ley de Medios y al Consejo de la Magistratura. Y de que Cobos apoyó a los Kirchner desde el principio. Sus manos levantadas en el Congreso los condenan al bando de los que no aprendieron nada importante durante estos años de demolición nacional. Cada una de esas acciones hundió miles de posibilidades de nuevos negocios, de más universidades, investigación tecnológica, laboratorios, emprendimientos culturales y de aggiornamiento laboral o nuevas fábricas. De mejores ingresos y oportunidades para los que menos tienen… aunque esos políticos incombustibles se hayan desgañitado tratando de identificarse con la justicia social. Con el sentido común. Con el patriotismo. ¡Con la inteligencia!
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