Febrero
2010
“¿Libertad?
¿Para qué?” Vladímir
Ilich Uliánov (Lenin)
La palabra lo molestaba, parece, como a todo buen
totalitario pero empecemos recordando que el autor de esta frase célebre carga
sobre su conciencia, donde sea que esta se encuentre -y tenemos fundadas razones para suponer dónde- con la aniquilación de 62 millones de seres humanos. Víctimas políticas de su sistema de intolerancia socialista
tan sólo en la Unión Soviética, sin contar a los caídos en sus guerras
internacionales.
Sigamos recordando que esa es exactamente la misma
locura que trató de aplicarnos la guerrilla setentista mediante violencia
armada, con el absoluto acuerdo de la actual presidente y su marido, lo mismo
que de numerosos funcionarios, legisladores e intelectuales que militan hoy en
favor del gobierno. Es el sistema criminal que propugnan abiertamente las
Madres, Hijos y Abuelas de Plaza de Mayo. El mismo de Guevara, Castro y tantos
otros impíos homicidas y canallas que someten, torturan y matan para imponer a otros su propio resentimiento,
quedándose de paso con el poder y el dinero.
Hecha esta indispensable introducción, hemos de
reconocer junto con Lenin que para una enorme cantidad de personas, el sistema
de la libertad resulta menos atractivo que el “sistema de la seguridad”. Seguridad
que ven representada en un Estado paternalista, subsidiador de pobres o
necesitados y redistribuidor de ganancias en un mundo casi siempre amenazante;
mezquino.
Piensan con razón que la libertad, si bien bella en
teoría, de poco sirve sin el dinero suficiente como para poder realmente optar
entre la diversidad (de lo que sea) que el mercado nos ofrece. Un pobre,
entonces, siempre será en lo material menos libre que un rico aunque ambos
tengan asegurada por ley la misma libertad de opciones. Pero lo que es más
importante, un pobre en este sistema de
la seguridad será, directamente, un esclavo privado de libertad real de elección. Vale decir privado de esperanzas y de un
futuro mejor para su familia.
Lo mismo sucede con los países. Una sociedad pobre,
como la nuestra, es menos libre de decidir sus destinos que otra más rica. Por
eso Gran Bretaña, en ejercicio de sus libertades de opción sigue conservando
las islas Malvinas y todo el campo petrolífero que las rodea. Su poder económico
hace la diferencia sobre la libertad de
opción de los isleños. Los ingleses confían tanto en este poder que hasta
nos aseguran que si los kelpers votasen libremente su anexión a la Argentina,
nos las devolverían.
La salida para cualquiera de
estos dilemas en el mediano plazo, por supuesto, reside en alcanzar el grado de
inteligencia social suficiente para que la opción del voto mayoritario coloque
a nuestra sociedad en el camino de la riqueza. Teniendo por meta una sociedad
sin pobres: de propietarios, de creadores de negocios, de inversores e
innovadores, de elevados salarios y enorme cantidad de empresas competitivas,
orientadas al mundo. Poder que se reflejaría de inmediato sobre nuestros
dirigentes, con más prestigio y opciones
reales para nuestro país a escala
mundial. Así, el primer paso para recuperar las Malvinas, como el orgullo
popular y tantas otras cosas habría sido dado porque la Argentina, sin duda,
puede ser mucho más poderosa, promisoria y rica que Gran Bretaña.
A diferencia de la mayoría de
las actuales naciones, la nuestra posee el potencial natural y humano como para
que su crecimiento sea veloz y poco traumático. Aunque perdimos 80 años de
tiempo en experimentos insensatos intentando obtener “seguridad” de aquel
espejismo del Estado paternalista, todavía conservamos muchas de las ventajas
que alguna vez nos permitieron llegar al top
ten.
La buena noticia es que para poner a nuestra sociedad
en ese camino de riqueza, no hay que hacer nada. Sólo tenemos que dejar de hacer algunas cosas. La
primera, dejar de lado la imbecilidad de impedir que nuestras fuerzas
productivas trabajen libremente: un argentino ilustre, Juan Bautista Alberdi,
vio con anticipación la piedra que había de interponerse en el camino de la
patria cuando escribió “sólo es libre el país que es rico y sólo es
rico el país que trabaja libremente”.
Riqueza y libertad caminan siempre juntas, claro,
tomadas del brazo de su tercera compañera inseparable: la propiedad privada.
El peso negativo de pecados
sociales como la envidia y la codicia sobre el esfuerzo ajeno ha impedido el
cumplimiento de la máxima alberdiana, maniatando mediante el mal-voto a
nuestras fuerzas productivas con un mezquino reglamentarismo estatista. Ahogándolas
con feroces podas socialistas de ganancias, mil impuestos expropiatorios,
exigencias, burocracia y prohibiciones de todo tipo, para subsidiar con
mercados cautivos y leyes a medida a otras empresas, inviables, eternamente
tomadas de las faldas del poder.
Ese ha sido el código no
escrito que hermana desde hace tantas décadas a gobiernos militares, radicales,
peronistas y socialistas.
¿Por qué habríamos de obtener
un resultado diferente apoyando una y otra vez a la misma gente y las mismas
ideas que nos hundieron? Menem impulsó
el mismo falso liberalismo corrupto que los generales del Proceso. La Alianza
de De la Rua intentó lo mismo que Alfonsín. Kirchner hace hoy lo mismo que
Perón hacía en los 50…y todos acaban igual. Otras sociedades no caen en tales
obcecaciones. ¡Despertemos! La preservación artificial de lo inerte entorpece
el advenimiento de lo nuevo.
Tenemos gobernantes cada vez
más mentirosos, cínicos y corruptos. Jueces cada vez más comprables y
pusilánimes. Funcionarios y mayorías legislativas cada vez más soberbias e
ignorantes e intendentes cada vez más sumisos e inoperantes.
De este desfile de incapaces
no obtuvimos “seguridad” sino pobreza y decadencia “a caño lleno”, como no
podía ser de otra manera. ¿Y si probamos con la libertad?
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