Junio
2013
Un
amigo viajero nos transmitía hace poco su asombro, tras pasar unos días en
Singapur.
Conocido
por sus espectaculares torres de vidrio y acero, Singapur es un pequeño país
independiente ubicado en el sudeste de Asia. Una isla minúscula de poco más de
700 kms2, sin recursos naturales pero con una población que supera los 4,5
millones (después de Mónaco, la mayor densidad demográfica del planeta).
Su
expectativa de vida promedio es de 81 años, están alfabetizados en un 92 % y su
ingreso anual por habitante supera los 60.500 dólares (la Argentina actual
apenas llega a 17.700).
Educación,
salud, seguridad, justicia,
infraestructura y en general todos sus bienes y servicios públicos se ubican
entre los mejores y más eficientes del mundo.
No
tienen deuda externa ni son “paraíso fiscal” y el índice de desempleo es menor
a 2 % lo que significa, técnicamente, cero
subempleo o paro laboral involuntario. Es más: hay más millonarios per cápita
allí que en ningún otro país: uno de cada seis ciudadanos es dueño de más de 1
millón de dólares y si hablamos de ingreso familiar, los singapurenses están
asimismo al tope del ranking.
¿Cómo
fue posible que un sitio que durante siglos no fue otra cosa que una sucesión
de poblaciones paupérrimas, pantanos y basurales pasara a convertirse en meca
de comercio e inmigración calificada internacional; en una de las súper-ciudades
más avanzadas y envidiadas de la tierra con ciudadanos que ya transitan el
híper-primer mundo? La respuesta nos abofetea con solo caminar sus calles y
mirar en derredor: fue su libertad
económica.
La
corrupción en Singapur es casi inexistente y la burocracia dirigista está
reducida al mínimo haciendo fácil, en consecuencia, iniciar y hacer crecer cualquier
clase de negocio.
Tratan
bien a quien se apreste a invertir y competir, empezando por una presión
impositiva moderada que opera atrayendo cada vez más capitalistas serios;
exiliados fiscales de otros sitios.
Por
caso, un emprendimiento que genere ganancias por 100 mil dólares al año, sólo
tributará alrededor del 1,2 % mientras que otro de 1 millón anual lo hará por
menos del 12 % y si la inversión es muy importante, el gobierno premiará al
empresario con tasas especiales, menores al 10 % de impuestos totales.
Los
emprendedores creativos, su energía y talento son especialmente bien recibidos
por las autoridades facilitándoles al máximo los trámites de residencia,
financiación bancaria y logística operativa.
Ciertamente,
su gobierno quiere hacer crecer (y rápido) el “pastel” económico nacional logrando
así tajadas mayores para todos.
Una
clara lección de apertura mental,
libertad de negocios, seguridad jurídica y clima pro empresario en tiempo real para una Argentina como la nuestra, tan poco libre. En la que hay que
pedir permiso y pagar peaje hasta para ejercer los derechos más elementales. Con
un mercado interno a la defensiva; golpeado y anémico. Casi sin inversiones
aunque desesperada por incrementar cada día las regulaciones estatales sobre su
economía.
Una
Argentina intoxicada con reinterpretaciones mafiosas de su Constitución. Y que
impone a su gente un “pastel” a repartir en franco achique e impuestos
elevadísimos, a los que debemos añadir la 2º tasa de inflación y corrupción más
altas del mundo.
Resulta
impresionante ver qué tan rápido puede crecer y florecer un pueblo tan carente
de todo, mediante la sola decisión política de orientarse hacia lo obvio; hacia
lo que todos y cada uno de nosotros queremos: poder quedarnos con aquello que
ganamos honestamente, sin sufrir palos en la rueda en el proceso de lograrlo.
Porque
el 90 % de lo demás -incluido lo solidario- viene solo.
Si
bien los mercados no tienen la culpa de que hayamos elegido una pareja
presidencial tan ladrona como incompetente, que nos hizo desperdiciar estúpida,
criminalmente los mejores 10 años de “viento de cola” del siglo, sí la tienen
los 11.601.000 clientes/cómplices que votaron por el oficialismo en las últimas
elecciones.
O
los “conciudadanos” que volverán a votarlo en Octubre de este año, a sabiendas
de la catadura moral e intelectual de sus candidatos.
11
millones seiscientas mil mujeres y hombres que eligieron forzar, en Octubre del
2011, a los 30 millones seiscientos mil argentinos restantes a alejarse de la
senda de la riqueza nacional. Del ejemplo de sentido común capitalista de
Singapur y de otras sociedades inteligentes que hacían (y hacen) lo correcto.
Desatar
la energía innovadora de la libertad para crear
riqueza social a mayor velocidad y con más efectividad que otros pueblos
implica darse cuenta de un par de cosas. Lo que en “argentino básico” significaría
avivar a la gilada para que la gente
del llano, los 30 millones hoy esclavizados y esquilmados a causa de esos otros
11 millones, se libere y decida… sobre su progreso y el de sus
hijos.
Es
necesario entonces dejar que los empresarios arriesguen, compitan y
eventualmente se arruinen por las suyas evitando nuestra estúpida manía
intervencionista, que sólo logra hacer posible que algunos de ellos se
aprovechen de limitaciones artificiales y sobrecostos asimétricos eludiendo la
competencia. Y por ende bajando la productividad-país, además de alentar
negociados y torpedear la llegada de nuevos emprendedores y capitales.
Y
es necesario comprender que los gobiernos, más que a maximizar la riqueza
social apuntan a asegurar la creación de valor… accesible al Estado (fácilmente colectable a través de sus
impuestos).
De
donde se sigue que siempre y sin
excepción en lo que respecta a gobierno y Estado, para el pueblo, menos será más.
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