Enero
2014
Según
la Declaración Universal de los Derechos Humanos, a la que nuestro país
suscribe, toda persona tiene derecho al trabajo y a la protección contra el
desempleo.
Habiéndose
convertido nuestra Argentina, empero, en una nación retrógrada mayormente poblada
por mezquinos y amigos de lo ajeno (al menos cuando de ingresar al cuarto
oscuro se trata), los derechos humanos al trabajo y a la protección contra el
desempleo tienden a ser interpretados en esa misma clave: la clave de
izquierdas.
Lo
prueba el que de acuerdo a encuestas serias, más del 80 % de nuestra población
adhiere a esquemas coercitivos
(estatistas) en lugar de voluntarios (privatistas) como mejor solución a
nuestros problemas sociales. Y no sólo en lo que respecta a estos dos ítems,
sino en temas como vivienda, educación, seguridad, desigualdad o dirigismo macro
y microeconómico entre muchos otros.
Una
mayoría transversal que desde hace décadas muestra una preocupante tendencia
hacia el totalitarismo filo-fascista, a través de su apoyo a un rol
central del Estado en la vida de la
gente y a la idea de una supuesta superioridad moral de lo masivo por sobre lo
familiar. Incluyendo la cesión al gobierno de la más amplia facultad de
imposición tributaria y de confiscación del capital de trabajo de ciudadanos argentinos,
toda vez que lo considere conveniente.
Personas
que en el fondo repudian la sabia Constitución de nuestros próceres y toleran bien
su constante violación poniendo cierto interés, en cambio, en los confusos
agregados de 1957 y 1994, torpes parches de un nivel intelectual que desmereció
al original y que no aportaron beneficio alguno para la elevación de nuestro
pueblo, demostrándose innecesarios y redundantes cuando no directos insufladores
de pobreza.
El
gran Juan Bautista Alberdi, un hombre de inteligencia superior, estudioso
inspirador de la Constitución original y uno de nuestros Padres Fundadores,
había reparado en los errores -letales para el trabajo bien pago y su
protección- de otras sociedades caídas “de la esclavitud al jefe de la tribu a
la esclavitud a la tribu” (de la monarquía a la democracia delegativa de masas,
no republicana).
Y
había reparado asimismo en las claves de la riqueza popular cuando nos
advirtió: “Los pueblos del norte no han
debido su opulencia y grandeza al poder de sus gobiernos, sino al poder de sus
individuos. Son el producto del egoísmo más que del patriotismo. Haciendo su
propia grandeza particular cada individuo contribuyó a labrar la de su país. El
egoísmo bien entendido sólo es un vicio para el egoísmo del gobierno, que
personifica al Estado”.
El
casi único trabajo que demostraron
poder crear socialismos como los que ha venido eligiendo ese 80 %, es el del
empleo público y el provisto por algunas empresas o concesionarios subsidiados.
Modelo que, cada día más, va haciendo de la Argentina un gran “taller
protegido” con inaceptables niveles de desempleo (sobre todo juvenil), empleo
negro y trabajos precarios.
La
casi única protección contra el desempleo que esa misma y mayoritaria
izquierda demostró poder crear -tras tantos años de viento internacional de
cola- es una enorme y ultra-corrupta red clientelar de planes sociales,
entregando un cada vez más miserable “pescado” a todo nuevo-pobre excluido, sin enseñarle a nadie “a pescar” ni permitir
que otros lo hagan.
Populismo
este, forjador de un país sin viabilidad de largo plazo. Sin futuro para
nuestros hijos y nietos -con sus valores de trabajo honesto- aunque sí para los
herederos de la oligarquía política, sus “amigos” y testaferros que hoy se
enriquecen a manos llenas.
Es
obvio que la explotación fiscalista
que nos hunde en el fangal sin salida de más villas miseria, inseguridad, drogas
y carencias educativas, es la explotación de la falta de un conocimiento
holístico de la filosofía de la libertad
y por ende, del ABC de la economía.
La
libertad con miseria, por otra parte, no sirve: la falta de medios impide desde
el inicio a la gente sencilla disfrutar de la mayoría de sus potenciales beneficios.
La verdadera libertad, la que propone todo liberal libertario, es la que desea el actual
40 % de argentinos pobres: la libertad de dejar de serlo.
Una
libertad que las izquierdas (todas) les niegan, con el garrote de su violencia
impositivo-reglamentaria en alto. Con el saqueo sistemático y progresivo de
capitales, ahorros y rentas reinvertibles; familiares, cooperativas o
empresariales. Con cierta igualdad, sí, pero ladrona y hacia abajo, sin lograr nunca agrandar el pastel para que la
igualdad sea de oportunidades, sin robarle nada al vecino y hacia arriba, asegurando entonces el derecho
al trabajo y a la protección contra el desempleo que brinda por los cuatro
costados una economía libre y solidaria en poderoso crecimiento.
En
el final del camino, allí donde los pensadores de élite ya vislumbran la
superación de la vieja lucha por “la ventaja” económica a costa del prójimo,
las sociedades más perspicaces en red ingresarán, antes que otras, a uno de los
capítulos más cruciales y felices de la evolución humana: el de la abolición
del Estado.
Por
costoso, innecesario y golpeador. Por obsoleto. Por ser un sucio residuo de
forzamientos cavernarios en esta era tecnológica, de economía del conocimiento,
de inmensas oportunidades de bienestar y empleo en libertad… a la que Argentina sigue estando invitada.
Lo
sabemos bien: la pelea por la ventaja económica no es otra que la pelea por el
control de la maquinaria del Estado.
Como
decía con gran sentido común Albert J. Nock (1870 – 1945, autor y pedagogo
estadounidense): “Es más fácil apropiarse
de la riqueza de los productores que producirla; y mientras el Estado haga de
la apropiación de riqueza un asunto de privilegio legalizado, continuará esa
lucha por ese privilegio”.
Un
conflicto que terminará, llegado ese amanecer que ya se intuye, con el desguace
de la inmunda maquinaria que lo produce.
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