Octubre
2014
Nuestro
electorado ha venido corrompiéndose y por ello, tornándose incompetente. Una
vía poco creativa, que llevó a los necesitados a perder décadas sin lograr nunca
su ansiada seguridad económica.
Constatación
“políticamente incorrecta” si las hay, en línea con lo que alguna vez observó
Bernard Shaw (1856-1950, autor irlandés y premio Nobel): “la democracia sustituye el nombramiento hecho por una minoría
corrompida, por la elección de una mayoría incompetente”.
Rebote
dialéctico de lo sentenciado por Benjamín Franklin (sabio norteamericano,
1706-1790): “quienes renuncian a su
libertad para obtener una seguridad temporaria no merecen seguridad ni
libertad; y no las tendrán”.
Obviamente,
tanto esclavos y esclavas como presos y presas tienen esa seguridad
garantizada: “empleo”, techo, comida, vestimenta, “educación”, control
sanitario, justicia conforme a derecho y “retiro” por edad avanzada.
Para
dejar entonces de ser un país delincuente minado de pobres “seguros” (esclavos
o presos como en Angola, Norcorea, Cuba o Venezuela) debemos abandonar nuestra
fantasía fiscalista creadora de pseudo-empleos estatales y de subsidios anti
cultura del trabajo, para pasar a la creación explosiva de ocupaciones
productivas reales como las que sólo las transacciones voluntarias dentro de un
mercado libre pueden ofrecer.
La
intervención económica y el consecuente costo emergente del Estado argentino se
encuentran desatados; fuera de todo cauce constitucional y financiero. Y es a
causa de ello que vemos a diario levantarse obstáculos contra todo intento
honrado de ejercer gestiones productivas. De generar nuevo empleo aportando creatividad,
inversiones de capital, esfuerzo y optimismo.
Nuestro
sistema es ejemplo perfecto de enfermedad
enmascarada de su propia cura toda vez que se sigue considerando el aumento del tamaño e injerencia estatal
como solución a las “injusticias” del mercado.
Un
prodigioso encarnizamiento terapéutico
avalado aquí por la ignorancia y/o el temor irracional de mayorías que (según
encuestas recientes) siguen apoyando el intervencionismo como salida; como un
mantra autista de 69 años de duración para superar un estado de pobreza que,
bajo su influjo, viene afianzándose como endémico.
Algo
verificable aún cuando toda la historia mundial del siglo XX y la que va del
XXI nos ilustra de lo contrario: en la medida en que crecieron el dirigismo y el
peso estatal sobre las sociedades, disminuyó la solidaridad entre los
gobernados y aumentaron los forzamientos y amenazas, las desigualdades, la
corrupción y riqueza de los funcionarios, el estrés de la gente y su indigencia
relativa. Aumentaron la represión policial, el hambre sin fin de los
clientelizados y la violación de los más básicos derechos humanos comenzando
por el de propiedad, que sustenta a todos los demás.
Y
viceversa.
Argentina
tiene todavía, como parte de su reserva moral oculta, un commodity poco aprovechado: su alto porcentaje de gente creativa. Cientos
de miles de honestos ciudadanos emprendedores… si se les diese una oportunidad
abatiendo la máquina de impedir y absorber enquistada en el Estado,
personificada cada día más en nuestra Gestapo-Afip y su espectacularmente
ladrona “cultura tributaria”.
En
una reciente visita a nuestro país, la filósofa española Marga Iñiguez,
consultora internacional y notable especialista en creatividad aplicada nos instaba al cambio de paradigma con un
discurso poderoso, de gran sentido común: además
de los derechos a la seguridad, la justicia, la educación o la salud debería existir el derecho constitucional a
desplegar todo nuestro potencial como individuos y por tanto, como pueblo. El
no poder ejercerlo equivale a quedar mutilados siendo que un clima favorable a
ello es uno de gran libertad y tolerancia, de estímulo a la singularidad,
opuesto al actual clima social de paternalismo colectivista.
El proceso
educativo que arrastramos, de “domesticación”, tiende a apagar la luz interior que tiene cada
persona. No se educa en la idea del cuestionamiento institucional, de la duda
creativa, de promover la experimentación del error que abre el camino a nuevas
visiones, de que hay terceras vías y formas particulares diversas, muchas veces
todas correctas, de resolver un mismo problema. No se educa en la posibilidad
siempre abierta de crear una sociedad más avanzada, respetuosa e imaginativa.
Es una verdadera
irresponsabilidad y un enorme desperdicio desaprovechar el talento de la
ciudadanía ya que este es el verdadero producto interno, no bruto, del país.
Los verdaderos
yacimientos, la riqueza emergente, la materia prima, el capital ocioso… es el
talento creativo de las personas.
Las
necesidades de seguridad económica, de contención social y de sentirse parte de
una gesta reivindicativa que impulsan al votante argentino, tendrán su momento
de triunfo al mismo tiempo que el de esa sociedad inteligente, más avanzada,
justa e imaginativa.
¿Cuándo?
Desde el mismo día en que saquemos a patadas del escenario a los estatistas que
nos hunden, para dar paso a una era de confianza en la adultez de nuestra gente
y en su potencial creativo. Cuando volvamos a romper las cadenas de los
socialismos que nos roban y nos asfixian, coartando nuestras libertades
constitucionales.
Ya
lo hicimos una vez de la mano de nuestros próceres, todos profundamente
liberales, tras el Acuerdo de San Nicolás en una gesta de nula angurria
gubernamental, tolerancia y grandes libertades para imaginar, hacer y crecer
que duró 80 años.
La
aventura de una Argentina que liberó sus talentos catapultándose, sin estúpidos
temores, al top seven del ranking mundial.
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