Noviembre 2009
Tallada en piedra sobre el Monumento a la Bandera en Rosario, Santa Fe, se encuentra la siguiente inscripción:
“Cuán execrable es el ultrajar la dignidad de los pueblos violando su Constitución”
Manuel Belgrano
Sentencia que cae como una maza sobre la conducción política sin duda execrable, que a diario ultraja nuestra dignidad nacional, violando en letra y espíritu la Constitución protectora de libertades que nos legaran los Padres Fundadores. Verdadero decálogo para un desarrollo acelerado que, mientras fue letra viva, nos impulsó a la vanguardia del mundo.
Al gobierno argentino no le interesa la competitividad, el aumento de nuestras producciones ni la elevación real (a escala seria, con abundante empleo y altos salarios) del nivel de vida de su gente. No tiene como objetivos mediatos volver a superar a Brasil y México ni recuperar las Malvinas. No desea establecer condiciones de progreso para etnias autóctonas, pobres e indigentes ni promover un clima de concordia, austera eficiencia estatal ni sana cultura del trabajo. No busca que nuestro país sea meca inmigratoria de artistas, creativos, deportistas, científicos, educadores de avanzada, empresarios de punta y capitalistas emprendedores. O de toda mente valiosa y fortuna en fuga, que se sienta oprimida por la máquina de absorber e impedir de su Estado natal.
A nuestro gobierno le interesa antes que nada y como sea, atornillarse al poder para asegurarse impunidad, privilegios y oportunidades de seguir haciendo fortuna. Y en segundo lugar, exprimir y manejar a todo argentino que muestre alguna señal de actividad bajo su (varias veces) fracasado modelo de Estado atropellador, reglamentarismo obtuso y asfixiante presión impositiva. Acciones que, claro, chocan de frente con lo anterior.
A los votantes kirchneristas tampoco les interesan estas cosas. Prefieren la ventaja de corto plazo de un “plan” social, de vivienda o tarifas subsidiadas por “alguien”, de carne de vaca barata y de fútbol codificado “gratis”. Prefieren seguir siendo rentistas estatales como sea, en todo y hasta el fin a costillas de “otros”, con la secreta satisfacción de ver cómo quiebran o sufren vecinos y conocidos que pusieron capacitación y esfuerzo en superar la situación de pobreza que los igualaba. Para esos… ¡leña impositiva por alcahuetes individualistas! El hundimiento de la patria y su traición a los ideales de Belgrano y otros próceres les tiene sin cuidado; asumen muy bien su voto parásito o delincuente.
Por su parte los simpatizantes socialistas, cobistas, pinosolanistas, radicales, aristas y otros que en general dicen querer aquella Argentina de primera, en realidad no la desean.
Ya nadie puede llamarse a engaño sobre los antecedentes de sus candidatos “de oposición” que, cada vez que juzgan, gobiernan o legislan se atropellan en el apuro por regimentar más aún toda actividad productiva o ahuyentar inversiones a través de más quiebres a la seguridad jurídica. Siempre listos al aumento del torniquete tributario, a estatizar lo que se pueda y a sumarse a la inmadura estudiantina de chillidos antiliberales.
Lo que en realidad desean estos votantes es una Argentina pequeña, de cabotaje, pacata y bajo estricto control de un Estado-Papá, donde no despunten grandes negocios, grandes fortunas ni grandes libertades; creativas, personales ni de disposición patrimonial. Pulsiones que desnudan a un gran sector, penosamente mezquino y empantanado en un resentimiento vergonzante que es espejo de su propia cobardía.
La estúpida administración de pobrezas en la que todos estos argentinos están embarcados sólo nos lleva al desastre. Pobreza ética, pobreza de ideas superadoras, pobreza de ambiciones y sobre todo, pobreza de patriotismo nos conducen por una bien merecida espiral descendente cuyo espantoso fondo empezamos a distinguir: decadencia, desesperación, delincuencia, indigencia, desnutrición y muerte.
Es imperioso un cambio mental cualitativo que nos ayude a quebrar esa espiral. Acelerando el despegue y salteando etapas, apalancados por la potencia moral de valores definitorios. Como la decisión de no tolerar violencia social alguna. Como dar preeminencia a las elecciones personales por sobre las imposiciones coactivas. Como volver a confiar en las personas. Como responsabilizar y hacer resarcir sin atenuantes a quien cause daños o perjuicios a terceros o a sus bienes. Como empezando a entender el derecho humano básico "a no formar parte" y el absoluto derecho a decidir a qué organizaciones vamos a aportar, y a qué nivel, para formar parte. Y que bajo reglas contractuales de convivencia inteligente, los ciudadanos gocen de enormes libertades para florecer y desarrollarse como cada uno elija, en un entorno de civilizada tolerancia. En suma, iniciando un camino que democratice el poder de decisión poniéndolo en manos de la gente y quitándoselo a los simios del látigo.
La fabulosa tecnología informática, el imparable avance de las redes de interconexión personales y la fuerza de la economía del conocimiento en este siglo XXI, lo hacen más posible que nunca.
La proliferación de nuevos emprendedores y grandes capitales dispuestos a huir del dirigismo y de la torpe angurria impositiva de los países centrales, nos abren posibilidades únicas. Sólo hay que saber verlas. Logrando la claridad mental y el amor a la patria necesarios para usarlas en beneficio de nuestra población. Porque esto sería pasar a administrar riqueza bajo aquel mismo espíritu constitucional, bien reinterpretado.
En un entorno semejante, no sólo kelpers y brasileños pedirían formar parte de una Argentina en crecimiento exponencial, sino que hasta los propios europeos volverían a empujarse tras el mostrador de ingreso.
De tener en claro estos objetivos de máxima, cada quien podría apoyar con su voto a los candidatos cuyas propuestas se orienten en la dirección más conducente: aquellos que nos propongan más libertades de todo tipo y menos estatismo opresor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario