Noviembre 2009
“El Estado es el gran ente ficticio por el cual cada uno busca vivir a expensas de todos los demás”
Frederic Bastiat
Durante unos cien años, desde mediados del siglo XIX hasta mediados del siglo XX, los Estados Unidos y la Argentina fueron receptores de un enorme caudal inmigratorio.
En ambos casos, los inmigrantes se vieron atraídos por sistemas jurídicos y económicos que se contaban entre los más libres de la tierra, haciendo accesible a más gente con voluntad de trabajo, la plena expresión del desarrollo personal. Eran mujeres y hombres de muchas procedencias; algunos de naciones culturalmente mediocres o con sistemas socio-económicos opresivos, que alcanzaron, en cualquier caso, logros de capacidad productiva que nunca hubiesen conseguido en sus países nativos.
Personas de diferentes niveles y grupos raciales que durante generaciones se habían enfrentado entre si en sus lugares de origen, aprendieron a cooperar viviendo en armonía. Y eso ocurrió porque tanto aquí como en el gigante del norte no se procuraba unir a la gente a través de una nivelación hacia lo colectivo -propia de las modernas cleptocracias- sino a través de un principio más inteligente: la protección de sus derechos individuales. De sus derechos a retener en forma casi íntegra el fruto de sus esfuerzos y a decidir, en gran medida, en qué forma aportaría cada uno a la solidaridad general.
Esta decisión benéfica y el crecimiento exponencial que lograba, comenzaron a desaparecer en paralelo con el avance del “Estado benefactor” y la “economía mixta”.
El incremento de cargas, controles y reserva de áreas económicas para el gobierno obró, así, en forma inversamente proporcional a las posibilidades de elevación social y evolución económica de las clases más bajas, que se traducía en una progresiva igualdad.
En Estados Unidos, actuó agravando el racismo contra negros e indios o la xenofobia contra los latinos por el camino de frenar las mejoras en su nivel de vida en proporción a las mejoras de los anglosajones originarios. Dicho de otro modo, al disminuir derechos individuales para aumentar los estatales lograron estancar el ascenso socio-económico de los débiles. Y en la Argentina obró estimulando resentimientos larvados, sembrados en su momento por anarquistas de izquierda y comunistas corridos de su Europa natal. Resentimientos de entraña negativa que nada bueno podían (ni pueden) generar, y que volcados a los partidos “socialmente sensibles” que tan bien conocemos, nos condujeron a un desastre de pobrezas y sufrimientos innecesarios incomparablemente mayor que el norteamericano.
También aquí la tecla equivocada fue el abandono de la protección gubernamental a los derechos de propiedad y su usufructo y de las libertades individuales para comerciar y ejercer toda industria lícita, con igualdad de reglas de juego para todos.
Lo comprobado es que la economía mixta desintegra a cualquier sociedad, lanzándola en el tiempo a una guerra de grupos de presión, cada uno de los cuales procura privilegios “legales” y tratamientos particulares a costa de todo el resto. Esto deriva, como lo vemos hoy y aquí, en “lobbys” sectoriales (industria subsidiada [reciente caso de Tierra del Fuego], movimientos piqueteros, sindicatos violentos, funcionariado “acomodado” etc.) que pujan abiertamente y con desparpajo por el favor del monarca, en detrimento del país en su conjunto. La ley de la selva es entonces inevitable y la igualdad de oportunidades cae bajo el hacha del propio Estado que debía preservarla.
El largo plazo, los derechos de las generaciones por venir, desaparecen poco a poco de la escena y los principios e ideales, por más nobles que sean, ceden su lugar a las urgencias del simio que empuja con más fuerza. De quien presiona con más palos y capuchas o de quien se vende mejor al negociado gubernamental.
En nuestra etapa terminal se trata de mafias estatizantes “colocando” funcionarios, jueces y legisladores para conseguir ventajas de corto plazo parasitando a “otros”, sin preocuparse por la destrucción general que inevitablemente los alcanzará. Porque quienes apoyan el aniquilamiento de los derechos ajenos, niegan y pierden también los propios cerrando su camino y el de sus hijos.
El supuesto Estado benefactor con su economía mixta cierra, obstaculiza y niega a cada argentino innúmeras oportunidades de expresar su potencial para hacer cosas más innovadoras, estimulantes y productivas elevando así su nivel de vida y dejando en mejor posición a sus descendientes.
Sus monopolios suman déficit al Tesoro, restando espacio y posibilidades de crecimiento a quienes podrían competir haciendo las mismas cosas a menor costo y con mayor productividad.
Reglamentaciones laborales paralizantes, financiamiento costoso y a cuentagotas, impuestos elevadísimos que cercan y depredan todo intento de actividad comercial o “leyes” discriminantes a medida de corruptos intereses particulares, son claros ejemplos de la evolución natural de este sistema maravilloso.
Parece inevitable que esto ocurra en poblaciones engañadas, como la nuestra, donde una masa crítica de votantes desea aliviar mediante más (¡más!) leyes totalitarias la desgracia visible de indigentes, sub ocupados y hasta de sinvergüenzas. Pero no a costa de si mismos sino mayormente ¡a costa de los demás! Aunque sea a través de vándalos y coimeros. Aunque se trate de apropiación de ganancias y hasta capitales de trabajo sin el asentimiento de sus dueños. Aunque sea mediante violencia. Aunque sea pisoteando más (¡más!) libertades y garantías en la búsqueda de ese inmaduro espejismo que tanto daño nos ha causado: la igualdad forzosa con dinero ajeno, rasando con el sable de la Afip-Gestapo las cabezas que pretendan sobresalir.
Porque muchos creen inocentemente, en sintonía con la edad mental inducida por nuestra des-educación pública que esta vez, ahora sí el método atropellador va a funcionar.
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