La Empatía Importa


Octubre 2012

La única ideología que realmente importa… es la ideología de las necesidades humanas: aquella que mejor garantice no con palabras sino con hechos, la satisfacción de un puñado de necesidades básicas.
¿Cuáles? Simplemente hacer que la vida de nuestra gente sea más cómoda, entretenida, segura, productiva, saludable y culta. No otra cosa que disponer un ambiente en el que nuestros hijos quieran quedarse en lugar de emigrar. Un sitio al que muchos quieran traer su dinero o venir para empezar algo nuevo y prosperar (como ocurrió hace un siglo), sin ser despojados por un Estado policial.

Estado con el que los argentinos tropezamos hoy, donde todo el sistema legal funciona de acuerdo con los intereses de una mafia y el gobierno subvierte la cultura del trabajo, estafando a pobres y a ricos de manera alevosa sin que nadie lo frene. Entonces, los únicos resultados posibles son la corrupción desatada y una gran falsedad intelectual (con sus ejemplos desmoralizantes de que el crimen paga), destrozando los sueños de la mayoría.
Tal como se los destroza cuando, para sostener su cadena del robo, la presidente apela a un mix de despotismo y estímulo a pulsiones tan sucias como el odio, la deshonestidad, la indolencia, el resentimiento vengativo, la envidia y el clasismo marxista.

Es el punto de destrozo del cual debemos partir, sin embargo, contando con el lastre de millones de argentinos deshonestos que apoyan la torcida idea de que es posible acceder al bien (al desarrollo, a la empatía social) haciendo el mal (confiscando “a la atropellada” lo que no les pertenece). Algo propio de un malón araucano o de neardenthales, si se quiere.
Tal vez deberíamos aprender del mismo Darwin, quien en su madurez aceptó que la aptitud de supervivencia refiere tanto a la creación de fuertes vínculos de cooperación empática con los congéneres, como a la competencia.

Porque el poder que tiene nuestra cultura del clientelismo y la avivada para convertir a las personas en votantes-monstruos que sofocan esa tan necesaria empatía, es aterrador. Y nos está llevando en tanto nación, por el callejón sin salida de los fósiles que no supieron adaptarse a la realidad que los circundaba.

La creatividad emprendedora con su bagaje de inversiones, trabajo y progreso es flor que sólo prospera en un clima de libertad. Nunca en sociedades golpeadoras, que enfrentan a unos contra otros fomentando paranoias y desconfianzas. En donde se trata a las personas como un medio a “usar”, en lugar de considerarlas sagradas, “no forzables” y un  fin en sí mismas.
Como en esta Argentina fallida del 2012, donde la libertad se asume mayormente (por decisión explícita del gobierno) en un sentido negativo de aislamiento y exclusión. Como reacción defensiva de la propiedad y los derechos individuales frente a la  persecución de Estado al ahorro y a la libre empresa. Frente al terrorismo de Estado fiscal… cuyo peor terror sería compulsar sin trampas la verdadera “voluntad popular de pago”.

Libertad en positivo, en cambio, es la que sirve para poder confiar en el otro compartiendo el esfuerzo común por ser y crecer.
Para reconstruir nuestra unión, en la inteligencia de poner como supuesto-base la verdadera naturaleza del ser humano.
Sin forzarlo. A favor de sus inclinaciones. Dejándolo hacer, invertir, innovar y ganar (por derecha) quedándose con lo que le pertenece para después ayudar sin tanto dirigismo paralizante.
Sin tanto miedo a las decisiones de la gente. Porque en realidad, la inmensa mayoría de las personas buscaría cooperar, mostrar su sensibilidad y empatía social si las “reglas del sistema”, con un mínimo de perspicacia, así lo favorecieran.

Libertad para experimentar con la integración y la diversidad, visto que el sentido de la evolución ya nos marca el “plan global”; la “dirección” de la humanidad (sin que podamos evitarla, so pena de aislamiento y desintegración).
Donde sólo sacarán ventaja en retener los talentos necesarios para ser competitivos, aquellos países que apoyen en todos los campos de la acción humana una apertura económica trans-capitalista, tan multicultural como tolerante.
Siendo conscientes de que la peor intolerancia, insufladora de casi todas las otras, es la plasmada en la violencia impositiva.

Guste o no, de a poco, la psicología va reemplazando a la sociología y los individuos que piensan empáticamente, a las colectividades de masa esloganizada (no otra cosa que mano de obra esclava de las oligarquías políticas).
Ocurrirá como de costumbre: las sociedades más estúpidas demorarán en posicionarse dentro de un proceso globalizador que puede traer enormes oportunidades de bienestar pero que también puede ser  destructivo, convirtiendo en víctimas a quienes no estén preparados para aceptar el hecho in progreso de que la humanidad (a semejanza del planetoide Pandora del filme Avatar), se encamina hacia un tipo de “sistema nervioso central” colectivo. Que se ocupará de la biosfera en riesgo y de la entropía energética al mismo tiempo que del mundo ilimitado del mercado global y de un espacio social interconectado más ilimitado aún.
Una suerte de ágora universal que las mentes perspicaces (no nuestros atrasados “estadistas”) ven ya asomar en la práctica.

Mientras tanto aquí seguimos eligiendo el camino de la ignorancia, la opresión y la crueldad. De un vampirismo estatal habituado a usar a su gente, desangrándola sin importar las consecuencias.

Ejemplo de lo cual son los últimos diez años de -nunca vistas- oportunidades comerciales para lo que sí sabemos hacer mejor que nadie, desperdiciados en políticas cuya matriz lleva 60 años de atraso (sin poder seguir siquiera el ritmo del resto de la retrasada Latinoamérica), en lugar de haberlos aprovechado para despegar hacia la posición de riqueza y poder que por tradición nos correspondía. ¡Viveza argentina!

Hoy seríamos, sencillamente, una potencia de escala continental.

Salidera y Sovietización


Septiembre 2012

Fiel a su vocación totalitaria, la autocracia peronista que comanda la Sra. de Kirchner sigue optando por la vía del atropello.
El país entero advierte el creciente vuelco de nuestra ex república hacia un estatismo cerril, cada día más explícito. Un dirigismo ladrón pronto a apalear a quienes no quieran someterse y calcado del que hundió a todas las sociedades que forzaron su aplicación.

Un raid delictivo anunciado desde el 2003, para cualquiera con dos ojos para ver y dos dedos de frente para prever. Una auténtica salidera a escala nacional, con especial complicidad de empresarios pusilánimes y sindicalistas mafiosos que apoyaron el desfalco cívico desde el principio, sedando sus conciencias en el más despreciable oportunismo.   
Referentes que aún hoy parecen ignorar que asoma el tiempo en que acabarán aislados, lanzando golpes a ciegas y enredados en la telaraña que contribuyeron a crear de espaldas a la Argentina honrada. Con verdaderas jaurías de lobos comunistas, lanzados al control absoluto (impuestos, tarifas, salarios, reglas, precios, rentas, inversiones, productividades, propiedades) de lo que fueran “sus” comercios, industrias y gremios. Creyendo “hacer negocio” le vendieron al verdugo la soga con la que los ahorcará, junto a los que representan.

A fuer de sinceros, el lema kirchnerista “unidos y organizados” podría resetearse para los ciudadanos honestos que quedan en nuestro país como “adoctrinamiento y persecución”.
Porque ni el eventual recupero del maltratado mercado brasileño ni el exprimido de los soja-dólares (con eventual aumento, propiedad del agro) que vienen ayudando al régimen a postergar sus responsabilidades, bastan ya como viento de cola para evitar la caída de nuestra nación por el mismo embudo de aniquilación de clases medias por el que resbalaron Chile hace 42 años o Venezuela hace 14, sumiendo a sus pueblos en un lodazal de quite de garantías, insultos presidenciales, terror, barbarie cultural, divisionismo y miseria.
Argentina no está exenta -por gracia especial- de lo que les sucedió a nuestros vecinos chilenos, que huían por decenas de miles hacia nuestro país en aquellos años. La fórmula aplicada por Salvador Allende para aplastar la resistencia de la clase media a la confiscación (vg. “redistribuir la riqueza”) inspira hoy nuestra propia hoja de ruta.  
Se aplicó allí en aquel tiempo la llamada “Operación Asfixia” dirigida a financiar clientelismo con inflación, cierre al exterior y control de todas las variables para llegar después al racionamiento con delación y control civil por grupos comunistas de choque. Siguieron más leyes totalitarias y destrucción de la moneda, más impuestos expropiatorios y desocupación. ¿El objetivo? Pérdida gradual de poder adquisitivo y pauperización final de la clase media con el fin de quebrarla, diluyéndola entre la clase más baja, dependiente por completo del Estado.
Es la estrategia de sovietización y ruina de opositores usada también por el bestial payaso caribeño en Venezuela, de donde en la última década emigraron hacia Miami y otros sitios todos los que pudieron escapar: cientos de miles de familias de su clase media empresaria y profesional en un duro drenaje de sensatez, de cultura y de inversiones. A pesar de flotar sobre un “mar de petróleo” su país se hunde hoy, ahogado por niveles de narco-corrupción e inflación récord, pobreza sin fin y una delincuencia desatada que ya produjo más muertes que las estadounidenses en las guerras de Corea, Vietnam e Irak juntas.
Nuestra Argentina flota hoy sobre un “mar de soja”, pero también transita -en resignada desunión- por el mismo embudo socialista de servidumbre que termina en el averno: devorando la libertad de las personas, el pensamiento plural y la vida privada. Con una Impositiva cada día más parecida a la Gestapo y privilegios sin límite para los cómplices del modelo-salidera: toda una clase social de nuevos ricos engordados a la  sombra del atropello kirchnerista. Ellos se sienten herederos de sistemas como los de Chávez o Allende, capitaneando una delgada franja de ricos corruptos sobre a una masiva -y sometida- clase pobre. Oligarcas a los que no les interesan los valores fundacionales de nuestra patria, porque no son “negocio” para su nomenklatura.
Y tenemos una masa crítica de electores tratando de medrar un poco más, aún matando a la gallina de los huevos de oro. Con votos tan viles como imberbes prestos a acogotar a la producción nacional solazándose, además, en el antiguo pecado capital de la envidia. Despreciando la Constitución cuyo espíritu protector de la propiedad nos permitiera, hace 3 o 4 generaciones, sentar al país en la mesa de los grandes e iniciar desde la nada un crecimiento del bienestar popular pocas veces visto en el planeta.
La salida de esta porqueriza no será fácil, pero deberá hacer pie en una muy perspicaz campaña publicitaria de difusión masiva que procure convencer y alejar a la ciudadanía de nuestra Era del Simio (de estatismo con garrote). Posicionando a la libertad de empresa y a la no violencia impositiva como únicas opciones de prosperidad -acceso acelerado a la propiedad- para los más postergados y para todos los que están en el camino de la pobreza, aferrándose con desesperación a la mendicidad indigna de un subsidio “concedido” con dinero robado.
Porque es de conveniencia directa para todo desesperado asumir con claridad meridiana que todas las sociedades que creyeron en el capitalismo (el integral, no las ilusiones gatopardistas de espejitos de colores vendidas por J. Martínez de Hoz y C. Menem), aumentaron violentamente tanto su riqueza popular como su poder de negociación frente al mundo. Y que en todas las sociedades donde el liberalismo no se instaló, la gente siguió siendo pobre. Tal como lo fue durante toda la historia humana hasta la Revolución Industrial (motorizada por las provocativas ideas del capitalismo liberal), cuando todas las poblaciones de la tierra estaban integradas por una delgada franja de ricos y una inmensa masa de pobres sin clases medias, sueños ni movilidad social de ningún tipo.

Acerca de las Calles Privadas


Septiembre 2012

Preparando el terreno para el próximo paso en su plan de abolición de la propiedad, voceros del peronismo gobernante lanzaron a rodar la posibilidad de que las calles privadas de los barrios cerrados queden por ley abiertas al público. Caerían así los cercos protectores que las separan del resto del territorio.

El estatus legal vigente asimila estas calles internas al pasillo que distribuye la circulación entre las habitaciones de una casa, a los corredores, rampas y  montacargas de una planta industrial o a los caminos interiores y senderos de un establecimiento agropecuario o quinta suburbana. Está claro que constituyen hasta ahora y según la Constitución, propiedad privada inviolable.
Pero lo que también está claro es la vocación totalitaria de quienes impulsan y avalan nuestro actual régimen de democracia no republicana, donde el simple “somos más” determina el talante del amedrentamiento y despojo a aplicarse sobre individuos, minorías o clases enteras (igual que con los judíos en el régimen nazi), sin límites de ninguna naturaleza.
Como aclaró un intendente -tan obsecuente como cínico- del conurbano bonaerense,  la voluntad del pueblo está por encima de la Constitución. Adolf Hitler no lo hubiese expresado mejor.

Resulta así evidente el uso descarnado de idiotas útiles de toda procedencia por parte del gobierno, en la construcción de una estrategia de fomento al resentimiento, al acoso económico y a la división por odio que empuje finalmente a los argentinos a la claudicación. O a otra guerra civil ya que a diferencia de los ’70, la balanza de poder se inclina ahora hacia la izquierda.

Otra cosa que está clara (aunque desde hace unos 8.000 años), es que el derecho de propiedad es la base de sustentación de casi todos los demás derechos, incluidos los derechos humanos. Es el que hizo posible que saliéramos de las cavernas y que avanzáramos hasta la civilización tecnológica. Es el que cada vez que faltó (como en los modelos kicillofianos de la URSS y China con sus más de 100 millones de asesinatos políticos), hizo que volviéramos sin escalas a la barbarie. Es, finalmente, un caso perfecto (mil veces probado) de proporción directa: a mayor garantía de acceso popular y respeto a la propiedad, mayor y más rápido avance del bienestar social… y viceversa. Ley que siempre se cumple, aún cuando se verifiquen diferencias de ingresos.

La gente que hoy logra progresar lo hace a pesar del Estado. Y en verdad, los barrios cerrados con su seguridad privada son casi el único ejemplo nacional de calles seguras. Un sistema que funciona bien, prolifera y se expande pese a todos los obstáculos de la mafia gubernamental.
Es, entonces, el ejemplo a seguir en un todo de acuerdo con lo que los libertarios proponemos como norte para hacer de nuestra Argentina el país más avanzado, inclusivo y poderoso de la tierra.
Si tales cosas funcionan bien en tantas experiencias piloto a “pequeña” escala ¿por qué no habrían de hacerlo en otra mayor? Estaría bien que voluntaria y gradualmente caigan las barreras que separan a estos asentamientos de su entorno inmediato, a medida que ese mismo entorno vaya privatizando y asegurando sus calles, parques y accesos.

En el supuesto de una remisión del cáncer estatal en favor de una economía más libre y rica veamos la posibilidad, con un ejemplo de privatización de calles en barrio abierto.
Si se trata de una zona comercial, sus propietarios (los frentistas) particulares y comerciantes tendrán el máximo interés en que sus calzadas y veredas estén en buenas condiciones de circulación, iluminadas, limpias y seguras.
Al abolirse los impuestos destinados a tales fines, dispondrán de los recursos para organizarse cooperativamente y seleccionar los servicios por sí mismos.  También podrán acordar soluciones coordinadas en red horizontal con cooperativas, empresas o particulares dueños de calles y parques esponsoreados en zonas linderas buscando propuestas novedosas y escala administrativa, para una mayor eficacia y control de gestión con menores costos. Todo lo cual redundaría en una mayor afluencia de clientes y en la valorización de sus propiedades o en su defecto, en la decadencia del lugar con la gente yéndose hacia barrios más amigables.

La propiedad formal de una calle, como la de una ruta, da derecho a peaje. En casos como el del ejemplo anterior, esto no tendría sentido práctico y sus responsables se abstendrían de exigirlo pero podría ser necesario y viable para avenidas de alto tránsito (y mantenimiento costoso) o bien en accesos interjurisdiccionales, autopistas y grandes obras de infraestructura como cruces distribuidores, puentes o túneles.
Existen tecnologías disponibles para solventar en forma ágil estas mejoras a menor costo que el actual. Podría hacerse mediante sensores que monitoreen el paso de vehículos con algún tipo de microchip universal de entrega masiva, para computar pasadas y derivar cuentas mensuales a cobro electrónico. Podrían implementarse asimismo métodos avanzados de identificación y detención o penalización de infractores a estos derechos de paso.

Los conductores, por su parte, liberados de impuestos internos y de patentes dispondrán de más dinero, disfrutando además de vehículos y combustibles a una fracción de su valor actual. Eso facilitará el pago voluntario de los múltiples pequeños cargos que representará el uso de la infraestructura vial privada, haciendo que nadie más vuelva a pagar -como la mayoría lo hace hoy en tantas áreas de su vida- por algo que no usó. 

No desdeñemos el ingenio y la adaptabilidad humanas: con seguridad surgirían compañías especializadas interesadas en mantener, mejorar, proteger y construir más facilidades de tránsito cobrando por tales servicios. Y compañías de seguros asociadas a ultramodernas agencias de seguridad privada (bien armadas), actuando en conveniente sinergia preventiva.
Muchos buenos ex empleados del actual populismo ladrón encontrarían trabajo en estos y otros nuevos y demandantes emprendimientos, de factura creciente en una sociedad que, de pronto, se abriese sin tanta traba estúpida a las inversiones de capital y saltara de forma decidida hacia adelante. 

La Obligación y la Pobreza


Agosto 2012

La situación política argentina de catástrofe ética (con su consecuencia económica) tiene la virtud -al menos- de operar como revulsivo mental sobre una gran cantidad de compatriotas,  que empiezan a revisar y poner en duda muchas actitudes de inútil sumisión, adquiridas a través de un sistema educativo anti-razonador, deficitario en valores evolucionados y reforzado in aeternum por publicidad oficial basura.     

Porque así como un productor rural patagónico vería en la liberación de sus ovejas un completo desastre, nuestros políticos (y su legión clientelar de desesperados y avivados) ven con escalofríos la idea de libertad para todos, asimilándola a una suerte de esclavitud para sí mismos. A la perspectiva de quedar obligados a trabajar en algo útil, dejando de violentar al prójimo como medio “normal” de vida.
Los esclavos, sin duda, deben seguir siendo los demás: el rebaño de los que estudian, profesionalizan la actividad económica, comercian sin coimas, crean, producen... y los votan.

No en vano se dice que en democracias no republicanas “de mafia y propaganda” como la nuestra, la ley no es más que una opinión a punta de pistola. Es de este modo como los parásitos violentos afirman su legitimidad de ser, legislando la invalidez del derecho de propiedad. O dejándolo totalmente condicionado a la opinión impositiva y reglamentaria de quienes cabalgan, como jinetes del Apocalipsis, sobre los tres poderes del Estado y su prensa adicta.

Saben que el malabar interpretativo que usan (tan “políticamente correcto”) de abstenerse de la expropiación de un bien para expropiar a cambio su renta, viola el espíritu de nuestra Constitución. Esa que mientras no fue violada supo llevarnos al top ten del Centenario y atraer a millones de inmigrantes con ganas de labrarse un destino por derecha y trabajando, sin que un gobierno ladrón los jodiera.
Saben que aún sin hablar de la inmensa corrupción inherente, forzar a todos los argentinos derechos a ser meretrices trabajando “para el macho” es una pésima forma de redistribuir riqueza: un real escopetazo en el pie. Que menosprecia el destructor impacto que conlleva en caída de inversiones, con sus efectos en cascada: verdaderos torpedos contra la línea de flotación del país. Y ¡cuidado! porque los desgraciados niños de escuela pública, los indigentes, nuevos pobres, incapacitados y pensionados (que hoy son mayoría), viajan en la bodega.

Por eso, todos los que desde la impunidad de un cuarto oscuro apoyan el desfalco socialista son auténticos felones, de esos que tiran la piedra y esconden la mano. Cobardes, sí, y muy efectivos en hacer que nuestro país se escore cada vez más de “nalgas al norte”, ante sociedades y potencias a las que antes mirábamos desde arriba o estábamos alcanzando.
Aunque sea duro de admitir a tal escala, se trata de cipayos que entregan nuestra nación maniatada a los lobos del mundo. Son millones los votos de Judas, vacíos de amor a la patria.
No sólo Cristina, Alicia o el joven Máximo. También Binner, Alfonsín, Solanas, Scioli, Massa, Moyano, De Gennaro, Ibarra, Cobos, Lorenzetti, Stolbizer, Rodríguez Saa, de la Sota, Menem, Artaza, Moreau, Víctor Hugo Morales, Felipe Pigna, del Boca, Parodi, Carlotto, Farinello, Maradona y muchos otros referentes sociales o políticos tan mediocres y rapaces como ellos, adscriben a esta anti argentina manera de pensar.

Los derechos de propiedad sobre los bienes y en especial sobre sus frutos, opinan estos “referentes” en insolente contradicción con la Carta Magna, son patrimonio “de todos los argentinos” ad referendum “de la comunidad organizada” (del Estado). Lo que significa en buen criollo, de los políticos que están en turno de servirse, practicar su omertá y clientelizar.
Ellos manejan el congreso, la impositiva y los fusiles. Pueden quitarnos el dinero impidiendo que lo usemos para crecer basados en que el derecho de propiedad es, en su opinión, inválido. Claro que el pretender quedarse con lo robado para usarlo legalmente implica para quienes así piensan que el derecho de propiedad es, al mismo tiempo (¡oh!), válido. Una inconsistencia por donde se la mire, salvo que admitamos la realidad de estar viviendo con dos códigos legales… el de los esclavistas y el de los esclavos.

Son esta clase de sistemas inmorales y teorías éticas falsas y no los delincuentes comunes, nuestra verdadera y más peligrosa fuente de inseguridad, habilitadora de todas las otras.
Nuestros políticos de siempre nos guían adentrándonos más y más en ese matadero y no nos damos cuenta porque hemos nacido en un sistema que se queda con nuestros ahorros tras apoyarnos, desde que tenemos uso de razón, una navaja en la garganta.
Bajo el argumento de protegernos de gente que podría llegar a dominarnos con algún fantástico monopolio, nos piden que obedezcamos… ¡al monopolio que ya nos ha dominado!

Porque bajo su pedido de obediencia a “la voluntad del pueblo” se esconde el mismo pedido comunista de obediencia a “la clase”, el mismo pedido fascista de obediencia al “Estado-nación” o el mismo pedido nazi de obediencia a “la raza”. Siempre avalados por el simplista “somos más” y con los mismos resultados, logrados una y otra vez gracias a la entrega obediente de fondos potencialmente productivos… a matones mafiosos.
En verdad, abonar altos (o aún bajos) impuestos a autócratas habituados al atropello y la extorsión, no sólo no es “contribuir a crecer” sino que es ser colaboracionista en la ruina de todos.

Caballeros, entendámonos: un marido que golpea a su mujer nunca tendrá un matrimonio feliz. La compulsión es ineficiente por naturaleza y lo que no resulta de interacciones voluntarias en un contexto abierto es siempre de mala calidad, tal como lo fue el calzado en las zapaterías soviéticas o la gestión de los subtes, escuelas y trenes bajo la órbita kirchnerista.
Nuestras instituciones son de muy mala calidad: sus resultados comparativos no pueden ser otros que exclusión, incomodidad y pobreza ya que son parte de un ente antinatural -el monopolio armado estatal- que algún día, tarde o temprano (cuando “despertemos” a la evolución civilizada), deberemos abolir.




Luche y Se Van


Agosto 2012

Un viejo lugar común interpela al ciudadano usuario de colegios privados en la siguiente consideración: ¿Le parece a usted muy cara la educación? Pruebe entonces con la ignorancia y verá.
Mientras que otro lugar no menos común afirma que no hay nada más costoso para una sociedad, que un niño que no se educa bien.

Un simple vistazo a los pueblos del mundo con sus impactantes diferencias en bienestar (proporcionales a sus niveles de respeto a la propiedad privada) basta para convencer hasta al más necio de que, a largo plazo, la educación (y formación en valores) de las mayorías define todo.
Nuestra nación sin embargo y salvo breves períodos, avanzó (¿avanzó?) pendiente del corto plazo durante más de 70 años.
En el caso puntual de esta última década peronista, obnubilados por el cortísimo plazo. Sólo de mes en mes o más probablemente de semana en semana, con la vista fija en la sola “acumulación de caja y poder” para seguir ganando elecciones, casi sin otro norte digno de mención, incluyendo al norte educacional.

Esta modalidad pueblerina guiada por el capricho, cuasi histérica, híper-corrupta y violadora serial de garantías constitucionales practicada por “el furia” Néstor y continuada a golpes de hormona, pánico y más improvisación totalitaria por su viuda, ha perfeccionado a conciencia una sola cosa: la ubicación de nuestra Argentina en el sumidero de la Historia, arracimada ya entre países delincuentes cuya proteína nutricia electoral es, igual que con los Kirchner, la ignorancia.
Lo lograron: hoy contamos con un importante porcentaje de la población en un grado tal de vulnerabilidad económica y cultural, que seguirá votando al populismo ladrón de Cristina, Scioli o Alperovich más por desconocimiento que por convencimiento. En el fondo, por casi pura desesperación.

El peronismo (con la ayuda de sus medio-hermanos radicales y socialistas) finalmente lo logró, pero al precio de colocar al entero Estado nacional en situación de cese de legitimidad. De irremontable pérdida de autoridad moral y de respeto ciudadano.

Debilitada la confianza social, sucede que la gente retrae sus reservas emocionales y financieras a círculos cada vez más estrechos, menos proactivos, al comprobar con mayor claridad que la suma de las energías creativas que fluyen en la sociedad va siendo superada por la suma negativa de las ineptitudes estatales.
La costosísima e ineficiente maquinaria de gobierno que nos coacciona no está garantizando el orden… sino el caos.
Con impuestos asfixiantes -a nivel de los más altos del planeta- y con una administración desastrosa en cuanto a probidad, pero también en lo que se refiere a seguridad, justicia, infraestructura, previsión social, salud y desde luego… a educación pública.
Porque la Argentina, está claro,  ingresó con la saga kirchnerista en su marchitamiento definitivo. Ese que lleva a la desaparición de los últimos vestigios de la civilización del top ten,  gozada in progreso hacia la época liberal del Centenario.

Eventualmente, la política se hunde en su propia impotencia y cunde la desesperanza cada vez que los -de por sí escasos- beneficios de estar cobijados por un Estado territorial se reducen y hasta se invierten, al empeorar las condiciones económicas.
Recordemos sin embargo, más allá de nuestra desazón de cabotaje, que los estados-nación tampoco son entes inmutables. Mucho menos, eternos. Ni siquiera demasiado antiguos.
Por el contrario, son constructos artificiales relativamente recientes siendo que los especialistas sitúan su nacimiento en la revolución e independencia norteamericana de fines del siglo XVIII, seguida por la instauración de la república francesa.
Su génesis puede rastrearse hasta finales del período medieval y principios de la Edad Moderna (comienzos del siglo XVI), en la aparición de “mercados nacionales” dentro de las áreas de influencia de las numerosas comunidades, ciudades-estado, ducados, principados y reinos en que se dividía Europa.

Estos mercados habían sido organizados por comerciantes y aristócratas gobernantes con el objeto de liquidar los focos de oposición a la libre oferta y demanda, remanentes del anquilosado sistema económico de la Edad Media. Aumentaron así el ritmo y la intensidad de los intercambios privados dentro de sus respectivas jurisdicciones, modalidad que justificó más tarde la aparición de estados-nación como los mencionados, abocados a la creación y aplicación de reglas que garantizaran un flujo eficiente para todo tipo de bienes particulares, dentro de una zona geográfica unificada (y con tendencia a la expansión).

En general no fue entonces, como popularmente se cree, que las poblaciones se aglutinaron orgánicamente bajo Estados para formar naciones, reuniendo a “tribus” de culturas, costumbres e idiomas comunes. La verdad es que los estados-nación son sólo comunidades imaginarias, fríamente ensambladas por élites políticas y económicas con el objeto de impulsar sus mercados.
Después de todo, era sólo cuestión de amañar narraciones sobre algún pasado heroico compartido, lo bastante atractivo como para atrapar las fantasías de la gente sencilla y lograr que creyesen en un destino y una identidad en común.
Intento aglutinante -en principio- no tan perverso pero que tomó vuelo propio, arrogándose el derecho de soberanía (¡como una persona con sus propiedades!), sobre el territorio del que formaban parte todos sus integrantes libres. Exigiendo autonomía e igualdad con respecto a otros entes (países) similares y derecho a competir con ellos en todo sentido, mediante el comercio… o la guerra.

Pretensión “soberana” que condujo al género humano a enfrentamientos violentos en una escala monumental, nunca antes vista. Que no hubiesen sido posibles de no haber permitido a los dirigentes políticos de estos ingenios tercerizar por la fuerza sobre inocentes y personas en desacuerdo, los inmensos costos de sus delirantes aventuras económicas y militares.
Entes artificiales que siguiendo las leyes de su propia naturaleza violenta, conformaron un mosaico planetario de estados-nación con férreas fronteras y “soberanías” geográficas, donde los otrora libres y soberanos burgueses, productores y comerciantes nos hallamos enjaulados, a merced de un saqueo reglamentario e impositivo a discreción.

El cretinismo y la injusticia implícitas en esta breve historia justifican por sí solas el objetivo libertario de la abolición de sus iniquidades y del desarme del leviatán que las promueve. Sobre todo ante la evidencia generalizada de que la economía del conocimiento, la interconexión global, empática, diversa, libre y tecnológica hacen hoy más obsoleto que nunca al sistema del forzamiento estatal, validado en forma cavernaria por mayorías des-educadas.
Porque no hay arma electoral favorable para el que no sabe (o para la que no quiere saber) cuál es la causa última de sus males y quienes son los verdaderos villanos.  
Y señores, la “broma” es que nuestro votante desesperado conocido más cercano a quien hay que contener, es hoy como aquella mujer que pidió al carnicero: “deme un kilo de bofe para mí y un kilo de lomo para el perro”. A lo que el comerciante respondió ¿no será al revés, señora? “No. La que votó a los Kirchner fui yo”.

Así las cosas, toda acción o docencia (por pequeña que sea) que emprendamos a nivel individual o cooperativo en dirección a la reversión, achique y desmantelamiento de este régimen  redundará de manera positiva, primero, en un freno al aumento del número de votantes desesperados y luego, en el comienzo de su disminución. Punto central, si lo hay, de la lucha para que los responsables de este desastre se vayan.


Capitalismo Popular


Julio 2012

Muchos años de populismos radicales, militares y peronistas convergiendo sobre una ideología básicamente hostil al capitalismo,  llevaron a nuestra Argentina a una postración muy costosa para los menos favorecidos. No es casual que los indigentes y los que “se caen” de la clase media constituyan hoy un altísimo porcentaje de la población. El costo de no ser a estas alturas un país rico y avanzado es inmenso: en sufrimiento, en resignaciones, en humillación y en vidas.
El sistema repartidor de lo ajeno que nos hunde desde hace más de 70 años no le sirve a la gente porque la única calidad de vida que mejora es la de los políticos, la de los empresarios protegidos, la de sindicalistas mafiosos y la de sus respectivas familias.

Lo que a la gente común le interesa, en definitiva, es dar educación, vivienda y salud de primera a sus hijos, vivir en un país que tenga verdadera justicia y seguridad o tener más dinero para comprar lo que le venga en gana y poder ayudar a otros. Y esto se logra -aquí y en China, hoy y siempre-  con capitalismo.
Entonces, lo que el gobierno debe lograr para hacer más feliz a más gente es crear las condiciones donde se forme y prospere una sociedad de propietarios. Más interesados en proteger sus bienes y acrecentar sus derechos que en robar la propiedad ajena como modo de escapar a la pobreza.

Sin duda, los sueldos tienen que ser mucho más altos que los actuales. ¡Debemos procurar entonces que haya más empresas que compitan ferozmente entre si por nuestros servicios! Para lo cual deben aparecer más personas emprendedoras dispuestas a arriesgar su dinero invirtiéndolo en la creación de un nuevo negocio.
Y para que afluyan a un lugar los emprendedores y sus capitales deben existir ventajas con respecto a otros lugares.
Las ventajas que aprecian quienes poseen el dinero son 3: seguridad jurídica (leyes y jueces que protejan a rajatabla la propiedad privada), seguridad física (agencias de protección que mantengan a raya a la delincuencia) y seguridad política (gobiernos austeros, honestos, respetuosos de los derechos individuales y que aseguren la continuidad de este sistema de respetos en el tiempo).

Pero se necesita un plus. Los emprendedores más exitosos son también los más creativos. Innovando, investigando y fabricando productos, artes, ideas que se inserten con ventaja en el mercado global. Y a las personas creativas las estimula la libertad.
Libertad para ganar dinero honradamente sin que se lo quiten y para gastarlo y colocarlo dónde y cómo les plazca, incluyendo la posibilidad de hacerlo en el extranjero o en divisas.
Debemos entonces exigir un entorno de gran tolerancia y libertad. Y no sólo económica: religiosa, de pensamiento, cultural, de modo de vida, de educación y de todo tipo.
Deben minimizarse para ello la coacción tributaria, la violencia verbal y las prohibiciones de toda laya, con el sólo límite donde la acción de uno vulnere los derechos y la propiedad de otro.

Acciones como la entrega de títulos de propiedad a pobladores de etnias autóctonas no solo de sus actuales asentamientos sino de todas las tierras fiscales disponibles en el país o la de repartir las acciones de todas las empresas del Estado entre sus empleados, apuntarían en esa dirección: una sociedad de propietarios.
Con gran libertad bancaria, de movimiento de divisas sin restricciones ni sobrecostos. Convirtiéndonos en conveniente refugio para las fortunas que hoy fugan de las socialdemocracias en quiebra. Colaborando tan solo con Interpol cuando haya requerimientos por dinero de cárteles, mafias o terrorismo.
Bajando impuestos, burocracia y gasto público a medida que la libertad económica genere dinero en los bolsillos de la gente.

Un entorno semejante liberaría ingentes fondos a propios y extraños fomentando el crédito, el ahorro y el aterrizaje de grandes capitales.  Al haber más empresas y más producción de toda clase, este gobierno austero y honesto podría disminuir aún más los impuestos, con igual o mayor recaudación. A menos impuestos, más incentivos para invertir, más capitalistas ingresando y mayor nivel de vida sustentable para más argentinos.

Ingresar al círculo virtuoso del capitalismo popular no es difícil.
Lo difícil es lograr que los votantes se enteren de que con un sistema así, los más beneficiados están en las clases más bajas

Podría darse oportunidad a decenas de miles de familias urbanas  jóvenes de escasos recursos disconformes con sus vidas, de poblar con emprendimientos productivos los enormes valles, costas de lagos y embalses patagónicos y norpatagónicos hoy paraísos semidesérticos, apenas visitados por unos pocos privilegiados.
El gobierno podría proveer asesoramiento, capacitación y el marco legal-ecológico mientras que capitales privados podrían brindar la necesaria infraestructura moderna (forestación, accesos, calles internas, seguridad, energía etc.) financiando a largo plazo a miles de nuevas pymes familiares.
La producción bajo riego a gran escala de frutas finas y especialidades orgánicas de alto precio, la acuicultura, el turismo, los deportes náuticos, la fabricación de microinsumos tecnológicos y otras actividades intensivas más tradicionales se complementarían con nuevas oportunidades de negocios para aquellos que los sigan, ofreciendo los servicios comerciales, educativos, de salud y de todo tipo requeridos por estas nuevas comunidades.

Ideas simples y obvias como estas que en un entorno liberado podrían multiplicarse, desarrollando multitud de áreas. Como podría ser el relegado noroeste argentino produciendo, industrializando y exportando masivamente especias, aromáticas, frutos secos, aceites esenciales, carnes especiales, vinos y licores, tejidos finos, especialidades medicinales de alto valor, explotando el ecoturismo o los deportes de montaña entre muchos otros negocios.
Nuevas comunidades dotadas de la más moderna tecnología, comunicadas e integradas con el planeta, abiertas a las inversiones sin trabas, cometas ni gabelas, innovando hasta en la sustentabilidad energética con emprendimientos solares, eólicos o geotérmicos amigables con el ambiente.
El agro, la industria y el comercio de las provincias centrales también son terreno fértil y obvio, por supuesto, para inversiones a gran escala de capital creativo, con impresionante potencial.

Señoras: menos Estado y más Sociedad. Menos leyes retrógradas y más acuerdos voluntarios. Menos violencia impositiva y más respeto hacia las decisiones personales sobre la propiedad: más propietarios y menos proletarios.
Señores: capitalismo popular creando y repartiendo riqueza furiosamente en un ambiente excitante que no le tema al poder económico, que atraiga cerebros y dinero en lugar de expulsarlos en forma suicida como lo hace nuestro gobierno progresista.

Para sacar a miles de jóvenes de la desesperanza, las drogas y el delito ofreciéndoles a cambio oportunidades de superación y progreso económico, de respeto por si mismos y por la comunidad.

¿Por Qué?


Julio 2012

¿Por qué, siendo el 3° país del mundo en recursos naturales aprovechables, quedamos fuera del boom inversor periférico que caracterizó a estos años de enormes capitales en fuga desde los Estados-providencia europeos en quiebra?

¿Cómo es que seguimos retrocediendo en el concierto de las naciones a pesar de que, desde que “volvió la democracia” en 1983 se obligó al agro (y en menor medida a otros sectores) a transferir al gobierno, solamente en concepto de diferenciales cambiarios (retenciones), la increíble cantidad de 110 mil millones de dólares?
Sumado este tipo de exacción -casi exclusiva de la Argentina- al resto de los impuestos, el zarpazo fiscal supera hoy el 80 % de la “renta agraria” según estudios serios, sin contar el último impuestazo múltiple propinado por el Sr. Scioli y otros gobernadores del  dream team progresista.

El complejo del campo argentino con las ciudades del interior y sus cadenas de valor agroindustriales son el actor más obviamente representativo, eficiente y productivo de nuestra nación y el que soporta desde hace más de siete décadas la mayor parte del costo del “taller protegido” en que, debido a ese subsidio insensato, se ha convertido casi todo el resto.
Aunque menor, igualmente insensata es la presión fiscal que se ha aplicado sobre personas y empresas ajenas a lo rural. Baste saber que desde que los Kirchner usufructúan el poder, el total de lo extraído por el Estado a la sociedad asciende a la astronómica cifra de 500 mil millones de dólares, sin contar el impuesto inflacionario ¿Dónde está, diez años después, el país de punta que la inversión reproductiva de esa cantidad supone? Deberíamos, más bien, rendirnos a la evidencia de que exacciones de este calibre son la verdadera causa madre “oculta” de nuestro declive.

Bien podríamos decir, además, que los planificadores han diferido pero que todos los planes han pasado por el mismo eje: desde Eva, pasando por Isabel y terminando con Cristina, el ya entonces polvoriento modelo social-corporativo o nacional-populista no varió un ápice. Sus resultados tampoco: Argentina trocó en ese tiempo su estatus de potencia emergente rica y respetada… por el de sociedad quebrada y delincuente.

Y aún así, puede verse que no bastan los sopapos de pobreza y de humillación infligidos a los más, para quebrar la tendencia mayoritaria a la elección de amos golpeadores. ¿Por qué?

Tal vez porque es también mayoritario el deseo de pretender, desde la impunidad de un cuarto oscuro, que la realidad se avenga (también a golpes) a satisfacernos por la banquina izquierda y violando todas las leyes económicas. O que las normas del legislativo se amolden a creencias infantiles y a resentimientos personales, por más viles y contraproducentes que estos sean.
Tal vez porque en general el ser humano odia estúpidamente y a priori aquello que ignora. O tal vez se deba al extendido desinterés y pereza de espíritu para esforzarse en conocer lo nuevo. Lo superador. Pero posiblemente y sobre todo, para enfrentar lo que (en el fondo todos saben) es la vía competitiva y de libre comercio que haría de Argentina una gran potencia.

O quizá porque son tendencias universales, potenciadas aquí por la inculcación temprana de la sacralización del concepto “Estado”. Procurando asimilar sutilmente la bondad protectora de la “autoridad paternal” con la “autoridad estatal”, siendo que en los programas oficiales de educación pública se lo presenta como un ente patriótico a quien se debe natural respeto y obediencia.
Como tutor social y autoridad moral, para que el mensaje subyacente sea siempre que todo lo que pasa debe ser, de algún modo, para bien (aún las acciones de un político hipócrita).

A lo largo de años de escuela, la repetición del mantra subliminal del “Papá Estado proveedor” refuerza aquella percepción autoritaria y dirigista, en el combo de una manoseada identidad cultural (en realidad, tribal), de fronteras proteccionistas “contra el otro” (en verdad contra los nuestros), de prejuicios, banderas y cánticos. Cuidando en especial de no mencionar a los niños el espinoso asunto del origen o raíz de su poder: obviamente, la violencia.
Porque lo conveniente es identificar al Estado no con la coacción del monopolio armado que es, con el pisoteo de tantos derechos superiores y previos o con su área geográfica de saqueo exclusivo, sino con la imagen de transparentes negocios sin fines de lucro “para todos” o con una suerte de gran organización caritativa, de mística y sabiduría superior.

Sabiendo que desde el principio de la historia y en la cosmovisión religiosa natural del homo sapiens, el poder absoluto se vio asimilado a bondad perfecta bajo la forma de un ser divino.  
Explicación, claro, del motivo por el cual en el pasado los Estados seculares absolutistas procuraron alianzas de mutua conveniencia con el poder religioso (hoy son con los políticamente correctos intelectuales de izquierda  y otros corruptos-útiles influyentes).
Y también sabiendo que las inclinaciones políticas suelen originarse en pulsiones inconscientes sobre patrones formados en la más temprana infancia.
Así, la mayor parte de los votantes ven a la “renta nacional” como un infante ve al dinero de sus padres: algo que simplemente “está”, para ser pedido (o exigido) y disfrutado. Concepción que raramente varía con los años a pesar de que, cuando los niños reales crecen, terminan comprendiendo qué es un sueldo, un trabajo, un ahorro, una deuda o un impuesto.

Amos golpeadores, en definitiva, que son el resultado de tácticas que han cegado con éxito a mujeres y hombres de todos los niveles frente a la maldad del Estado y que echan luz sobre porqué la democracia actual, al decir del brillante economista, filósofo y escritor Hans Hermann Hoppe es ya “el dios que falló”.

Mientras tanto y siguiendo la receta nacional-socialista (nazi) atribuida a Adolf Hitler, nuestra encantadora democracia no republicana sigue inculcando de facto aquello de que “las masas son femeninas y estúpidas: obedecen a un manejo basado en emociones y violencia”.

Buenas y Malas Personas


Junio 2012

Del monitoreo sobre el galimatías económico kirchnerista surge que la Argentina ingresó en una nueva fase de su larga espiral descendente. Que avanzó en otra vuelta de tuerca sobre los derechos y garantías ciudadanas, apretando siempre por sobre lo que permitía la Constitución que alguna vez nos rigiera.
Atornillado sobre el paleo-cliché “somos más” que todo lo justifica, nuestro gobierno (con el casi perfecto alineamiento de sus 3 Poderes “independientes”) sigue perfeccionando el proceso de la confiscación tributaria a todo nivel y el bloqueo de facto a una gran cantidad de libertades, sobre un listado que resultaría tedioso volver a enumerar.

Dura desmoralización, confiscación y bloqueo que asfixian en primer lugar a aquella parte de la ciudadanía que estaría en condiciones de dar inicio al círculo virtuoso que busca toda sociedad inteligente: más inversión y empleo, más producción, exportación y bienestar (que por otra parte y hasta el más tonto lo sabe, son virtudes directamente proporcionales a la dosis de capitalismo libertario que tenga la audacia de aplicarse).

Pero como toda crisis es una oportunidad, la buena noticia es que a medida que crece el grado de violencia necesaria para mantener el modelo totalitario, aumenta también la cantidad de gente que encuentra el tope a su propio nivel de tolerancia para con la vejación estatal. Para con ese límite mental de condicionamiento y sumisión, a partir del cual la legitimidad y conveniencia de la existencia misma del Estado empiezan a ponerse en duda.
Se trata del punto crucial donde las conciencias se abren a la evolución empática y tecnológica del tercer milenio. A replantearse el sentido de un sistema coactivo que asegura a una nomenclatura de empresarios cortesanos, sindicalistas millonarios, políticos y piqueteros corrompidos… el disfrute de lo malhabido, la acumulación de fortunas y el reparto de migajas (con dinero ajeno, claro). Al costo de que los hijos y nietos de todos los demás sigan cargando hipotecas sobre su futuro.

Tal como exigen confusamente los “Indignados” desocupados y subsidiados en esta Europa 2012 de socialdemocracias en quiebra, nuestra forma de organizarnos como sociedad avanzada precisa modificaciones profundas, que vayan mucho más allá de cambiarle el collar al mismo perro cada 4 años.

La gente bienintencionada pero objetora -por temor- al camino libertario que desemboca en la cuasi liquidación del Estado suele argumentar, básicamente, una cosa: la creencia de que en ausencia del Estado, las instituciones que surjan en su lugar acabarán propasándose.  
Así, a pesar de la gloria de abolir casi todos los impuestos y de pasar a obtener por lo menos, de movida, el doble de dinero per cápita, las instituciones reemplazantes (en abierta competencia) como los tribunales arbitrales privados de justicia, las compañías de seguros que nos indemnizarían de toda desgracia previsible (médica, jurídica, climática, delincuencial etc.) o las múltiples agencias especializadas de seguridad y defensa, por caso, llegarían con el tiempo a complotarse en un monopolio de servicios pronto a extorsionarnos.
Una objeción basada en el convencimiento de que existe gente mala en el mundo, en manos de la cual podríamos terminar si el gobierno dejase un día de “sujetarla”. Y de que, además, no se conoce sociedad alguna que haya sobrevivido sin la coacción “ordenadora” de un Estado.

A la segunda de estas afirmaciones podría oponérsele alguno de los casos históricos de sociedades sin Estado, como el de la isla de Irlanda durante unos mil años, desde el siglo VII de nuestra era. Una sociedad poco estudiada por razones fáciles de deducir pero libre de Estado, capitalista antes de que se inventara el término y altamente compleja, que fue la más avanzada -y civilizada- de la Europa de su tiempo. Y que no cayó tras casi diez siglos de cooperación pacífica por incongruencia alguna, por cierto, sino por brutal anexión y sojuzgamiento por parte de la vecina monarquía absolutista inglesa.

En lo que respecta al temor a la maldad humana “al comando”, convengamos en que si bien todos somos un mix de bondad y crueldad, siempre han sido más las personas mayormente buenas y sólo una minoría las malas. Ejemplo comprobable -a pequeña escala- dentro de cualquier familia extendida.
Ahora bien: la gente mala a nivel social que puede amenazarnos y dañarnos, sólo se contiene de hacerlo por temor a las represalias. El daño que podría causarnos una compañía aseguradora malvada (en término de recorte de servicios y elevación de cuotas, por caso) quedaría contenido por su temor a otras compañías de seguros, que competirían cruelmente entre sí para quedarse con todos sus clientes disconformes.

El camino que queda a los malos para poder extorsionar “bien” es hacerse de un megacontrol monopólico.
Mienten entonces para acceder al Poder democrático (¡bingo! ¡con el 100 % de sus pagadores cautivos!) y luego en lugar de cumplir sus promesas se dedican a enriquecerse, asegurar su impunidad comprando voluntades y desde luego, a seguir con su relato disfrazador de debacles.
Cualquiera sabe que para triunfar en serio en la política, no se debe ser bueno sino deshonesto, caradura, traidor y tenaz en la falta de escrúpulos. Es así que son los malos quienes copan, rápidamente y con gran vocación, todos los estamentos del gobierno. En verdad, no es que vayamos un día a caer en manos de gentes que podrían, tal vez, unirse en mafia sino que ya estamos en manos de esa minoría de malas personas.  

Las buenas personas que trabajan y producen tienen maneras de defenderse, eventualmente, de las insensibles… pero quedan totalmente superadas por ese inmenso leviatán agresivo, armado hasta los dientes con duras leyes impositivas, ejército y policía.
El razonamiento correcto es que nuestro Estado debería empezar a ser desmantelado, justamente, porque hay gente mala en el país.
Y si a pesar de todo las mafias volviesen más tarde a imponer, como ahora, su monopolio, al menos habremos disfrutado de un período de evolución económica y de fuga de la esclavitud.

Libido Ignorandi


Junio 2012

Si es cierto que desde que el hombre pudo pensar, tuvo miedo de conocer, en el origen de la autoagresión electiva de nuestras mayorías, tanto peso como la indigencia intelectual tiene entonces ese deseo tan humano de mentirse a sí mismo, entendido como parte de esa pulsión retrógrada que compele hacia la ignorancia, la libido ignorandi.
Mentira de pretender creer, en definitiva, que es en nombre del bien que se hace el mal y de querer burlar (y robar o frenar, si podemos hacerlo impunemente desde el cuarto oscuro) al que tiene mayor mérito o suerte. Cumpliendo así en nuestra sociedad el apotegma marxista que define “alienación” como el paso por el que adoptamos la ideología de la clase que nos domina, tapiando la puerta a la verdad, a la razón y desde luego a la propia conveniencia.

Porque no actuamos tanto como creemos en razón de nuestros intereses y por cierto terminamos pagando muy caro ese desinterés, al enrolarnos una y otra vez en proyectos que nos  perjudican.
Aseveración comprobable en el asiduo aplauso social a cínicas contraverdades totalitarias, que se dan de cabeza contra la experiencia más fácilmente verificable.

La popularidad de esta clase de autocastigo podría entenderse si consideramos que, como siempre, el mayor enemigo del hombre se encuentra dentro de él: en tiempos pasados era la ignorancia pero hoy es, más a menudo, el autoengaño.
Porque la mentira no es un simple coadyuvante a nuestro modelo celeste y blanco de democracia no-republicana, sino su componente central. Una protección sin la cual no podría sobrevivir. Una falsedad bien argentina, abarcadora y sistemática, que entorpece la buena información mientras bombea continua desinformación (¡costeada por sus víctimas!) desde la escuela hasta el geriátrico, en el frenético afán de alzar un “muro de Berlín” de relatos contra las evidencias de la realidad, aunque las dosis de mentira y de violencia requeridas deban ser aumentadas día a día para disimular el hedor inexorable de todo lo que va quedando escondido bajo la alfombra.

Un modelo sin duda agotador, en constante lucha contra la inteligencia y el sentido común pero sumamente lucrativo para la nomenclatura dirigente, habilitándole el manejo de millones de idiotas útiles como carne de choque electoral, que les sirven de pantalla legal para anular y robar a emprendedores y capitalistas locales, esclavizándolos. Esos mismos que podrían beneficiar al pueblo trabajador a escala de verdadera sociedad-potencia… si no mediase su intermediación parasitaria.

Nuestros funcionarios no conceden conferencias de prensa ni responden a las denuncias porque fugan del terreno de la información y la argumentación racionales, donde se saben anticipadamente derrotados. Combaten a su sociedad desde el hermetismo a causa perdida con un salvajismo aumentado por la pérdida de su sinceridad siendo que su ideología derivó, como era obvio, en  un burdo sindicato de intereses espurios.
Eso sí: todo dentro una impecable secuencia electoral de mayorías, idénticas a las que llevaron democráticamente al poder (y a la ruina nacional) a socialistas de ley como Benito Mussolini o Adolfo Hitler, mediante idénticos métodos de manejo de masas (de idiotas y esclavos). Con idénticas medidas estatistas, nacionalistas, regimentadoras, de confiscación económica, de dura intolerancia con la elusión o el disenso y de corrupción impune.

Como también es un fantástico autoengaño producto de todo lo anterior creer que, a pesar de todo, el modelo social-populista de estos últimos 10 años, cuyo derrumbe y hundimiento a cámara lenta estamos presenciando, valió la pena. 
La de afirmar que el kirchnerismo tiene un balance final positivo, a pesar de su inviabilidad financiera de base y de haber violado todos y cada uno de los derechos y garantías que nuestros Padres Fundadores prescribieran en la Constitución.
La de creer que sirvió al país a pesar del crecimiento de la inseguridad, del desorden piquetero y de reforzar la dependencia de la dádiva estatal para cada vez más argentinos, con sus secuelas de humillación íntima, villanía general y grave pérdida de cultura del trabajo.
Y que más allá del alto costo y de su final anunciado, resultó en una década ganada ya  que durante algún tiempo estimuló el consumo (y reactivó la capacidad ociosa de nuestra industria, partiendo del infrapiso del año 2001) proveyendo, como fuera, ingresos extras a millones de personas en diversos niveles de indigencia. Creando nuevos consumidores, felices de un poder de compra del que no habían disfrutado antes.

Niveles diversos de indigencia… generados por el “juego” de los mismos populistas, claro. Y mentira verdadera que podría asegurar más comicios ganados, y tiempo de mando con enriquecimiento ilícito para la misma nomenclatura gobernante.

Señoras: no ya apoyar sino simplemente dejar de hostilizar y robar a emprendedores, productores y capitalistas durante estos 10 años de increíble viento comercial de cola, hubiese representado ser ya un país de punta con alto nivel de empleo privado, altos salarios, alta educación en proceso, alta tecnología y muchísimo más consumo y dinero real hoy en el bolsillo de todos.
Señores: no ya repensar el lucro cesante de esta década perdida sino el de los últimos 70 años de continuas victorias pírricas del resentimiento, nos llevaría a concluir que a esta altura del siglo XXI nuestra Argentina sería una de las 2 o 3 sociedades más ricas, poderosas y evolucionadas del planeta.  
No ya la razón (y la verdad) sino toda la experiencia universal en la materia avalan esta afirmación, aunque la triste realidad sea que la alienada mayoría de los desinformados sólo recibió -en el suelo- las migajas que caían de la mesa, en lugar de haber estado sentados a ella siendo servidos en abundancia por sus supuestos “servidores públicos”.

Ese deseo de mentirse -tan sucio y destructivo- que todo político del “campo nacional y popular” estimula con pasión es, precisamente, el foco donde una campaña publicitaria perspicaz en lo psicológico, absolutamente masiva, de gran creatividad y aliento debiera centrarse, si quisiéramos revertir la calificación de ladrón-idiota-útil (o con mayor precisión técnica, de boludo argentino) que empieza a ser nuestra “marca nacional” frente al mundo, desplazando a la carne, al fútbol y al tango.

Campaña patriótica que bien podría ser el único sucedáneo transitorio posible (descartando la guerra civil), a una nueva educación pública en valores -que demora no menos de 15 años en mostrar sus primeros resultados- y al giro de 180° en la orientación de nuestros gobiernos que, por fuerza, debería precederla.

Féminas Violentas


Mayo 2012

Son demasiadas las mujeres argentinas que, tras la máscara de suavidad de trato, protección de valores familiares y generosidad social, esconden una dura bestia agazapada.

Las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, por caso, constituyen un transparente “botón de muestra” de tal actitud.
Cientos de miles de ciudadanas las apoyan, por cierto, solidarizándose más allá de la extensa y costosa red de corrupción edilicia, educativa y de empleo estatal de la que ellas, sus hijos y entenados son usufructuantes.
Y sabiendo, además, que dentro y detrás de los 8.961 desaparecidos (desde luego injustificables) registrados en los ‘80 por la comisión de notables del Nunca Más (CONADEP), existan numerosos casos de fraude y toda una industria con enormes negocios indemnizatorios de absoluto privilegio.

Las apoyan aún sabiendo que para la mayoría de esos desaparecidos, el ataque terrorista como método para modificar situaciones dadas de pobreza, el forzamiento totalitario, la deshonestidad intelectual, las psicopatías asesinas o la intolerancia cultural y económica por simple incapacidad o envidia no fueron actitudes nacidas de un repollo. Antes bien, que se trató de pulsiones de grave resentimiento e incivilidad, cultivadas bajo responsabilidad parental desde la cuna.
Y las apoyan aún sabiendo -o al menos presumiendo- que tales “situaciones dadas de pobreza” coinciden en su génesis y desarrollo, día por día, con el abandono del sistema liberal-capitalista que iba elevando a la Argentina en el top ten mundial de la riqueza… y  la adopción, a partir de los años ‘40 y hasta hoy, del sistema social-corporativo (o nacional-populista) que nos descendiera hasta el pelotón de cola de los países más injustos y atrasados.

Como también son centenares de miles las mujeres que veneran la imagen de ese ícono de los derechos humanos “a la argentina”, el Che Guevara. Aún sabiendo (o al menos presumiendo) que fue actor responsable y directo de más de 160 asesinatos a sangre fría documentados, con nombre y apellido (y de muchos otros torturados y desaparecidos a juicio sumario sin documentar), desde su puesto oficial de dirigente socialista y comandante de campo de concentración.

A diario nos cruzamos, entonces, con madres y abuelas bifrontes que de un lado son imágenes de amor, paz, comprensión del dolor ajeno y adhesión a los principios de la no violencia y que por otro, apoyan a dirigentes que militan abiertamente en favor del odio y del atropello. En favor de la violencia verbal, del abuso de poder y de todas sus lacras conexas, financiadas por la más brutal (y contraproducente) confiscación de bienes ajenos para uso clientelista, bajo pretexto impositivo.
Dirigentes políticos que en aras de su “negocio” mantienen apretados los botones totalitarios de la inseguridad jurídica y de la asfixia económico-reglamentaria sobre actividades enteras. Y por tanto también el comunizante botón rojo de la muerte: el de las carencias,  sufrimientos y malnutrición crónica, determinantes de tantas enfermedades que amargan y abrevian la vida de las etnias y los miembros más débiles de la comunidad.

Padecimientos todos y frenos al bienestar debidos en gran parte al soporte electoral y de opinión que todas estas damas brindan a tales actitudes: duras, regresivas y violentas. Más explicables por vía de algún sucio reflujo vengativo que por la expresión de una solidaridad evolucionada.
Un increíble (por lo salvaje) apoyo femenino a atavismos anti libre albedrío, anti-inversión y pro-coacción, furiosamente contrarios a los más elementales mandatos de nuestra Constitución en lo que respecta a federalismo, independencia de poderes, derechos y garantías sobre vidas y propiedades.

Dulces abuelas de níveos cabellos que cualquiera presumiría sabias y experimentadas defensoras del respeto y la concordia, enarbolan aquí el fusil para descerrajar un tiro a las libertades políticas… y al progreso de sus propios nietos, a través de su apoyo al aniquilamiento de casi toda “libertad de industria”, por vía del intervencionismo (ya que es sabido que la frontera de las libertades políticas pasa entre los sistemas en que las personas conservan la decisión económica y aquellos en que la pierden).
Porque la libertad de emprender -hoy obturada- es, antes que nada, la forma en que los débiles pueden enfrentarse a los fuertes; el medio de defensa de los  chicos contra los grandes. Siendo que en el balance final, el Estado dirigista siempre y sin excepción terminó usando su fuerza contra los pequeños y los indefensos, para proteger a unos cuantos poderosos: en especial políticos corruptos, empresarios cortesanos y sindicalistas millonarios.

Madres de familia que, en definitiva, incineran el futuro de sus propios hijos aportando a la hoguera del más violento nazi-fascismo (o “capitalismo” de Estado) en el gobierno.
Recordemos que con apoyos electorales parecidos a los de Cristina y Scioli, Hitler y Mussolini fueron, igual que ellos, campeones del estatismo llevando adelante masivos programas de nacionalizaciones, de altos impuestos con redistribución coactiva y de atadura de pies a todo emprendedor privado, a caballo de un reglamentarismo policial y discriminante.

No más mitos y bastones largos, por favor, señoras. Dejemos eso para los simios. Porque lo que impide un buen examen de la situación argentina actual no procede tanto de la vaciedad de las mentes, como de que estén llenas de prejuicios.
El Estado-providencia y “redistribuidor” fracasó también aquí en mil callejones sin salida desde los malhadados ’40 y quienes lo siguen votando hoy, avalan en realidad los postulados de aquel monarquismo arcaico que afirmaba el derecho de una élite a gobernar en su único provecho y en forma autoritaria… sobre un conjunto de ignorantes.


El socialismo que encandila hoy a tantas mentes en el bufo ideológico argentino, es como el brillo ilusorio que todavía nos llega desde un sol lejano… y extinto hace mucho tiempo.


Progresismo Inteligente

Mayo 2012

Palabra mal usada en Argentina si la hay, quienes se consideran progresistas hoy dando primacía al Estado “redistribuidor”, son en realidad idiotas útiles a la vigencia de los sistemas más retrógrados y de mayor descomposición ética del mundo.
Una categoría de preferencias inducidas a base de desinformación que, con leves variantes de grado y forma, captura ya a más de 8 de cada 10 electores en nuestro país.

Demás está decir que la conveniencia económica que esta clase de sistemas brinda a la asociación de élites políticas, sindicales y empresarias involucradas en la tarea desinformativa es de tal magnitud que explica, por si sola, tanto el aceitado funcionamiento del ilícito como la enorme cantidad de colaboracionistas desinformados que lo hacen posible.

Un verdadero (y mucho más valiente) progresismo implicaría exteriorizar las opiniones y votos tendientes al más rápido y sustentable progreso social y económico posible para el conjunto. Y en especial al progreso de los millones de empobrecidos clientes crónicos del populismo. Facilitándoles y multiplicando sus chances individuales de mejora y elevando su autoestima a través del satisfactorio (y familiarmente edificante) camino del propio esfuerzo. Objetivo que se cumpliría en poco tiempo si decidiéramos liberar la potencia creadora de nuestro pueblo, hoy casi por completo maniatada.

Vemos en estos días cómo la acción -propia de país delincuente- de echar a empujones y robar a los europeos de Repsol YPF, que a su vez califica y define una vez más a nuestro gobierno (y a la oposición que lo apoya) se perpetra, justamente, bajo la pantalla de una de esas formas de maniatado: el nacionalismo.
Desde luego, no es necesario ningún “curro” petrolero comunal para garantizar nuestro progreso. La primera potencia del mundo, Estados Unidos, no tuvo ni tiene petrolera nacional ni propiedad estatal del subsuelo. El petróleo o el oro son allí de los particulares que lo encuentran. Cosa que no obstó para que nos sacaran doscientos cuerpos de ventaja en el tema energético… y en casi todos los demás, claro, aunque eso sí, en cuestión de modelos apto-cretinos los argentinos seamos campeones.

Lo de Repsol YPF es solamente una etapa más en el raid del mismo ladrón despilfarrador, que viene de atracar a los asalariados mediante enormes impuestos al trabajo, al agro con las retenciones, a las AFJP con la captura del patrimonio de sus afiliados, a la Anses y al Banco Central, desfalcados para abastecer el barril sin fondo de su “caja política clientelar”.
Como de costumbre, la asociación de las élites antes mencionadas se quedará aquí con todo lo que sea “negocio”, mientras que el costo de esta nueva sinvergüenzada será repartido con cargo al actual y futuro haber de los jubilados y al presente inflacionario, impositivo y de deuda de toda la población.

Mediando el siglo pasado, una persona a la que resulta difícil calificar de idiota como es el caso de Albert Einstein, definió con tristeza al nacionalismo como “el sarampión de la humanidad” ciertamente, una enfermedad infantil. Una rémora destinada a ser superada en el curso de nuestra evolución como especie.
Una evolución que nos coloca hoy en el centro histórico de un cambio que importa la destribalización de multitudes estúpidamente masificadas por lazos clasistas, ideológicos, raciales o nacionales para pasar a la resocialización de cada persona en función de sus lazos de asociación cooperativa.
Hablar de civilización hoy es hablar de poner proa hacia la cooperación voluntaria y la empatía global, dejando gradualmente atrás la orilla -sucia y atrasada- de los enfrentamientos políticos basados en la envidia, en la violencia amenazante del “somos más”, en la corrupción clientelar y en el robo legalizado.

Estructuras sociales cada vez más complejas, coinciden hoy con una generación que ha crecido con Internet y que está habituada a interactuar en redes sociales abiertas, cada día más expansivas y densas. Redes en las que se comparte información en lugar de acumularla, introduciendo nuevas fórmulas de riqueza dentro de un capitalismo inteligente, que fertilizará la innovación empresaria con beneficios populares cada vez más extendidos en la exacta medida en que retroceda la imposición de peso muerto estatal sobre la reinversión (y el consecuente crecimiento).
Un proceso que implica diferenciación, diversidad creativa, poder de autogestión asociativa y otras situaciones de similar tenor que apartan al individuo del sentimiento tribal que tanto daño frenante nos ha causado, acercándolo a un “yo” más y más personal. Única plataforma civilizada desde donde podremos decidir sin coacción y con la mayor eficiencia de recursos, las mejores formas de  coordinación en orden a la solidaridad, el ocio, los negocios, las reales necesidades institucionales, de servicios o ambientales. Única forma efectiva, asimismo, de caminar desde la cleptocracia hacia la meritocracia.

La sociología de vanguardia (no la polvorienta sociología argentina de izquierdas) considera a esta transición en proceso como quizá la más radical e importante de la historia. Un camino a través de grandes cambios tecnológicos que nos conduce hacia una civilización planetaria -que los físicos llaman de tipo I- donde la convergencia de las revoluciones en los campos de la energía y de las comunicaciones se sinergiza, modificando sin retorno la percepción temporal y espacial del ser humano.
Antes de fin de siglo y a medida que estos motores del progreso económico se extiendan, veremos a los Estados debilitarse en poder, utilidad e influencia, perdiendo también sentido la atrasada rigidez discriminante de sus fronteras nacionales.

Por eso, aferrarse en este siglo XXI al nacionalismo, equivale a haberse aferrado al coche de caballos a principios del siglo XX.
¿Tendrán nuestros referentes sociales el nivel suficiente como para darse cuenta de lo que la Argentina se juega esta vez? ¿De que las sociedades avanzan, se enriquecen y evolucionan a pesar de los Estados y no gracias a ellos? ¿O sólo seguirán preparando en colegios privados a sus hijos para que puedan irse del país?  ¿Existe aquí en definitiva un progresismo, no nacionalista sino simplemente… inteligente?